introx
Richi
Lacra insiste con las colaboraciones, llama por teléfono, escribe correos, pone
ultimátums, dice que la fecha se (le)acaba,
que le tengo que enviar el texto, que el material era para ayer, etc., etc.
Este señor Lacra ya me tiene harto y no sé cómo sacármelo de encima. Ahora me
pide que escriba algo sobre nuestro recordado amigo Kilowats; «cualquier cosa –me dice–, lo que te salga
del forro, usted es un maestro y bla bla bla… y después pasamos por el bolo y
su impuesto de guerra, usted ya sabe cómo es esto, vivimos en los cerros y
nadie nos auspicia, etc., etc.» Pero en
este preciso momento no se me ocurre nada. Ni si tuviera un cerebro hipertimésico
(capaz de acordarse de todo) podría hacerlo. Fueron tantos años y hoy solo
conservo un par de casetes con grabaciones artesanales de nuestro malogrado amigo.
Quizás si pusiera play, podría
acordarme de algo. Entonces busco una vieja casetera a pilas que usé en mis
épocas de periodismo radial. El ruido vuelve a hacerse realidad. La onda
expansiva nos alcanzará. Hey Ybarra, qué
riquiti te cuentas. ¿Hacemos una chancha para trago? Mira quién viene por ahí,
esa gente…
Jhonny
B. Goode or Johhy Huancayo
Lo conocí a fines de los ochentas e inicios de los noventas, ahí en la vieja
calle del jirón Quilca, en una de esas mesas de Las Rejas, las que estaban al
fondo, cerca al baño, sumidero y berrinchero. Lugar donde se reciclaban los
artesanos y waikis, junto a los rockers, los poetas y artistas que fumaban
yerba, coca, pasta o cualquier cosa que pudiera entrar por la tráquea; y uno
que otro parroquiano que lloraba sus penas a moco tendido, mientras
“Picapiedra”, el mesero enamorado de la luna, se cortaba las venas con una
botella rota. Ahí conocí a Kilo, Edgard Barraza, amigo de todos y lead vocalist-frontman del underground Cola Rock. Por entonces, ya
le decían Kilowats por el singular parecido con el logo-mascota de las Empresas
Eléctricas Asociadas: Kilowatito, que en realidad era una burda copia del cartoon «Reddy
Kilowatt» (a quien se le pagaba regalías por este
asunto) y que por nuestros lares tuvo tanta pegada que salía al lado del acahuma presidente Belaúnde Terry. Y también
publicitaba cuestiones que tenían que ver con el Estado; hasta dicen que esa
chamba de muñeco eran tan codiciada que había que postular y llenar formularios
de psicotécnico y tests de Rorschach. Lo cierto, es que eso le importaba un
rábano a Kilo, siempre presente en todos los eventos de rock y poesía, como el
otrora Los Lunes del Sapo con Piero Bustos y César N en la alta dirección
colegiada, monitoreando toda la manada subterránea que asomaba la cabeza en
esta Lima pacharaca y Astalculo a cuyos primeros músicos subterráneos llamó «vándalos»
y a quienes, en cierto momento, se les quiso aplicar el decreto
legislativo 046 por terrorismo, instaurado por el execrable ministro de justicia
ultraderechista, Felipe Osterling Parodi.
The rocker salvo salve
Kilowats
vestía de jean con un polo blanco y una casaca camionera de cuero, llevaba el
pelo al ras y era de contextura delgada. Su frase célebre siempre fue «ay riquititi»,
sobre todo cuando nos encontrábamos en los culturosos eventos de aquellas
épocas y mi compadre siempre ponía la buena onda y armonizaba, mismo
plenipotenciario o incienso limpiacasa, con los grupos menos integrados o los
más belicosos. Kilo no tenía problemas con nadie y siempre estaba a la espera
de que hubiera un hueco, un vacío en el escenario para ponerse a tocar con
algún grupo improvisado o parchado, o con cualquiera al que le gustase el punk
rock o las melodías antisistemas que hacían las delicias de los jóvenes renegades de aquellas épocas. Seguro
habrán muchas historias y anécdotas que contar y que pudieran ayudarnos a
recordar a Kilowats. Yo rememoro algunas; una fue en un concierto cuando varios
lúmpenes querían masacrar a un escriba por haberlos ofendido al pedirles que
respetaran a una dama. Los facinerosos sacaron sus cuchillos oxidados y cuando
ya estaban dispuestos a hacer picadillo al escriba, Kilo salió al frente y
calmó los ánimos, metió su mano al bolsillo y les ofreció algo enrollado y un
encendedor. Todos volvieron a sus asientos y el escriba no tuvo que regresar
por partes a su casa. (Gracias K por esa delicatesen).
Dicen
que fue el cáncer quien le ganó la batalla; quienes estuvimos cerca siempre lo
vimos con buen ánimo, incluso al final, cuando los ganglios se le inflamaron,
una pañoleta de seda al cuello y seguir roqueando fue la consigna. Su sonrisa
amable y su fuerza de rock and roll siempre
estarán presentes. Honor y gloria al rocker subterráneo.
Outrox
Richi
Lacra vuelve a la carga. «Su
texto, comandante», dice. Ahora se metamorfosea y cuelga en su
página de fb un vídeo donde se me injuria. Pienso mandarlo a la damier, a la
misma shit o a la merda de Alfred Jarry, pero ya son
tantos los años que nos conocemos y sobre todo, que me ha hecho escuchar una
cinta que tenía perdida entre todos mis cachivaches. Quizás es hora de volver a
repasar el casete y ponerme a escribir unas cuantas líneas de Kilowats. Quizás
un buen título debería ser Kilowats, koka
kola rocks o quizás debería guardarme esta pequeña nota en el bolsillo y
salir al concierto homenaje que se le dará hoy sábado en el boulevard de Quilca.
Antes presionó play y sale Chuck
Berry con su camisa de flores tocando: «Solía
llevar su guitarra en la funda de una escopeta, o se sentaba bajo un árbol al
lado de la vía del tren. Oh, un maquinista lo podría ver sentado ahí en la
sombra, rasgueando al ritmo que marcaban con sus trenes. La gente pasaba y
paraba para decir: “Oh, Dios mío, ¿pero éste pequeño chico de pueblo puede
tocar?” » *
*«He used to
carry his guitar in a gunny sack. Or sit beneath the tree by the railroad
track. Oh an engineer could see him sitting in the shade. Strummin' to the
rhythm that the drivers made. People passing by they'd stop and say. “Oh my but
that little country boy can play”».
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