“DISTORSIÓN ÁCIDA” 1990-2010
Tenía 15 años cuando me acerqué por primera vez al Conservatorio Nacional de Música, ubicado, en ese tiempo, en la avenida Emancipación, a un costado del jirón de La Unión. Hacía poco que había leído a Hegel y sus conceptos sobre la música y la poesía, y había nacido en mí, casi por inercia y natural motivación, la necesidad de perfeccionar lo poco que sabía sobre la guitarra, el bajo y contrabajo. Grande fue mi decepción cuando me dijeron que tenía que hacer una audición, leer música y entonar sin errores un instrumento musical. El hombre viejo y roñoso que me atendió tenía cara de pocos amigos y lucía una calva moderada, al parecer la música que le interesaba –y era la que tenía en el receptor am—era una salsa sensual de pésima melodía y letra horrorosa. Le dije que no tenía sentido todos los requisitos que pedían para ingresar al conservatorio, era como si para ser ingeniero te pidieran que, antes de iniciar la carrera, tuvieras que saber sobre números imaginarios, circuitos eléctricos y cálculos diferenciales y encima construir un puente o reparar un motor trifásico; o para ser veterinario te pidieran que supieras despanzurrar a un gato y determinaras por qué el hígado de este animal es muy sensible. "Gargament", el viejo de calva sudorosa, me miró fijamente y me dijo de mala gana que esos eran los requisitos y que la audición era en una semana para lo cual había que llenar un formulario y pagar al Banco de la Nación un equivalente a 300 soles. En ese momento me di cuenta que mi camino no era ser un músico de salón o de cámara, y no es porque estuviera vedado para este tipo de arte, sino que por razones de formas y de acomodamientos conceptuales nunca iba a ser parte de la manada de los cincuentas tocacuerdas y soplasaxos que se reúnen bajo la batuta del histriónico director de orquesta con el síndrome de Joe Cocker, sobre todo cuando entonaba el clásico betlesillo “Por una ayudita de mis amigos”.
Al salir del local, furioso (con ganas de patearle en el culo a Bach, con ganas de torcerle el cuello a Paganini o sacarle los ojos a Haydn) me encontré con unos niños de bien con sacos y corbatas michi que iban muy orondos a sus ensayos mientras sus empleadas domésticas les cargaban el instrumento. La imagen feudal, propia de esta ciudad hipócrita, unido al “arte” (o a los que ellos entienden como arte) me dio ganas de vomitar, pero por sobre todo me alejó de ese centro segregacionista que exigía requisitos que un muchacho cualquiera del Perú no podía cumplir; una forma muy sutil de aplicar la selección natural de los ricos (bien educados) sobre los pobres (mal educados y mantenidos en la ignorancia) y frustrar las intensiones de cualquier trovador o compositor cuyo estro o espíritu artístico necesite una perfilada o la corrección natural dentro de un proceso de aprendizaje.
Aquella noche me encerré en mi cuarto y empecé a tocar la guitarra lo más fuerte que podía, hasta los vecinos se quejaron y mis padres me pidieron que dejara las cuerdas y que no descuidara los estudios. Por la madrugada de aquel aciago día ya tenía compuesto mi primera canción en cuatro cuartos en una versión de rock primitivo con algunos arreglos que lo hacían ver como música de los cincuentas. Y así durante ese verano de 1985 me dediqué a hacer canciones, escribir letras y guardarlo todo en un cuaderno que escondía secretamente entre el colchón y el somier de la cama.
Todo ese material lo mantuve en reserva, celosamente guardado bajo llave –más, incluso, que mi poesía-- hasta que en 1990 fundé la banda de rock “Distorsión Ácida”, una especie de funk rock, heavy, blues y el revival sesentero con fusiones modernas. Nunca tuve intensión ni tuve la idea de hacer de mi esfuerzo musical motivo de orgullo o, mucho menos convertirme en un emblema del rock subterráneo del Perú. Por eso mismo, al principio me negué a grabar y tocábamos en bares de mala muerte y en algunas universidades solo por una necesidad de expresarnos.
Escribo esto, no porque quiera hacerme el músico frustrado o el artista incomprendido que ha visto cómo brota la mierda en un cuadro de Kandinski o como los hermanos Yaipén se llenan los bolsillos cantando prosaicos estribillos. Escribo esto porque sin pensarlo han pasado 25 años de aquella mala experiencia con la Escuela de Música, y 20 años desde que se fundara “Distorsión Ácida”. Este fue uno de los motivos principales por el cual nos reunimos hace un mes para volver a tocar aunque sea para nosotros. Sobre la entonación de instrumentos me quedo con una frase del viejo Amador Ballunbrosio que dijo en El Carmen-Chincha hace muchos años: “Rodolfo, no te preocupes de las formas, lo que tienes que hacer es dejar que el instrumento te use a ti, si el violín quiere salir del corazón, pues entonces deja que sea así”. El viejo Amador, contrario a todas las reglas de ponerse el violín en el hombro, se ponía el instrumento a la altura del pecho y dejaba salir las notas. Y es que para la música, como para cualquier arte, no existen reglas, ni formas, ni escuelas, ni parámetros o caminos, lo único que existe es pasión y las ganas de expresarse.
Y así, de mis ganas de formar parte algún día de la Orquesta Sinfónica Nacional y tocar el contrabajo haciendo pizzicatos, pasé a las filas de los roqueros que escarban en la basura un pedazo de alambre para reemplazar la cuerda que acaba de romperse. No sé si valió la pena, todavía sigo componiendo y me reúno de vez en cuando con músicos orquestales para hacer música clásica y hablar menos (o decir menos palabras, ya que como sabemos la música es también otro lenguaje). Y todavía no sé porque se tiene que repetir el estribillo “el rock es cultura” como si un tipo especial de música no podría calificarse como tal: música, cultura, creación intelectual, producción heroica del hombre desde que apareció en la tierra, expresión del espíritu, el lenguaje de los dioses, etc.
Les dejo este vídeo donde aparezco con un casco de un helicóptero norteamericano derribado en Vietnam (no necesito explicar el valor simbólico de esto, sólo que para conseguirlo tuve que pagar un precio oneroso). Mi hermano Edward aparece con una máscara de soldador que es como se tenía que andar en los ochentas ante tanta explosión que sacudía nuestra ciudad.
PD1: Quisiera aprovechar la ocasión y agradecer a todos los músicos que pasaron por la banda, entre ellos a Carlos Rodríguez, sanmarquino escritor y músico de fuste que hace homenajes al rock psicodélico, a Led Zeppelin, ACDC, etc. Las gracias, también van para Luis Godoy, baterista y poeta que ha publicado: Despertar el dolor. Hemil García quien en un tiempo nos acompañó en las vocales y ahora está dedicado de lleno a la literatura haciendo carrera en Estados Unidos. Las siempre eternas gracias a Manolo Garfias, guitarrista sabático (por Black Sabbath) que por estos días debe estar en Australia. También el saludo y las gracias a Carlos Tacuri, hijo del ex diputado Tacuri, músico de la desaparecida banda de rock fusión Ñaupamachu. Las gracias también a Julio Almeida, el Ñaka de "Mazo", Manolo Bonhan, Jesús del primer “Mister Blues” quien creía y confiaba en el proyecto hasta que por razones económica abandonó el país con la idea de formar una banda de country en EU.
PD2: Hoy la banda cuenta con el virtuoso Edward Quisquiche quien se quedó en la batería desde 1997. En el “guitar hero” está Hernán Manrique (sobrino de Nelson Manrique), y en la voz y bajo este humilde servidor.
Tenía 15 años cuando me acerqué por primera vez al Conservatorio Nacional de Música, ubicado, en ese tiempo, en la avenida Emancipación, a un costado del jirón de La Unión. Hacía poco que había leído a Hegel y sus conceptos sobre la música y la poesía, y había nacido en mí, casi por inercia y natural motivación, la necesidad de perfeccionar lo poco que sabía sobre la guitarra, el bajo y contrabajo. Grande fue mi decepción cuando me dijeron que tenía que hacer una audición, leer música y entonar sin errores un instrumento musical. El hombre viejo y roñoso que me atendió tenía cara de pocos amigos y lucía una calva moderada, al parecer la música que le interesaba –y era la que tenía en el receptor am—era una salsa sensual de pésima melodía y letra horrorosa. Le dije que no tenía sentido todos los requisitos que pedían para ingresar al conservatorio, era como si para ser ingeniero te pidieran que, antes de iniciar la carrera, tuvieras que saber sobre números imaginarios, circuitos eléctricos y cálculos diferenciales y encima construir un puente o reparar un motor trifásico; o para ser veterinario te pidieran que supieras despanzurrar a un gato y determinaras por qué el hígado de este animal es muy sensible. "Gargament", el viejo de calva sudorosa, me miró fijamente y me dijo de mala gana que esos eran los requisitos y que la audición era en una semana para lo cual había que llenar un formulario y pagar al Banco de la Nación un equivalente a 300 soles. En ese momento me di cuenta que mi camino no era ser un músico de salón o de cámara, y no es porque estuviera vedado para este tipo de arte, sino que por razones de formas y de acomodamientos conceptuales nunca iba a ser parte de la manada de los cincuentas tocacuerdas y soplasaxos que se reúnen bajo la batuta del histriónico director de orquesta con el síndrome de Joe Cocker, sobre todo cuando entonaba el clásico betlesillo “Por una ayudita de mis amigos”.
Al salir del local, furioso (con ganas de patearle en el culo a Bach, con ganas de torcerle el cuello a Paganini o sacarle los ojos a Haydn) me encontré con unos niños de bien con sacos y corbatas michi que iban muy orondos a sus ensayos mientras sus empleadas domésticas les cargaban el instrumento. La imagen feudal, propia de esta ciudad hipócrita, unido al “arte” (o a los que ellos entienden como arte) me dio ganas de vomitar, pero por sobre todo me alejó de ese centro segregacionista que exigía requisitos que un muchacho cualquiera del Perú no podía cumplir; una forma muy sutil de aplicar la selección natural de los ricos (bien educados) sobre los pobres (mal educados y mantenidos en la ignorancia) y frustrar las intensiones de cualquier trovador o compositor cuyo estro o espíritu artístico necesite una perfilada o la corrección natural dentro de un proceso de aprendizaje.
Aquella noche me encerré en mi cuarto y empecé a tocar la guitarra lo más fuerte que podía, hasta los vecinos se quejaron y mis padres me pidieron que dejara las cuerdas y que no descuidara los estudios. Por la madrugada de aquel aciago día ya tenía compuesto mi primera canción en cuatro cuartos en una versión de rock primitivo con algunos arreglos que lo hacían ver como música de los cincuentas. Y así durante ese verano de 1985 me dediqué a hacer canciones, escribir letras y guardarlo todo en un cuaderno que escondía secretamente entre el colchón y el somier de la cama.
Todo ese material lo mantuve en reserva, celosamente guardado bajo llave –más, incluso, que mi poesía-- hasta que en 1990 fundé la banda de rock “Distorsión Ácida”, una especie de funk rock, heavy, blues y el revival sesentero con fusiones modernas. Nunca tuve intensión ni tuve la idea de hacer de mi esfuerzo musical motivo de orgullo o, mucho menos convertirme en un emblema del rock subterráneo del Perú. Por eso mismo, al principio me negué a grabar y tocábamos en bares de mala muerte y en algunas universidades solo por una necesidad de expresarnos.
Escribo esto, no porque quiera hacerme el músico frustrado o el artista incomprendido que ha visto cómo brota la mierda en un cuadro de Kandinski o como los hermanos Yaipén se llenan los bolsillos cantando prosaicos estribillos. Escribo esto porque sin pensarlo han pasado 25 años de aquella mala experiencia con la Escuela de Música, y 20 años desde que se fundara “Distorsión Ácida”. Este fue uno de los motivos principales por el cual nos reunimos hace un mes para volver a tocar aunque sea para nosotros. Sobre la entonación de instrumentos me quedo con una frase del viejo Amador Ballunbrosio que dijo en El Carmen-Chincha hace muchos años: “Rodolfo, no te preocupes de las formas, lo que tienes que hacer es dejar que el instrumento te use a ti, si el violín quiere salir del corazón, pues entonces deja que sea así”. El viejo Amador, contrario a todas las reglas de ponerse el violín en el hombro, se ponía el instrumento a la altura del pecho y dejaba salir las notas. Y es que para la música, como para cualquier arte, no existen reglas, ni formas, ni escuelas, ni parámetros o caminos, lo único que existe es pasión y las ganas de expresarse.
Y así, de mis ganas de formar parte algún día de la Orquesta Sinfónica Nacional y tocar el contrabajo haciendo pizzicatos, pasé a las filas de los roqueros que escarban en la basura un pedazo de alambre para reemplazar la cuerda que acaba de romperse. No sé si valió la pena, todavía sigo componiendo y me reúno de vez en cuando con músicos orquestales para hacer música clásica y hablar menos (o decir menos palabras, ya que como sabemos la música es también otro lenguaje). Y todavía no sé porque se tiene que repetir el estribillo “el rock es cultura” como si un tipo especial de música no podría calificarse como tal: música, cultura, creación intelectual, producción heroica del hombre desde que apareció en la tierra, expresión del espíritu, el lenguaje de los dioses, etc.
Les dejo este vídeo donde aparezco con un casco de un helicóptero norteamericano derribado en Vietnam (no necesito explicar el valor simbólico de esto, sólo que para conseguirlo tuve que pagar un precio oneroso). Mi hermano Edward aparece con una máscara de soldador que es como se tenía que andar en los ochentas ante tanta explosión que sacudía nuestra ciudad.
PD1: Quisiera aprovechar la ocasión y agradecer a todos los músicos que pasaron por la banda, entre ellos a Carlos Rodríguez, sanmarquino escritor y músico de fuste que hace homenajes al rock psicodélico, a Led Zeppelin, ACDC, etc. Las gracias, también van para Luis Godoy, baterista y poeta que ha publicado: Despertar el dolor. Hemil García quien en un tiempo nos acompañó en las vocales y ahora está dedicado de lleno a la literatura haciendo carrera en Estados Unidos. Las siempre eternas gracias a Manolo Garfias, guitarrista sabático (por Black Sabbath) que por estos días debe estar en Australia. También el saludo y las gracias a Carlos Tacuri, hijo del ex diputado Tacuri, músico de la desaparecida banda de rock fusión Ñaupamachu. Las gracias también a Julio Almeida, el Ñaka de "Mazo", Manolo Bonhan, Jesús del primer “Mister Blues” quien creía y confiaba en el proyecto hasta que por razones económica abandonó el país con la idea de formar una banda de country en EU.
PD2: Hoy la banda cuenta con el virtuoso Edward Quisquiche quien se quedó en la batería desde 1997. En el “guitar hero” está Hernán Manrique (sobrino de Nelson Manrique), y en la voz y bajo este humilde servidor.
Aquí otros temas:
Diazepam
Icaro
Clamor en negro
11 comentarios:
QUE TAL BANDAZA, RODOLFO. T PASASTE!!!
ROSI
De dónde has sacado a ese baterista, tío.
Distorsión acida uno de los mejors grupos del noventa cómo olvidaerte rodolfiño, maestro, amo y señor del rock y la poesía.
Qué excelente fusión de bajo, viola y batería, hermano.
Buen rocanrol, punto.
Salud y Libertad
Rafael Inocente
PD: Suena a una mezcla bien lograda de Joy Division, La Polla Records, Monstruación y rock sesentero. Me ha hecho añorar lo que hicimos con Semilla Nociva.
Rodolfo, siguen tocando?
Si es así, cuándo, dónde y cuánto?
P.P.E.
Rafael, hace unas semanas estuve conversando con César N de "Semilla Nociva", lo que hicieron junto a todas las bandas subtes permanece en la memoria.
Sldos.
P.P.E, les aviso cualquier intervención.
Excelente banda, carajo, toquen de una vez...
CF
Estimado Rodolfo,
Vi los videos de Distorsión Acida con mucho agrado.
Recuerdo que ensayamos dos semanas antes para el Agustirock y que abrimos tocando fuerte temas como “Terokal” y Clamor en Negro”.
Recuerdo asimismo un concierto frustrado cuando íbamos a abrir para la Sarita en La Noche de Barranco. Julio Pérez con quien tenía amistad me dijo que todo estaba listo pero después surgió un imprevisto. ¿Cuándo no surgen imprevistos en nuestra querida patria?
También tocamos en el Huanchos Rock y hubo mucha gente. Estuve girando el cable del micro a manera de lazo y este casi golpeó al público. Salté todo lo que pude para romper el tabladillo pero no cedió. Eso fue en el 98 si mal no recuerdo.
Veo que la canción Ícaro quedó. Tenía unos acordes y de allí le fuimos poniendo la letra afuera de la Bausate y la tocamos por primera vez en la vereda de la avenida Costa Rica con Pili Zapata, Sandro Eyzaguirre, Marienela Ortiz y Pucho Verdura.
Le pusimos ritmo con batería, guitarras, y bajo en la casa del siempre afable Camilo Solari junto al Erik. Había dos chicas también. Quizás te acuerdes. Mejor no mencionar.
Nota sobre “Ícaro”. Tengo vergüenza ajena pero esos acordes inconscientemente se colaron de una canción de un grupo peruano que estuvo muy de moda en los 90’s. Otro dato curioso. Si las tocas más suave son los mismos acordes de Private Idaho de B’ 52.
En el Agustirock del 98’ tocamos: Edwin en Batería, Carlos en Guitarra (que talento el de ese chiquillo), tú en bajo y voces y yo gritando.
Tengo aún el video de aquel concierto y en buen Estado.
Voy a darme un tiempo para colgarlo.
Un abrazo Rodolfo y aunque sabes que en aquella época yo andaba rozando entre la formalidad y la inacción y retirado de las artes accedí a cantar con Distorsión por la amistad y las buenas vibras.
Un saludo a toda la banda. A Cesan N, a Danny Ska, Carlos Tacuri (un personaje), Erik (otro personaje) y todos los amigos con los cuales hemos recorrido Barranco, las calles de Lima y los Agustirocks de los cuales tengo gratos recuerdos.
Un abrazo
Hemil García Linares
Estimado Rodolfo,
Vi los videos de Distorsión Acida con mucho agrado.
Recuerdo que ensayamos dos semanas antes para el Agustirock y que abrimos tocando fuerte temas como “Terokal” y Clamor en Negro”.
Recuerdo asimismo un concierto frustrado cuando íbamos a abrir para la Sarita en La Noche de Barranco. Julio Pérez con quien tenía amistad me dijo que todo estaba listo pero después surgió un imprevisto. ¿Cuándo no surgen imprevistos en nuestra querida patria?
También tocamos en el Huanchos Rock y hubo mucha gente. Estuve girando el cable del micro a manera de lazo y este casi golpeó al público. Salté todo lo que pude para romper el tabladillo pero no cedió. Eso fue en el 98 si mal no recuerdo.
Veo que la canción Ícaro quedó. Tenía unos acordes y de allí le fuimos poniendo la letra afuera de la Bausate y la tocamos por primera vez en la vereda de la avenida Costa Rica con Pili Zapata, Sandro Eyzaguirre, Marienela Ortiz y Pucho Verdura.
Le pusimos ritmo con batería, guitarras, y bajo en la casa del siempre afable Camilo Solari junto al Erik. Había dos chicas también. Quizás te acuerdes. Mejor no mencionar.
Nota sobre “Ícaro”. Tengo vergüenza ajena pero esos acordes inconscientemente se colaron de una canción de un grupo peruano que estuvo muy de moda en los 90’s. Otro dato curioso. Si las tocas más suave son los mismos acordes de Private Idaho de B’ 52.
En el Agustirock del 98’ tocamos: Edwin en Batería, Carlos en Guitarra (que talento el de ese chiquillo), tú en bajo y voces y yo gritando.
Tengo aún el video de aquel concierto y en buen Estado.
Voy a darme un tiempo para colgarlo.
Un abrazo Rodolfo y aunque sabes que en aquella época yo andaba rozando entre la formalidad y la inacción y retirado de las artes accedí a cantar con Distorsión por la amistad y las buenas vibras.
Un saludo a toda la banda. A Cesan N, a Danny Ska, Carlos Tacuri (un personaje), Erik (otro personaje) y todos los amigos con los cuales hemos recorrido Barranco, las calles de Lima y los Agustirocks de los cuales tengo gratos recuerdos.
Un abrazo
Hemil García Linares
Gracias por tus palabras Hemil. Claro que me acuerdo de todos los amigos, los que estuvieron a nuestro lado celebrando momentos de catarsis, los que aportaron con alguna frase o con un acorde (lo escribiré en otro artículo). Fueron buenos tiempos para la música. Ojalá puedas poner esos vídeos (me pasas la voz), será como recuperar un tiempo que no volverá.
Un fuerte abrazo y que sigan los éxitos literarios.
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