martes, 22 de diciembre de 2015

DOS POEMAS INÉDITOS DE VICTORIA GUERRERO







La casa roja 2

La casa roja es un poema:
Tuve un esposo que se fue a la guerra
Trajo cosas de ella
Cosas antiguas de un saqueo
Entre ellas un libro de Anna
Anna Ajmátova
Todo estaba en ruso
Él sabía ruso
Era la época
Todos querían estar en la guerrilla
Escribir poemas
Hacer una película irse a Moscú
Yo no hice ninguno
Bueno a veces escribía poemas
Pero me fui a los Estados Unidos
A Nueva Inglaterra
Con gran culpa después de todo

En las calles de mi juventud
Las paredes decían “Yankeesgo home”
Esa era la consigna
El inglés machacado a la fuerza
El francés fue mi lengua
El uniforme plomo de escuela mi traje de batalla
Y los sueños de la Comuna mi bandera

No hice la guerra
Ni aprendí ruso ni llegué a Moscú
Pero leí a Anna Ajmátova

Hablaban francés en San Petersburgo
Ciudad de derroche y refinamiento
Allí empezó la revolución

(Allí también me perdí con Roxana en la estación del metro
En camino a la casa de Dostoievski
El alfabeto cirílico me mareaba)

La familia de Anna fue perseguida
Asesinado su esposo
Se pasaba horas al pie de la cárcel
Para visitar a su hijo en Leningrado
Igual le pasó a Marina
Marina Tsvietáieva
Los hijos muertos
El esposo deportado

Yo escribo ahora después de un siglo
La poesía ha muerto
Mi esposo ha muerto
Y la casa roja está llena de cosas antiguas
Objetos de guerra
Objetos de vida & poesía
Mi inglés es absurdo
Y los dueños del mundo ya no nos temen




Rompecabezas de mí

He regresado a Lima y estoy montada sobre una bicicleta rosa
Alguien me dijo a la volada que la poesía había muerto
Y yo me sonreí
Porque era como decir que yo también estaba muerta
O que todo lo que me acontecía era falso

Yo seguí pedaleando
Siempre por las veredas o por los parques
Porque me recuerdan mi infancia
Aprender a montar bicicleta
Tener fe ciega en aquel que va detrás de ti
Y mantiene tu equilibrio
Y tú sigues y sigues pedaleando hasta que te das cuenta
Que ya nadie te sostiene

Exactamente en ese punto es cuando caes a tierra

La poesía ha muerto
Volví a escuchar sus palabras
Ya nadie me sostenía
Era una mujer independiente
Y me derrumbé en la puerta de la casa familiar
Y mis vecinos se rieron al verme caer

Hay caídas que son graciosas
Hay gente que ríe sobre los caídos
Y gente también que llora

Recogí mis partes y metí mi bicicleta a casa
Allí va tomando el color del óxido
Secretamente se resiste a salir
Porque el futuro está lleno de sentencias de muerte en las calles
De automóviles que pasan raudos a tu lado
De escritores que alguna vez soñaron con escribir

La poesía ha muerto
Repiten
Aquellos que cambiaron
un paseo en bicicleta

por la fama




domingo, 20 de diciembre de 2015

Matagente (Rodolfo Ybarra). El sufrimiento contra el sufrimiento - por Juan Carlos de Sancho

Desde Islas Canarias-España nos llega esta excelente reseña sobre Matagente, del polígrafo y gran conocedor de las letras contemporáneas, Juan Carlos De Sancho. Todo un honor. 

Matagente (Rodolfo Ybarra). El sufrimiento contra el sufrimiento - por Juan Carlos de Sancho


"Ha pasado el tiempo y me encuentro en  la Feria Internacional del libro de Lima con el escritor  peruano Rodolfo Ybarra...".
  
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Rodolfo Ybarra
Matagente (Rodolfo Ybarra). El sufrimiento contra el sufrimiento - por Juan Carlos de Sancho *
Cuando era muy joven me compré “Del asesinato considerado como una  de las Bellas Artes” , de Thomas de Quincey. No me lo leí entero, pero me fascinaba esa visión de las raíces del horror que no había pensado antes. Más tarde leí una frase de Alejandra Pizarnik  donde expresaba que “ si nombras al fantasma , lo matas “. Leía entonces biografías de escritores suicidas e incluso  me acerqué  a un comentario de Tadeus Kantor donde aconsejaba al escritor/ creador tener mucho cuidado con el proceso de creación ya que podría conducirte a una lenta destrucción. El poeta japonés Takuboku escribía que todos llevamos en nuestro corazón un prisionero escondido . El mal me acechaba por todas partes , el dolor confuso e inescrutable del vivir.
Andaba entonces buscando los pormenores del sufrimiento humano, la imprevisible e ineluctable metamorfosis, la que indefectiblemente podemos experimentar por culpa de un aciago descuido, una virulenta infancia, un suceso trágico e inesperado, una mente desparramada o un gran extravío existencial. Yo sufría entonces más de la cuenta y no sabía por donde escapar. Creía que leyendo sufrimientos de otros, perdería el mío.
Ha pasado el tiempo y me encuentro en  la Feria Internacional del libro de Lima con el escritor  peruano Rodolfo Ybarra. Escucharlo en una de sus intervenciones me llevó a descubrirlo rápidamente como un escritor con pensamiento penetrante, fuera del contexto banal y entretenedor en el que se mueve la literatura actual. Proveniente de la contracultura, o sea Cultura sin amarres oficialistas ( como debería ser siempre ) Rodolfo Ybarra es un hombre torrencial, vital, bien informado y leído, con conciencia crítica, un ser  extrovertido y amable, atento a todo lo que se unifica y difumina al mismo tiempo.
Leer su novela Matagente es leer en varias bandas de frecuencia. El pensamiento se mueve entre atmósferas delirantes, poéticas,  con descripciones profundas de los personajes, las situaciones y los pensamientos que siempre emergen. En un previsible paraíso cinematográfico y literario donde se impone  a menudo la acción continua y la falta de argumento, Rodolfo Ybarra se rebela ante esta precariedad  del pensamiento reinante con un libro trangresor,  innovador y satírico.
Ybarra mata en Matagente cualquier prejuicio literario y nos conduce por los tenebrosos caminos del dolor cotidiano y la ignominia social pero siempre aprovechando la circunstancia literaria para desparramar su sabiduría natural, su conciencia lúcida, lúdica y bien documentada. No desatiende el humor tostado, y toma distancia recomendable de los estereotipos manidos de la novela negra. Su discurso es más amplio que la acción  detallada y profusa , su debate es filosófico, desde lo más despiadado a lo más destilado.
Escribo esta crónica mientras escucho la Séptima Sinfonía de Sibelius, que me arrastra irremediablemente  a los extremos laberintos de Matagente, un libro para leer con pausas y reflexionar sobre lo despiadado del ser humano pero al mismo tiempo descubrir el irremediable y esperado claro del bosque donde reposar el dolor y los daños descritos, la palabra restauradora entre tanto crimen y desasosiego, quizá la función de la escritura como lenitivo a nuestras continuas batallas cotidianas. Ybarra acierta de pleno, con una escritura pródiga y catártica, reflejo de la vida intensa y prolífica del autor .
Confiesa el escritor peruano que Matagente es una novela que dispara hacia arriba, pero el lector cómplice debe andarse con mucho cuidado porque el personaje de la novela es un nihilista sádico, homofobo, un depredador sin piedad, un asesino en serie. Mientras te adentras en la lectura pareces entrar de lleno  en un manual de oficio que te podría convertir en un asesino al uso, aunque Ybarra salva el obstáculo con un literatura que disecciona el mundo, para que aprendamos a saber lo que no sabemos de lo más oscuro del ser humano. Novela gore, novela hiriente pero esclarecedora.
Avanzada la lectura de Matagente, Rodolfo Ybarra escribe….     ” Como se apreciará, son muchas las formas en que uno puede perderse, mimetizarse y ser parte de la “ normalidad” hasta encontrar el lugar y el momento adecuado para volver a coger el arma homicida y volver a ser el mismo de siempre. Cuestión de tiempo. Cuestión de habilidad “. Es Matagente una novela sinfónica, con varias oberturas engarzadas en un laberinto que conduce a un tema central, la condición humana, la dualidad del ser, lo atávico del vivir individual y social. Matagente, según declara el autor, es una especie de aparato crítico de una sociedad llena de prejuicios.
Me voy con Matagente a la otra esquina del planeta herido de muerte. Me quito el disfraz cotidiano mientras leo el envés de todos los asuntos reales  e imaginarios. Vivir es inventar, escribía Nietzsche.  Me encuentro con Rodolfo Ybarra en el interior  de su caverna, encendiendo la Filosofía.
Islas Canarias, 19 Diciembre, 2015
http://www.lacasademitia.es/articulo/cultura/matagente-rodolfo-ybarra-sufrimiento-sufrimiento-juan-carlos-sancho/20151220082408049552.html 

sábado, 12 de diciembre de 2015

"MALDITA, ENTRE TODAS LAS MALDITAS", POEMA INÉDITO DE PEDRO NOVOA

         
      

                         Maldita, entre todas las malditas
Pedro Novoa

¿Vienes del cielo profundo
o surges del abismo,
Oh, Belleza?
Charles Baudelaire

Maldita seas por caótica, por lucir el cabello en constante tempestad, por regurgitar mis recuerdos y flores encarnadas como los crepúsculos. Maldita por no regalarme magnolias y solo prodigarme espejismos y desiertos entre mis dedos.
Maldita por ser la única langosta de mis plagas, por ser melodía nefasta, reptante y sorda. Piano que se hundió en este pantano sin orilla que es la devastación, los delirios y tu pelo. Maldita sea tu imagen y la bestialidad de tu imagen; tus colmillos, tu baba caliente, tus serpientes tibias.
Maldita por tu colección inacabable de puñales, por tu sevicia pura, por bailar desnuda en las matanzas y por no haber tenido nunca dulce la boca ni los sueños.
Maldita por la cal viva que arrojaste a mis ojos, por acumular los desvelos en un cenicero y dibujar mis ojeras negras en los espejos. Maldita por no haber llorado mi muerte y ni siquiera mi vida, por haber arrojado mis órganos y mis manos al vacío como pañuelos. Maldita por no permitir que nadie te toque la tristeza que pintarrajeas en tus uñas. Por la música entrecortada de los grillos, por tus relinchos azules, por tener permanentemente el corazón y el ánimo, agitados y en pie de lucha.
Maldita por tu sexo de nutria, por tu mitología y su guarida de flores. Por los albatros, los cuervos, los cisnes degollados, por toda la sangre que resbaló encima y dentro de tus senos.
Maldita seas, entre todas las malditas, por haber tintineado las cuerdas más frágiles de mi alma, por haberme perdido y por haberme encontrado con la misma melodía, en el mismo abismo de siempre. Maldita por cantar quebrando cristales, paradojas, silencios; por haber perturbado mi tranquilidad, mi paz, esa delgada inmovilidad que separaba tus labios  de mis infiernos.  
Maldita seas por haberme tomado como un utensilio, por haberme usado mal, incluso, por no haberme usado con mayor frecuencia. Maldita, mil veces maldita, por la costumbre de apuñalar milagros y hacer picadillos a la esperanza.
Por último, maldita por la furia que me llenó de nubes los ojos y tormentas las manos; por tus tatuajes de iguana, por tu lengua de sable, por tu ombligo infinito, y por haber dejado tantos gorriones muertos entre mi almohada, la nostalgia y tu pecho.

                                 

martes, 1 de diciembre de 2015

MI COLUMNA PIRATA EN LIMA GRIS: LA FABULOSA CASA DEL CARACOL, DE JUAN CARLOS DE SANCHO

LA FABULOSA CASA DEL CARACOL, DE JUAN CARLOS DE SANCHO

I

Juan Carlos de Sancho es un tipo raro, lo que los conspiranoicos llaman un “viajero en el tiempo” o una especie en extinción, y, como tal, no cuadra en los moldes psicologistas o caracterológicos que definen a las personas y que mucho ayudan cuando un escritor se pone a perfilar sus personajes. Pero eso no importa, porque nuestro amigo De Sancho –“el canario sin jaula”, como le gusta que le digan– ha venido para quedarse, plantar sus textos en librerías ultraterrenas, izar sus banderas libertarias y sobrevivirnos con sus teorías.

Este señor no se anda con rodeos porque todo para él es ir al grano, pero empezando por la gallina que fue antes que el huevo que fue antes que el gallo, etc., etc. O “cómo el pez que para saber que es pez tiene que salir del agua…”, etc. Y así uno se puede pasar toda una tarde con él conversando de autores, de filósofos, de libros o de ciudades, porque siendo un canario español ultramontano (Islas Canarias quedan a solo 95 kilómetros de África) lo que más está haciendo, en estos días de crisis inmobiliarias, caos y violencia generalizada, es viajar, conocer los extraños mundos que Verne no pudo visitar por falta de tiempo o de amigos y que Borges –disculpen el atrevimiento–no pudo imaginar por seguirle la cuerda a María Kodama.
Y así es como lo conocimos, en la última feria internacional del Libro en Lima, en una presentación de textos, ahí sentado y esperando el momento oportuno para abrir la boca y lanzar lo que en periodismo conocemos como “pepa”. Pues, así es nuestro amigo, y Juan Carlos de Sancho tiene una entrevista inédita con Julio Cortázar, una entrevista grabada en carretes y guardada bajo siete llaves y en las que incluso hay una réplica y una corrección. Aprovecho entonces para hacerle una propuesta deshonesta, pues tengo un ensayo sobre el gran Cronopio y esa entrevista podría levantar cualquier plan editorial y ponernos, en primera línea, en la máquina offset manchapapeles. Pero De Sancho no suelta prenda y sigue arrojando más luces sobre esa joya: “Tú sabes que Cortázar me escribió para que corrigiera unas palabras suyas que él no las sentía muy correctas…”. Y yo creo que es un crimen o una afrenta contra el mundo no publicar esa entrevista.
Y mientras entrechocamos los vasos y mi propuesta se devalúa rápidamente casi hasta convertirse en un saludo a la bandera, De Sancho me saca a Nietzsche de un bolsillo de su pantalón, habla de Schopenhauer como si hablara de una lata de sardinas, y así, junto a nuestros compatriotas novelistas, Walter Lingán y Carlos Rengifo, haciendo y cumpliendo a cabalidad lo que las leyes de la bohemia indican, subimos a un taxi que nos llevará por la Colonial, lugar que, por cierto, está al otro lado de donde tengo que ir, pero igual subo. No tengo nada que perder. El carro cochambroso avanza contra el tráfico, pasando luces rojas, zurrándose en las reglas de tránsito, llevándonos a cualquier abismo. La seguridad para cuatro autores furibundos no significa nada.

II
El caracol es un gasterópodo convertido en celebridad en numerosos cuentos para niños donde se habla del “hilo de plata” y las huellas que va dejando a su paso; es también un gran productor de Helix Aspersa, una especie de mucosidad transparente que borra las cicatrices, las arrugas y todos los males visibles del envejecimiento. Y esto lo digo con mucha propiedad porque conozco a un amigo cercano que se dedica a exportar Helix Aspersa y tiene un criadero de caracoles a los que les hace escuchar música clásica e incluso los estimula con perfumes, aromas exóticos y con una alimentación, dizque, balanceada y más potente que la que consumen los astronautas en Cabo Cañaveral.
Pues, entonces, no es gratuito que este libro de Juan Carlos de Sancho se titule La Casa del Caracol. Y cualquiera puede estar pensando que el caparazón, coraza o concha, es aquí el habitáculo del caracolillo, un armatoste que lleva sobre su propia espalda, pero de repente es, exactamente, al revés: uno no lleva a la casa sino que la casa lo lleva a uno. Y esto es quizás lo que pasa con nuestro amigo De Sancho, siempre preocupado en llevar el mensaje literario a donde lo inviten o las entrevistas que va dejando a su paso, ya sea en algún pueblito perdido en Perú, México o Alemania (porque Alemania también tiene sus pueblitos perdidos; sino, habría que preguntarles a los hermanos Grimm).
Y es que La Casa del Caracol funciona también como una caja de Pandora o como un cajón de sastre, cuando no, siguiendo con esto de los pueblitos perdidos, un país de las maravillas con o sin Alicia. Situaciones inverosímiles se hacen realidad y hacen cuestionarnos nuestro orden aparente, donde los pintores, escritores y filósofos muertos murmullan, se comunican, no por psicofonía sino por la inmensa creatio que tiene De Sancho. Un escritor que sabe contar las cosas, que no pierde el humor así lo azoten, no pierde la risa así lo embutan de picantes o “cebiches a lo macho” y más bien entiende que el mundo no camina si primero no se ríe, y mientras (se) ríe el mundo aprende, se hace sabio, madura y nos hace más tolerantes.
Pero, ¿qué es, en realidad, La Casa de Caracol? Pues, un libro de ensayo, un libro que ha recogido artículos perdidos en el tiempo y que no se podían perder por ningún motivo, un libro con pensatiempos (un neologismo para decir pensamientos en el tiempo o tiempo de pensamientos), con retruécanos, frases interesantes, citas que nos hacen dudar de nuestras propias lecturas y, sobre todo, esa “consciencia archipiélago”, de las personas que habitan las Islas del saber y donde a veces es necesario estar físicamente aunque sea cerrando los ojos, por algo Miguel Ángel Asturias decía que antes de ir a Latinoamérica había que ir a Islas Canarias.

III
Hace unas semanas, De Sancho me mandó un inbox para preguntarme qué me parece su texto La Casa del Caracol y le prometí que escribiría un poema, un ensayo o quizás un tratado y que no importa si garrapateo una línea, cien o mil, que lo importante es que su libro me ha gustado más que la visión política de Slavoj Žižek o que las piernas de la jefa del FMI, Christine Lagarde, que, según el poeta Enrique Verástegui, “tiene las mejores pantorrillas de la escena política”. Y aquí estoy empezando a revisar cuántas horas de vuelo hay entre Lima e Islas Canarias o entre Islas Canarias o México DF o Colonia-Köln ist ein Gefühl, donde ahora está o estará De Sancho presentando su nuevo libro: Diccionario del Mono leído, pero eso ya es otro tema. Después de todo, el caracol avanza, se escabulle, se desliza, entre la lluvia o la hojarasca, cruza océanos y se adentra, en los desiertos de la razón, hacia su destino infinito.
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