“Que hacemos con el preso sheriff, ¿lo soltamos o lo ahorcamos? Aquí no se puede quedar todos los días comiendo”. De la película Lo chiamavano Trinità... de Enzo Barboni.
¿Cuál es la razón por las que un
preso, que ha cumplido su pena, no puede salir de la cárcel? No importa si no
se arrepiente o si dice que lo volvería a hacer. Eso no importa, no lo recarga
de pena (habiendo ya sido enjuiciado) ni lo puede colocar en el plano de
“cadena perpetua”. Y las leyes son las leyes, aquí y en la Cochinchina. Es lo
que dictan las normas democráticas, el respeto a la constitución política y la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de la
ONU. Ahora, otra cosa es que no queramos soltar al preso e inventemos un montón
de triquiñuelas o le renovemos los juicios, procesándolo ad infinitum. Y eso tampoco habla bien de un país que se dice
racional o que ha abandonado la barbarie.
Para los que no conocen, las
cárceles peruanas están consideradas entre las diez peores del mundo.
Lurigancho es un claro ejemplo de continuos reportajes en el extranjero que
alertan sobre la gravedad de las penitenciarias en el Perú. Aquí los presos no
entran a un panóptico para rehabilitarse o dizque integrarse a la sociedad.
Aquí las cárceles son para demostrar cuan fuerte eres y cuan apto estás para
sobrevivir. Las cárceles peruanas también reflejan nuestra realidad y no es lo
mismo meter a un narco que, a la larga o a la corta, se pondrá hasta jacuzzi en
su celda y hará fiestas con bataclanas y personajes de la televisión, que
encerrar a alguien por robo o terrorismo.
Fujimori torturó a los presos por
terrorismo. Les impidió el acceso de libros. Les impidió salir de sus celdas siquiera
para tomar el sol y cuando los organismos internacionales protestaron, pues le
dieron 30 minutos de paseos en el patio. Aparte de eso, torturó salvajemente a
los presos al modo de Expreso de
medianoche (Midnight Express
de Alan Parker, basado en las
crueldades que se cometían en una cárcel de Turquía). Se les sacaba al patio
desnudos en la noches y se les arrojaba baldes con orines; o cuando había una
requisa no se les permitía visitas por semanas, manteniéndolos a pan y agua. A
los que eran de una provincia determinada (con familiares del lugar) los
mandaban lejos para que no tengan visitas, o los mandaban a Challapalca, una
cárcel cuyas condiciones y cuya altura, el más alto de América, lo hacen
inhabitables (4800 msnm). Y donde muchos presos, como el “cholo Jacinto”,
murieron congelados o por causas derivadas de las condiciones extremas. Y por
eso mismo, organismos de derechos humanos han pedido su cierre.
Aquí no estamos defendiendo los
crímenes de nadie. Estamos hablando de los presos que ya pagaron sus culpas,
que ya purgaron sus penas. Y no soltarlos después de 20 o 30 años de prisión es
otro tipo de barbarie, otro tipo de brutalidad y otro tipo de terrorismo. Tal y
como fueron las matanzas de 1985, en Lurigancho, en el pabellón Británico,
donde 34 procesados por terrorismo fueron quemados vivos con lanzallamas y
fósforo líquido por parte de nuestros “valerosos” Llapan Aticc. Y donde Luis
Alberto Sánchez, presidente del congreso en aquellos años, dijo que ellos
mismos se habían incinerado. Y también fue terrorismo de estado cuando en 1986
se fusiló o se les dio el tiro de gracia en la nuca a 300 presos del PCP-SL,
hecho que después se conoció como “La Matanza del Frontón”. O cuando en 1992 se
ametralló a una treintena de reclusos en el “Castro Castro” por parte de 500
efectivos de la DINOES so pretexto de aniquilar a 13 de los 19 líderes
fundadores de Sendero Luminoso.
Y si en realidad nuestra sociedad no
quiere soltar a los presos, pues que se establezca de una vez. Si quieren
cadenas perpetuas, si quieren pena de muerte, si quieren lapidarlos a pedradas,
sepultarlos en cárceles tumba o legalizar la tortura, pues hablen claro y no
nos andemos con triquiñuelas ni con mensajitos de supuestos líderes políticos o
del mismo presidente diciendo que no hay porque soltar a los presos y bla, bla,
bla. Si quieren regresar a la edad de piedra o a la ley del Talión: “ojo por
ojo, diente por diente”, pues hablen claro y pateemos el tablero y salgamos de
todos los pactos internacionales. A ver si así siquiera vamos a durar un año
como país.
Si un preso ya cumplió su pena sea
lo que sea que hizo, entonces tiene que salir. No hay otra opción. No hay otro
camino, pese a quien le pese. Eso se llama democracia. Eso es vivir dentro del
orden y las reglas internacionales y la carta de las Naciones Unidas. No hacerlo
así, no nos hace bien como país civilizado ni sirve para alcanzar el
desarrollo. Eso hay que entenderlo bien. Y entender también que todo preso es
un ser humano.
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