Contra los señores esclavistas, contra el fascismo cultural, contra los hebdosaurios, los doblemoralistas, tentetiesos, oxiuros y lampreas, y contra los poderes establecidos.
American Sniper o el Francotirador Americano es la última película bélica de Clint Eastwood (ver sus Cartas desde Iwo Jima) que intenta convertirse en todo un manifiesto contra las guerras y contra las armas, pero que, en su afán patriotero, y conveniencia política ha logrado todo lo contrario. Por eso mismo, ha sido éxito de taquilla, más de 100 millones de dólares recolectados la primera semana, y aplaudida de pie por el público norteamericano, inculto, manipulado y peor informado, y ha sido motivo para que miles de jóvenes se presenten o piensen en el alistamiento militar para, dizque, defender a su patria del “enemigo” o, como ellos los llaman, “los salvajes”, el equivalente cinematográfico de los indios que mataba Jhon Wayne, con su Smith & Wesson, en las cowboyadas a technicolor de los años cincuenta.
La Trama, basada en el best sellers y bio-libro de Kyle American Sniper: The Autobiography of the Most Lethal Sniper in U.S. Military History, es simple, trata sobre los cuatro viajes que hizo Chris Kyle, bien llamado “el demonio de Ramadi” (Al-Shaitan Ramad), a Irak en 2003 y en las que asesinó a mansalva, desde los techos y azoteas, a más de 160 personas (aunque Kyle manifestó, en una entrevista, que, extraoficialmente, había matado a 255 personas, incluido a una mujer con un bebé en brazos), hecho que lo catapultó como “héroe” de las fuerzas ocupantes y “ejemplo” del soldado práctico, eficiente y “leyenda” que “ayuda” y “respalda” a sus compañeros en el campo de batalla. No obstante, esta trama no tiene nada de “antibélica” –como se empecina, tercamente, en decir su director Clint Eastwood—y más bien podemos notar un visible intento por justificar la guerra, la violencia extrema e incluso el asesinato de niños: la película muestra claramente que cuando Estados Unidos está en peligro todos sus enemigos, incluso los potenciales, merecen morir como animales, bombardeados, despedazados o con un tiro en la nuca.
De esta forma, la película, con un presupuesto de 30 millones de dólares, nos muestra cómo un equipo especial de la SEAL (United States Navy Sea, Air and Land o equipos Mar, Aire y Tierra de la Armada de los Estados Unidos), sale a patrullar por las destruidas calles de Irak, a la caza de “terroristas” y de gente (pobladores) que se oponen a la ocupación. Para ellos, lo más importante es cumplir sus objetivos, acabar con la guerra o, mejor dicho, acabar con los países que, supuestamente, ocasionaron el conflicto u osaron cometer algún atentado en suelo norteamericano. Ya es viejo el estribillo: “mejor es llevar la guerra lejos de casa” o “si no matas allá, entonces tendrás un atentado en tu ciudad”. Y Estados Unidos no solo moviliza a su ejército para estos fines criminales sino que mueve a todos sus medios de comunicación, entre ellos la prensa y el cine para crear una “verdad” ficticia que no tiene pies ni cabeza, pues lo que se oculta detrás de todo esto es la voracidad de un país imperialista por los recursos bioenergéticos, cuestiones de geopolítica y dominio político-militar-religioso, etc.
El polémico activista Michael Moore, al referirse a esta película, ha dicho que los francotiradores son cobardes porque disparan por la espalda. Y tiene razón. Un francotirador no es más que la extensión de una escopeta o una extensión de las balas y de la muerte misma. Jamás, en ninguna situación, un asesino con mira telescópica debería ser considerado “héroe” ni mucho menos reconocerlo o ponerle su nombre a obras públicas (un estadio de Texas se llama “Chris Kyle” en honor al asesino). Más aún, si esta persona era un desequilibrado mental que no podía dejar de matar y que a todas vistas, vivía bajo el “síndrome de Vietnam”, con los signos vitales alterados, alucinando que lo persiguen, pensando siempre en un posible atentado o manifestando estados permanentes de irracionalidad y locura: “De lo único que me arrepiento es de no haber matado más”, apunta este “héroe” en su libro. Quizás, por ello, no es de extrañar que Kyle muriera en manos de otro francotirador que no era iraquí ni tampoco “terrorista”, sino su conciudadano, otro ex marine llamado Eddie Routh, quien lo asesinó a balazos, cerrando el círculo vicioso de la muerte gratuita o en nombre de cualquier tontería sobre la que se fundan las naciones modernas, “civilizadas” y/o “políticamente correctas”.
Con este film, el ultra-republicano Clint Eastwood, cuyas películas, formalmente y de acuerdo a los estándares, son bien hechas o técnicamente logradas (aunque aquí es notoria la influencia de otro largometraje sobre francotiradores: Enemigo al Acecho basado en el biopic del ruso Vasili Záitsev) se devela como admirador y defensor del orden americano, ya visto en películas como GranTorino o sutilmente en películas como Banderas de nuestros padres y Cartas de Iwo Jima, en sus dos partes que versan sobre la II Guerra Mundial y en las que no aparece ningún negro, tal y como apuntó Spike Lee en una entrevista: “Clint Eastwood ha hecho dos películas sobre Iwo Jima que duran más de cuatro horas en total y en las que no sale un solo actor negro. Si ustedes los periodistas tuvieran huevos, le preguntarían por qué es así”.
Y es que Clint Eastwood es de los que se suman en la “lucha” por un Estados Unidos para los estadounidenses, no importa al costo que sea, pues todo lo que se haga por preservar la paz en casa está bien, no importa que tengan que llevar el infierno al otro lado del mundo. Y no importa que se tenga que convertir en “héroe” o en persona de admiración a un asesino de niños o de madres gestantes o a alguien que puede decidir quién vive y quien no arriba de un edificio. Y quizás, por eso, una reseña del sitio web de derecha fascista, Breitbart.com, la denomina, sin asco, una “obra maestra patriótica, proguerra sobre el terror”. Hechos que nos hacen recordar las fotos de Clint Easwood al lado del otrora actor y asesino Ronald Reagan, celebrando el triunfo de la “democracia” u homenajeando a los veteranos de la masacre de Vietnam, quizás porque el terrorista no es solo el que dispara sino, también, el que azuza y promueve la violencia y exacerba las diferencias para justificar la muerte de los que piensan diferente o no comulgan con sus ideas. Una lástima.
44 1 0 45