(Imagen referencial)
Regreso de viaje y me encuentro caminando muy tarde en la noche, por el centro de Lima, en una de las callecitas oscuras del jirón Puno antes de Abancay y unos policías me detienen, me piden mis documentos, saco un DNI nuevo recién emitido por el JNE, uno de los policías digita mi nombre en su celular y dice que estoy “requisitoriado”. Les digo que están equivocados o puede tratarse de una homonimia; les digo que verifiquen la foto, mi segundo nombre, etc., etc. El policía se guarda mi DNI en el bolsillo de su camisa y me dice que lo acompañe al patrullero. Se voltea para que lo siga sin decirme nada mientras el otro policía se frota las manos sentado dentro del vehículo. Los miro con desprecio, aprovecho que acaban de parar a unos señores que llevaban unos paquetes, les doy la espalda y sigo mi camino sin detenerme. Volteo la esquina y subo al primer carro que aparece. Ninguno de los policías intenta seguirme. Se sienten seguros con mi DNI en la mano. Bah. Ya estoy cansado de que nos roben los políticos, de que nos robe la Sunat, de que nos robe leche Gloria y de que nos robe y extorsione la policía. Y ese viejo cuento de entrar en el patrullero para que te siembren coca, mariguana o alguna otra droga (o peor, una pistola con los números limados), ya me lo sé de memoria. Ahora tendré que sacar otro DNI o seguir así indocumentado. Espero que los señores de paquetes hayan tenido mejor suerte que yo. No es fácil caminar en una ciudad donde te tienes que cuidar de todo y de todos. Y, como decía Martín Adán: “No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser como los otros. No quiero ser feliz con permiso de la policía”.
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