miércoles, 29 de enero de 2014

HUAYNO TROPICAL "SABOR A COCA COLA".

A zapatear, intelectuales de la hibridación y falsos mestizajes, hermeneutas del fracaso post industrial y neoliberalismo caníbal. A zapatear sobre las cabezas del consumismo esquizofrénico y la podredumbre psicosocial, lavado de cerebro y destazamiento progresivo de un mundo que ha encontrado en la Coca Cola una buena bandera para arrojarse al vacío.




viernes, 24 de enero de 2014

ADIÓS AL POETA MEXICANO MARCO FONZ



El poeta mexicano Marco Fonz ha fallecido. Dejo aquí la última comunicación que tuve con él y un poema de su autoría.


  • Hassel Yen Fonz
    1
    Hassel Yen Fonz

    Hola compa aquí saludando y esperamos conocerte en enero cuando vayamos a Perú, cómo ves? será posible vernos? Para intercambiar libros, viajes y poesía con narrativa. Un abrazo fraterno.
  • Rodolfo Ybarra
    2
    Rodolfo Ybarra

    Sí, cómo no, espero estar en Lima. Cualquier cosa coordinamos, no hay problema, gran poeta Fonz.
    Slds.
    ry.

XIV
Marco Fonz

De mentirosos y fascistas
ladrones y asesinos,
suicidas, locos, arañados por el tiempo.
Prepotentes e impotentes revolucionarios
soberbios y vendidos,
guarda honras, descastados,
bastardos con el corazón de mano,
drogadictos embrutecidos,
alcohólicos desahuciados en el amor
en el olvido de ser jóvenes.
En ausentes y esclavistas,
prófugos insensatos de usar bien los cubiertos,
muertos con labios de madrugada,
estúpidos amantes de sus madres,
de sus hijas, de sus hermanas
de rojos vestidos o de azul venado,
histéricas, patéticas, amorosas lesbianas
de combatientes y soldados vulgares acomplejadas
de enfermos y enfermeros piratas de la lengua.
De todos esos maravillas y un poco más del animal
es que bebo mi poesía.

jueves, 23 de enero de 2014

LA REVOLUCIÓN DEL CULO II. MI 'COLUMNA PIRATA' EN LIMA GRIS.



Atención. SOS. Señoras y señores, lamento comunicarles que el culo fascista, elefantiásico y posmecano industrial tomará el poder tarde o temprano. La revolución del culo será por seducción o no será. Y será por la retaguardia, a punta de nalgadas y pigofilia (amor al pernil). Cada uno irá tomando sus posiciones. No las del Kamasutra o las del Golden book of the sex, sino la del soldado raso en Full metal jacket y con el sargento Hartman vomitando ajos y cebollas. Pose de atención-firmes, homus erectus, para la avalancha y huaico de jarretes que se vienen, cayendo en paracaídas o en formato de lluvia de meteoros: decenas, cientos, miles, millones de culos orondos y obsesos rebotando, reptando, acercándose peligrosamente al poder instituido. El des-potismo nunca tuvo un mejor nombre en esta lucha sin cuartel, pelea, taekwondo y boxeo tailandés de culos contra culos. Es hora de apagar los celulares y ponerse los lentes 3D, tal y como ordena un culo parlante en una película posporno holandesa.

La revolución violenta y a pistoletazos es parte de un pasado que se fue en un mar de potasio: Cuba cedió a sus jineteras, y la otrora URSS, Polonia, Hungría, Checoslovaquia y Bulgaria exportan actrices porno, gang bangbondage y bukake por doquier. Hoy en día, todo está integrado a la gran faja corporativa de la máquina encima del hombre, pues la machine-gun esclavo-mediática copula al hombre/mujer/LGTB y asexuales. Y el culo sabe perfectamente que el único camino que le queda para salir victorioso e izar bandera es dar la cara, mostrar sus abultadas formas a las grandes multitudes adictas de nalgas, turgentes carnes, molledos, protuberancias, molleja y menudencias. Solo así el camino al poder será-es una realidad palpable y al tacto y sin pagar peaje salvo dejarse ser (“laissez faire, laissez passer”) o rendirse a la fuerza gravitacional del deseo antropófago, porque el culo ladra, muerde y amenaza con convertirse en institución, país o continente, OEA, OIT, Unicef y Naciones Unidas. El miedo al culo y a su geometría no-euclidiana crece aritmética y proporcionalmente.
El tafanario ya ha dado las directivas. Sus órdenes se cumplen sí o sí, o las cabezas clavas rodarán. No quedará títere con mitra. Batallones de culos marcharán como en The wall, de Pink Floyd o, mejor, como en la Guerra de las galaxias, de George Lucas, o la Guerra y la paz, de Tolstói. Quizá el culo héroe se quede gatillando solitario como en la novela Los de abajo, del mexicano Azuela o desaparezca en alguna de las máquinas fallidas de Stanislaw Lem o Boris Vian. Y no habrá necesidad de señalarle el enemigo, enemy detected, porque el culo, acostumbrado al ataque relámpago, blitzkrieg multiblitzkrieg, no soporta competencia alguna, y todos son potenciales adversarios: la educación, la cultura, las artes, las religiones y hasta las fuerzas militares y policiales. El culo, como nuevo regente y producto del avance tecno-pos-metal-mecánico, ataca de frente y sin aviso ni aspaviento, pues su multifascetismo, adaptación y apresamiento son al culo como una raya a la cebra, y todo trasero es un león que ruge y se guía por el instinto.
Un culo politizado es el más feroz de los culos, lo mismo que un culo religioso pan o monoteísta, o un culo esquizofrénico, loco de atar o con problemas de personalidad (“culo bipolar”) fluoxetinado y con megadosis de ácido valproico, Aquinetón y Largactil. Ni qué decir del culo krokodril, posácido lisérgico o el culo peyote-ayahuasca-san Pedro: divino, embriagante y trascendental; o del culo cardenalicio en sotana y postura de misionero, o el culo skin-hardcore-punkoi, oi, oi. El culo politik es como un espolón o un caballo de Troya: guarda dentro de sí sus perversas intenciones y, generalmente, está al servicio de otros, porque el culo seudoideológico no tiene bandera y se vende al mejor postor, sobre todo si alguien está dispuesto a saciar todos los deseos insatisfechos de un culo trepador: fama, dinero, estatus, fiestas, relaciones sociales, placeres cirenaicos y epicúreos, sillones municipales, retretes y/o sillones presidenciales, etc.
El culo revolucionario, partisano, zapatista o montonero (no etnocacerista) tiene su lema hecho tatuaje-escarificación en carne viva: “Culo o muerte, venceremos”, “El poder nace del culo” y “Salvo el culo todo es ilusión”. Nunca camina solo. Anda en patota (potota) o grupo a modo de guerrilla urbana o de comando de exterminio. Y te sorprende en cualquier esquina: jean apretado, minifalda castrense, hilo dental, faja y suspensorio o “calzoneta conchera”, pues el culo posmoderno es unisex o multisex, al modo de los peces y su infinito orden cromosomático. Su pertenencia unívoca hacia uno de los sexos se ha diluido y metamorfoseado en un ideario del culo despeneado y desvaginado; un culo limpio de polvo y paja, y suave como la piel del durazno o como el cuello de ganso que usaba Gargantúa para limpiarse la entrepierna. Desbrozarlo será un sacrificio y una inmolación.
Los metrosexuales también se apuntan en el culto uránico al culo. Los molledos: saltan las cuerdas, hacen flexiones en máquinas sacaculos, toman hormonas, aminoácidos, carbohidratos, proteínas y ácido fólico (para posibles embarazos). Siempre piensan que no hay sana competencia con los culos hotentóticos, khoikhoi o megadimensionados por la genética u otros formulismos. Y, por lo tanto, lo mejor es apuntar a fuerza de estiramientos de los glúteos mayor, medio y menor, aunque sea a punto de torniquetes o forzadas piruetas de flexión y ejercicios “quemagrasas” o de “fortalecimiento” en la faja sin fin o en la bicicleta estacionaria, hecha, cómo no, para engrosar y abultar el culo sobre un asiento que es, a la vez, una waflera o molde de panadería.
Felizmente, el culo tiene sus teóricos, analistas de sistemas, gente especializada en la hermenéutica culear, la interpretación de esa raya que divide a tirios y troyanos, al Cielo y al Infierno, a la paz de la catástrofe inevitable. Incluso el filósofo Sloterdijk le ha dedicado párrafos en su monumental Las esferas y en su Crítica de la razón cínica; ni qué decir de Diógenes, el Perro, quien evacuaba en público para mostrar su culo irreverente y dialéctico; o los poemas que escribió Francisco de Quevedo en su Gracias y desgracias del ojo del culo, haciendo alarde de las “carnestolendas” (dirigidas a Juana, “mujer gorda por arrobas”); o el Soneto al hueco del culo, escrito al alimón entre Rimbaud y Verlaine: “Es la argolla extasiada y la flauta mimosa,/tubo por donde baja el celestial confite,/Canaán femenino de humedades nacientes.”
Y, en estos tiempos finise-culares, es imposible pasar un solo día sin una dosis de culos, tan necesarios, civilizados e indispensables como la arquitectura ovoide actual (cuyos primeros vestigios podrían estar en la cerámica nalgo-globular de Chavín de Huántar) o el pan francés, que también tiene forma de culo. En Brasil, los concursos de belleza se han sincerado, y ahora existe el “Miss Culo” o “Miss Bumbum”, como lo llaman allá, y ya no importa si no hablas correctamente o si te falta un brazo o un ojo o si eres calva o calvo, como un culo: lo importante es que el jarrete esté en perfectas condiciones: equino, entolodóntico, abultado, esférico y solemne, y que cubra toda la pantalla plana de un televisor de 50 pulgadas.
Asimismo, haciendo un poco de historia –y siguiendo a Witold Gombrowicz, quien avizoró pitonisamente la civilización del culo–, las rabonas tuvieron su época, siempre atrás del batallón, como en la Guerra contra Chile, al igual que las vivandières de la Francia napoleónica. Pero, hoy en día, las rabonas ya no lloran ni sirven domésticamente a los soldados, sino que ellas o los rabones –las y los de silicona, aceite de avión, engrudo, dunlopillo e implantes de tecnopor– van adelante con su manual de guerrillas, el foquismo de Régis Debray y la praxis de tierra arrasada. Ellas son las que doblegan a multitudes, las que piden la rendición incondicional de reinos, países y comarcas, porque, al fin y al cabo, la “culocracia” es real y representativa, con derecho a voto cada menstruo electoral. Y un grupo argentino, Los calzones, incluso le ha dedicado una canción: La culocracia/que nos gobierna/que nos arrastra/la que te aplasta/si no pensás igual./La culocracia/que nos dirige/la que corrompe/y se ríe de tu credo./La culocracia que nos empuja/ que nos obliga/que solo le importa/a quién vas a votar./Ay, ay, ay/gobiernan como el culo”.
Pero, si hay alguna música que le gusta al culo o a los culos, así, en mayestático, esta es, sin ninguna duda, el reggaeton, el moombahton, la salsita “sensual”, el “perreo”, “sandungueo” o el trans, cuyos tonos monocordes y asincopados estimulan los esfínteres –según los entendidos– y funcionan como “nalgoterapia” (no la de Patch Adams), la nueva ciencia médica no-tradicional que está poniendo de cabeza al mundo entero y que promete paz, orden, salud y progreso a los ciudadanos “sobrenalgados”; menos estrés y más felicidad. Miles de beneficiados lo certifican, miles de culi-suscriptores lo respaldan; las vedettes y los metrosexuales son sus mejores feligreses. Los profetas del culo ya han hablado del Armagedón, el Apocalipsis y el Nibiru. Solo hay que tener un poco de paciencia, escuchar atentamente la tonadilla, “mover el bote” y dejarse poner el culo en la cara.

Leer la primera parte aquí:
http://www.limagris.com/la-revolucion-del-culo/

 11006 44O3 187                 15196
Author: Rodolfo Ybarra
Rodolfo Ybarra
Rodolfo Ybarra. Ha estudiado matemática pura, física, electrónica y comunicaciones. Ha publicado una veintena de textos entre novelas, cuentos, poemarios y ensayos. Ha dirigido un programa de televisión de contracultura y política, y editado revistas y fanzines. Se expresa también vía el vídeo y la música. Desde el 2007 maneja el blog www.rodolfoybarra.blogspot.com.
Share This Post On
- See more at: http://www.limagris.com/la-revolucion-del-culo-ii/#sthash.J8Ub27Yj.dpuf

viernes, 17 de enero de 2014

"LOS LIBROS DE RODOLFO YBARRA", TEXTO DE WALTER LINGÁN




Los libros de Rodolfo Ybarra

La economía va viento en popa. ¿Será por eso que andamos casi desnudos?

Les advierto que para acercarse a los textos de Rodolfo Ybarra hay que ir armados de un mínimo de lecturas previas, hay que ingresar prevenidos a exponerse a un singular ataque de cultura y filosofía que de pronto aparecen en cualquier renglón o entre los pliegues de cualquier párrafo amenazando traerse abajo todo nuestro supuesto bagaje aprendido en institutos o universidades, hay que introducirse en la maraña de su escritura de selva virgen con “machete en mano”, como diría Gregorio Martínez. Hasta el momento me ha sido imposible leer su poesía, que “a priori” ya la imagino demoledora. Lo primero que empecé a devorar con ansiedad ha sido “Discursos contra La bestia tricéfala” (Hipocampo editores, Lima. 2009), una colección de ensayos e historias producto de la convergencia de Rodolfo Ybarra con otros dos autores, para mí hasta ese entonces casi desconocidos, me refiero a Arturo Delgado Galimberti y Rafael Inocente que había publicado “La ciudad de los culpables” (Editorial Zignos, Lima. 2007). Los tres integran una banda literaria de sumo cuidado. Después Rodolfo Ybarra da a conocer “Matagente” (Temática, 2012), donde destila sangre y crimen con salvaje elegancia y sabiduría al mejor estilo del uruguayo Daniel Mella (“Derretimiento”. Trilce, 1998) y Bret Easton Ellis, conocido por sus novelas “Menos que cero” (Anagrama, 1986) o “American Psycho” (Ediciones B, 1991). La novela de Ybarra es todo un manual para cometer el asesinato perfecto acompañado de sendas discusiones con famosos filósofos, psiquiatras y, por que no decirlo, contra el sistema establecido. Y la guerra interna también es un buen motivo para publicar la novela corta “Secreto de estado” (Arteidea, 2012), mas cuando vemos que los vencedores de siempre y sus acólitos siguen mostrando sus reflexiones sobre esta fase de la historia a espaldas de la verdad, la crisis moral y política de la clase dirigente ha convertido en héroes a los criminales uniformados, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación sigue despertando los cuestionamientos de los grupos enfrentados (Estado y subversión) y cuando seguimos observando que la cuota de muertos lo sigue proporcionando el pueblo que protesta en defensa de la vida y sus derechos. En esta suscinta novela Ybarra mezcla ficción y realidad en las palabras de un militar que participó en la guerra trayéndose abajo la supuesta teoría de que “la guerra de baja intensidad” fue obra de unos locos, sino más bien se confirma que la guerra antisubversiva fue planeada en las más altas esferas de los gobiernos de turno durante los 30 años que duró el conflicto. Paso a paso sabremos, como se dice en mi tierra, la verdadera verdad. Les invito a leer, porque sólo la lectura nos hará libres.

sábado, 11 de enero de 2014

LA REVOLUCIÓN DEL CULO. Mi último artículo en Lima Gris.



No es lo mismo una “cultura hasta el culo” que una cultura del culo, como no es lo mismo colonización que culonización. De hecho, vivimos tiempos mediáticos de un neobarroquismo embotador y “ganas de excretarlo todo”, donde los que leen, cada vez menos, lo hacen con el ojo del culo (Umberto Eco) y donde la sola –e insólita– aparición de un trasero-poto-anca-jarrete-tafanario puede hacer cambiar la agenda política de un país, servir de cortina de humo (para oscuros intereses seudoempresariales, por ejemplo), o fungir de hipnotizador, “opio del pueblo” o flautista de Hamelín arrastrando al despeñadero o al desaguadero a los que han elegido el culo como el nuevo dios-tótem non plus ultra de estos tiempos.

Desde la devaluada Miley Cyrus con su bailecito pendenciero en la MTV (que incluso le robó el show a la “máter monstruo” de Lady Gaga) hasta nuestra sacerdotisa siliconeada Tilsa Lozano exponiendo a los flashes sus glúteos neumáticos, las masas ortegaygassetianas solo pueden asentir o sacar el celular con cámara incorporada para registrar el magno momento y apreciarlo en la soledad del hogar o a la espalda de la esposa o de los hijos, porque el culo ajeno se admira en multitud, junto a la familia, chacchando maíz, pop corn, y tomando Coca-Cola, pero se adora (se reza, se bautiza y se reconfirma) en silencio y a escondidas en el confesionario del toilette, porque un buen culo, digámoslo de una vez, puede conceder milagros y, como el rey Midas, puede convertir en oro todo lo que esté a su alrededor. De esto último, sabía muy bien el antiguo novio de Jennifer López, Ben Affleck, quien le regaló un inodoro de oro macizo para que esté acorde con esas boteranas posaderas aseguradas en millones de dólares, superior incluso que las piernas del futbolista más famoso.

Lo cierto es que el culo ha ido escalando posiciones y, de ser una parte casi inútil y asociada a la escatología (“Mi culo ensucia el mantel de los altares”, apunta George Bataille), hoy en día, se ha entronizado: manda, ordena y exige atención. Las modas, la ciencia, las artes y hasta la religión piden que se lo canonice y que tome control de este mundo diabólico, que no anda si no le ponen un culo delante. (Y es que, por si no se dieron cuenta, el culo exorciza, evangeliza. Siente la revolución en nalga propia, ¡vive y vencerá!). Lo mismo que los periódicos, hasta los más “cultos”, que no dejan de poner el culo del día, el de la semana o del mes: si no no se vende, porque las noticias no son noticias si no hay culo o calatas, que es casi lo mismo. Y hasta la política necesita de sus buenos culos-ánforas que atraigan los votos (o los potos-conciencias) de todos los ciudadanos. La Cicciolina en Italia y Susy Díaz por estos lares supieron capitalizar bien sus grupas ofreciéndolas en bandeja de plata a sus seguidores, que acudieron a las elecciones como si fueran a un burdel o a un casting para películas porno triple equis.

Y, así, el culo, impuesto también por el cine, las telenovelas y cuanto botadero mass mediático
exista, tiene que exhibirse, con necesario close-up, tomas de apoyo y, si se puede, fotoshop y/o animación para inflar el material. Pero, así como se ofrecen culos a granel, también hay cultores y sátiros que los buscan y salen a la caza con una camarita escondida o con miradas furtivas, como la del presidente norteamericano Obama y el francés Sarkozi, fisgoneando el exuberante trasero de una señorita brasileña, a nivel mundial y con todas las cadenas de televisión “en vivo y en directo”. Y es que no hay persona que se resista, incluso el intelectual marxista Slavoj Žižek cayó en “la trampa del culo” y se casó con una modelo argentina y no precisamente por el dicho de Parménides con respecto al universo y a la esfera “armoniosamente redonda” (como un culo). Lo mismo le pasó a Godard, a quien los productores le exigieron que filmara a toda costa el derrière de Brigitte Bardot en La Luz de enfrente (1956). Y así fue como, primero, de la cintura para abajo, se dio a conocer la BB del cine avant-garde, y ni qué decir de Marilyn Monroe, a quien Ernesto Cardenal le hizo una oración que tranquilamente podría ser una plegaria para pedir al dios todopoderoso la inmortalidad de uno de los culos más adorados de la historia, al lado de Cleopatra. “Los inadaptados no te olvidamos”, diría, sobre la diva rubicunda, Jotamario Arbeláez, que sufre de priapismo.

Aquí, en Perulandia, todo se hace por imitación o por ensayo-error y, ante el injerto de aceite de avión, GTX, los calzones con dunlopillo o los jeans “anatómicos” (o atómicos) “levantapompis”, lo que se ofrece, en la mayoría de los casos, son los rancios y deformes traseros del doctor Astocóndor, el medicastro de la farándula kitsch underground limeña; o, si tienes plata, César Morillas, el cirujano plástico que convirtió en Miss Mundo a Maju Mantilla. De todo hay y al gusto del cliente, porque el culo siempre tiene la razón y merece todos los afeites, mimos y concesiones que se le pueda dar para alcanzar la perfección; o sea, seguir creciendo ad infinítum y a pedido de la platea toucherista (tocanalgas), que exige megaculos desbordantes como un océano e inaprensibles hasta reventar, como el Sr. Creosota en El sentido de la vida, de Monty Python. Eso sin olvidar los culos vintage, light como el de Marlene Dietrich-Sofía Loren-Raquel Welch, o de grasas poliinsaturadas como el de la Tongolele o la esteatopígica ochentera Amparo Brambilla, pues la taxonomía o la clasificación “culera” también tiene lo suyo. Así y a la orden del día están los culos satélites que informan, desde arriba, de la realidad: la realidad del culo; culos de motor, de propulsión a chorro, que ascienden en la estratósfera publicitaria como si fueran globos aerostáticos, o que son arrastrados voyeuramente en playas paradisiacas y vírgenes; o los culos que se han ganado su derecho por herencia: ahí tienen a la hija de “la piernona” Laura Bozo, Alejandra de la Fuente posando para Playboy o a doble página en el mingitorio Correo. Y, si ese ejemplo no les basta, tienen a la ya célebre Florcita, la hija de Susy Díaz y Polo Campos, haciendo hasta lo imposible para que su nalgamenta tenga tribuna, pues lo que se hereda no se hurta, y, definitivamente, la herencia no es un robo. (Proudhon se equivocó).

Y así como hay kilometraje hay culometraje y gran culometraje; democracia y culocracia; esquizofrenia y culofrenia; astronautas y culonautas; filosofía y culosofía; psicopatía y culopatía; inflación, deflación y culoflación; Cenicienta y culicienta (o “culisuelta”); metrópolis y culópolis; alienígenas y culonígenas; fuerzas policiales y fuerzas culiciales; proletariado y culotariado (y un imaginario Marx pontificando: “Culos del mundo, uníos”), etc. Y culos-bomba que explotan en Bagdad, Grecia, Siria, Líbano y la Franja de Gaza. Y, si alguna vez El planeta de los simios causó furor, hoy en día, es El planeta de los culos lo que mueve las cadenas y las fajas de un sistema que está sentado sobre el enorme culo fascista del club de Bildelberg o de Forbes.

Finalmente, el culo tiene movimientos peristálticos, fagocita y es fagocitado, si no pregúntenle a los iniciados del goatse, ese círculo de amigos, muy exclusivos, donde cada miembro hace lo imposible por embutir en su culo cualquier cosa: un zapato de tacón alto, un cajón de frutas, una barrena de albañil, etc.; todo vale para un culo hambriento de nuevas emociones, porque el neoculo habla en lenguas romances, en arameo, chino cantonés o filipino, ¡es políglota!, y es extrovertido: expresa sus sentimientos, se enoja, llora compungidamente, tiene rabietas, y tiene más hambre que el África subsahariana o los biafreños, Gargantúa y Pantagruel, todos juntos.


Y, cómo no, los culos también piensan y escriben libros, contestan el test de Rorschach, severos cuestionarios y entrevistas duchas. Se hacen de cargos públicos, toman posesión en altas gerencias y en el jet set; ganan subastas, licitaciones, olimpiadas, concursetes de medio pelo y de pelo entero; y ganan millones solo mostrándose, estirando la tanga en posición de lordosis, haciendo sentadillas, pilates, steps o bailando perreo chacalonero-street fighter. Y no hay lugar en donde no se le abran las puertas si es un culo bien proporcionado, con medidas antiergonómicas y antiaerodinámicas, porque para un buen culo siempre estará reservado el mejor de los tronos, incluso Palacio de Gobierno.

.

viernes, 10 de enero de 2014

El desfiguramiento de la infancia en la novela “Matagente”. Artículo de Pedro Novoa en Lima Gris

El reconocido novelista Pedro Novoa escribe esta laudatoria reseña sobre Matagente:



Pinto Pinto gorgorito, saca la mano del paletito,
¿en qué lugar?, ¿dónde está?
Pinto Pinto gorgorito, hay que matar al pajarito,
¿cuál será?, ¿cuál será?,
¿serás tú…? ¡o tú!   (Bang).
                                                   Canción infantil[1]

La novela de Rodolfo Ybarra, Matagente (2012) trabaja el desfiguramiento de la imagen de la infancia desde el saque. El título nos refiere a un juego infantil, muy conocido en el Perú, donde se coloca a un grupo de participantes entre dos “matadores”, quienes con un balón “matan” a quienes les caiga al azar los balonazos que los sacan del juego. Desfigurado, a través de un proceso de filigrana virtuoso y cruel, Ybarra, impone el mismo título, para deconstruir el significado lúdico y regresarle la connotación criminal, pero a niveles de montaje simbólico.

De golpe, Matagente se convierte en una especie de aparato crítico de una sociedad llena de prejuicios, taras, alienación y estupidez alarmantes que solo merecerían la muerte como un gesto cuasi compasivo. El catalizador es Atoj, personaje que se encarga de llevar a niveles insólitos el juego de matar gente. Ataviado de una especie de antimoral, este personaje se esmera a través de sus “caídas”, momentos curiosamente epifánicos donde consigue conjugar los asesinatos con profundas reflexiones sobre la condición humana.
La desfiguración de la imagen infantil se observa simbólicamente cuando se pregunta sobre el origen de una mosca (el crimen) que transcurre entre lo sórdido y lo ingenuo: “¿De dónde habrá venido? seguro posó sus patas en la caca de algún perro o deslizó su lengua en la fruta de un niño.” (pág. 21)  Esta sordidez es planteada como atávica para la condición, humana. Atoj afirma que desde niño se imaginaba como una parte absurda de un mecanismo absurdo: “De niño imaginaba que este mundo era como un enorme reloj lleno de engranajes imposibles e ininteligibles y yo era ese segundero atado a su centro girando sin razón por la explanada de la existencia.” (pág. 26) Atoj desfigura desde la infancia esta concepción del mundo y le asigna no solo otra forma, sino que evidencia una secreta esencia: la mierda.
“Así pasó mi niñez hasta que yo mismo construí un reloj de arena, una hermosa clepsidra que por ciertas coincidencias –creo yo– era lo más parecido al hombre, lo más exacto a su supuesta esencia, al menos en lo que concierne al desgaste constante, la arena que cae; pues, como todos saben, estamos llenos de mierda y eso es lo que reflejamos en cada acto de nuestras vidas (35 toneladas de mierda pasan por nuestro sistema digestivo en una vida promedio), nada escapa a esta maldición viperina, ni siquiera el más asceta o santón de estas tierras puede alejarse de esta categoría: mierda” (pág. 26).
El discurso narrativo configura al protagonista como el clásico niño genio que se desadapta rápidamente de una sociedad carencial y estúpida. Con pinceladas sutiles se desliza los rasgos obsesivos, sicopáticos, entroncados en un temprano despertar mental y sexual. Edípicamente Atoj descubre su sexualidad a través de la imagen materna. Imagen que también se desgarrará en la búsqueda constante de mujeres con las cuáles alternará el sexo, el deseo y el poder. Estará con putas, niñas, y finalmente con un travesti. Este desgarramiento de la imagen de la mujer que termina en la no mujer, en la no madre, llega a su clímax cuando el protagonista secuestra la criatura de una indigente de procedencia andina y la mata salvajemente.
Atoj, especulamos, pretende desgarrar el origen de todo a través de este último crimen. Desgarrarlo para que todo comience de cero. Porque Atoj es gordo, el bebé desnutrido; aunque su nombre tenga origen quechua, él es blanco, racista y el niño es cobrizo y de madre andina; él es clasemediero y el bebé indigente, y finalmente, él es hombre, machista y descubre casi al final que la criatura es mujer. Al acabar con ella, acaba con su antítesis, exige un nuevo inicio a través de la tácita afirmación de su negación.
Es sintomático el uso de un trompo como arma letal. Así como en Los ríos profundos, este juguete artesanal adquiere connotaciones simbólicas entre el zumbido que hace al bailar (zumbayllu) con la asociación de recuerdos y afectos del protagonista. En Matagente, este artefacto infantil se emponzoña, su propia naturaleza con clavo amenazante incluido, nos regresa a lo primario, al odio más elemental. Con esta arma perpetra su primera caída: “Mi primer crimen, simple y lejano, fue con la punta de clavo de un trompo. Todavía conservo la herramienta del delito y el recuerdo de la carne corrompida y agujereada”. El protagonista cree, confía, da por sentado que es inocente a pesar de la evidencia de los efectos de los crímenes endulzados por reminiscencias paternales.
Me veo caminando por una calle solitaria. Mi padre me lleva cogido de la mano. En uno de mis bolsillos guardo un trompo con huaraca. En mi mano izquierda tengo una luz de bengala encendida, cruzamos la pista y antes de llegar a la acera coloco la bengala caliente en el antebrazo de papá. Un grito de dolor retumba en la noche, el eco se esparce y como una ola de arena regresa para cubrirlo todo, para sepultar cada instante de sospechosa felicidad y negar con su silencio de cemento y hormigón cada risa dibujada en los rostros de la inocencia (…). Tengo en mi mano un trompo con punta de acero y apuñalo continuamente un cadáver que se coge de mi inocencia. (pág 85).
Atoj ha envenenado niños en las puertas de los colegios, en los parques, los ha ultrajado, los ha descuartizado, ha hecho mil una atrocidades. Luego de una borrachera, Atoj ha enfrentado una de sus más afiebradas pesadillas, precisamente con niños.
“unos niños me apedreaban y uno de ellos, el más feo y grande, se acercó con un cuchillo y me mutiló la cola, sentí un dolor en forma de descarga eléctrica que se apoderó de mi columna vertebral e inmediatamente empezó a crecerme el miembro cercenado. Trataba de escapar pero era inútil, entonces vinieron más niños feos y con llagas en el cuerpo, parecían provenir de un campo de concentración o algo así, y cada uno con su cuchilla empezó a desollarme lentamente” (pág. 57).
Atoj se siente impotente ante estas agresiones, pero por momentos las disfruta “La crueldad de esos niños me excitaba (pág, 58)” Y a pesar de estar derrotado por este poder onírico, cierto clasismo maquillado con racismo le hace pensar que: “lo único que me preocupaba era que este viaje iría acompañado por niños horribles y no era un buen designio” (pág. 58). Ya despierto, ya curado, ve televisión, en sus películas ve un horror equilibrado, no como en los sueños, sino como esta sociedad ha establecido la ruta de la crueldad. El monstruoso, el poderoso ejerce su poder con el débil, con el indefenso. Sí, con las mujeres y/o con los niños.
“Cambié de canal: un hombre con una sierra eléctrica cortaba en pedazos a una mujer; a su costado, otro hombre gordo y con mirada perversa violaba a una niña, la cual trataba de defenderse con un osito de peluche; el gordo, luego de penetrar vaginal y analmente a la niña, sacó una chaveta de uno de los bolsillos de su pantalón y la apuñaló sin miramientos, luego con el hombre de la sierra se fueron a tomar unas cervezas. Otro canal: Freddy Krueger fileteaba con su manopla de cuchillos a un niño, la sangre embarraba toda la pantalla, luego le abría el vientre a una mujer panzona y la arrastraba por la sala de una casa jalándola de las tripas.” (pág. 69)
La novela propone una suerte de juego de espejos, donde si bien es cierto podría a simple vista odiar y abominar al personaje Atoj, en realidad, es Atoj el que es como líneas arriba se mencionó, el catalizador de una realidad hórrida, sucia y nefasta de lo que se ve, vive y experimenta a diario. No es casual que Atoj decida estudiar Psicología laboral, porque además de analizarse a él como ente de catálisis social, quiere experimentar eso que él canaliza: la podredumbre laboral de un sistema actual. Solo cuando deja de ser niño, Atoj es cruel como un adulto, ejerce una función, una hipócrita forma de ser útil, de “matar” gente embutiéndolos en esa trituradora de carne que es la vida social utilitaria.
La novela es consciente de la crueldad que maneja, Atoj recuerda la cita de Iván Kamarazov cuando dice que la muerte de un niño le hace querer devolver su billete al universo, pero, el muy cretino, no devuelve nada (pág. 104). Atoj no tiene la visión conciliadora y hasta cómoda de la concepción ingenua y candorosa del niño. En este nivel de desgarramiento de la imagen infantil, el protagonista entiende que el horror mayor no es ser un adulto que comete crímenes con toda la carga de arrepentimiento y moralina a cuestas, cree –y creemos– que el mayor volumen de la sevicia es aquella que se ejecuta irresponsable, festiva y lúdica. No quiere a nadie, solo alberga cultivadas sensaciones de desprecio u odio para cualquier atisbo de contacto humano, incluso para con su propio hermano: “para lo único que podría haber tenido contacto con mi hermano sería para trocearle el pescuezo o sacarle los ojos. Perdí mi oportunidad en la adolescencia, quizás en la niñez, y ahora era demasiado tarde.” Atoj es el joven, que algún día será adulto, sin dejar de ser niño-bestia nunca. Y con esos ojos seguirá extasiándose con el crimen.
“Tener diecisiete años no cambia nada, uno aún tiene mente de niño y está obligado a arrastrar un pesado cuerpo de hombre. Yo, por mi parte, me sentía bien porque siempre he pensado que dentro de mí habitan horrorosos monstruos a los cuales no debo amansar sino domesticar, es decir, darle forma a su naturaleza, hallar la razón de su filosa dentadura sin limarla, entender y no corromper ese espíritu exquisito de la alevosía”. ( pág. 110)
Atoj es un transgresor puro, sabe, piensa, cree fervientemente que el mundo está en descomposición sin vuelta atrás, y que su maldad no hace otra cosa que limpiarlo. Ve a gente pordiosera que piensa arrasar con un auto y lamenta no hacerlo. Pero el punto climático es cuando ve a una mujer y un niño subir a un carro a limosnear. Es allí cuando Atoj concede uno de los pocos gestos de humanidad y confianza para con el futuro. No es pesimista, confía, anhela en los ojos de ese niño –muy parecido a él- la posibilidad de un cambio a través de la insumisión. En vez de darle una limosna, le entrega un objeto punzocortante que simboliza la posta generacional en la rebeldía.
La mujer con un hijo encima y el otro al lado avanzó por los asientos estirando la mano en situación de súplica, al pasar por mi costado muchas imágenes pasaron por mi cabeza, algo dentro de mí se enervó, metí la mano al pantalón, estiré la cuchilla del cortaúñas y se lo entregué al niño. En una frenada del ómnibus el niño que traía el cortaúñas en ristre y con la navaja hacia un lado, le cortó la mano a un viejo papagayo que estiraba la mano –a su vez– para entregarle a la señora unas monedas de corta denominación. El viejo chilló y una gotitas de sangre fueron a parar al rostro del niño, que sonrió inocentemente. (pág. 126).
Acostumbrados a contemplar la realidad con panorámicas borrosas, Matagente acerca el lente en primerísimos planos. Y claro, nos deja pasmados, absortos, y tirados en el piso. Gesto que se agradece, porque quién sino esos artefactos artísticos que nos regresan a los desolados fueros de nuestra patraña diaria de civilizados y ascendentes morales, quién sino esos artefactos artísticos como Les Cent Vingt Journées de Sodome, ou l’École du libertinaje, o  Venus im Pelz que vienen a arrasar y dejar sin piso  a cualquier aparatito moral que se les resista. Matagente, llega con la misma contundencia, amparado por el cine Gore, por la cultura yanqui de Serial Killers, por la brutalidad reactualizada del paleolítico inferior, por el guiño de la crudeza quechua, por el panorama postnuclear de Lima la horrible, y finalmente, por el santo y seña de un juego de niños-bestias que como en la entrada del Infierno de Dante, nos exige dejar afuera, la esperanza. Están advertidos.


[1] Canción infantil que cierra la novela Matagente.
 13 2 1 17
Pedro Novoa (Lima 1974). Autor de Seis metros de soga (Altazor) y Maestra vida (Alfaguara). Ha ganado diversos premios entre los que destacan el Premio Horacio de novela breve 2010 y el Premio Internacional de novela Breve Mario Vargas Llosa 2011. Este año ganó el Premio de cuentos de La Casa de los trabajadores en Argentina y acaba de publicar Cacería de espejismos (Fondo UCV).
Share This Post On