En la década del setenta yo todavía era un niño. El mundo vivía un enfriamiento progresivo de lo que fue Mayo del 68, las protestas de Tlatelolco, la post guerra de Vietnam y la lucha de poderes entre la ex Unión Soviética y los Estados Unidos eran la marca de un tiempo que estaba por cambiar.
El Perú vivía los estragos del gobierno militar que en sus dos fases fueron descomponiendo la realidad nacional dando una imagen de reformismo burgués y repartiendo al país a sectores que no estaban preparados para dirigirlo. No obstante ello, quizás por una necesidad de bregar contra la corriente la música no se detenía. El Perú, alejado de la periferia, seguía en las corrientes roqueras clásicas mientras que Europa, específicamente Inglaterra, se preparaba para “evolucionar” al punk, cuyo simplismo técnico iba unido a un rechazo de la belleza y la adopción de la fealdad como sinónimos de un tiempo que años después se pondría tempestuoso.
Fue en el verano de 1977 cuando escuché por primera vez a Free y su “All right now”. Mis hermanos mayores –que me llevaban más de 10 años-- habían hecho una fiesta psicodélica aprovechando la ausencia de mis padres y habían llevado amigos y amigas, y muchos vinilos que atronaban la vieja radiola marca Phillips de la sala. Sobre una pared un semáforo enloquecido guiaba el tránsito y los pasos de jóvenes con África looks y cabelleras largas que se meneaban al compás de guitarras con formas de flecha. El ambiente se enrarecía con un humo espeso que salía de los ojos y la boca de un cráneo que fungía de cenicero. Ahí, en el tumultoso pandemonio, una mujer de cabellera rubia y ojos grandes como faroles me levantó en sus brazos y me dio, con sus labios carnosos, un beso en la boca. Por un momento, pensé que me quería dar de comer algo que percibí como un chicle o quizás quería ahogarme, y empecé a patalear y a dar gritos de auxilio, gritos que sólo se escucharon cuando Free dejó, brevemente, de sonar para dar paso a Bachman Turner Overdrive y su Takin Care of a Business. Francisco, mi hermano mayor, llegó ante mi llamada de auxilio y me llevó afuera. Le dijo a los comensales que no me “hornearan” (en ese momento me sentí como un ave de corral) y me compró unas galletas de animalitos. Entonces desde la ventana me puse a ver cómo aquellos jóvenes de jeanes acampanados y con ropas de colores empezaban a bailar en grupos, haciendo extraños movimientos con las manos y agitando violentamente la cabeza como si se tratara de una histeria colectiva o una posesión diabólica. Asustado me quedé mirando todo lo que sucedía en la casa mientras mis padres no estaban. De alguna forma tenía chantajeados a mis hermanos mayores, ellos tenían que cumplir con mis caprichos de dulces, algodones de azúcar, chocolates y caramelos de peras, de lo contrario yo le contaría a mis progenitores todo lo que sucedía mientras ellos no estaban presentes. Las fiestas se sucedieron muchas veces. La premisa siempre era la ausencia de mis padres, quienes por razones de trabajo (mi padre, marino mercante; mi madre, en ese tiempo, trabajadora de la Oxi Bridas) se ausentaban varios días al mes. Poco a poco me fui acostumbrando a los sonidos, las guitarras, los efectos, la batería, el bajo, los micros, etc., etc. A veces se organizaban tocadas dentro de mi propia casa. Piura parecía un polvorín roquero a punto de estallar.
Nunca olvidaré el día en que, aprovechando el descuido de los músicos, pude rasguear una guitarra enchufada: un sonido como un quejido agudo de una vieja octogenaria salió de uno de los parlantes. El abucheo general me devolvió a mi condición de polizonte en un viaje al cual no había sido invitado. Avergonzado me alejé de la vista de todos y me juré a mi mismo que tarde o temprano yo haría aullar a una guitarra.
El tiempo pasó más rápido de lo esperado. De aquella época, ninguno de aquellos roqueros volvió a coger la guitarra, muchos se convirtieron –como dice la canción—en ingenieros, otros son médicos o abogados y otros –los más consecuentes – son políticos radicales y todavía visitan a mi familia o lo que queda de ella.
Yo me dediqué a la escritura, profesión de la que desdeño todos los días, y de vez en cuando (cuando me acosa la nostalgia o cuando me acuerdo de esa escena vergonzosa ante aquellos hippies viejos y lejanos) cojo una guitarra y toco canciones de una época pasada cuando las flores adornaban los maceteros de una realidad, un tiempo en el que, de alguna forma, fui feliz.
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martes, 2 de noviembre de 2010
YBARRARIO: "HIPPIE"
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7 comentarios:
Excelente, Rodolfo.
saludiños.
Ros
Ybarra colecciono todos tus Ybarrarios, no sé si has pensado en publicar todo esto, sería bueno y mucho mejor que de todos los mediocres que publican novelitas.
Espartano
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Ya pes tío Rudolf, en el 77 Yoni me levantaba a las 5 de la mañana para tomar el primer micro Chorrillos-Lima y que me lleve hasta Sullorqui porque por ahí pasaba el bus de la empresa en la que con dieciseis años trabajaba como "practicante de obrero" gracias a un convenio con el SENATI, recuerdo que quedaba en Ventanilla y si ahora para mí es lejos, imagínate en esos años, debo aclarar que mi vocación obrera no nació por carencias económicas, que al parecer tampoco tuvistes, tío Rudolf, sino por seguir la larga lucha que pòr los derechos de los menos favorecidos tuvieron mi abuelo y mi padre(con canasos de tres años en el Frontón, y un año en el Sexto respectivamente) aunque también debo reconocer que jamás sufrí en esos años ningún conflicto con mis compañeros, merced a la simpatía que yo generaba entre mis curtidos camaradas tal vez debido al aspecto adolescente o mis ideas totalmente anarquizantes, claro que por otro lado, como soy cholo pepon, conocí a una gringuita revoltosa de "buena familia" a la que deslumbré y acompañado de ella asistí a cuantaS fiestaS pitucaS de esos años se celebraban,... en la mañana soldando fierros en la fábrica y en la noche en el Regatas tirando ritmo con Black Sugar,...( apropo tío Rudolf, no sé si es un espejismo pero cada vez que veo nuevo material gráfico tuyo estás, digamos, con el pelo y la piel mas claros, es así? no vaya a ser que el tío Basilio se dé cuenta tambor y estés fijo en la lista de los primeros purgados de la revolución por tus evidentes nexos con el imperio) en fin, esperamos más escritos tuyos, saludos...
Qué cague de risa es este Rudolf, carajo!
Primito, cada vez me caes más en gracia, también yo trabajé desde los catorce años en metalmecánica, algo así como "practicante de obrero", era un muchacho locuaz y radical, pero que no caía mal a los obreros mayores, por el contrario, todos esos tíos de Maquinarias (a la altura de Dueñas, una fábrica de piñones, ejes y cadenas de transmisión ubicada originalmente en Santa Cruz) que chambeaban en Mecanizadora Victoria se interesaban por el floro de un nieto de obreros anarcosindicalistas, que al igual que muchos de los de esa época habían dejado sus huesos en la cana, la Lobera, San Lorenzo, El Frontón, en donde las olas reventaban el cuerpo lacerado de esos obreros anarquistas reconvertidos en apristas primigenios, orgullosos de dar su vida por lo que creían.
En fin, tío Rudolf, si hubo o no necesidad económica eso es lo de menos, creo que pocos podrían alardear de eso en aquellas épocas.
Interesante la historia del Rodolfo niño e inocente: ignoraba un pasado piurano y quizá haya sido ese beso carnoso y con chicle de una rubia (¿al pomo?) el que determinó la afición de mi caro amigo Rodolfo a los colores pálidos.
Un abrazo para ambos
Basilio Auqui
Primo de Cecilio Auqui (Limeño moderado)
EXCELENTE RODOLFO, TU ÚNICO DEFECTO ES JUNTARTE CON TANTO CHOLO ACOMPLEJADO.
VENÍ PARA LA ARGENTINA CHÉ BOLUDO.
ROSSETI
un requiem por los recuerdos algunos buenos, y otros que no merecenser recordados, pero hay algo que me inquieta, al menos tu sabes tocar guitarra, yo, ni hacer sonar el ding de un triangulo, mis hermanos preferian ignorarme antes de hacerme participe de alguna de sus experiencias....
en fin, buen post, te felicito y me alegro de haberlo leido....
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