A veces creo que Slavoj Žižek no entiende nada; cree entender, cree definir (o delimitar los conceptos), cree estar encima de lo que nombra desde su torre de Quasimodo con aires de Hamlet y eruptos de King Kong, pero se queda en la fase del escándalo, en la subjetividad indecorosa del 'épater la bourgeoisie', en la diatriba y el ripio. Y aporta poco en temas como este manido "amor", donde lo violento no es solo el "escoger"; lo violento es que existe un amor de clase, un amor que es producto de las creencias religiosas, de las crianzas falogocentristas o de los modus crematísticos con dote incluida. El "amor" puede ser una rata rabiosa o una planta carnívora, puede ser un perro carachoso o puede ser cualquier cosa; pero, sobre todo, el amor nunca dejara de ser un pretexto para asaltar el infierno o el paraíso que todos llevamos dentro.
Žižek no es filósofo, es otro bocón con buen malabarismo verbal y pirotecnia de fiesta patronal. Žižek debe dejar de mirarse el ombligo. Žižek debe de cerrar esa bocota con la que se agrede a sí mismo.
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