domingo, 29 de septiembre de 2013

KILOWATS, kOkA kOLA ROCK




introx

Richi Lacra insiste con las colaboraciones, llama por teléfono, escribe correos, pone ultimátums, dice que la fecha se (le)acaba, que le tengo que enviar el texto, que el material era para ayer, etc., etc. Este señor Lacra ya me tiene harto y no sé cómo sacármelo de encima. Ahora me pide que escriba algo sobre nuestro recordado amigo Kilowats; «cualquier cosa –me dice–, lo que te salga del forro, usted es un maestro y bla bla bla… y después pasamos por el bolo y su impuesto de guerra, usted ya sabe cómo es esto, vivimos en los cerros y nadie nos auspicia, etc., etc.» Pero en este preciso momento no se me ocurre nada. Ni si tuviera un cerebro hipertimésico (capaz de acordarse de todo) podría hacerlo. Fueron tantos años y hoy solo conservo un par de casetes con grabaciones artesanales de nuestro malogrado amigo. Quizás si pusiera play, podría acordarme de algo. Entonces busco una vieja casetera a pilas que usé en mis épocas de periodismo radial. El ruido vuelve a hacerse realidad. La onda expansiva nos alcanzará. Hey Ybarra, qué riquiti te cuentas. ¿Hacemos una chancha para trago? Mira quién viene por ahí, esa gente…

Jhonny B. Goode  or Johhy Huancayo

 Lo conocí a fines de los ochentas e  inicios de los noventas, ahí en la vieja calle del jirón Quilca, en una de esas mesas de Las Rejas, las que estaban al fondo, cerca al baño, sumidero y berrinchero. Lugar donde se reciclaban los artesanos y waikis, junto a los rockers, los poetas y artistas que fumaban yerba, coca, pasta o cualquier cosa que pudiera entrar por la tráquea; y uno que otro parroquiano que lloraba sus penas a moco tendido, mientras “Picapiedra”, el mesero enamorado de la luna, se cortaba las venas con una botella rota. Ahí conocí a Kilo, Edgard Barraza, amigo de todos y lead vocalist-frontman del underground Cola Rock. Por entonces, ya le decían Kilowats por el singular parecido con el logo-mascota de las Empresas Eléctricas Asociadas: Kilowatito, que en realidad era una burda copia del cartoon «Reddy Kilowatt» (a quien se le pagaba regalías por este asunto) y que por nuestros lares tuvo tanta pegada que salía al lado del acahuma presidente Belaúnde Terry. Y también publicitaba cuestiones que tenían que ver con el Estado; hasta dicen que esa chamba de muñeco eran tan codiciada que había que postular y llenar formularios de psicotécnico y tests de Rorschach. Lo cierto, es que eso le importaba un rábano a Kilo, siempre presente en todos los eventos de rock y poesía, como el otrora Los Lunes del Sapo con Piero Bustos y César N en la alta dirección colegiada, monitoreando toda la manada subterránea que asomaba la cabeza en esta Lima pacharaca y Astalculo a cuyos primeros músicos subterráneos llamó «vándalos» y a quienes, en cierto momento, se les quiso aplicar el decreto legislativo 046 por terrorismo, instaurado por el execrable ministro de justicia ultraderechista, Felipe Osterling Parodi.

 The  rocker salvo salve

Kilowats vestía de jean con un polo blanco y una casaca camionera de cuero, llevaba el pelo al ras y era de contextura delgada. Su frase célebre siempre fue «ay riquititi», sobre todo cuando nos encontrábamos en los culturosos eventos de aquellas épocas y mi compadre siempre ponía la buena onda y armonizaba, mismo plenipotenciario o incienso limpiacasa, con los grupos menos integrados o los más belicosos. Kilo no tenía problemas con nadie y siempre estaba a la espera de que hubiera un hueco, un vacío en el escenario para ponerse a tocar con algún grupo improvisado o parchado, o con cualquiera al que le gustase el punk rock o las melodías antisistemas que hacían las delicias de los jóvenes renegades de aquellas épocas. Seguro habrán muchas historias y anécdotas que contar y que pudieran ayudarnos a recordar a Kilowats. Yo rememoro algunas; una fue en un concierto cuando varios lúmpenes querían masacrar a un escriba por haberlos ofendido al pedirles que respetaran a una dama. Los facinerosos sacaron sus cuchillos oxidados y cuando ya estaban dispuestos a hacer picadillo al escriba, Kilo salió al frente y calmó los ánimos, metió su mano al bolsillo y les ofreció algo enrollado y un encendedor. Todos volvieron a sus asientos y el escriba no tuvo que regresar por partes a su casa. (Gracias K por esa delicatesen).
Dicen que fue el cáncer quien le ganó la batalla; quienes estuvimos cerca siempre lo vimos con buen ánimo, incluso al final, cuando los ganglios se le inflamaron, una pañoleta de seda al cuello y seguir roqueando fue la consigna. Su sonrisa amable y su fuerza de rock and roll siempre estarán presentes. Honor y gloria al rocker subterráneo.

Outrox

Richi Lacra vuelve a la carga. «Su texto, comandante»,  dice. Ahora se metamorfosea y cuelga en su página de fb un vídeo donde se me injuria. Pienso mandarlo a la damier, a la misma shit o a la merda de Alfred Jarry, pero ya son tantos los años que nos conocemos y sobre todo, que me ha hecho escuchar una cinta que tenía perdida entre todos mis cachivaches. Quizás es hora de volver a repasar el casete y ponerme a escribir unas cuantas líneas de Kilowats. Quizás un buen título debería ser Kilowats, koka kola rocks o quizás debería guardarme esta pequeña nota en el bolsillo y salir al concierto homenaje que se le dará hoy sábado en el boulevard de Quilca. Antes presionó play y sale Chuck Berry con su camisa de flores tocando: «Solía llevar su guitarra en la funda de una escopeta, o se sentaba bajo un árbol al lado de la vía del tren. Oh, un maquinista lo podría ver sentado ahí en la sombra, rasgueando al ritmo que marcaban con sus trenes. La gente pasaba y paraba para decir: “Oh, Dios mío, ¿pero éste pequeño chico de pueblo puede tocar?” » *

*«He used to carry his guitar in a gunny sack. Or sit beneath the tree by the railroad track. Oh an engineer could see him sitting in the shade. Strummin' to the rhythm that the drivers made. People passing by they'd stop and say. “Oh my but that little country boy can play”».



lunes, 23 de septiembre de 2013

PARIS: GRAN JORNADA DE ESTUDIOS SOBRE JULIO RAMÓN RIBEYRO.


EL BOTÍN DE LOS AÑOS INÚTILES
JORNADA DE ESTUDIOS SOBRE
JULIO RAMÓN RIBEYRO
III. Radiografías del cambio: urbe y sociedad
13h40 - 14h00 // Félix Terrones:
Lima ciudad de papel y ficción: alcances y evoluciones de una imagen
desde la obra de Julio Ramón Ribeyro
14h00 - 14h20 // Porfirio Mamani Macedo:
La representación de la decadencia de la aristocracia en el cuento
El marqués y los gavilanes
14h20 - 14h35 // Rueda de preguntas.
IV. Elementos para un catastro literario: espacios y valores
14h35 - 14h55 // Jorge Cuba-Luque:
El enclaustramiento y sus significados en los cuentos de Ribeyro
14h55 - 15h15 // David Barreiro:
El espacio natural como vector de tensión en la novela Crónica de
San Gabriel, de Julio Ramón Ribeyro
15h15 - 15h30 // Rueda de preguntas.
15h30 - 15h45 // Pausa.
V. Prácticas y construcciones autorales
15h45 - 16h05 // Françoise Aubès:
La imagen del escritor según Ribeyro
16h05 - 16h25 // Gersende Camenen:
«He escogido cuentos ribeyrianos teñidos de maupassantismo»,
Ribeyro traductor de Maupaussant
16h25 - 16h40 // Rueda de preguntas.
VI. Mesa redonda de escritores: el legado de Ribeyro
16h40 - 17h00 // Alfredo Pita:
Ribeyro, un maestro discreto
17h00 - 17h20 // Ricardo Sumalavia:
Realmente qué estamos viendo en Por las azoteas de Julio Ramón Ribeyro
17h20 - 17h50 // Rueda de preguntas y debate
17h50 - 18h00 // Conclusión y cierre de la jornada
Organizadores:
Paul Baudry & Ina Salazar.
Université de Paris-Sorbonne / CRIMIC
Université de Caen Basse-Normandie / LASLAR
Programa:
9h15 // Bienvenida a los participantes
9h30 // Presentación de la jornada por Sadi Lakhdari
9h40 - 9h50 // Breve documental sobre Julio Ramón Ribeyro
I. Dos acercamientos a lo biográfico
9h50 - 10h10 // Jorge Coaguila:
Algunos detalles de la biografía sobre Julio Ramón Ribeyro
10h10 - 10h30 // Daniel Titinger:
Ribeyro por sus amigos. ¿Quién era Julio Ramón más allá de sus libros?
10h30 - 10h45 // Rueda de preguntas
10h45 - 11h00 // Pausa
II. Posicionamientos en el campo literario
11h00 - 11h20 // Luis Dapelo:
El dinero en los diarios de Julio Ramón Ribeyro
11h20 - 11h40 // Paul Baudry:
Ribeyro, ¿un retaguardista?
11h40 - 11h55 // Rueda de preguntas
11h55 - 13h40 // Almuerzo

domingo, 22 de septiembre de 2013

"Sendas y andurriales. Apuntes sobre algunas novelas peruanas recientes", de José Donayre


El viernes 4 de octubre, a las 7 p.m., en el auditorio del Centro Cultural de España, se presentará el libro de José Donayre Hoefken: "Sendas y andurriales. Apuntes sobre algunas novelas peruanas recientes", publicado bajo el sello de Ediciones Altazor.  
Los comentarios estarán a cargo de Rodolfo Ybarra.

"Sendas y andurriales" es un conjunto de ensayos en los que José Donayre desarrolla algunos conceptos literarios a partir de novelas de Enrique Congrains ("El narrador de historias" y "999 palabras para el planeta Tierra"), Percy Galindo ("Como los verdaderos héroes" y "A pedir de boca"), Karina Pacheco ("Cabeza y orquídeas"), Lucho Zúñiga ("El círculo Blum"), José Güich ("El misterio de la Loma Amarilla"), Enrique Cortez ("La felicidad de los muertos"), Grecia Cáceres ("La vida violeta" y "La colección"), Alina Gadea ("Obsesión"), Francisco Medina ("El grito de la placenta"), Rodolfo Ybarra ("Matagente"), Yuri Vásquez ("El nido de la tempestad"), Carlos Calderón Fajardo ("La noche humana" y su trilogía sobre Sarah Ellen) y Ricardo Sumalavia ("Mientras huya el cuerpo"), entre otros autores peruanos. A partir de estas lecturas, José Donayre indaga sobre lo que cada escritor oculta tras el planteamiento narrativo, ficcional y temático, así como los nexos que establece con la tradición, la realidad y los intereses estéticos dominantes.

FALLECIÓ ÁLVARO MUTIS

El escritor colombiano Álvaro Mutispremio Cervantes 2001 y que residía en México, ha fallecido este domingo en la capital de ese país, según han informado fuentes oficiales.
El fallecimiento del autor ha sido confirmado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México (Conaculta), que no ha dado a conocer aún razón de la muerte del escritor.
Mutis, de 90 añosPremio Cervantes 2001, ha perecido en un hospital de la capital mexicana, según informes de los medios locales de comunicación.

lunes, 16 de septiembre de 2013

LA BOMBA DE PLUTONIO DE JAVIER JABATO*


 *Una versión de este texto ha sido publicada como prólogo del libro Grimorios de la España cementerio, de Javier Jabato. Bohodón Editores, Madrid España, 2013. http://bohodon.net/publicacion.php?id=353



I

La historia cuenta que, en 1966, cayeron cuatro bombas atómicas en la playa Palomares de Almería, España. Esas ojivas nucleares cayeron al chocar dos aviones norteamericanos en plena “guerra fría”, pero nunca explotaron. Más de cuarenta años después de este hecho y en tiempos en que la carroza del capitalismo desbocado se precipita a la fosa común de la historia, asistimos a este hermoso encuentro radioactivo en la explosiva/implosiva poesía de Javier Jabato: anarquista, cocinero, mesero, baja policía, oficial de construcción civil, amante de los bajos fondos y del concolón de la historia; y, sobre todo, hambriento canibalizador de arte, sus derivados transgénicos, y escribidor de textos que tienen todos los condimentos y especias que saltan de la sartén al fuego y del fuego al lector.
Sus poemas queman en las manos y en los ojos, son lava ardiente producto de las vivencias más sórdidas o cotidianas: desde los empleos menos lisonjeros hasta las catilinarias contra alguna mujer que le ahorró la soledad y lo dejó varado flotando sobre un colchón mugroso recordando que el amor es también un perro del infierno –Chinaski dixit– o una estaca en el corazón (de esto entendía bien Sigfrido, Boris Karloff o el vampiro Béla Lugosi que murió solo y abandonado). Y el poeta sabe que es Blake, Verlaine, Hölderlin, Rilke, Panero o César Vallejo. Él es todos los aedas que, en transfusión sanguínea sin catéter y en completa inmanencia, han guiado su destino a este Grimorios de la España cementerio, camposanto eterno de la guerra civil, las malvadas falanges, los trastazos de Franco Bahamonde-Hitler-Musolini-Idi Amin-Zapatero-Los Aliados, etc., y de, cómo no, todos los caídos en acción directa en la lucha por la dignidad y por ese mañana que amanece cualquier día y que no tarda en llegar.
Así, su poesía está provista de las retrocargas de los anarquistas, de las bombas molotov, los quesos rusos y del agit-prop de los indignados, cuyas voces azotan la vieja Europa, hacen temblar los muros de Jericó, los castillos dóricos y los palacetes de los jerarcas, los jeques, los plutócratas y retumban en todas las direcciones de la roseta náutica. Los ludistas con máquinas y sin ellas, los conspiradores con altavoz y a voz en cuello, los obreros sin Marx-Engels-Lenin-Trotski-Bakunin-Kropotkin-Mao-Mariátegui-González Prada-Malatesta-Durruti-Žižek…, los campesinos sin tierra o con tierra en las manos, los renegados y olvidados homeless que (des)creyeron en un sistema que se cae a pedazos y que ahora encuentran en la sobrevivencia la única forma de alcanzar la “felicidad” (así en comillas, o entre paréntesis), aunque esta se resuma a más crisis, más represión, más guerra contra las naciones pobres para saquear sus recursos naturales y obligarlos a vivir de rodillas, a latigazos sobre la espalda pelada frente al club Bilderberg, el club de Forbes, los Skull and Bones o cualquier club chino de trillonarios.
Mientras tanto, la poesía no puede ser solo palabras bien dichas o interjecciones de dolor, la poesía no es una isla o antípoda de sí misma. La poesía es también un arma de combate: dispara a quemarropa a las conciencias o se convierte en un potente detonante o detonador. Jabato sabe bien, más allá de Freud, Kant o los alienistas de la pos-posmodernidad, que cualquier palabra que se diga regresará como un búmeran, como un efecto de rebote, acción-reacción (segunda ley de Newton), porque, ante la fuerza de la realidad, solo es posible la aseveración, incluso el silencio o el dejar pasar: “Hace tiempo/hubiera escrito que/ESPAÑA ES CAÍN/pero/hace tiempo entendí/que/no por escribirlo/o no escribirlo/dejaría de/serlo”. O sea, (d)enunciamos, pero ya sin mayores aspiraciones, pero no desde el lugar de la rendición o de las tablas (=), sino más bien desde su antitético sentido, belleza y lucha por la belleza, porque como lo dijo Goethe: “terrible es aquel que no tiene nada que perder”. Y ahí tienen al Unabomber, los hombres bomba de Oriente Medio, los liquidadores de Chernobyl o de Fukushima y los monges budistas de Nepal convertidos en bonzos humanos.


II

Hoy, después de tantos siglos, hemos visto que la economía es también feedback, retroalimentación; y esa vieja idea regurgitada desde el efecto mariposa de “si Europa se resfría, al Tercer Mundo le da pulmonía” no es más que un lado de la historia, una parte del discurso que debería incluir al catoblepas o a esa ley hermética: tanto como es arriba igual es abajo. Ergo, Jabato escribe este libro en Madrid, repleto de sudacas, marroquíes, eslovenios, polacos, turcos, ucranianos, etc., pero bien lo pudo escribir desde Buenos Aires, Santiago o Lima, rodeado por miles de migrantes –y no precisamente turistas–, atraídos por el boom de una economía acromegálica, formada por capitales golondrinos y las excreciones del narcoEstado, lugar donde ahora trazo estas palabras casi como si fuera un acto ilegal, porque el tiempo no nos alcanza ni para cepillarnos los dientes y ya no somos “seres humanos” u “hombres”, sino “horas-hombre”, PEA (población económicamente activa) y tenemos que robarle tiempo al sueño, a la esposa o a los hijos para mantenernos vivos un tiempo más en el mundo del logos, la neomatrix de los que decodifican al mundo y lo imprimen en papel o lo trazan en las cavernas-fábricas-cocinas-baños-sumideros del libremercado y su filosofía de globoidiotización y la paz de los cementerios.
El trabajo se ha convertido en acto de crueldad, las cadenas de los esclavos se han convertido en las ocho, catorce o dieciséis horas de laburo de los ilotas modernos: lo vemos en las maquilas de México, Sudamérica, Tailandia, Corea del sur, Singapur y en todo el resto del Sudeste Asiático, donde se esclavizan a niños, se doblegan a jóvenes y adultos, y hasta los ancianos son repuestos en los lugares donde alguna vez se jubilaron para que mueran mientras manejan máquinas automatizantes casi como si fueran la extensión o las prótesis de sus propios cuerpos y mientras otros se ceban en el poder y la abundancia y recapitalizan la plusvalía en nombre de la libertad, el progreso y el orden.
Y es que la base material determina el pensamiento, la estructura condiciona a la superestructura: la moldea a su imagen y semejanza; y, en un mundo material, digámoslo de una vez, la poesía se convierte en producto, bien de consumo fungible, artefacto de uso y cambio, y así como hay cine de divertimento o carreras profesionales creadas por la burguesía para justificarse a sí misma como administración de empresa, antropología, economía o sociología, etc., también hay poesía de divertimento o de juguete, poesía hologramática, sin alma, que le canta a la perfección de las formas, donde se venera hasta el orgasmo a la rima, al ritmo y a la métrica, o los neoexperimentos, que casi siempre son trasnochados retruécanos donde alguien ha descubierto la fórmula de la pólvora (o la polvorosa), pero cuyo contenido no nos sirve ni para razonar en la filosofía del caracol o cuestionarnos que no hay ni puede haber poesía sin sentimientos o poesía sin alma. Y, frente a todo este marasmo y embestida capitalista en los hábitos, costumbres y creaciones humanas, el estro poético ha reaccionado de la mejor forma generando una poiesis de clase, underground, nihilista, ácrata, anarquista, lumpen, postsituacionista, ilegal, ecológica, punk, insumisa, distópica, antisistema, etc., como es la poesía de Javier Jabato.
                                                                                                                          

III

Grimorios de la España cementerio es el proteico poemario que nos presenta J. J. luego de sus generosos textos: Anti Disney tales (2012), Parusía punk (2011, presentado en un bar subte de Lima, Perú) y Caín o la literatura del odio (2009). El texto abre como una flor carnívora, con un texto de uróboros donde la serpiente es el mismo hombre que “reptilíneamente” se entrega a ese sentimiento que Dante Alighieri denominó el motor de la historia, una máquina ausente de pájaros “sobre el cadáver del mundo”; pero el amor de Jabato, alejado del circo hollywoodense o de las telenovelas latinoamericanas, siempre tiene un resabio amargo, una aureola del Maudits Français o del romanticismo alemán, y escurre su propia soledad de multitudes, la soledad del que, a pesar de la vorágine, el espleen y el ruido infernal de las ciudades, siente que nada lo puede acompañar, que el estar solo no es una coyuntura o un acto reflejo, sino también decisión u obligación. Entonces la escritura se convierte en fiel compañera, tanto para ser testigo de su tiempo (acaso no hizo lo mismo san Juan al escribir el Apocalipsis en la isla de Patmos, u Horacio arengando frente a los romanos) como para denunciar o sindicar lo que le hiere, le oprime, le repele o le incomoda.
Jabato ha logrado construir este Grimorios de la España cementerio al modo clásico, sin capítulos, sin cortapisas, separaciones ni mayores afeites, casi de un solo aliento; ha apostado por la poesía en su nivel más alto, monolítico, incandescente, fulminante, radioactivo y natural. Por eso, la pasión del amor es también la pasión por la resistencia, el combate cuerpo a cuerpo o la inmolación frente a un sistema que ha hecho metástasis y que ha encontrado en España a su mejor laboratorio de pruebas clínicas o su mejor cobayo: Who? No es la crisis es la propia España. Ergo, ¿qué es España? El mismo Jabato nos da la respuesta: “España son —y esto no es noventayochismo, derrota, complejo o culpa-/sus camareros sin contrato/& los fontaneros/& los carpinteros/& los ferrallistas/& sus cancerberas/bandas/de/gitanos/en las obras/por la noche/agazapadas”. Y es que España, jalada de los pies por Grecia, simboliza la crisis mundial, pero también es el escenario natural donde el capitalismo se juega su última carta; la crisis inmobiliaria y financiera, así como la crisis de los valores humanos han entrado en una vorágine que quizá arrastre a la sima a toda Europa y a Estados Unidos como un fallido Colisionador de Hadrones. Solo es cuestión de tiempo, dicen los críticos más severos. El mercantilismo en su fase más agresiva ha devenido en su propio enterrador.
Pero no nos alejemos de la irradiación jabatina, el hongo radiotrófico que nos convoca. El dolor físico es también el dolor de las multitudes enajenadas, subyugadas. El cansancio y la bastardía del trabajo es la doblegación en macro de los obreros-esclavos, de la cual Jabato se conduele y reniega con justa razón, a veces hasta del modo más sublime y menos sutil: todocortatodopinchatodoquema, que quizá es una expresión común dentro de los que laboran en la cocina o ejercen oficios al pie del fogón, la hornilla, la olla caliente o el cuchillo afilado picando tubérculos, haciendo picadillos la vida que se nos escurre de las manos.
El cómo todas estas vivencias se van convirtiendo en poesía nos puede llevar al cómo un territorio o cuerpo se torna en “radioactivo”, cómo la sola presencia del logos –y en especial de este tipo de logos– implica ya una inmanencia, un deber, un acto políticamente incorrecto. Y así como esas bombas de Palomares radiaron cincuenta mil metros de tierra y mar, sin explotar, podemos decir que la poesía de Jabato es peligrosa en sí misma y en muchos sentidos, solo abriendo el libro, repasando el título u hojeando sus páginas, y no solo en lo ideológico, que, a fin de cuentas, es el plano ético –el ethos de la costumbre–, sino en cuanto a formas, donde la estética es un derivado más de la palabra misma, su belleza como sinónimo de franqueza, honestidad, tan raros en estos tiempos donde todo atrezzo y maquillaje para el televisor o las grandes pantallas es la norma: “me gustaría que me acompañaras/sé que es mucho pedirte/la semana santa de mi pueblo,/a la nocturna en concreto,/y que vieras alucinada/enteras filas espectrales/avanzando penosas por la calle Cuesta/y oyeras en la noche/las castañuelas del óbito/y entendieras así/tantas/y/tantas/cosas mías”. Y, como sabemos, todo salto cualitativo es también producto de lo cuantitativo, del “sin luchas no hay victorias”, del “siempre de pie y nunca de rodillas” y de la suma de todas las experiencias, lecturas y la ejercitación sobre la materia, su papel transformador, cuyas síntesis se pueden convertir en arte, sutra o poesía. Lo estamos viendo.


IV

Este es el imago mundi de Javier Jabato, la palabra que nos envuelve como una serpiente y nos narra los hechos cotidianos de un habitante de España, esta nueva España poscarlista con rey borbónico y crisis económica, con burócratas y nuevos millonarios; con modelos de pasarela y harapientos, mendigos, mano de obra “no calificada” (o mano de obra sin obra); y, cómo no, los “parados” –que ya son una clase en sí–, los indignados u olvidados de Buñuel, el daño colateral que crece como una nube de avispas o langostas ante la tempestad que se acerca y que ya avizoramos en los rayos catódicos de los televisores plasma y en las noticias de los periódicos del cochambroso Hearst.

Esta es la España de alma en pena, con recortes de salarios y subidas de impuestos, con rentas imposibles, baja de activos, cero inversión, cero consumo, paro, depresión y huelgas en la espiral deflacionista de Fisher o de, para decirlo en un verbo de Jabato, españece, mengua, se expolia y hasta el aire se enrarece, y la poesía brota de la posible ruina como una dalia o como el ginkgo biloba que creció fortalecido después de la explosión de Hiroshima: “Toda España/desde Las Palmas a Gerona/es un cementerio/en el que los turistas fotografían al niño precadáver,/un cementerio en el que yo duermo sin compañía/sin ti que es lo mismo/en mi tumba/número 12.771”.


Este es, pues, el canto redivivo de Jabato y los rapsodas del famoso grito de guerra francés Épater la bourgeoisie, escandalizar a la burguesía, golpearla en la nariz, hacerla caer de bruces bajo las suelas de nuestros zapatos, no darle tregua, cortarle la respiración, porque, al fin y al cabo, los pintores de caballete, los músicos de conservatorio, los dramaturgos de salón y los poetas de taller se extinguieron para siempre, se hicieron humo, partículas de Higgs, o se debaten en la lucha esquizofrénica contra el vacío al modo de los cátaros y los que vivieron como Rómulo y Remo, prendidos a las ubres secas de una realidad caníbal y panofóbica que ha perdido todo sentido.

Hoy en día el arte de la miseria ha tomado la posta y se reclama conspirador, insurrecto, independentista, solidario: “Ojalá/esa felicidad imbécil/esa libertad para acuchillar impunes el verano/se vea/definitivamente/desnuda/ante/doscientos/trescientos/cuatrocientos/inmigrantes/de las pateras/desembarcando/desluciendo el sol un tanto/reclamando su parte”. El arte de la miseria no solo empuña su numen, su genio y su (estar en) gracia, sino que es testigo de su tiempo y traza sus propias directivas comprometiéndose, aggiornándonse, sirviendo intuitivamente a las causas justas y al frente común de desclasados, porque ahora, ante el derrumbe progresivo de la clase media, lo único que queda son un puñado de billonarios y siete mil millones de deudores.

Y, de esta manera y no de otra, la poesía –esta poesía que no es mímesis fantastiké o “imitación de la naturaleza”, pues, de lo contrario, habría que arrojarla de La República, de Platón se va convirtiendo en un río cargado de cuerpos vivos, sentimientos, interjecciones, reclamos, metáforas, creatio, esencia y aquiescencia, fuga de uranio o plutonio purificado, y, sobre todo, esa voz que nos ausculta con su estetoscopio de Pinard, nos habla al oído, nos susurra los hechos que sucedieron o sucederán en un futuro que fue ayer como si fuera un oráculo de Delfos y nos dice a boca de jarro: Grimorios de la España cementerio.
Me agarro/a mi patria que soy vosotros.


Vigesimoprimera Fiscalía de Lima, Perú

Rodolfo Ybarra




lunes, 9 de septiembre de 2013

SOBRE ELEODORO VARGAS VICUÑA, ENVÍO DE CÉSAR ÁNGELES


Hace varios años, vi rápidamente al singular narrador peruano Eleodoro Vargas Vicuña en la feria del libro de Miraflores. Nos hallamos, casualmente, en la presentación de una novela del  amigo y escritor Miguel Gutiérrez (en esa época aún no era su amigo, la verdad sea dicha: eso ocurriría varios años después). En medio de su presentación, Miguel mencionó que tenia ciertos problemas de conciencia cuando, en los duros años de la guerra interna (80-90) en  el país, él dedicaba su tiempo y mejores energías a sacar adelante sus proyectos novelescos, que aguardaban desde hacia tiempo a qe él les dedicase trabajo. Pensaba, en su fuero interno, qe la literatura no cambiaba el mundo como era su deseo desde los tempranos años 60. Desde el público, al final, le pregunté al respecto, y le dije –creo- si no fuera mejor dejar de escribir y dedicarse a tales (pre)ocupaciones políticas. En su réplica me dijo qe podría ser así, pero mientras tanto qè hacíamos con el imperativo creador. Al final de la mesa, me topé con Eleodoro, y me dijo qe le había gustado mi pregunta, acerca del sentido de para qè escribir. Tuvo una sonrisa amable y sencilla conmigo. De él recuerdo eso, fue la única vez qe cruzamos palabras.  Recuerdo también, por supuesto, su fina narrativa teñida de poesía y reunida en su gran libro de cuentos: Ñahuín, que cualquier peruano sensible con nuestra historia y su gente debiera leer. Lo sgte es un tardío homenaje a este poeta que volcó su gran talento en la narrativa breve de temática rural, e inspirado en las modernas corrientes de la narrativa contemporánea. (cesar A.)





CONFESIONES EN ALTA VOZ
Lima, primavera 1997

Poco antes de fallecer, el 11 de abril, el escritor peruano Eleodoro Vargas Vicuña (1924-1997) se confesó con su amiga Esperanza Ruiz el 4 de febrero de 1997; ella se limitó apenas a encender la grabadora, hacerle un par de preguntas y dejar que la coz de Eleodoro transcurra diáfana y cristalina. Es la voz de un hombre que está próximo al fin, un hombre que ha vivido y deja para sus amigos sus recuerdos y sus afectos. La salud está deteriorada y las energías escasean. Ésta es, pues, una confesión en alta voz. Acá la palabra sentida del artista.

POR: Eleodoro Vargas Vicuña
La familia
Hay un alto porcentaje de mi vida que pertenece a la vida de la comunidad. A través de los ojos, oídos y voz de mi abuela aprendí muchas cosas. Ella personifica os ojos, los oídos y la voz de todo un pueblo. Otra parte importante de mi existencia es el hecho de haber aprendido a leer cuando niño, asunto que con los años se convirtió en una carga por la importancia que tuvo para mi acercamiento a la literatura. Por entonces, yo no me percataba que lo que leía era literatura, para mí todo los que pasaba por mis ojos se constituía en lectura normal y corriente. A los seis años de edad, por ejemplo, escuché recitar a mi hermano Víctor Vargas Vicuña, un hermoso poema de José Santos Chocano  cuyos versos a los lejos vienen a mi memoria: “Indio que asomas a la puerta de esa tu rústica mansión…”. Todas estas cosas a mí me conmovían profundamente.
Hay algo paradójico en mi existencia que no sé por qué razón siempre la asocio a un árbol, con la diferencia de que yo me he movido y un árbol no se mueve. Tengo la impresión de que todo lo que me ha sucedido, ha pasado por encima de mí, junto a mí, como los vientos, como los aires, como el aliento de la gente. Siempre me he sentido un hombre fantasmado, como un hombre que no tenía existencia. Lo que realmente sustenta esta condición fantasmal, o de fantasía de la vida que he vivido, es que nunca he tenido una ambición definida, nunca he tenido la potencia ni la fuerza necesarias para imponerme una conducta y llevarla hasta las últimas consecuencias. Por ejemplo, a mí me gustaba la guitarra y por eso me matriculaba en cursos, pero apenas me percataba que los profesores no tenían ninguna atención para mí o no tenían el método necesario para enseñar, de inmediato me retiraba de las clases. Me matriculaba en infinidad de cursos, me matriculaba por ejemplo en cursillos de idiomas, en inglés; mi madre siempre estaba presta en apoyar mis inquietudes y ella luego me preguntaba pero yo nunca le i cuenta de lo que hacía. Luego ingresé a la Universidad, porque es costumbre ingresar a la Universidad, pero entré sin ningún proyecto definido. Puede haber estudiado entonces Medicina o Psicología o Ingeniería o sabe Dios qué. Pero como ahí estaba la Facultad de Educación, por alguna razón que yo desconozco ingresé a San Marcos para estudiar Educación; o tal vez porque cuando fui a matricularme para prepararme a la Universidad seguramente el que decidió allí que estudiara Educación fue, posiblemente, el director de esa Academia, el profesor Mayaute.
La Universidad
Estudié en la Universidad pero a ciencia cierta yo no tenía muy en claro lo que iba hacer como profesor. Nunca, jamás, durante ese tiempo se me ocurrió leer un libro sobre mi especialidad o desarrollar, investigar y escribir un tema sobre pedagogía. Eso es lo que se llama hacer una carrera y yo no la hice. Lo que sí sé a la perfección es que me pasé exactamente cuatro años de mi vida en San Marcos leyendo. Cuatro años exactos leyendo en la Biblioteca Nacional, en la Biblioteca de San Marcos y en la Biblioteca del Congreso. En esta última, los libros que ponían a disposición del público lector eran los de reciente edición; era algo increíble para mí. Todo lo máximo de la literatura internacional inmediatamente llegaba a la Biblioteca del Congreso, ahí leí por ejemplo a muchos escritores norteamericanos. Luego me fui a la Universidad de Arequipa, donde me pasé la vida leyendo entre la Biblioteca del Ateneo que pertenece al municipio y la Biblioteca de la Universidad. Ahí sí comencé ir a clases y dar examen. Te confieso que jamás estudié una letra para dar un examen; nunca tuve ni un libro ni un cuaderno ni una copia de apuntes de los cursos. Yo iba, daba el examen, aprobaba y pasaba de año.
Lo que yo te estoy tratando de decir ahora es que mi vida había sido, en resumen, la vida de un poeta; y yo no lo sabía hasta el momento de hacer esta suerte de balance que te cuento. El Dios que regía esa vida de poeta, a través del cristianismo o a través del budismo o hinduismo que yo desde temprano leí, o a través de los textos de Rabindranat Tagore, Gitanjali, El anillo satunjala, es decir toda la literatura oriental que leía por entonces, hicieron de mí una persona que vivía entre todos esos personajes. Yo no soñaba porque apenas leía todo se me olvidaba, tampoco comentaba con nadie mis lecturas. Cuando fui a Arequipa los alumnos de la Universidad me eligieron su representante estudiantil, durante los cuatro años que pasé ahí. De repente me vine a Lima, hacia 1947, y comencé a escribir los primeros cuentos de Nahuín. Desde el 27 de junio de 1947 empecé a escribir esos cuentos, el primero de ellos se llamó “El traslado”. Los escribí y lo dejé, siempre he escrito y he dejado las cosas así, un poco sueltas. Hasta que hubo un concurso de cuentos, allá en Arequipa, y yo presenté “El traslado”. Otro participante obtuvo el primer premio con un relato llamado “El viaje”. Te cuento todo esto como un recuerdo precioso de aquellos años. Yo estaba entre los que seguían la literatura de José María Arguedas y de Ciro Alegría y no entre aquellos que seguían lo que podríamos llamar la literatura académica en cuanto utilizan correctamente las palabras. Algunas palabras que se hablan así, de manera particular, en la sierra, yo las puse en mi cuento tal cual se pronuncian, como un signo de identidad de esa cultura en donde yo había vivido. Todo esto fue estupendo para mí. Yo siempre releo a Rulfo y en sus cuentos he encontrado la confirmación de que lo que hice estaba bien. Mi relato-que perdió el concurso- fue descalificado porque en lugar de poner “acomedieron” puse “se acomidieron”. Un catedrático me dijo que si yo estaba estudiando literatura y gramática, y más tarde iba a ser profesor, no debía escribir así. Hace unos días estaba releyendo a Rulfo y detecté que él pone en uno de sus cuentos exactamente igual a lo que yo puse: “se acomidieron”. La gran lección de Rulfo radica en el hecho de haber escrito las palabras tal como suenan al oído y tal como debe sonar un cuento de esa naturaleza en señal de identidad cultural.
Indirectamente, a mí la literatura me ha estado enseñando. Luego de esa experiencia jamás volví a escribir de la manera como se habla comúnmente, porté por escribir respetando las normas de la gramática. Eso fue un salto entre la prosa de Arguedas, que escribe y siente en quechua, y luego traduce al español, y a prosa de Ciro Alegría que es neutra y académica, vale decir, escribía de manera correcta pero cuando le da voz propia a sus personajes éstos hablan como suele expresarse la gente del campo. En ese contexto, diría que mi escritura sufrió una evolución en el lenguaje. Diría, asimismo, que mi producción literaria contribuye, creo yo, más que en el campo temático o en el nivel técnico, en el retrato de un modo de vida, en la construcción de una atmósfera.
Lima
Cuando regresé de Arequipa a Lima y me instalé acá, nunca pensé irme a ninguna parte. En ese transcurrir escribí la mayoría de mis cuentos. Comencé a trabajar por aquí y por allá pero sin ningún sentido de hacer, como se dice, una carrera. Y me quedé así, con toda tranquilidad pero siempre afectivo con las nuevas amistades que iba ganando. En Lima se vivía una vida paradisiaca, me refiero a los años cincuenta y sesenta; había una elegancia sin igual, la gente se comportaba con una conducta muy noble, muy amable; las calles eran un escaparate de exhibición de cómo la gente se vestía, de cómo caminaba, de cómo saludaba; hasta cuando se comportaban mal lo hacían elegantemente. Yo no sé por qué te estoy hablando de esta manera cuando en realidad quisiera decirte otras cosas, probablemente más interesantes. Te repito, mi querida Esperanza, que yo nunca tuve un proyecto de vida para llegar a hacer algo o alguien.
Durante mucho tiempo pensé que había escrito muy pocos poemas en mi vida y que sólo se habían salvado apenas unos doce o quince; sin embargo, durante buen tiempo solía escribir algunos versos aislados, en un cuaderno que tenía siempre a la mano. Un buen día se presentó por casa mi amigo Mendizábal y le mostré el cuaderno, entusiasmado se lo llevó y quién te dice que con una inmensa paciencia los pone en orden y los transcribe a máquina. No contento con eso, los presenta a un concurso y gana el premio. Todo esto sin que yo sepa nada, hasta que no le quedó otra que informarme que yo había sido merecedor de un premio de poesía, casualmente por esos textos. El destino de ese libro era perderse para siempre, pero los libros como las personas a veces toman otro camino. Algunos textos de ese conjunto habían aparecido en el Dominical de El Comercio gracias a la generosidad de nuestro amigo Hugo bravo. Esos poemas los escribí, en el fondo, durante toda la vida desde cuando estaba en Arequipa. Hay uno de esos textos, caso como un soneto, que se publicó en la revista Trilce que diría el poeta Gibson, que fue una de las personas más estupendas que yo haya conocido en Lima. Pero, volvamos a la travesura de Mendizábal quien junta mis poemas, los ordena y hace un libro. Luego de toda esta peripecia he revisado los textos, restituyéndole algunas palabras que taché en la versión original o limpiándolos para bien. Pero al margen del libro, yo sé conscientemente que todo eso que está escrito allí ha sido mi vida. Yo me levantaba a las tres de la mañana y corregía. Cuando estaba en el Cusco, hace muchos años, escribí un poema exactamente igual al último que escribí, son como poemas gemelos. Uno es a una cosa y otro es a una persona. Incluso, Francisco Carrillo ha prometido publicar algunos poemas míos en su prestigiosa revista Haraui.
La vida
Tú sabes que yo desde los quince años de edad leía mucho, sobre todo cosas relacionadas con la psicología, el hipnotismo, la sugestión y la autosugestión; y más o menos a los diecisiete años a una prima mía, de manera especial, la hipnotizaba. Después en Arequipa hacía todo tipo de trabajos, a una señora por ejemplo que yo atendí dio a luz sin dolor. Aunque no me creas, yo atendí el parto, tuve que cortar el cordón umbilical, le quite la plascenta y le entregué a su niña. Tenía una cantidad de habilidades que las hacía, así, al aire, así de por sí. Sin duda, que yo aprendí todas estas cosas a través de mis lecturas. En la Biblioteca de Arequipa había leído un libro reciente, por entonces, de cómo se debía cortar el cordón umbilical y todas aquellas técnicas modernas relacionadas al parto.
Como ves, toda mi vida ha sido más bien la búsqueda de otra persona con quien comunicarme, con quien conversar. Casi siempre conversaba de poesía, aunque las otras personas entendieran por poesía algo totalmente distinto a lo que yo percibía como tal. Pero lo máximo que me pudo haber pasado es haber conocido a los escritores de toda nuestra generación, a quienes yo quiero mucho y admiro. Siempre ha sido en mí natural quererlos, con una gran ternura.
A estas alturas de mi vida recién me percato que yo no llegué, de ninguna manera, a configurar una personalidad profesional, una personalidad literaria en el sentido de que me sintiera responsable de esas “obras”, por decirlo así un poco entre comillas, un poco irónicamente. Cuando vi, por ejemplo, la edición de mis cuentos completos editados por Milla Batres me gustó porque sentía que todo aquello era parte de mi trabajo; sin embargo, me pareció exagerado en esa edición el hecho de colocarle tantas fotos. Eso me molestó mucho.  A pesar de aquello, yo le guardo una inmensa gratitud a Milla Batres por haber elegido mi obra y editarla con un cariño estupendo y tan formidable.
Ahora –me parece que lo voy a repetir por segunda vez- creo que yo he sido un poeta. Sobre todo, en  el sentido de cómo vive un poeta, cómo ha vivido un poeta y cómo debe vivir un poeta. Al respecto, no hace mucho encontré un documento de una charla que di en la Universidad Federico Villarreal, en una de esas hojas había anotado lo siguiente: “nosotros hemos elegido la pobreza”, esto me conmovió mucho. Por ejemplo, el filósofo Kant que fue un hombre muy pobre, sus amigos tuvieron  que conseguirle un terno para ponérselo, eso a mí conmovía demasiado, como si yo fuera Kant. Cada persona que vivía de esa manera me parecía que era mi antecesora y que yo estaba en el camino de ellos. Pero, la ironía consiste en esto: el hecho de ser pobre a mí me calificaba como poeta, cuando lo que debía calificarme como poeta debía haber sido la escritura de la poesía, la búsqueda de la poesía a través de diversos caminos o vías o creencias. Pero lo cierto es que ahora estoy leyendo mis textos y tú no te imaginas la gracia que tienen algunos de ellos. El 70 por ciento puede ser que los queme, pero si se pierde el treinta por ciento restante sería de una gran pena porque hay una atención muy especial sobre los datos de la vida, de una vida que se confiesa. En el fondo, se trata de una confesión muy bella. A veces, hablo de algunos personajes, algunas anécdotas que he escuchado. Pero en general, esos textos tienen el propósito de expresar algo que he visto; pero por otro lado, tienen también el propósito legítimo de expresar algo con corrección y acercarme a esa corrección.
Gratitudes
Te confieso, mi querida Esperanza, que ahora estoy algo caído de energía, me parece que la voz está saliendo muy débil. Sin embargo, quiero señalar – para terminar– la gratitud que tengo para con Andrés Mendizábal a quien conocí cuando él era muy jovencito, por entonces era estudiante del colegio Melitón Carbajal, y en cuanto me conoció me hizo una entrevista, lo cual demostraba su interés por las letras. Con el tiempo, Andrés Mendizábal se ha convertido hasta ahora en una especie de hermano menor con quien he conversado, he viajado, he caminado; él ha madurado bastante y tiene un sentido práctico y objetivo de la vida. Mendizábal tienen la ternura, la elegancia, ese sentido antiguo de la amistad, esa manera que todavía está en algunos lugares del Perú, donde hay personas que te hablan con amor y se dirigen a ti con ternura, y que te escuchan y que te oyen con atención. Otra persona a quien guardo mucha gratitud es a Oswaldo Reynoso. A ti también, querida Esperanza, te guardo mucho cariño. Una cosa que tú no sabes es el hecho de que te escribí una carta desde Trujillo y no te la envié, es una carta de enamorado, aunque no aparezca tu nombre, esa carta es para ti. Todo esto quiere decir que yo he tenido miedo a entregarme a las otras personas. Ese miedo me ha dejado a medio camino de todas las cosas que pude haber hecho. En uno de mis poemas de Zora, imagen de la poesía escribo: “La eternidad está en su mirada””. Entonces, la eternidad está en un verso. “No está la eternidad en una lágrima”, digo en otro de mis poemas. Entonces, si la eternidad no se siente como el tiempo o el espacio sino como un sentimiento del tiempo y del espacio. Así que cuando tú tienes un sentimiento del infinito has tocado el infinito, cuando tú tienes un sentimiento de la divinidad has tocado la divinidad. Allí no hay ninguna contradicción lógica. Al darme cuenta de todo esto me siento bien. Dentro de todo este contexto, me parece que soy un hombre feliz, porque esto me permite a mí demostrar toda mi hombría. Y la hombría no consiste en soportar la vida ni en resignarse a la vida, sino a aceptar la realidad. Aceptar esta realidad supone resistir al máximo. Eso que se ha llamado una pelea, una lucha frontal frente a eso que llaman muerte, sin desesperación, con toda tranquilidad. Yo no he elegido a una persona, a un libro, a un autor. Yo no he elegido la vida que he llevado, a mí me ha sucedido todo esto. Sin embargo, las cosas que estuvieron en mis manos y junto a mí han sido legítimas. Creo que el poeta Eielson no se equivocaba cuando decía: “Yo buscaba a un dios personal y lo encontré en Rilke”, tremenda frase que me emocionó mucho. Sin saberlo, yo había leído la poesía de Rilke de rodillas, como quien ora. Quiere decir que eso me pasaba a mí pero no me daba cuenta, no sabía que me estaba pasando eso. Tengo, pues, gratitud por  la vida. Gratitud a esa vida que no es de uno solo porque cuando uno nace, nacen miles, nace una sociedad, nace una cultura. Y uno es todo eso. Hasta cuando uno está en el vientre de la madre, uno ya va siendo los otros. Los otros te están haciendo a ti, te están siendo ser. Desde cuando uno sale a la luz del mundo y empieza a hablar ya está más allá de todo el camino de la vida porque estás en un mundo donde te ha recibido la Vida, pero la Vida no como una cosa biológica sino como una cosa cultural, como una cosa del espíritu. Los filósofos griegos Sócrates, Platón, Aristóteles y todos sus antecesores fueron los que a mí me dieron una visión particular de la vida. Una cosa que me impresionó mucho fue la afirmación del filósofo quien decía que con solo mirar la extensión del cielo supo que la divinidad era una. El hombre es siempre uno, la humanidad siempre es una. Todo lo que acabo de decirte está dicho, de alguna manera, en esos cuarenta o cincuenta poemas míos que andan por ahí.


UNA ENTRAÑABLE AMISTAD
Oswaldo Reynoso
Comencé a conocerlo de a pocos. Siempre lo veía pasar por las calles de Arequipa y la gente lo conocía porque tenía a su cargo un programa de poesía en la radio de la Universidad San Agustín.
El comienzo
La primera referencia concreta que tuve de él fue a través de mi hermano Juan. Mi hermano me contó que con unos amigos había tomado el llamado tren para la sierra –término que hasta hoy me causa gracia ya que los arequipeños, mis paisanos, se consideran habitantes de la costa- y que en la frontera entre Perú y Bolivia vio a Eleodoro en un restaurante con un poncho y un chullo, en actitud sospechosamente clandestina. Juan se acercó a saludarlo y Eleodoro le dijo que estaba de contrabandista. La sorpresa de mi hermano fue mayúscula cuando Vargas Vicuña le dijo que quería pasar de contrabando de Perú a Bolivia nada menos que sandías. Por lo general se pasa de contrabando objetos pequeños y de gran valor, las sandías eran todo lo contrario. Mi hermano Juan terminó el relato diciéndome: “Todo esto prueba que Eleodoro es un gran poeta”.
No sé en qué día y a qué hora  ni en dónde comencé a conversar con el poeta. Lo que sí recuerdo con mucha precisión fue esa noche de junio de 1949 cuando sentados en un banco de la Plaza de Armas me leyó su cuento “El traslado”, y recuerdo ese encuentro por dos razones. La primera, probablemente porque el cuento estaba manuscrito en varios papeles que marcaban los dobleces puesto que éstos siempre los cargaba en el bolsillo. Había muchas correcciones. Desde entonces, en casi medio siglo de actividad narrativa, nunca he dejado de trabajar con dedicación y amor mis textos literarios, y hasta estoy por sostener que si hay que hablar de inspiración ésta no hay que encontrarla en el primer momento de la escritura sino en la plenitud de la corrección. En suma, esta actitud estética se la debo a Eleodoro. Lo segundo que me impresiono de aquella lectura bajo las estrellas de Arequipa fue el tono, digamos el dejo, que Eleodoro empleaba en este relato. Claro que en ese entonces yo era un joven de 17 ó 18 años y no entendía en su verdadero sentido lo que por intuición esa noche aprendí de mi amigo poeta.
Eleodoro siempre habló del sentido de la distancia en su acepción griega, la sabia distancia que debe haber entre las personas. Era amigo –amigo de verdad- pero siempre interponía una elegante y sabia distancia para conservar lo más valioso de un ser humano que es lo que en verdad se es. Era demasiado sensible, yo creo que hasta débil. En las noches de borrascas cerveceras caminado con un grupo de amigos por las calles del centro de Lima de pronto detenía la marcha y nos hacía descubrir la belleza de un balcón o de la luz de la noche y decía: “hay que tener ojos de ver”. Y a veces cuando sentía intensamente la belleza de las cosas, animado por el espíritu del vegetal, lloraba. Era como las arañas frágiles que para defenderse de los agravios del mundo teje su tela. Él tejía su poesía.
La agonía del poeta Eleodoro Varas Vicuña fue discreta y elegante. No fue aparatosa y de gran desorden como suelen ser las de cáncer terminal. Y así, discreta y elegante, fue su vida y su valiosa y original obra literaria. Durante su prolongada y lacerante enfermedad, prefirió guardar una sabia distancia frente a sus amigos y familiares.
El traslado
Son las ocho de la mañana del 11 de abril de 1997. Me despierta el timbre del teléfono. Ayer, día de mi cumpleaños, lo pasé al pie del lecho de agonía de mi compadre Eleodoro Vargas Vicuña. Durante varios meses, he visto cómo el cáncer consumía su cuerpo, mas no su espíritu de poeta. Hace días, tomándome la mano y haciendo un gran esfuerzo por hablar, me dijo: “Gracias, Oswaldo, por haberme enseñado a reír. Ya sabes,  me entierran en Acobamba y nada de tristeza”. Me es difícil despertar. Estuve hasta el amanecer en el bar Superba. Cerveza y cerveza. Levanto el fono. Es la señora Victoria que entre sollozos me informa que acaba de fallecer su hermano Eleodoro y que se velará en el hospital Rebagliati. Me pide, por favor, que avise a los amigos. Mis ojos lagrimean y tomo un trago de ron a pico de botella. A las ocho y media, un amigo me pide que lo ponga en contacto con algún familiar de Eleodoro, pues tiene el encargo del director del Instituto Nacional de Cultura de ofrecer un salón del Museo de la Nación para el velatorio. Cumplo con el encargo. A las diez, me informan que la familia y dos amigos han trasladado el ataúd y la capilla ardiente del velatorio del Hospital al Museo de la Nación.
A las once de la mañana del día siguiente parto con el cortejo a Tarma. Se llega al atardecer. En esta ciudad hay una comitiva que desea que los restos de Eleodoro se velen en Tarma. La familia agradece. Pero se tiene que cumplir con el deseo del poeta. En Acobamba, los socios del Club Libertad nos conducen a su local. Se instala la capilla ardiente. Pero es tal la cantidad de gente que va llegando que se decide trasladar el velatorio al local del Concejo. Ahí, se vuelve a armar la capilla ardiente en un salón grande, oscuro y feo. Hay protestas y se busca al alcalde. Éste llega apresurado. Pide disculpas. Y nuevamente a desarmar la capilla ardiente para volverla a armar en el salón principal. Por fin, el ataúd reposa en una sala con arañas de cristal y muebles de madera negra de fino acabado.
A la mañana siguiente, se traslada el féretro a la Iglesia. Luego de los oficios, el cortejo se dirige a pie al cementerio. Después de los homenajes y discursos, se lleva el ataúd hasta un nicho. Pero se recuerda que Eleodoro ha pedido ser enterrado en una lomita que hay arriba del camposanto. De tal manera, decía el poeta, que si miras a la derecha, ves Acobamba, y si miras a la izquierda, la Floresta y hasta Tarma. Se saca el féretro del nicho y se le carga hasta la lomita. Ahí se le entierra con dos botellas de cerveza. Una negra y otra blanca. Es el pago de la apuesta que hace más de treinta años hizo con su hermano Marcelo, en el bar Palermo.
De vuelta a Lima de Acobamba veo, a través de la ventana del ómnibus, la Cantuta. De un solo trago seco la segunda botella de ron y una noche de junio de 1949, estoy con Eleodoro sentado en un banco de la Plaza de Armas de Arequipa. Me lee el cuento que acaba de escribir. Se llama “El traslado”, me dice. Ha trascurrido casi medio siglo y vuelvo a escuchar su hermosa voz esa noche de cielo claro, azul, de Arequipa: “Cambiamos de lugar, aun después de muertos”.


Fuente: revista La casa de cartón (Oxy) 13. Lima, primavera 1997

martes, 3 de septiembre de 2013

BETSABÉ, POEMA INÉDITO DE HÉCTOR ÑAUPARI



Betsabé en el baño, de Rembrandt


BETSABÉ

Cómo será mi piel junto a  tu piel
Chabuca Granda, Cardo o ceniza.

Verte es morir, Betsabé.
Y sin embargo, muero.

Susurra el viento cálido del este, y por su voz queda me despierto. La noche, boca entreabierta, que comienza a emerger como un peñasco sujetado por las olas, me arropa suavemente en su tibieza, y así me dejo conducir a mi más oscuro destino.

Ya es primavera, la guerra con su sordo aturdir parece tan lejana. Tan cansado estoy de combatir en tu nombre, Mi Señor Jehová, dame un respiro. 
   Cardos y caléndulas se abren de par en par.
               Y yo busco un aire más fresco.
                          Y yo te busco, Betsabé, sin saberlo.

Alcanzo la terraza casi preso de una extraña asfixia. Este crepúsculo hace que todo parezca más pequeño, se contiene el mundo en un puño, mi reino entero es un grano de mostaza.

Distingo las primeras lámparas que desafían esta noche aún clara, y entonces apareces de improviso, como el guijarro que lancé hace tantos años a la frente de mi enemigo, que ahora soy yo mismo.

Verte es morir, Betsabé.
Y sin embargo muero.

Y veo no obstante el agua que te acaricia recorrerte.
Y cómo te recorre. Y cómo se funde en cada latido, en cada gota de ese rocío tuyo. Y cómo refresca y purifica tu cuerpo.

No puedo combatirte. Ensoñación, rapto febril, todo se desata, huracán mío, al contemplarte en ese discurrir interminable del agua desde tu cabellera a tus tobillos. Y eres tú con tu cabellera festiva como una bandera al viento, y tus brazos como ciñéndome y tu piel de madreselvas más húmeda aún por el agua que te acaricia.

Y así tus pechos y tus nalgas cimbrean como un fruto maduro que cae al darte vuelta, giras como una amapola hacia el calor, y su temblor rotundo me embriaga como el primer vino de la creación, tus ojos son capulíes encendidos, tus muslos ríos que turgentes atraviesan toda la tierra yerma, que soy yo, la mata de vellos en tu pubis es la noche, las vides, el aire, la bóveda celeste, y soy presa de una hambre, una sed interminable de ti. ¡Oh cómo resistirme! Quiero gritar y no hay voz suficiente que me permita hallar tu nombre, Betsabé.

Verte es morir, Betsabé.
Y sin embargo muero.

Y ya no importa nada, ni mi Señor Jehová, ni el reino, ni el futuro, ni mis hijos que morirán bajo la espada, sólo quiero ser la mano de tus esclavas que se reconocen en ti, deseo ser su piel, anhelo ser el agua que cae derrotada ante tu cuerpo como el lirio al cambio de estación, muero por ser el sayo que te seca.

Y al llamarte todo será abismo.
Ese viento casi callado que me trajo hasta ti esparcirá el incendio donde arderé hasta consumirme, zarza abyecta y maldita en que me he convertido, junto al pueblo elegido y toda mi estirpe.

Y al tenerte seré una oscura profecía inatajable. Seré tu respiración controlando el vuelo de mis besos hasta atraparlos en tus labios. Seré tus talones apretando la feble hoja de mi cuerpo. Seré el beso que va de la lengua al labio, del labio a la mejilla, y de la mejilla a tus hombros deliciosos oh Betsabé.

Seré el que te fecunda de impurezas. Seré el que te montará a lomo desvelado e insomne detrás de los abrevaderos o fieramente en las cornisas del palacio. Mis manos te tomarán, ebrias de sudor, de restos de carbón y brea, y así cogerán tu boca callando tus gemidos, y será tu espalda refregándose contra la tierra espesa de mi vientre, tiznados quedarán tus pezones del polvo que desprenden mis brazos.

Desesperada abrirás en canal el cuero de mis últimos años, asomarán los vellos, las pieles, tu marido, Urías, al que mandé asesinar para tenerte, la sangre de todo lo arrebatado entre nosotros, Betsabé.

Pero ya llegó el invierno, reina mía.
No hay viento ni vírgenes que puedan sacudir el frío en que me he transformado, yo que fui David, pastor, vencedor de gigantes, rey, salmista, y ahora estas cenizas apagadas y marchitas.

Pues verte ha sido morir, Betsabé.
Y viéndote, muero.