domingo, 29 de septiembre de 2013

KILOWATS, kOkA kOLA ROCK




introx

Richi Lacra insiste con las colaboraciones, llama por teléfono, escribe correos, pone ultimátums, dice que la fecha se (le)acaba, que le tengo que enviar el texto, que el material era para ayer, etc., etc. Este señor Lacra ya me tiene harto y no sé cómo sacármelo de encima. Ahora me pide que escriba algo sobre nuestro recordado amigo Kilowats; «cualquier cosa –me dice–, lo que te salga del forro, usted es un maestro y bla bla bla… y después pasamos por el bolo y su impuesto de guerra, usted ya sabe cómo es esto, vivimos en los cerros y nadie nos auspicia, etc., etc.» Pero en este preciso momento no se me ocurre nada. Ni si tuviera un cerebro hipertimésico (capaz de acordarse de todo) podría hacerlo. Fueron tantos años y hoy solo conservo un par de casetes con grabaciones artesanales de nuestro malogrado amigo. Quizás si pusiera play, podría acordarme de algo. Entonces busco una vieja casetera a pilas que usé en mis épocas de periodismo radial. El ruido vuelve a hacerse realidad. La onda expansiva nos alcanzará. Hey Ybarra, qué riquiti te cuentas. ¿Hacemos una chancha para trago? Mira quién viene por ahí, esa gente…

Jhonny B. Goode  or Johhy Huancayo

 Lo conocí a fines de los ochentas e  inicios de los noventas, ahí en la vieja calle del jirón Quilca, en una de esas mesas de Las Rejas, las que estaban al fondo, cerca al baño, sumidero y berrinchero. Lugar donde se reciclaban los artesanos y waikis, junto a los rockers, los poetas y artistas que fumaban yerba, coca, pasta o cualquier cosa que pudiera entrar por la tráquea; y uno que otro parroquiano que lloraba sus penas a moco tendido, mientras “Picapiedra”, el mesero enamorado de la luna, se cortaba las venas con una botella rota. Ahí conocí a Kilo, Edgard Barraza, amigo de todos y lead vocalist-frontman del underground Cola Rock. Por entonces, ya le decían Kilowats por el singular parecido con el logo-mascota de las Empresas Eléctricas Asociadas: Kilowatito, que en realidad era una burda copia del cartoon «Reddy Kilowatt» (a quien se le pagaba regalías por este asunto) y que por nuestros lares tuvo tanta pegada que salía al lado del acahuma presidente Belaúnde Terry. Y también publicitaba cuestiones que tenían que ver con el Estado; hasta dicen que esa chamba de muñeco eran tan codiciada que había que postular y llenar formularios de psicotécnico y tests de Rorschach. Lo cierto, es que eso le importaba un rábano a Kilo, siempre presente en todos los eventos de rock y poesía, como el otrora Los Lunes del Sapo con Piero Bustos y César N en la alta dirección colegiada, monitoreando toda la manada subterránea que asomaba la cabeza en esta Lima pacharaca y Astalculo a cuyos primeros músicos subterráneos llamó «vándalos» y a quienes, en cierto momento, se les quiso aplicar el decreto legislativo 046 por terrorismo, instaurado por el execrable ministro de justicia ultraderechista, Felipe Osterling Parodi.

 The  rocker salvo salve

Kilowats vestía de jean con un polo blanco y una casaca camionera de cuero, llevaba el pelo al ras y era de contextura delgada. Su frase célebre siempre fue «ay riquititi», sobre todo cuando nos encontrábamos en los culturosos eventos de aquellas épocas y mi compadre siempre ponía la buena onda y armonizaba, mismo plenipotenciario o incienso limpiacasa, con los grupos menos integrados o los más belicosos. Kilo no tenía problemas con nadie y siempre estaba a la espera de que hubiera un hueco, un vacío en el escenario para ponerse a tocar con algún grupo improvisado o parchado, o con cualquiera al que le gustase el punk rock o las melodías antisistemas que hacían las delicias de los jóvenes renegades de aquellas épocas. Seguro habrán muchas historias y anécdotas que contar y que pudieran ayudarnos a recordar a Kilowats. Yo rememoro algunas; una fue en un concierto cuando varios lúmpenes querían masacrar a un escriba por haberlos ofendido al pedirles que respetaran a una dama. Los facinerosos sacaron sus cuchillos oxidados y cuando ya estaban dispuestos a hacer picadillo al escriba, Kilo salió al frente y calmó los ánimos, metió su mano al bolsillo y les ofreció algo enrollado y un encendedor. Todos volvieron a sus asientos y el escriba no tuvo que regresar por partes a su casa. (Gracias K por esa delicatesen).
Dicen que fue el cáncer quien le ganó la batalla; quienes estuvimos cerca siempre lo vimos con buen ánimo, incluso al final, cuando los ganglios se le inflamaron, una pañoleta de seda al cuello y seguir roqueando fue la consigna. Su sonrisa amable y su fuerza de rock and roll siempre estarán presentes. Honor y gloria al rocker subterráneo.

Outrox

Richi Lacra vuelve a la carga. «Su texto, comandante»,  dice. Ahora se metamorfosea y cuelga en su página de fb un vídeo donde se me injuria. Pienso mandarlo a la damier, a la misma shit o a la merda de Alfred Jarry, pero ya son tantos los años que nos conocemos y sobre todo, que me ha hecho escuchar una cinta que tenía perdida entre todos mis cachivaches. Quizás es hora de volver a repasar el casete y ponerme a escribir unas cuantas líneas de Kilowats. Quizás un buen título debería ser Kilowats, koka kola rocks o quizás debería guardarme esta pequeña nota en el bolsillo y salir al concierto homenaje que se le dará hoy sábado en el boulevard de Quilca. Antes presionó play y sale Chuck Berry con su camisa de flores tocando: «Solía llevar su guitarra en la funda de una escopeta, o se sentaba bajo un árbol al lado de la vía del tren. Oh, un maquinista lo podría ver sentado ahí en la sombra, rasgueando al ritmo que marcaban con sus trenes. La gente pasaba y paraba para decir: “Oh, Dios mío, ¿pero éste pequeño chico de pueblo puede tocar?” » *

*«He used to carry his guitar in a gunny sack. Or sit beneath the tree by the railroad track. Oh an engineer could see him sitting in the shade. Strummin' to the rhythm that the drivers made. People passing by they'd stop and say. “Oh my but that little country boy can play”».



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