El
último programa de El Último Pasajero excedió, con creces, todo tipo de soporte
ético, moral y, cómo no, asqueante y vomitivo, obligando a una menor de edad,
estudiante de colegio nacional, a comer una “ensalada de cucarachas”, bajo la presión
de los miserables conductores Adolfo Aguilar y Jesús Alzamora y las modelos argentinas
que reían nerviosas y no podían creer lo que estaba sucediendo en plena
televisión al aire, a vista y paciencia de los estoicos padres de familia que
se encontraban en el set y de las sachaautoridades que nada dicen ni nada dirán
de este estercolero y antro de humillación público donde los pobres o
neoesclavos tienen que hacer lo que sea con tal de conseguir unas cuantas
monedas o un viaje a Cancún.
Muchos
recordaron los peores momentos de la televisión peruana insuflados y
aherrojados desde el inefable Augusto Ferrando y sus chistes racistas hasta
llegar a ese monstruo mecánico llamado Laura Bozo y los lamedores de axilas,
noticia mundial que nos hundió en el lodo de la estigmatización racional y nos
ubicó como monos o pre-humanos. Tradición que continúan, con mucho esfuerzo y
dedicación, esos programas excrementicios Esto Es Guerra y Combate que exhiben
porno soft y estupidez a raudales,
cuerpos con anabólicos y nalgas y tetas infladas con siliconas. Para qué más,
si el conocimiento y la reflexión no son comerciales ni se pueden tratar como commodities porque, para ellos, el
capital simbólico (conocimiento) es peor que nada.
Pero,
si el horror es ver comer cucarachas a una niña humilde, uno encuentra que este
programete va en horario familiar y hace tiempo que se ha convertido en un
lugar común de bullyng y vejación
permanente donde los profesores y alumnos son obligados a comer gusanos o
pizzas con grillos, o son denigrados y ridiculizados cortándoles el pelo al
rape o poniéndoles, contra su voluntad, piercings,
como ocurrió con un modesto profesor del Melitón Carvajal, colegio que, al
parecer, ha sido el más vejado de todos los centros educativos en lo que va de
la última temporada y, por ello mismo, ha sido considerado el “ganador”. O sea,
la cuestión lógica cartesiana es: mientras más te arrastres, más posibilidades
de ganar; mientras más estés cerca del desagüe, más cerca estarás del triunfo.
El
Último Pasajero es la miseria humana en su máxima expresión, hez y boñiga que
nos enseña que ya nada se puede hacer por corregir un desagüe que ha colapsado
en toda su estructura y nos embarra con su mierda por todos lados, pues la
televisión peruana es reflejo exacto de la clase política, la angurria del
empresariado, la viveza criolla, la delincuencia juvenil, la corrupción
endémica, la minería extractiva y explotadora, la iglesia de Cipriani, la
policía que avala y promueve el crimen y el sicariato; los líderes de opinión,
con sueldo fijo, pagados por la gran patronal para decir lo justo y lo exacto,
etc., etc.
Por
cierto, El Último Pasajero pertenece a GV producciones, o sea Gisella Valcárcel
producciones y uno de sus rostros visibles fue (o es) el héroe mediático Ricardo Morán; fue nominado al Premio Luces de El
Comercio en 2011 y recibió el Premio a la excelencia Anda (Asociación Nacional
de Anunciantes) en 2012. Y de bonus track,
uno de sus principales auspiciadores es la Universidad San Ignacio de Loyola (USIL),
de Raúl Diez Canseco. En pocas palabras,
El Último Pasajero es una muestra de que el Perú avanza en contubernio y con
aceptación de todos, pero hacia
atrás, al abismo, a la cloaca, al erebo o al infierno.
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