Mientras se aclara (o se agrava) el panorama de intento de golpe en Ecuador, les dejo estos vídeos de apoyo popular a Rafael Correa, y mi rechazo absoluto al fascismo militar y los esbirros de la reacción norteamericana que, de seguro, están detrás de este atentado contra la democracia. Todavía no hay información clara, los aeropuertos están tomados por los militares, el pueblo se encuentra en las calles, Correa estaría internado en un hospital. Alan García ha cerrado las fronteras con Ecuador.
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jueves, 30 de septiembre de 2010
ÚLTIMO MINUTO: INTENTO DE GOLPE DE ESTADO EN ECUADOR
Mientras se aclara (o se agrava) el panorama de intento de golpe en Ecuador, les dejo estos vídeos de apoyo popular a Rafael Correa, y mi rechazo absoluto al fascismo militar y los esbirros de la reacción norteamericana que, de seguro, están detrás de este atentado contra la democracia. Todavía no hay información clara, los aeropuertos están tomados por los militares, el pueblo se encuentra en las calles, Correa estaría internado en un hospital. Alan García ha cerrado las fronteras con Ecuador.
"EL OLOR DEL TACUCHAUFA", ENVÍO DE RAFAEL INOCENTE
El que nació para panzón, aunque lo fajen, decían las abuelas decimonónicas y, a la par que aconsejaban a la hija acerca de las cualidades de un nutritivo yantar para los infantes, velaban por la economía doméstica, salmodiando el refrán popular, somos lo que comemos. Es que se conservaba todavía una cierta decencia para el bitute y el convite de olla. Hoy no. Hoy las cosas han cambiado y tanto salen por televisión un cerdo fujimontesinista y tragaldabas, corrupto dirigente de fútbol, pontificando de cebiches, cau-cau y chancho al palo, como un afeminado maromero pretendiendo engañar a las marujas nativas afirmando que con veinte lucas adereza un plato gourmet para una familia peruana. Si antes la carrera del futuro era la computación, hoy miles de willys y panchitos desinformados sueñan con ser futbolistas o cocineros para alcanzar rapidito nomás su primer millón y mudarse de barrio. Si este corral porcino llamado Perú se ha envilecido en manos de políticos apátridas, arzobispos renegados del Cristo, abogados delincuentes, militares inmundos y ministros rateros, ahora se suman a la pandilla opresora, cocineros sabelotodo. Escribo hastiado de estos sujetos, de sus sartenes y cacerolas, de sus marmitones y fogatas ofensivas. Harto de toda esa horda guisandera que infesta la televisión, aliñando platillos de nombre impronunciable a mujercitas inútiles. Hoy en la televisión peruana reinan zorrimodelos que enantes nomás se entregaban por cien dólares, futbolistas fronterizos, cabrillas envilecidos y cocineros mediáticos tragando como gargantúas en cuchipandas onerosas, afrenta grotesca para millones de peruanos que sobreviven con un caldo de chuño o un puñado de cancha. Atestiguan mi palabra veinte mil tuberculosos limeños y sus empobrecidas familias, mudos espectadores del banquete del escarnio, la Tercera Feria Gastronómica Mistura.
¿Que mi crítica es inmediata y mezquina? ¿Que el peor enemigo de un peruano es otro peruano? ¿Que confundo gastronomía con nutrición? ¡Bah! lugares comunes, frases de adocenados, optimismo oligofrénico de arrebañados orgullosos de un país inexistente. Solidaridad, dignidad, esfuerzo, patria, memoria común, son palabras desconocidas por glotones de izquierda y derecha, hijos todos de la misma madre, mamones todos de la misma teta1.
Como soy de los que deben ver para creer, conseguí mi reventa a treinta soles en una de las puertas del Parque de la Exposición, a vista y paciencia de los tombos. Ni siquiera hice cola para ingresar y en un santiamén me encontraba sitiado por miles de insaciables que pujaban por hacerse plaza en una de las decenas de colas en donde se apretujaban monjas lascivas embutiéndose gruesos churros chorreantes de manjarblanco, emergentes2 endomingados orgullosos de codearse con la high life lorcha, intelectuales cansados infectados de sociología —postmodernos adoradores de Tongo y la buena olla—, pitucos progre capaces de tragar ceviche+tallarín colorado+papa a la huancaína+chicha morada helada y votar luego a la Susana Villarán, pero incapaces de pagarle un sol más a la muchacha que les cocina, les lava y les limpia el depa de San Borja y un ministro de la incultura, que confunde kotosh con tocosh, pero es capaz de admirar a Alan García por su visión de momento (sic).
Así estaban las cosas ese sábado. Mas de un de repente, como dicen los nortinos, de una guarida en donde vendían curiosos helados de papa, rocoto y palta, veo salir a uno, alucinante por la tenida. Pensé que se trataba de la propaganda ambulante de la exótica gelateria: pero no, se trataba un ser humano ataviado con un terno verde ocopa, abierto de par en par, con una camisa nívea y una corbata de seda con topitos negros. Saboreaba un helado de palta. Llevaba en una mano una bolsa plástica grabada que decía Ermenegildo Zegna y en la otra, a una gordita con botas de cuero y lentes para el sol ¬¬—¡pero estaba nublado!¬¬¬¬¬¬¬—, sospechosamente lacia como Cleopatra. La joven madona engullía a dos cachetes un pan con jamón rebosante de ajíes, cebollas y salsas de colores. Eran mis viejos conocidos del Jockey Plaza y no pude más que alegrarme por tan dichoso encuentro. Los seguí discretamente, lo cual no fue difícil, confundido entre la mar de gente excitada. Recordé mis días vividos en Egipto y La India. Me sentía en un mercadillo de El Cairo o Calcuta por lo apretado de la vía, pero la lujuria que destilaba aquél amasijo frotidista no la observé durante el año que pasé en Oriente. Aquí el ambiente exudaba saliva, lubricidad y efluvios malolientes. El olor de las viandas difuminaba el de los perfumes con que se había adobado aquél horroroso monstruo acéfalo, un bestial tubo digestivo ansioso de comida, diversión, trago y más comida.
Willy y Verito venían decididos a todo. Como dicen los jovenzuelos indolentes de hoy en día: asumo que se cuadraron primero en El Chinito, por los panes con jamón cuyas envolturas arrojaron sin miramientos al suelo. El tour de mis bizarros amigos había comenzado. El mapa obsequiado por el revendedor lo arrojé por la borda apenas divisé a la dichosa parejita, seguro de que ellos serían la mejor guía por aquél dédalo de sabores.
Lo que siguió raya en lo inverosímil. Se cuadraron para empujarse un extravagante tacuchaufa a una velocidad asombrosa, lo cual por otra parte no fue nada del otro mundo, porque la porción ameritaba el apetito de un periquito enfermo. Acto seguido, la pareja se zampó en la cola del cebiche y con las cebollas rebasando por sus mandíbulas, miraron el mapa que Verito llevaba en un carterón chino de cuero sintético. Sin pérdida de tiempo corrieron hacia la chanfainita con tamales e inmediatamente después dieron cuenta de seis palitos de anticuchos elaborados con corazón de res importado, ese que parece tecnopor viejo. Calmada su ansiedad, nuestros mamones alargaron la fila para ingerir un chupe de camarones, coloradote, grasiento y vaporoso.
Ya a estas alturas, la mistura de frijol canario, huevo, sillao y cebollita china, aderezado con ají amarillo y abundante ajo habían convertido los intestinos de Verito y el estómago ulcerado de Willy en un campo de batalla en donde metilsulfuro, amoníaco y escatol, sulfuro de hidrógeno, helio y otros gases nobles, pugnaban por desbandarse por arriba y por abajo. Mi amor, todavía tengo hambre, me ha dado la depre, rogó Verito volteando los ojos. Al frente suyo, tres kilómetros de trogloditas babeaban por el chancho al palo. Se sumaron a la interminable fila de glotones y, con la esperanza de apaciguar la efervescencia de su fuero interno, cataron de un jugo frozen de melón +naranja+ pepino dulce, el popular mataserrano del criollo añejo. En poco menos de media hora, el bolo alimenticio fermentado, hedía. Los canarios silbaban y los palominos maculaban el calzón Leonisa de Verito, anticipando enteritis aguda a nuestros precoces ventrales.
Si comprendemos que la capacidad del estómago humano apenas llega a 1.5 kg, entonces repararemos en el crimen que cometieron contra sí mismos los circunstantes del Mistura. Entre el chancho al palo, el tacuchaufa, los anticuchos, el sándwich de jamón, el chupe y el cebiche de lenguado, la parejita había engullido por lo menos 5 kg de comida, justo lo que cabe en el estómago de un chancho joven. Willy se había descorrido la correa para aliviar la opresión de la guata y se venteaba sin pudor alguno, mientras que Verito ya no cabía en el jean al cuete en el que había calzado su figura cuadrada.
Daban las siete de la noche. Sucesivos shows habían engalanado la Feria y peruanos de todas las clases comían, bebían y bailaban al son de la cumbia postmoderna de Bareto. Pero un olor sulfuroso, pesado e irrespirable abotagaba el recinto de la alegría. Los gases nobles habían logrado escapar del pozo séptico y el producto de la sobreingesta compulsiva de los intemperantes se liberaba al ambiente: ni los más potentes jugos gástricos, ni las más furiosas enzimas hidrolíticas habrían digerido tal cantidad de comida tan torpemente combinada. ¿Cuántos años permanecería todo ese alimento putrefacto en el pozo séptico, negro y estancado, en que se había convertido el colon de nuestros ventrales? ¿Sus cerebros aturdidos de comida repararían en ello?
En las grandes orgías romanas eran más previsores y si bien es cierto, satisfacían a saciedad los deseos del cuerpo, los desechos y la mierda propia de la condición humana seguían un cauce ya previsto. Nuestros romanos comían como leones, bebían como camellos y fornicaban como bononos, pero vaya que tenían un sistema sanitario impecable. Baños públicos, bacinicas al paso, sistemas de canalización de aguas servidas. En el Mistura, tamales, cebiche y carapulcra, causa, seco y tallarines, estofados, paellas y anticuchos, chanfainita, chupe y tacuchaufa, chinchulines, pancita y chancho al palo, jugos de frutas, helado y pisco sour, se habían mezclado de manera tan innoble, desatinada y compulsiva en las vísceras purulentas de los golosos que inodoros, urinarios y vomitaderos públicos brillaron por su ausencia o notoria insuficiencia.
En algún momento de mi odisea me crucé con Gastón Acurio. Más asediado que estrella del rock, el cusqueño sonreía a todo el mundo. Iba sin afeitar y el chaquetín cocinero lucía arrugado. Su peluquín oleoso apenas se mecía al traidor viento limeño. Si antes un hijo te salía golfo lo metías a cocinero. Sudoroso, panzón y autoritario, este cachaco de la cocina guisaba para las fauces de la alta burguesía y se preciaba de usar sólo productos franceses. A Gastón, por el contrario, se le veía tan bonachón, tan intercultural e incluyente que resultaba imposible agarrarle bronca alguna a este pretendido Che Guevara de la cocina peruana. Esa facha de ex gordo beneficiario de banda gástrica, chévere con todos, es lo que hace de Gastón bolo fijo a lo que sea. En cambio, los pequeños cultivadores serranos de papa lucían menguados y silenciosos. Silenciosos como los anémicos que estiraban las manos por entre las rejas del Parque rogando por un mendrugo a los ventrales. Esos 600 pequeños productores de papa invitados al Mistura, utilizados hábilmente por el discurso gastronómico y ministerial, permanecían impermeables al boato de la concurrencia y al protagonismo atribuido por el discurso gastronómico. Sospechaban quizá que las 15 toneladas de papa que movieron en la Feria eran nada frente a los 3 millones de toneladas que anualmente producen 600 mil agricultores peruanos y que cada año pierden terreno frente a los productos importados subsidiados: trigo, arroz, soya, azúcar, aceite, lácteos y, paradójicamente, papas. Sospechaban seguramente que al día siguiente del Mistura los intermediarios seguirían pagando por las papas nativas 10 o 20 céntimos de sol por kilo, mientras que sus hijos formarían parte de ese vergonzoso ejército de desnutridos crónicos o de esos 20 mil tebecianos que agonizan lentamente sólo en la Ciudad de los Culpables.
Al retirarme vi a Rómulo, Alan y Remigio, esos ladrones que esperaron pacientemente a que sus delitos prescriban para retornar al país y seguir robando. Sus carrillos repletos de caucau de pota —¿o poto?— acusaban el desgaste de la mentira. Dos mujeres, rubias al pomo y rucas a la vista, masticaban tallarines a la huancaína, colgadas de sus brazos haraganes de logreros profesionales. Sentí horror y pena por el Perú y por los miles de chiquillos ingenuos, futuros chefs subempleados —¿sabrán acaso que Ferrán Adriá empezó lavando platos y jamás pisó una escuela de hostelería?¿sabrán cuántos bistros y restaurantes tres Michelin hay en Lima?¿serán lo suficientemente guerreros como para sobrevivir con una fonda decente cuando el papi ya no les subvencione?—. Sentí lástima por Gastón, sobrepasado a la legua por las condiciones del neocapitalismo consolidado desde políticas liberales e inequitativas en sí mismas. Sentí pena por Gastón, aprovechado por esa manada de políticos filogenéticamente ladrones que medran sin remordimientos su bonito discurso inclusivo, su discurso de poeta-cocinero de una burguesía cada día más soberbia, insensible y decadente.
¿Que mi crítica es inmediata y mezquina? ¿Que el peor enemigo de un peruano es otro peruano? ¿Que confundo gastronomía con nutrición? ¡Bah! lugares comunes, frases de adocenados, optimismo oligofrénico de arrebañados orgullosos de un país inexistente. Solidaridad, dignidad, esfuerzo, patria, memoria común, son palabras desconocidas por glotones de izquierda y derecha, hijos todos de la misma madre, mamones todos de la misma teta1.
Como soy de los que deben ver para creer, conseguí mi reventa a treinta soles en una de las puertas del Parque de la Exposición, a vista y paciencia de los tombos. Ni siquiera hice cola para ingresar y en un santiamén me encontraba sitiado por miles de insaciables que pujaban por hacerse plaza en una de las decenas de colas en donde se apretujaban monjas lascivas embutiéndose gruesos churros chorreantes de manjarblanco, emergentes2 endomingados orgullosos de codearse con la high life lorcha, intelectuales cansados infectados de sociología —postmodernos adoradores de Tongo y la buena olla—, pitucos progre capaces de tragar ceviche+tallarín colorado+papa a la huancaína+chicha morada helada y votar luego a la Susana Villarán, pero incapaces de pagarle un sol más a la muchacha que les cocina, les lava y les limpia el depa de San Borja y un ministro de la incultura, que confunde kotosh con tocosh, pero es capaz de admirar a Alan García por su visión de momento (sic).
Así estaban las cosas ese sábado. Mas de un de repente, como dicen los nortinos, de una guarida en donde vendían curiosos helados de papa, rocoto y palta, veo salir a uno, alucinante por la tenida. Pensé que se trataba de la propaganda ambulante de la exótica gelateria: pero no, se trataba un ser humano ataviado con un terno verde ocopa, abierto de par en par, con una camisa nívea y una corbata de seda con topitos negros. Saboreaba un helado de palta. Llevaba en una mano una bolsa plástica grabada que decía Ermenegildo Zegna y en la otra, a una gordita con botas de cuero y lentes para el sol ¬¬—¡pero estaba nublado!¬¬¬¬¬¬¬—, sospechosamente lacia como Cleopatra. La joven madona engullía a dos cachetes un pan con jamón rebosante de ajíes, cebollas y salsas de colores. Eran mis viejos conocidos del Jockey Plaza y no pude más que alegrarme por tan dichoso encuentro. Los seguí discretamente, lo cual no fue difícil, confundido entre la mar de gente excitada. Recordé mis días vividos en Egipto y La India. Me sentía en un mercadillo de El Cairo o Calcuta por lo apretado de la vía, pero la lujuria que destilaba aquél amasijo frotidista no la observé durante el año que pasé en Oriente. Aquí el ambiente exudaba saliva, lubricidad y efluvios malolientes. El olor de las viandas difuminaba el de los perfumes con que se había adobado aquél horroroso monstruo acéfalo, un bestial tubo digestivo ansioso de comida, diversión, trago y más comida.
Willy y Verito venían decididos a todo. Como dicen los jovenzuelos indolentes de hoy en día: asumo que se cuadraron primero en El Chinito, por los panes con jamón cuyas envolturas arrojaron sin miramientos al suelo. El tour de mis bizarros amigos había comenzado. El mapa obsequiado por el revendedor lo arrojé por la borda apenas divisé a la dichosa parejita, seguro de que ellos serían la mejor guía por aquél dédalo de sabores.
Lo que siguió raya en lo inverosímil. Se cuadraron para empujarse un extravagante tacuchaufa a una velocidad asombrosa, lo cual por otra parte no fue nada del otro mundo, porque la porción ameritaba el apetito de un periquito enfermo. Acto seguido, la pareja se zampó en la cola del cebiche y con las cebollas rebasando por sus mandíbulas, miraron el mapa que Verito llevaba en un carterón chino de cuero sintético. Sin pérdida de tiempo corrieron hacia la chanfainita con tamales e inmediatamente después dieron cuenta de seis palitos de anticuchos elaborados con corazón de res importado, ese que parece tecnopor viejo. Calmada su ansiedad, nuestros mamones alargaron la fila para ingerir un chupe de camarones, coloradote, grasiento y vaporoso.
Ya a estas alturas, la mistura de frijol canario, huevo, sillao y cebollita china, aderezado con ají amarillo y abundante ajo habían convertido los intestinos de Verito y el estómago ulcerado de Willy en un campo de batalla en donde metilsulfuro, amoníaco y escatol, sulfuro de hidrógeno, helio y otros gases nobles, pugnaban por desbandarse por arriba y por abajo. Mi amor, todavía tengo hambre, me ha dado la depre, rogó Verito volteando los ojos. Al frente suyo, tres kilómetros de trogloditas babeaban por el chancho al palo. Se sumaron a la interminable fila de glotones y, con la esperanza de apaciguar la efervescencia de su fuero interno, cataron de un jugo frozen de melón +naranja+ pepino dulce, el popular mataserrano del criollo añejo. En poco menos de media hora, el bolo alimenticio fermentado, hedía. Los canarios silbaban y los palominos maculaban el calzón Leonisa de Verito, anticipando enteritis aguda a nuestros precoces ventrales.
Si comprendemos que la capacidad del estómago humano apenas llega a 1.5 kg, entonces repararemos en el crimen que cometieron contra sí mismos los circunstantes del Mistura. Entre el chancho al palo, el tacuchaufa, los anticuchos, el sándwich de jamón, el chupe y el cebiche de lenguado, la parejita había engullido por lo menos 5 kg de comida, justo lo que cabe en el estómago de un chancho joven. Willy se había descorrido la correa para aliviar la opresión de la guata y se venteaba sin pudor alguno, mientras que Verito ya no cabía en el jean al cuete en el que había calzado su figura cuadrada.
Daban las siete de la noche. Sucesivos shows habían engalanado la Feria y peruanos de todas las clases comían, bebían y bailaban al son de la cumbia postmoderna de Bareto. Pero un olor sulfuroso, pesado e irrespirable abotagaba el recinto de la alegría. Los gases nobles habían logrado escapar del pozo séptico y el producto de la sobreingesta compulsiva de los intemperantes se liberaba al ambiente: ni los más potentes jugos gástricos, ni las más furiosas enzimas hidrolíticas habrían digerido tal cantidad de comida tan torpemente combinada. ¿Cuántos años permanecería todo ese alimento putrefacto en el pozo séptico, negro y estancado, en que se había convertido el colon de nuestros ventrales? ¿Sus cerebros aturdidos de comida repararían en ello?
En las grandes orgías romanas eran más previsores y si bien es cierto, satisfacían a saciedad los deseos del cuerpo, los desechos y la mierda propia de la condición humana seguían un cauce ya previsto. Nuestros romanos comían como leones, bebían como camellos y fornicaban como bononos, pero vaya que tenían un sistema sanitario impecable. Baños públicos, bacinicas al paso, sistemas de canalización de aguas servidas. En el Mistura, tamales, cebiche y carapulcra, causa, seco y tallarines, estofados, paellas y anticuchos, chanfainita, chupe y tacuchaufa, chinchulines, pancita y chancho al palo, jugos de frutas, helado y pisco sour, se habían mezclado de manera tan innoble, desatinada y compulsiva en las vísceras purulentas de los golosos que inodoros, urinarios y vomitaderos públicos brillaron por su ausencia o notoria insuficiencia.
En algún momento de mi odisea me crucé con Gastón Acurio. Más asediado que estrella del rock, el cusqueño sonreía a todo el mundo. Iba sin afeitar y el chaquetín cocinero lucía arrugado. Su peluquín oleoso apenas se mecía al traidor viento limeño. Si antes un hijo te salía golfo lo metías a cocinero. Sudoroso, panzón y autoritario, este cachaco de la cocina guisaba para las fauces de la alta burguesía y se preciaba de usar sólo productos franceses. A Gastón, por el contrario, se le veía tan bonachón, tan intercultural e incluyente que resultaba imposible agarrarle bronca alguna a este pretendido Che Guevara de la cocina peruana. Esa facha de ex gordo beneficiario de banda gástrica, chévere con todos, es lo que hace de Gastón bolo fijo a lo que sea. En cambio, los pequeños cultivadores serranos de papa lucían menguados y silenciosos. Silenciosos como los anémicos que estiraban las manos por entre las rejas del Parque rogando por un mendrugo a los ventrales. Esos 600 pequeños productores de papa invitados al Mistura, utilizados hábilmente por el discurso gastronómico y ministerial, permanecían impermeables al boato de la concurrencia y al protagonismo atribuido por el discurso gastronómico. Sospechaban quizá que las 15 toneladas de papa que movieron en la Feria eran nada frente a los 3 millones de toneladas que anualmente producen 600 mil agricultores peruanos y que cada año pierden terreno frente a los productos importados subsidiados: trigo, arroz, soya, azúcar, aceite, lácteos y, paradójicamente, papas. Sospechaban seguramente que al día siguiente del Mistura los intermediarios seguirían pagando por las papas nativas 10 o 20 céntimos de sol por kilo, mientras que sus hijos formarían parte de ese vergonzoso ejército de desnutridos crónicos o de esos 20 mil tebecianos que agonizan lentamente sólo en la Ciudad de los Culpables.
Al retirarme vi a Rómulo, Alan y Remigio, esos ladrones que esperaron pacientemente a que sus delitos prescriban para retornar al país y seguir robando. Sus carrillos repletos de caucau de pota —¿o poto?— acusaban el desgaste de la mentira. Dos mujeres, rubias al pomo y rucas a la vista, masticaban tallarines a la huancaína, colgadas de sus brazos haraganes de logreros profesionales. Sentí horror y pena por el Perú y por los miles de chiquillos ingenuos, futuros chefs subempleados —¿sabrán acaso que Ferrán Adriá empezó lavando platos y jamás pisó una escuela de hostelería?¿sabrán cuántos bistros y restaurantes tres Michelin hay en Lima?¿serán lo suficientemente guerreros como para sobrevivir con una fonda decente cuando el papi ya no les subvencione?—. Sentí lástima por Gastón, sobrepasado a la legua por las condiciones del neocapitalismo consolidado desde políticas liberales e inequitativas en sí mismas. Sentí pena por Gastón, aprovechado por esa manada de políticos filogenéticamente ladrones que medran sin remordimientos su bonito discurso inclusivo, su discurso de poeta-cocinero de una burguesía cada día más soberbia, insensible y decadente.
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1 Poco ha cambiado el Perú desde 1907 cuando Manuel Gonzáles Prada escribió “Vemos la prosperidad de una oligarquía, el bienestar de un compadraje; no miramos la prosperidad ni el bienestar de un pueblo. Lima es no sólo, el gran receptáculo donde vienen a centralizarse las aguas sucias y las aguas limpias de los departamentos: es la inmensa ventosa que chupa la sangre de toda la Nación. Esas quintas, esos chalets, esos palacetes, esos coches, esos trajes de seda y esos aderezos de brillantes, provienen de los tajos en la carne del pueblo, representan las sangrías administradas en forma de contribuciones fiscales y gabelas de todo género.
2 Emergentes: esa categoría postmoderna inventada por la sociología embustera para disfrazar los conflictos de clase. Hoy más que antes se debe hablar de proletariado, subproletariado, pequeña, mediana y gran burguesía. Lo increíble es que existen quienes se sienten orgullosos del dichoso adjetivo, emergente, flotante, grumoso, como el mojón que sobrenada en el inodoro por su propio peso específico.
1 Poco ha cambiado el Perú desde 1907 cuando Manuel Gonzáles Prada escribió “Vemos la prosperidad de una oligarquía, el bienestar de un compadraje; no miramos la prosperidad ni el bienestar de un pueblo. Lima es no sólo, el gran receptáculo donde vienen a centralizarse las aguas sucias y las aguas limpias de los departamentos: es la inmensa ventosa que chupa la sangre de toda la Nación. Esas quintas, esos chalets, esos palacetes, esos coches, esos trajes de seda y esos aderezos de brillantes, provienen de los tajos en la carne del pueblo, representan las sangrías administradas en forma de contribuciones fiscales y gabelas de todo género.
2 Emergentes: esa categoría postmoderna inventada por la sociología embustera para disfrazar los conflictos de clase. Hoy más que antes se debe hablar de proletariado, subproletariado, pequeña, mediana y gran burguesía. Lo increíble es que existen quienes se sienten orgullosos del dichoso adjetivo, emergente, flotante, grumoso, como el mojón que sobrenada en el inodoro por su propio peso específico.
martes, 28 de septiembre de 2010
YBARRARIO: CUADERNO DE MÚSICO (EN SOL MAYOR)
“DISTORSIÓN ÁCIDA” 1990-2010
Tenía 15 años cuando me acerqué por primera vez al Conservatorio Nacional de Música, ubicado, en ese tiempo, en la avenida Emancipación, a un costado del jirón de La Unión. Hacía poco que había leído a Hegel y sus conceptos sobre la música y la poesía, y había nacido en mí, casi por inercia y natural motivación, la necesidad de perfeccionar lo poco que sabía sobre la guitarra, el bajo y contrabajo. Grande fue mi decepción cuando me dijeron que tenía que hacer una audición, leer música y entonar sin errores un instrumento musical. El hombre viejo y roñoso que me atendió tenía cara de pocos amigos y lucía una calva moderada, al parecer la música que le interesaba –y era la que tenía en el receptor am—era una salsa sensual de pésima melodía y letra horrorosa. Le dije que no tenía sentido todos los requisitos que pedían para ingresar al conservatorio, era como si para ser ingeniero te pidieran que, antes de iniciar la carrera, tuvieras que saber sobre números imaginarios, circuitos eléctricos y cálculos diferenciales y encima construir un puente o reparar un motor trifásico; o para ser veterinario te pidieran que supieras despanzurrar a un gato y determinaras por qué el hígado de este animal es muy sensible. "Gargament", el viejo de calva sudorosa, me miró fijamente y me dijo de mala gana que esos eran los requisitos y que la audición era en una semana para lo cual había que llenar un formulario y pagar al Banco de la Nación un equivalente a 300 soles. En ese momento me di cuenta que mi camino no era ser un músico de salón o de cámara, y no es porque estuviera vedado para este tipo de arte, sino que por razones de formas y de acomodamientos conceptuales nunca iba a ser parte de la manada de los cincuentas tocacuerdas y soplasaxos que se reúnen bajo la batuta del histriónico director de orquesta con el síndrome de Joe Cocker, sobre todo cuando entonaba el clásico betlesillo “Por una ayudita de mis amigos”.
Al salir del local, furioso (con ganas de patearle en el culo a Bach, con ganas de torcerle el cuello a Paganini o sacarle los ojos a Haydn) me encontré con unos niños de bien con sacos y corbatas michi que iban muy orondos a sus ensayos mientras sus empleadas domésticas les cargaban el instrumento. La imagen feudal, propia de esta ciudad hipócrita, unido al “arte” (o a los que ellos entienden como arte) me dio ganas de vomitar, pero por sobre todo me alejó de ese centro segregacionista que exigía requisitos que un muchacho cualquiera del Perú no podía cumplir; una forma muy sutil de aplicar la selección natural de los ricos (bien educados) sobre los pobres (mal educados y mantenidos en la ignorancia) y frustrar las intensiones de cualquier trovador o compositor cuyo estro o espíritu artístico necesite una perfilada o la corrección natural dentro de un proceso de aprendizaje.
Aquella noche me encerré en mi cuarto y empecé a tocar la guitarra lo más fuerte que podía, hasta los vecinos se quejaron y mis padres me pidieron que dejara las cuerdas y que no descuidara los estudios. Por la madrugada de aquel aciago día ya tenía compuesto mi primera canción en cuatro cuartos en una versión de rock primitivo con algunos arreglos que lo hacían ver como música de los cincuentas. Y así durante ese verano de 1985 me dediqué a hacer canciones, escribir letras y guardarlo todo en un cuaderno que escondía secretamente entre el colchón y el somier de la cama.
Todo ese material lo mantuve en reserva, celosamente guardado bajo llave –más, incluso, que mi poesía-- hasta que en 1990 fundé la banda de rock “Distorsión Ácida”, una especie de funk rock, heavy, blues y el revival sesentero con fusiones modernas. Nunca tuve intensión ni tuve la idea de hacer de mi esfuerzo musical motivo de orgullo o, mucho menos convertirme en un emblema del rock subterráneo del Perú. Por eso mismo, al principio me negué a grabar y tocábamos en bares de mala muerte y en algunas universidades solo por una necesidad de expresarnos.
Escribo esto, no porque quiera hacerme el músico frustrado o el artista incomprendido que ha visto cómo brota la mierda en un cuadro de Kandinski o como los hermanos Yaipén se llenan los bolsillos cantando prosaicos estribillos. Escribo esto porque sin pensarlo han pasado 25 años de aquella mala experiencia con la Escuela de Música, y 20 años desde que se fundara “Distorsión Ácida”. Este fue uno de los motivos principales por el cual nos reunimos hace un mes para volver a tocar aunque sea para nosotros. Sobre la entonación de instrumentos me quedo con una frase del viejo Amador Ballunbrosio que dijo en El Carmen-Chincha hace muchos años: “Rodolfo, no te preocupes de las formas, lo que tienes que hacer es dejar que el instrumento te use a ti, si el violín quiere salir del corazón, pues entonces deja que sea así”. El viejo Amador, contrario a todas las reglas de ponerse el violín en el hombro, se ponía el instrumento a la altura del pecho y dejaba salir las notas. Y es que para la música, como para cualquier arte, no existen reglas, ni formas, ni escuelas, ni parámetros o caminos, lo único que existe es pasión y las ganas de expresarse.
Y así, de mis ganas de formar parte algún día de la Orquesta Sinfónica Nacional y tocar el contrabajo haciendo pizzicatos, pasé a las filas de los roqueros que escarban en la basura un pedazo de alambre para reemplazar la cuerda que acaba de romperse. No sé si valió la pena, todavía sigo componiendo y me reúno de vez en cuando con músicos orquestales para hacer música clásica y hablar menos (o decir menos palabras, ya que como sabemos la música es también otro lenguaje). Y todavía no sé porque se tiene que repetir el estribillo “el rock es cultura” como si un tipo especial de música no podría calificarse como tal: música, cultura, creación intelectual, producción heroica del hombre desde que apareció en la tierra, expresión del espíritu, el lenguaje de los dioses, etc.
Les dejo este vídeo donde aparezco con un casco de un helicóptero norteamericano derribado en Vietnam (no necesito explicar el valor simbólico de esto, sólo que para conseguirlo tuve que pagar un precio oneroso). Mi hermano Edward aparece con una máscara de soldador que es como se tenía que andar en los ochentas ante tanta explosión que sacudía nuestra ciudad.
PD1: Quisiera aprovechar la ocasión y agradecer a todos los músicos que pasaron por la banda, entre ellos a Carlos Rodríguez, sanmarquino escritor y músico de fuste que hace homenajes al rock psicodélico, a Led Zeppelin, ACDC, etc. Las gracias, también van para Luis Godoy, baterista y poeta que ha publicado: Despertar el dolor. Hemil García quien en un tiempo nos acompañó en las vocales y ahora está dedicado de lleno a la literatura haciendo carrera en Estados Unidos. Las siempre eternas gracias a Manolo Garfias, guitarrista sabático (por Black Sabbath) que por estos días debe estar en Australia. También el saludo y las gracias a Carlos Tacuri, hijo del ex diputado Tacuri, músico de la desaparecida banda de rock fusión Ñaupamachu. Las gracias también a Julio Almeida, el Ñaka de "Mazo", Manolo Bonhan, Jesús del primer “Mister Blues” quien creía y confiaba en el proyecto hasta que por razones económica abandonó el país con la idea de formar una banda de country en EU.
PD2: Hoy la banda cuenta con el virtuoso Edward Quisquiche quien se quedó en la batería desde 1997. En el “guitar hero” está Hernán Manrique (sobrino de Nelson Manrique), y en la voz y bajo este humilde servidor.
Tenía 15 años cuando me acerqué por primera vez al Conservatorio Nacional de Música, ubicado, en ese tiempo, en la avenida Emancipación, a un costado del jirón de La Unión. Hacía poco que había leído a Hegel y sus conceptos sobre la música y la poesía, y había nacido en mí, casi por inercia y natural motivación, la necesidad de perfeccionar lo poco que sabía sobre la guitarra, el bajo y contrabajo. Grande fue mi decepción cuando me dijeron que tenía que hacer una audición, leer música y entonar sin errores un instrumento musical. El hombre viejo y roñoso que me atendió tenía cara de pocos amigos y lucía una calva moderada, al parecer la música que le interesaba –y era la que tenía en el receptor am—era una salsa sensual de pésima melodía y letra horrorosa. Le dije que no tenía sentido todos los requisitos que pedían para ingresar al conservatorio, era como si para ser ingeniero te pidieran que, antes de iniciar la carrera, tuvieras que saber sobre números imaginarios, circuitos eléctricos y cálculos diferenciales y encima construir un puente o reparar un motor trifásico; o para ser veterinario te pidieran que supieras despanzurrar a un gato y determinaras por qué el hígado de este animal es muy sensible. "Gargament", el viejo de calva sudorosa, me miró fijamente y me dijo de mala gana que esos eran los requisitos y que la audición era en una semana para lo cual había que llenar un formulario y pagar al Banco de la Nación un equivalente a 300 soles. En ese momento me di cuenta que mi camino no era ser un músico de salón o de cámara, y no es porque estuviera vedado para este tipo de arte, sino que por razones de formas y de acomodamientos conceptuales nunca iba a ser parte de la manada de los cincuentas tocacuerdas y soplasaxos que se reúnen bajo la batuta del histriónico director de orquesta con el síndrome de Joe Cocker, sobre todo cuando entonaba el clásico betlesillo “Por una ayudita de mis amigos”.
Al salir del local, furioso (con ganas de patearle en el culo a Bach, con ganas de torcerle el cuello a Paganini o sacarle los ojos a Haydn) me encontré con unos niños de bien con sacos y corbatas michi que iban muy orondos a sus ensayos mientras sus empleadas domésticas les cargaban el instrumento. La imagen feudal, propia de esta ciudad hipócrita, unido al “arte” (o a los que ellos entienden como arte) me dio ganas de vomitar, pero por sobre todo me alejó de ese centro segregacionista que exigía requisitos que un muchacho cualquiera del Perú no podía cumplir; una forma muy sutil de aplicar la selección natural de los ricos (bien educados) sobre los pobres (mal educados y mantenidos en la ignorancia) y frustrar las intensiones de cualquier trovador o compositor cuyo estro o espíritu artístico necesite una perfilada o la corrección natural dentro de un proceso de aprendizaje.
Aquella noche me encerré en mi cuarto y empecé a tocar la guitarra lo más fuerte que podía, hasta los vecinos se quejaron y mis padres me pidieron que dejara las cuerdas y que no descuidara los estudios. Por la madrugada de aquel aciago día ya tenía compuesto mi primera canción en cuatro cuartos en una versión de rock primitivo con algunos arreglos que lo hacían ver como música de los cincuentas. Y así durante ese verano de 1985 me dediqué a hacer canciones, escribir letras y guardarlo todo en un cuaderno que escondía secretamente entre el colchón y el somier de la cama.
Todo ese material lo mantuve en reserva, celosamente guardado bajo llave –más, incluso, que mi poesía-- hasta que en 1990 fundé la banda de rock “Distorsión Ácida”, una especie de funk rock, heavy, blues y el revival sesentero con fusiones modernas. Nunca tuve intensión ni tuve la idea de hacer de mi esfuerzo musical motivo de orgullo o, mucho menos convertirme en un emblema del rock subterráneo del Perú. Por eso mismo, al principio me negué a grabar y tocábamos en bares de mala muerte y en algunas universidades solo por una necesidad de expresarnos.
Escribo esto, no porque quiera hacerme el músico frustrado o el artista incomprendido que ha visto cómo brota la mierda en un cuadro de Kandinski o como los hermanos Yaipén se llenan los bolsillos cantando prosaicos estribillos. Escribo esto porque sin pensarlo han pasado 25 años de aquella mala experiencia con la Escuela de Música, y 20 años desde que se fundara “Distorsión Ácida”. Este fue uno de los motivos principales por el cual nos reunimos hace un mes para volver a tocar aunque sea para nosotros. Sobre la entonación de instrumentos me quedo con una frase del viejo Amador Ballunbrosio que dijo en El Carmen-Chincha hace muchos años: “Rodolfo, no te preocupes de las formas, lo que tienes que hacer es dejar que el instrumento te use a ti, si el violín quiere salir del corazón, pues entonces deja que sea así”. El viejo Amador, contrario a todas las reglas de ponerse el violín en el hombro, se ponía el instrumento a la altura del pecho y dejaba salir las notas. Y es que para la música, como para cualquier arte, no existen reglas, ni formas, ni escuelas, ni parámetros o caminos, lo único que existe es pasión y las ganas de expresarse.
Y así, de mis ganas de formar parte algún día de la Orquesta Sinfónica Nacional y tocar el contrabajo haciendo pizzicatos, pasé a las filas de los roqueros que escarban en la basura un pedazo de alambre para reemplazar la cuerda que acaba de romperse. No sé si valió la pena, todavía sigo componiendo y me reúno de vez en cuando con músicos orquestales para hacer música clásica y hablar menos (o decir menos palabras, ya que como sabemos la música es también otro lenguaje). Y todavía no sé porque se tiene que repetir el estribillo “el rock es cultura” como si un tipo especial de música no podría calificarse como tal: música, cultura, creación intelectual, producción heroica del hombre desde que apareció en la tierra, expresión del espíritu, el lenguaje de los dioses, etc.
Les dejo este vídeo donde aparezco con un casco de un helicóptero norteamericano derribado en Vietnam (no necesito explicar el valor simbólico de esto, sólo que para conseguirlo tuve que pagar un precio oneroso). Mi hermano Edward aparece con una máscara de soldador que es como se tenía que andar en los ochentas ante tanta explosión que sacudía nuestra ciudad.
PD1: Quisiera aprovechar la ocasión y agradecer a todos los músicos que pasaron por la banda, entre ellos a Carlos Rodríguez, sanmarquino escritor y músico de fuste que hace homenajes al rock psicodélico, a Led Zeppelin, ACDC, etc. Las gracias, también van para Luis Godoy, baterista y poeta que ha publicado: Despertar el dolor. Hemil García quien en un tiempo nos acompañó en las vocales y ahora está dedicado de lleno a la literatura haciendo carrera en Estados Unidos. Las siempre eternas gracias a Manolo Garfias, guitarrista sabático (por Black Sabbath) que por estos días debe estar en Australia. También el saludo y las gracias a Carlos Tacuri, hijo del ex diputado Tacuri, músico de la desaparecida banda de rock fusión Ñaupamachu. Las gracias también a Julio Almeida, el Ñaka de "Mazo", Manolo Bonhan, Jesús del primer “Mister Blues” quien creía y confiaba en el proyecto hasta que por razones económica abandonó el país con la idea de formar una banda de country en EU.
PD2: Hoy la banda cuenta con el virtuoso Edward Quisquiche quien se quedó en la batería desde 1997. En el “guitar hero” está Hernán Manrique (sobrino de Nelson Manrique), y en la voz y bajo este humilde servidor.
Aquí otros temas:
Diazepam
Icaro
Clamor en negro
PALABRAS DE ELMORE A VIOLETA CARNERO HOKE EN "CARETAS"
LUGAR COMÚN
AUGUSTO ELMORE
CARETAS /setiembre 23, 2010 p. 50
(…)
*
Ha muerto Violeta Valcárcel, la espléndida y vital viuda de Gustavo Valcárcel,
que en vida fue su extraordinaria compañera de infortunios (porque eso fue todo
lo que tuvo en vida el poeta, infortunio tras infortunio). Tuve el gusto de
conocerla hace muchos años en que los visité en su modesta pero acogedora
casa, en donde hablamos un poco de todo, del aprismo que ellos habían
abandonado siguiendo los pasos de Alberto Hidalgo, el poeta autor del prólogo de
mi primer libro de poemas, Origen, que fue lo que nos juntó, pero sobre todo de
poesía. Ella era una mujer bella y espigada, de la que seguramente se enamoró, como
yo y todos los que la conocimos, el gran pintor mexicano Diego Rivera, quien
durante el destierro de Gustavo y Violeta en México hizo de ella un valioso retrato.
Violeta fue en vida un vigoroso impulso para el poeta, y su ausencia será como un
Pedestal perenne. Por eso Gustavo escribió ¡Qué dicha más espléndida oír la libertad!
Ahora los dos son finalmente libres.
(…)
¡Salud a los poetas que fallecen (Violeta Valcárcel lo era) porque de ellos es
El Reino!
AUGUSTO ELMORE
CARETAS /setiembre 23, 2010 p. 50
(…)
*
Ha muerto Violeta Valcárcel, la espléndida y vital viuda de Gustavo Valcárcel,
que en vida fue su extraordinaria compañera de infortunios (porque eso fue todo
lo que tuvo en vida el poeta, infortunio tras infortunio). Tuve el gusto de
conocerla hace muchos años en que los visité en su modesta pero acogedora
casa, en donde hablamos un poco de todo, del aprismo que ellos habían
abandonado siguiendo los pasos de Alberto Hidalgo, el poeta autor del prólogo de
mi primer libro de poemas, Origen, que fue lo que nos juntó, pero sobre todo de
poesía. Ella era una mujer bella y espigada, de la que seguramente se enamoró, como
yo y todos los que la conocimos, el gran pintor mexicano Diego Rivera, quien
durante el destierro de Gustavo y Violeta en México hizo de ella un valioso retrato.
Violeta fue en vida un vigoroso impulso para el poeta, y su ausencia será como un
Pedestal perenne. Por eso Gustavo escribió ¡Qué dicha más espléndida oír la libertad!
Ahora los dos son finalmente libres.
(…)
¡Salud a los poetas que fallecen (Violeta Valcárcel lo era) porque de ellos es
El Reino!
NOCHE CRIOLLA EN "EL AVERNO"
Noches de Saycope en el Averno
CARLOS HILDAGO
CESAR CALDERON
CARLOS CASTILLO
LALO LLANOS
CARLOS CONDOR
REY SOTO
GOMER VALVERDE
ANTONIO ZEBALLOS
PIERO BUSTOS
INVITADOS ESPECIALES
30 DE SETIEMBRE
9 : 30 PM
C.C EL AVERNO JR.QUILCA 238 - LIMA
CARLOS HILDAGO
CESAR CALDERON
CARLOS CASTILLO
LALO LLANOS
CARLOS CONDOR
REY SOTO
GOMER VALVERDE
ANTONIO ZEBALLOS
PIERO BUSTOS
INVITADOS ESPECIALES
30 DE SETIEMBRE
9 : 30 PM
C.C EL AVERNO JR.QUILCA 238 - LIMA
RAQUEL JODOROWSKY EN EL BRISAS DEL TITICACA
MIÉRCOLES CULTURALES
Raquel Jodorowsky
Recital y conversatorio
Libros - Música – Brindis – Solidaridad
29 de setiembre – 7:00 p.m.
Asociación Cultural Brisas del Titicaca,
Wakulski 168, Cdra. 1 de Av. Brasil
INGRESO LIBRE
Raquel Jodorowsky
Recital y conversatorio
Libros - Música – Brindis – Solidaridad
29 de setiembre – 7:00 p.m.
Asociación Cultural Brisas del Titicaca,
Wakulski 168, Cdra. 1 de Av. Brasil
INGRESO LIBRE
PRESENTACIÓN DE "BELLAS Y SUICIDAS" EN LA CLP
MAESTRO ARGENTINO EN LA CASONA DE SAN MARCOS
Nota de Prensa:
El reconocido Director de Orquesta José María Ulla cumplirá una nutrida agenda en la Dirección de Música de la Decana de América.
La Dirección de Música de San Marcos recibe la visita de José María Ulla, Director de Orquesta argentino, quien ha venido exclusivamente al Perú para realizar actividades docentes y ofrecer un recital.
El miércoles 29 y jueves 30 a las 6:30 p.m, nuestro invitado disertará sobre la emblemática obra “Turangalila” de Olivier Messiaen, de la cual nuestro invitado realizó el estreno en Egipto. Las conferencias se realizarán en el Auditorio. Ingreso libre.
Para culminar con sus presentaciones en la Casona sanmarquina, nuestro invitado ofrecerá este viernes 1 de octubre un concierto con obras de Carlos Guastavino y otros, en el que participará la cantante peruana Victoria Villalobos. Este recital se realizará en el Salón General a las 7:00 p.m. Ingreso libre.
Todas estas actividades forman parte de la ESCUELA ABIERTA DE MÚSICA SAN MARCOS y es válida como Capacitación Docente.Se entregarán constancias a solicitud y bajo las siguientes condiciones: Asistir al 100 % del tiempo programado, entregar un breve trabajo que de cuenta de su participación en el evento y cancelar S/. 20.00.
Para obtener mayor información, comunicarse con la Dirección de Música: Telf. 4278155 / direcciondemusica@unmsm.edu.pe
Centro Cultural de San Marcos: Av. Nicolás de Piérola 1222 – Parque Universitario - Centro Histórico de Lima.
El reconocido Director de Orquesta José María Ulla cumplirá una nutrida agenda en la Dirección de Música de la Decana de América.
La Dirección de Música de San Marcos recibe la visita de José María Ulla, Director de Orquesta argentino, quien ha venido exclusivamente al Perú para realizar actividades docentes y ofrecer un recital.
El miércoles 29 y jueves 30 a las 6:30 p.m, nuestro invitado disertará sobre la emblemática obra “Turangalila” de Olivier Messiaen, de la cual nuestro invitado realizó el estreno en Egipto. Las conferencias se realizarán en el Auditorio. Ingreso libre.
Para culminar con sus presentaciones en la Casona sanmarquina, nuestro invitado ofrecerá este viernes 1 de octubre un concierto con obras de Carlos Guastavino y otros, en el que participará la cantante peruana Victoria Villalobos. Este recital se realizará en el Salón General a las 7:00 p.m. Ingreso libre.
Todas estas actividades forman parte de la ESCUELA ABIERTA DE MÚSICA SAN MARCOS y es válida como Capacitación Docente.Se entregarán constancias a solicitud y bajo las siguientes condiciones: Asistir al 100 % del tiempo programado, entregar un breve trabajo que de cuenta de su participación en el evento y cancelar S/. 20.00.
Para obtener mayor información, comunicarse con la Dirección de Música: Telf. 4278155 / direcciondemusica@unmsm.edu.pe
Centro Cultural de San Marcos: Av. Nicolás de Piérola 1222 – Parque Universitario - Centro Histórico de Lima.
lunes, 27 de septiembre de 2010
jueves, 23 de septiembre de 2010
YBARRARIO: UN ÁNGELUS PARA LILITH
HOMENAJE
I
A fines de los noventas conocí a Lilith. Yo había ido al centro de Lima, en una de mis acostumbradas travesías, a sacar fotocopias, conversar con unos amigos y comprar unos libros (viejo vicio del cual aún padezco) y de cara a mi mundo hostil y a mis búsquedas egotistas me encontré con ella: una chica de 16 ó 17 años de rostro rosado, cabello rojizo y de una amabilidad poco frecuente, en suma, una belleza (espiritual-física) que podría calificarse de literaria. Me hizo unos descuentos, me recomendó unos títulos, algunas novelas y ensayos lingüísticos en inglés, e incluso me dijo que podría prestarme algunos libros con la condición de que, luego de ver su calidad, los comprara (así, sin más). Me sorprendí ante un trato demasiado amable para una librería del centro de Lima. Ante tanta delicatesen no me quedó otra que gastar (¿invertir?) todo el dinero que tenía disponible. Aquella noche me fui con mi pequeño cargamento de libros dispuesto a encerrarme unos días para leer. Eso creía yo. En la noche, mi amable librera (la ideal, la buenagente y prestalibros, la que todo lector busca) se metió en mis sueños, parecía que tuviera alas, era un hada a quien yo daba gracias de haber encontrado el camino, y por ayudarme a creer en los libreros, seres a quienes, por lo general, despreciaba, porque jugaban con los sentimientos de los lectores, y su único afán, aparte de las conversas aguanosas y la falta de buceos batipelágicos, era lucrar con títulos y autores que de repente jamás tuvieron prioridades monetaristas, o, por lo menos, no eran sus principales búsquedas.
Al día siguiente, fui a buscarla, hablamos de poesía y me acercó un poemario de un jovencísimo vate totalmente inédito de nombre Álvaro Lasso; el libro, escrito a mano sobre cuaderno loro, se titulaba “La Casa de Bakú” que no sé por qué exacto motivo de orden gramatical me hizo recordar al libro de Gerald Durrell, hermano de Lawrence: “Los Sabuesos de Bafut”, un libro que habla de un viaje al África en busca de unos extraños especímenes para unos museos europeos. Leí “La Casa de Bakú” con detenimiento, con la pasión y la curiosidad de estar leyendo algo secreto o algo indebido, y otro día le di a Lislibeth –ese era su nombre sin contracción-- mi opinión sincera: el libro estaba bien escrito, había unos versos cacofónicos y otros que se repetían, pero que podían fácilmente corregirse, y, por lo demás, aparte de uno que otro detalle, el conjunto de textos estaba publicable. Mientras le contaba esto se me despertó inexplicablemente algún tipo de celos, envidia, inquina o rabia, y me iba preguntando ¿quién era Álvaro Lasso? ¿Por qué diablos le había entregado su poemario inédito y en original? ¿Cuál era la relación de este joven poeta con ella? etc., etc. Aquél día Lilith me acercó unas revistas “Quimera”, me dio como diez números, y me dijo que las leyera y que cuando terminase las devolviera, así, sin fecha, como si fuese una bibliotecaria que estaba sobrepasando sus funciones. Entendí que ella había lanzado el anzuelo, que había cierta reciprocidad, algún tipo de interés, alguna importancia hacia mi persona, aunque nimia, pero importancia al fin (o eso creía yo).
Nuestra amistad de lector-librera se extendió por casi tres meses. Empecé a ir a diario, conversábamos de autores, de libros que nadie leía y mucho menos, nadie compraba; de las manías de ciertos escritores (por ahí había uno que se reclamaba seguidor de Wilhen Reich pero no aceptaba la última etapa ufológica de su vida; asimismo, había escritores lamentables que renegaban de Joyce por haber puesto las vallas tan alto, o los escritores que se las daban de aristócratas y escupían su hiel amarga sobre los escritores populares, etc., etc.), las conversaciones con Lilith también trataban de ediciones príncipe, de diseños de carátulas, de versos citables, de argumentos, etc., etc., e incluso había días en que, sobrepasando mi relación impersonal de compralibros, le ayudaba a cerrar la librería, a acomodar las rumas de revistas, quitar los letreros y poner los candados, algunos amigos que pasaban por ahí pensaban que me habían contratado de vendedor (secretamente guardé una de mis frustraciones de librero de viejo). Lilith, poco a poco, me empezó a contar de su vida, aparentemente era una mujer sola, alguien que no tenía padres ni hermanos, su juventud me hacía dudar en la veracidad de esos detalles. Un día de esos (cuando ya tenía la seguridad de que no sería rechazado; esa estúpida ansiedad de los jóvenes por la aceptación), la invité a salir y como una araña meticulosa (aquél arácnido de los plátanos) construí mi tela, preparé mi treta, le dije que a unas cuadras en la prolongación de Jirón de La Unión, había un bar llamado el “Munich” donde había visto a un buen pianista ciego que cantaba canciones de Ray Charles. En realidad la engañé, estaba usando una de mis triquiñuelas; el pianista era ciego pero tocaba temas aburridos de los Beatles (opositores históricos y mediocres de los greasers) y baladas románticas comerciales. Tomamos dos botellas de vino y, antes de las doce, Lilith me dijo que tenía que irse, que se le iba a hacer tarde, que “tenía cosas importantes que hacer” (esas fueron sus palabras). Salió corriendo como si fuese alguien que hubiese visto al mismo demonio o estuviese encantado. Paramos un taxi y se alejó. Lilit, la librera-cenicienta no dejó ningún zapato, pero sí varios libros que yo tenía que devolver. Regresé al bar, pedí más vino y me emborraché. Tambaleando me acerqué al pianista ciego y le pedí que tocara para mí “La casa del sol naciente” de The Animals. Lo hice por joder y porque estaba molesto conmigo mismo al haberme hecho falsas ilusiones. Quería desquitarme con alguien. Recuerdo que el pianista no atinaba a nada y me pedía que le repitiera el título, se lo dije en inglés: The house of the rising sun, y nada de nada. Entonces puse mis manos frías y sudorosas sobre las teclas y le toque la introducción. El ciego se rio con una mueca cuasi inexpresiva parecía que tuviera puesta una máscara de madera, y, para mi sorpresa (y para sorpresa de todos los borrachos de aquel bar), me dijo que sí la sabía. Metí mi mano dentro de mi chaqueta, le puse un par de billetes en su bolsillo de la camisa y me senté al fondo del bar para terminar el vino agrio que tenía en mi mesa. Di una última pitada al cigarrillo y metí la colilla dentro del vaso. Aquella noche llegué tarde a casa y me puse a releer “La casa de Bakú”, libro al cual había secretamente sacado una fotocopia, y contrario a mi opinión anterior, esta vez le encontré un sinnúmero de errores, faltas de sintaxis, falta de tropos, falta de música, falta de ritmo, etc., etc., hasta me imaginé que el autor debía ser un enano acondroplásico de aspecto circense con “genu varu” (piernas chuecas) o un mutante de manos con membranas digitales y dos cabezas; muy dentro de mí sabía que estaba tomando de forma personal algo que debía ser la crítica de un lector acucioso y sin prejuicios.
Al día siguiente, con el pretexto de devolver los libros prestados, fui a buscar a Lilith. No la encontré, la librería estaba cerrada. Entonces tropecé con un escritor, un narrador de temas urbanos y aburridos, que fungió de acompañante en mi búsqueda; por cierto, no era ningún Virgilio era más bien un Lazarillo de Tormes, el perro de Unamuno, el cuervo de Poe, la rata o el vómito de Bukowski, etc. Él se dio cuenta, al darnos varias vueltas por el local cerrado, de que algo me interesaba en esa librería. Le dije que estaba buscando un título extraño de un autor medieval y que sólo lo había visto en uno de los stands de aquella tienda de libros. Le mentí para que dejara de preguntarme; además, este escritorzuelo se la daba de erudito y yo no quería gastar saliva en discusiones bizantinas. Así, buscando a mi ángel propiciatorio de lecturas, transcurrieron varios días seguidos sin mayores resultados. Averigüé por ahí y nadie me daba razón. Mis intentos detectivescos fracasaron irremediablemente. Había querido hacer del sherlock Holmes del jirón Quilca y sólo había hecho el ridículo, y me quedé vagando como Jimmy, el de la canción “Jimmy quiere” de César N.
Pasaron veinte días sin saber nada de Lilith. Cuando ya pensaba olvidar el asunto y quedarme con los libros, me encuentro cara a cara con mi querida librera; estaba desgreñada y vestía una camiseta blanca y pantalón caqui con unos números rojos bordados a un costado, le pregunté, a modo de ironía, si no se había escapado de un centro penitenciario (no sé porque se me ocurrió que la hubieran usado de burrier), y, sin reírse, me dijo que había huido de un lugar parecido: el hospital Hermilio Valdizán. Como la vi ansiosa supuse que tenía hambre o sed y le propuse ir a almorzar en un restaurante vegetariano que quedaba en la primera cuadra del jirón Moquegua. Ahí entre una sopa de espárragos y carne de gluten me contó que le querían achacar una enfermedad llamada “psicosis delirante”, eso decían los médicos (motivo por el cual unos familiares la habían encerrado en el frenopático), pero que si se medicaba podía estar “casi en la normalidad”. Esa palabra “casi” quedó retumbando en mi cabeza. Le comenté (para calmarla y para calmarme) que la anormalidad es la norma de las sociedades modernas que buscan uniformizar el pensamiento, las conductas, las tendencias, las modas, etc., con el fin de establecer un control social y evitar cualquier divergencia o disidencia. Además –apunté, ahora sí para hacerla sentir bien-, “los tipos sanos son aburridos”. Cuando le dije que quería devolverle sus libros me dijo que me los quedara que ya no importaba nada de la librería porque nunca fue la dueña, ella sólo la regentaba, era la encargada. Entonces le dije que quería compensar de alguna forma esa deferencia o, en su defecto, devolver irrevocablemente ese regalo. Me dijo que estaba necesitando casa, no sabía donde pasar la noche y estaba haciendo frío; entonces, en una decisión rápida (lo reconozco), le propuse ir a mi humilde morada en La Encantada de Villa a pie del mar de Chorrillos. Nunca pensé propasarme con ella. Un espíritu de extraña solidaridad me animaba. Aquella noche nos bañamos con ropa y todo en ese mar furioso. Mi pericia natatoria se ponía a prueba con esas olas continuas. Lilith me miraba desde la orilla. Unos muchachos rubicundos pensaban que me estaba ahogando pero las risas de Lilith bajaban la tensión de los espectadores. Al sumergirme para evitar un espumón tropecé con un pez gordo y plateado que golpeó mi rostro escapándose de mis manos cuando intenté cogerlo. Entonces bajé hasta la arena y recogí unos caparazones de caracoles que luego se los regalé a Lilith para que escuchara el sonido del mar y encontrara la calma que tanto necesitaba. La luna llena nos alumbró toda la noche cuando nos quedamos dormidos en la orilla.
Los primeros días fueron de “aclimatación”. Mis extrañas costumbres como salir a caminar en la madrugada, comer sólo cuando tenía hambre o escribir compulsivamente tanto en máquina de escribir como computadora o a punta de lapicero, fueron expuestas. Lilith era más rara aún, sus psicopatías evidentes la alejaban de la socialización. A veces hablaba sola y manejaba unos celos enfermizos ("celotipia" lo llaman). Sacó de las paredes de mi cuarto algunos carteles de modelos famosas como la Lollobrígida, Evangelista, Crawfor, etc. que en realidad no eran “mis” afiches sino de un primo que había viajado al Brasil y me había dejado los carteles y unos pequeños enceres para que se los cuide.
Una noche la sorprendí leyendo mis poemas antiguos y rompiendo los textos donde hacía referencia a alguna mujer, así sea como amiga. Buscó también todos mis libros y rompió las dedicatorias escritas por mujeres. Mis amigas escritoras se convirtieron en las víctimas de una celosía cabalgante. Esas eran sus condiciones, pero a mí me daba igual porque al fin y al cabo solo era papel y tinta, y siempre he pensado que todo lo escrito (por mí) puede ser superado (por mí mismo). Lo único que me molestaba es que por las noches se ponía a llorar y temblaba como perro chimú o perro berengo. Entonces, la abrazaba, le daba besos en la frente, acariciaba su cabello y le decía que se calme que ya iba a pasar. A veces le cantaba una canción de cuna hasta que se quedaba dormida. No sabía exactamente qué es lo que le ocurría, pero sabía que sea lo que fuese tenía que acabar.
Así, entre pequeños viajes y largas estadías en la casa de La Encantada de Villa, pasaron dos años. La elaboración de artesanías, pinturas y pequeños adornos la calmaban, y encontraba un motivo para olvidarse de las voces que la aquejaban o de esa pena que nunca me contó de qué se trataba.
Cierto día se levantó con la idea de que yo la engañaba con una antigua enamorada. Imaginaba que yo me veía a escondidas con ella. Cada vez que regresaba de hacer algunas compras me empezaba a oler, metía sus manos en mis bolsillos, sacaba los boletos de micro, las facturas, los vouchers, todo lo revisaba con meticulosidad y como si tuviera la urgencia de encontrar algo; a mí me daba la impresión de estar viviendo con un ente policíaco, un investigador privado que había contratado para que me vigilara a mí mismo; pero trataba de no molestarla y le seguía el juego porque eso saciaba (¿o alentaba?) en cierta forma su ansiedad. Fue en aquella época que le sugerí ir a visitar a un amigo psiquiatra, propulsor de la antipsiquiatría y las teorías del doctor Laing, quien nos podría ayudar. Al principio, Lilith, entendió, pero luego empezó a maquinar que yo había hecho contacto oculto, un trato bajo la mesa con su familia y que me estaba dejando guiar por su mamá-verdugo y lo que quería en el fondo era encerrarla.
Una noche, luego de ir a un recital de poesía regresé a casa cansado y grande fue mi sorpresa al encontrar sobre la mesa un papel escrito con un mensaje, las letras se notaban nerviosas y el papel lucía arrugado como si en medio de la escritura se hubiera arrepentido y vuelto a aceptar su contenido: “Rodolfo, me voy, no permitiré que te prestes a la cochinada. Tú más que nadie sabes que no estoy loca. Por favor, no me busques, voy a vivir mi vida de la mejor manera que conozco, o sea en libertad y sin nadie que dude de mi cordura, ya estoy cansada de fingir mi personalidad para que me consideres “normal”. A pesar de todo te quiero, pero es un rollo que tiene más que ver conmigo que contigo. Espero que puedas entender. Te extrañaré. Juro que te extrañaré. Adiós. L”.
La pequeña nota lo decía todo. Aunque no entendía en su verdadera dimensión qué es lo que fingía: o era sus estados de demencia o era la parte de su personalidad que yo consideraba “normal”. De todas formas, yo había hecho poco por solucionar su problema interno y, lo sabía, haría menos por solucionar este alejamiento que me devolvía a la soledad de siempre. Después, casi inmediatamente, me arrepentí, pero, en el fondo, opté por lo que, en ese momento, pensé, era lo mejor para ella. La dejé partir.
II
III
Un día, después de muchos años, en una feria de Libro organizada en el vértice del Museo de la Nación me encontré con el poeta Álvaro Lasso, convertido, con esfuerzo y trabajo, en un famoso editor quien mantiene hasta ahora un perfil bajo en cuanto a su trabajo poético. Hablamos de títulos literarios, de presentaciones y alguno que otro tema. De pronto, no sé porque extraña razón, le comenté de Lilith y del libro “La Casa de Bakú”. Lasso me miró intrigado a los ojos y me preguntó si yo tenía el libro-cuaderno. Le dije que hacía muchos años yo lo había leído, había hecho las correcciones posibles y le había entregado el libro a Lilith. Lasso me dijo que el libro, por diversas razones, nunca había llegado a sus manos. Supuse, entonces, que el texto debería estar en la caja que era para mí y que no tenía el valor de recoger. Me sentí como en la Santa Inquisición regodeándome ante un bonzo humano que era yo mismo. Por un breve instante me culpe de haber arrojado al fuego la fotocopia de “La Casa de Bakú”. Preferí no contarle este detalle a Lasso. Mi monstruosidad y mezquindad literaria no sería expuesta en ese momento (lo sé, no tengo perdón y por esto merezco el peor de los castigos).
Lasso, después de lamentarse por lo de Lilith (se había enterado hace un tiempo por unos amigos comunes), me encargó recuperar el libro, ir por un texto extraviado en el tiempo y atravesado por una partida imprevisible y que nos tocaba tangencialmente, siempre sutil como Lilith misma. Me llenaría de valor e iría a cumplir con mi destino.
Hace unos días me levanté temprano y decidí que esta historia debía tener un final aceptable, un final donde todos de alguna manera seamos confrontados con un tiempo punitivo, y salgamos victoriosos. Muy dentro de mí sabía que un final feliz sería imposible. Ninguna muerte asegura un final feliz para un escrito o para continuar el camino. El poeta Lasso debía recuperar su libro. Yo no debía volver a hablar más de Lilith. Y Lilith, mi querida librera, la que tuve y perdí para siempre, debía descansar en paz sabiendo que su último deseo se hizo realidad: iría a ver a su madre, me enfrentaría con un pasado doloroso y alguna verdad oculta, algún secreto por develar, y, quizás, por esos motivos de la vida que nos mantienen de este lado del camino, cerraría la puerta, ahora sí para siempre. Amén.
I
A fines de los noventas conocí a Lilith. Yo había ido al centro de Lima, en una de mis acostumbradas travesías, a sacar fotocopias, conversar con unos amigos y comprar unos libros (viejo vicio del cual aún padezco) y de cara a mi mundo hostil y a mis búsquedas egotistas me encontré con ella: una chica de 16 ó 17 años de rostro rosado, cabello rojizo y de una amabilidad poco frecuente, en suma, una belleza (espiritual-física) que podría calificarse de literaria. Me hizo unos descuentos, me recomendó unos títulos, algunas novelas y ensayos lingüísticos en inglés, e incluso me dijo que podría prestarme algunos libros con la condición de que, luego de ver su calidad, los comprara (así, sin más). Me sorprendí ante un trato demasiado amable para una librería del centro de Lima. Ante tanta delicatesen no me quedó otra que gastar (¿invertir?) todo el dinero que tenía disponible. Aquella noche me fui con mi pequeño cargamento de libros dispuesto a encerrarme unos días para leer. Eso creía yo. En la noche, mi amable librera (la ideal, la buenagente y prestalibros, la que todo lector busca) se metió en mis sueños, parecía que tuviera alas, era un hada a quien yo daba gracias de haber encontrado el camino, y por ayudarme a creer en los libreros, seres a quienes, por lo general, despreciaba, porque jugaban con los sentimientos de los lectores, y su único afán, aparte de las conversas aguanosas y la falta de buceos batipelágicos, era lucrar con títulos y autores que de repente jamás tuvieron prioridades monetaristas, o, por lo menos, no eran sus principales búsquedas.
Al día siguiente, fui a buscarla, hablamos de poesía y me acercó un poemario de un jovencísimo vate totalmente inédito de nombre Álvaro Lasso; el libro, escrito a mano sobre cuaderno loro, se titulaba “La Casa de Bakú” que no sé por qué exacto motivo de orden gramatical me hizo recordar al libro de Gerald Durrell, hermano de Lawrence: “Los Sabuesos de Bafut”, un libro que habla de un viaje al África en busca de unos extraños especímenes para unos museos europeos. Leí “La Casa de Bakú” con detenimiento, con la pasión y la curiosidad de estar leyendo algo secreto o algo indebido, y otro día le di a Lislibeth –ese era su nombre sin contracción-- mi opinión sincera: el libro estaba bien escrito, había unos versos cacofónicos y otros que se repetían, pero que podían fácilmente corregirse, y, por lo demás, aparte de uno que otro detalle, el conjunto de textos estaba publicable. Mientras le contaba esto se me despertó inexplicablemente algún tipo de celos, envidia, inquina o rabia, y me iba preguntando ¿quién era Álvaro Lasso? ¿Por qué diablos le había entregado su poemario inédito y en original? ¿Cuál era la relación de este joven poeta con ella? etc., etc. Aquél día Lilith me acercó unas revistas “Quimera”, me dio como diez números, y me dijo que las leyera y que cuando terminase las devolviera, así, sin fecha, como si fuese una bibliotecaria que estaba sobrepasando sus funciones. Entendí que ella había lanzado el anzuelo, que había cierta reciprocidad, algún tipo de interés, alguna importancia hacia mi persona, aunque nimia, pero importancia al fin (o eso creía yo).
Nuestra amistad de lector-librera se extendió por casi tres meses. Empecé a ir a diario, conversábamos de autores, de libros que nadie leía y mucho menos, nadie compraba; de las manías de ciertos escritores (por ahí había uno que se reclamaba seguidor de Wilhen Reich pero no aceptaba la última etapa ufológica de su vida; asimismo, había escritores lamentables que renegaban de Joyce por haber puesto las vallas tan alto, o los escritores que se las daban de aristócratas y escupían su hiel amarga sobre los escritores populares, etc., etc.), las conversaciones con Lilith también trataban de ediciones príncipe, de diseños de carátulas, de versos citables, de argumentos, etc., etc., e incluso había días en que, sobrepasando mi relación impersonal de compralibros, le ayudaba a cerrar la librería, a acomodar las rumas de revistas, quitar los letreros y poner los candados, algunos amigos que pasaban por ahí pensaban que me habían contratado de vendedor (secretamente guardé una de mis frustraciones de librero de viejo). Lilith, poco a poco, me empezó a contar de su vida, aparentemente era una mujer sola, alguien que no tenía padres ni hermanos, su juventud me hacía dudar en la veracidad de esos detalles. Un día de esos (cuando ya tenía la seguridad de que no sería rechazado; esa estúpida ansiedad de los jóvenes por la aceptación), la invité a salir y como una araña meticulosa (aquél arácnido de los plátanos) construí mi tela, preparé mi treta, le dije que a unas cuadras en la prolongación de Jirón de La Unión, había un bar llamado el “Munich” donde había visto a un buen pianista ciego que cantaba canciones de Ray Charles. En realidad la engañé, estaba usando una de mis triquiñuelas; el pianista era ciego pero tocaba temas aburridos de los Beatles (opositores históricos y mediocres de los greasers) y baladas románticas comerciales. Tomamos dos botellas de vino y, antes de las doce, Lilith me dijo que tenía que irse, que se le iba a hacer tarde, que “tenía cosas importantes que hacer” (esas fueron sus palabras). Salió corriendo como si fuese alguien que hubiese visto al mismo demonio o estuviese encantado. Paramos un taxi y se alejó. Lilit, la librera-cenicienta no dejó ningún zapato, pero sí varios libros que yo tenía que devolver. Regresé al bar, pedí más vino y me emborraché. Tambaleando me acerqué al pianista ciego y le pedí que tocara para mí “La casa del sol naciente” de The Animals. Lo hice por joder y porque estaba molesto conmigo mismo al haberme hecho falsas ilusiones. Quería desquitarme con alguien. Recuerdo que el pianista no atinaba a nada y me pedía que le repitiera el título, se lo dije en inglés: The house of the rising sun, y nada de nada. Entonces puse mis manos frías y sudorosas sobre las teclas y le toque la introducción. El ciego se rio con una mueca cuasi inexpresiva parecía que tuviera puesta una máscara de madera, y, para mi sorpresa (y para sorpresa de todos los borrachos de aquel bar), me dijo que sí la sabía. Metí mi mano dentro de mi chaqueta, le puse un par de billetes en su bolsillo de la camisa y me senté al fondo del bar para terminar el vino agrio que tenía en mi mesa. Di una última pitada al cigarrillo y metí la colilla dentro del vaso. Aquella noche llegué tarde a casa y me puse a releer “La casa de Bakú”, libro al cual había secretamente sacado una fotocopia, y contrario a mi opinión anterior, esta vez le encontré un sinnúmero de errores, faltas de sintaxis, falta de tropos, falta de música, falta de ritmo, etc., etc., hasta me imaginé que el autor debía ser un enano acondroplásico de aspecto circense con “genu varu” (piernas chuecas) o un mutante de manos con membranas digitales y dos cabezas; muy dentro de mí sabía que estaba tomando de forma personal algo que debía ser la crítica de un lector acucioso y sin prejuicios.
Al día siguiente, con el pretexto de devolver los libros prestados, fui a buscar a Lilith. No la encontré, la librería estaba cerrada. Entonces tropecé con un escritor, un narrador de temas urbanos y aburridos, que fungió de acompañante en mi búsqueda; por cierto, no era ningún Virgilio era más bien un Lazarillo de Tormes, el perro de Unamuno, el cuervo de Poe, la rata o el vómito de Bukowski, etc. Él se dio cuenta, al darnos varias vueltas por el local cerrado, de que algo me interesaba en esa librería. Le dije que estaba buscando un título extraño de un autor medieval y que sólo lo había visto en uno de los stands de aquella tienda de libros. Le mentí para que dejara de preguntarme; además, este escritorzuelo se la daba de erudito y yo no quería gastar saliva en discusiones bizantinas. Así, buscando a mi ángel propiciatorio de lecturas, transcurrieron varios días seguidos sin mayores resultados. Averigüé por ahí y nadie me daba razón. Mis intentos detectivescos fracasaron irremediablemente. Había querido hacer del sherlock Holmes del jirón Quilca y sólo había hecho el ridículo, y me quedé vagando como Jimmy, el de la canción “Jimmy quiere” de César N.
Pasaron veinte días sin saber nada de Lilith. Cuando ya pensaba olvidar el asunto y quedarme con los libros, me encuentro cara a cara con mi querida librera; estaba desgreñada y vestía una camiseta blanca y pantalón caqui con unos números rojos bordados a un costado, le pregunté, a modo de ironía, si no se había escapado de un centro penitenciario (no sé porque se me ocurrió que la hubieran usado de burrier), y, sin reírse, me dijo que había huido de un lugar parecido: el hospital Hermilio Valdizán. Como la vi ansiosa supuse que tenía hambre o sed y le propuse ir a almorzar en un restaurante vegetariano que quedaba en la primera cuadra del jirón Moquegua. Ahí entre una sopa de espárragos y carne de gluten me contó que le querían achacar una enfermedad llamada “psicosis delirante”, eso decían los médicos (motivo por el cual unos familiares la habían encerrado en el frenopático), pero que si se medicaba podía estar “casi en la normalidad”. Esa palabra “casi” quedó retumbando en mi cabeza. Le comenté (para calmarla y para calmarme) que la anormalidad es la norma de las sociedades modernas que buscan uniformizar el pensamiento, las conductas, las tendencias, las modas, etc., con el fin de establecer un control social y evitar cualquier divergencia o disidencia. Además –apunté, ahora sí para hacerla sentir bien-, “los tipos sanos son aburridos”. Cuando le dije que quería devolverle sus libros me dijo que me los quedara que ya no importaba nada de la librería porque nunca fue la dueña, ella sólo la regentaba, era la encargada. Entonces le dije que quería compensar de alguna forma esa deferencia o, en su defecto, devolver irrevocablemente ese regalo. Me dijo que estaba necesitando casa, no sabía donde pasar la noche y estaba haciendo frío; entonces, en una decisión rápida (lo reconozco), le propuse ir a mi humilde morada en La Encantada de Villa a pie del mar de Chorrillos. Nunca pensé propasarme con ella. Un espíritu de extraña solidaridad me animaba. Aquella noche nos bañamos con ropa y todo en ese mar furioso. Mi pericia natatoria se ponía a prueba con esas olas continuas. Lilith me miraba desde la orilla. Unos muchachos rubicundos pensaban que me estaba ahogando pero las risas de Lilith bajaban la tensión de los espectadores. Al sumergirme para evitar un espumón tropecé con un pez gordo y plateado que golpeó mi rostro escapándose de mis manos cuando intenté cogerlo. Entonces bajé hasta la arena y recogí unos caparazones de caracoles que luego se los regalé a Lilith para que escuchara el sonido del mar y encontrara la calma que tanto necesitaba. La luna llena nos alumbró toda la noche cuando nos quedamos dormidos en la orilla.
Los primeros días fueron de “aclimatación”. Mis extrañas costumbres como salir a caminar en la madrugada, comer sólo cuando tenía hambre o escribir compulsivamente tanto en máquina de escribir como computadora o a punta de lapicero, fueron expuestas. Lilith era más rara aún, sus psicopatías evidentes la alejaban de la socialización. A veces hablaba sola y manejaba unos celos enfermizos ("celotipia" lo llaman). Sacó de las paredes de mi cuarto algunos carteles de modelos famosas como la Lollobrígida, Evangelista, Crawfor, etc. que en realidad no eran “mis” afiches sino de un primo que había viajado al Brasil y me había dejado los carteles y unos pequeños enceres para que se los cuide.
Una noche la sorprendí leyendo mis poemas antiguos y rompiendo los textos donde hacía referencia a alguna mujer, así sea como amiga. Buscó también todos mis libros y rompió las dedicatorias escritas por mujeres. Mis amigas escritoras se convirtieron en las víctimas de una celosía cabalgante. Esas eran sus condiciones, pero a mí me daba igual porque al fin y al cabo solo era papel y tinta, y siempre he pensado que todo lo escrito (por mí) puede ser superado (por mí mismo). Lo único que me molestaba es que por las noches se ponía a llorar y temblaba como perro chimú o perro berengo. Entonces, la abrazaba, le daba besos en la frente, acariciaba su cabello y le decía que se calme que ya iba a pasar. A veces le cantaba una canción de cuna hasta que se quedaba dormida. No sabía exactamente qué es lo que le ocurría, pero sabía que sea lo que fuese tenía que acabar.
Así, entre pequeños viajes y largas estadías en la casa de La Encantada de Villa, pasaron dos años. La elaboración de artesanías, pinturas y pequeños adornos la calmaban, y encontraba un motivo para olvidarse de las voces que la aquejaban o de esa pena que nunca me contó de qué se trataba.
Cierto día se levantó con la idea de que yo la engañaba con una antigua enamorada. Imaginaba que yo me veía a escondidas con ella. Cada vez que regresaba de hacer algunas compras me empezaba a oler, metía sus manos en mis bolsillos, sacaba los boletos de micro, las facturas, los vouchers, todo lo revisaba con meticulosidad y como si tuviera la urgencia de encontrar algo; a mí me daba la impresión de estar viviendo con un ente policíaco, un investigador privado que había contratado para que me vigilara a mí mismo; pero trataba de no molestarla y le seguía el juego porque eso saciaba (¿o alentaba?) en cierta forma su ansiedad. Fue en aquella época que le sugerí ir a visitar a un amigo psiquiatra, propulsor de la antipsiquiatría y las teorías del doctor Laing, quien nos podría ayudar. Al principio, Lilith, entendió, pero luego empezó a maquinar que yo había hecho contacto oculto, un trato bajo la mesa con su familia y que me estaba dejando guiar por su mamá-verdugo y lo que quería en el fondo era encerrarla.
Una noche, luego de ir a un recital de poesía regresé a casa cansado y grande fue mi sorpresa al encontrar sobre la mesa un papel escrito con un mensaje, las letras se notaban nerviosas y el papel lucía arrugado como si en medio de la escritura se hubiera arrepentido y vuelto a aceptar su contenido: “Rodolfo, me voy, no permitiré que te prestes a la cochinada. Tú más que nadie sabes que no estoy loca. Por favor, no me busques, voy a vivir mi vida de la mejor manera que conozco, o sea en libertad y sin nadie que dude de mi cordura, ya estoy cansada de fingir mi personalidad para que me consideres “normal”. A pesar de todo te quiero, pero es un rollo que tiene más que ver conmigo que contigo. Espero que puedas entender. Te extrañaré. Juro que te extrañaré. Adiós. L”.
La pequeña nota lo decía todo. Aunque no entendía en su verdadera dimensión qué es lo que fingía: o era sus estados de demencia o era la parte de su personalidad que yo consideraba “normal”. De todas formas, yo había hecho poco por solucionar su problema interno y, lo sabía, haría menos por solucionar este alejamiento que me devolvía a la soledad de siempre. Después, casi inmediatamente, me arrepentí, pero, en el fondo, opté por lo que, en ese momento, pensé, era lo mejor para ella. La dejé partir.
II
Después de dejar de ver a Lilith (o al revés, después que Lilith dejó de verme) empecé, con cierto desgano, a retomar mis antiguas amistadas. Volví a aparecer en el jirón Quilca. Volví a ir al cine compulsivamente y, por supuesto, a las bibliotecas a escarbar en historias que se parecieran a la mía como para constatar que no era la primera persona en el mundo a la que le ocurría esto. Encontré una, la de Maiakovski y su amada Lili, la del surrealista Bretón y su loca Nadja (1928), la de Dostoievski y su amada Polina, la que aparece con el mismo hombre en la novela “El Jugador”; la de “Rayuela”, la de Horacio con la maga Lucía me pareció una historia formal, además “la maga” era depresiva, no loca. En ese trance, rearmé una antigua banda de rock sinfónico con los que ensayaba los fines de semana. Compuse una canción a Lilit que titulé “Diazepam” (“En la noche espiral, yo te encontré al final/ entre drogas y azafrán/ entre alcohol y diazepam/ por favor, muérdeme, escúpeme, quiéreme, ámame, soy tu esclavo/ soy tu perro, miserable de vez en vez/ recostado en la pared tú me verás retroceder, retroceder…”: http://www.youtube.com/watch?v=X-uSF_Ljs5o), creyendo ingenuamente que con esto cerraba un capítulo en mi vida. Luego, me matriculé para unas clases de griego e italiano; y reescribí a mano algunos poemas que Lilith había roto, felizmente los sabía de memoria, no me costó mucho trabajo y me sirvió como impulso de corrección. En el fondo hacía eso para no pensar en ella, aunque en el real significado freudiano era todo lo contrario, y quería evitarlo. Nunca me gustaron los apegos ni los sentimentalismos. Las tristezas se curan con trabajo y manteniendo el cerebro ocupado. La vida es corta y a veces uno no puede darse el lujo de caerse y quedarse tirado en la vereda, hay que ponerse de pie y continuar el camino, no queda de otra. A pesar de mis principios de vida, una noche, después de compartir una cena y unos tragos con unos amigos, llegué a casa y me puse a escribir algo que en su momento identifiqué como debilidad. El apunte escrito sobre una hoja de cuaderno decía:
“Qué sería de ella en esta noche afable, qué sería de su mirada encendida como un palito de fósforo, de sus manos blancas y pequeñas que daba temor tocarlas, percibir su olor como un perro cuando lame a su amo. Qué sería de su cuerpo delicado, de sus cabellos rojizos, de toda esa magia que la envolvía como un manto místico cuando aceptaba caminar por esas calles enigmáticas siguiendo a un Diógenes artrítico que no era más que el mendigo de siempre, en la esquina de siempre, aullando ese dolor que calaba los huesos y, por oposición, y por unos instantes, dejábamos de ser los seres más miserables de la tierra, los que se quejaban por la falta de zapatos cuando había alguien que no tenía extremidades ni motivo alguno para decir que la vida “valía la pena” cuando nada, realmente nada, valía la pena”.
No sé en qué momento de esta historia quemé todos los papeles que había dejado Lilith, junté uno a uno todos sus dibujitos, sus cartas breves (la que dejó a un amigo dentista, la que deslizó una tarde por mi casa, la que escribió en el forro de una cajetilla de cigarrillos, la que dejó metida en un libro para que yo por cuestiones de sortilegio la encontrara, la que arrojó con una piedra a mi ventana, etc.), y aprovechando la llama que se había desatado en el jardín de mi casa, casi como un pequeño volcán, un Etna literatoso, arrojé sin mayor indulgencia la fotocopia del libro La Casa de Bakú de Álvaro Lasso. Vi cómo las hojas fotostáticas se retorcían ante las llamas y se llevaban al cielo los primeros versos de este, para mí, desconocido poeta. Y mientras todo se volvía cenizas y volaban por los aires restos de hollines y destellos fugaces, me repetía a mí mismo: “estos textos no son los extraviados Siete Pilares de la sabiduría de T.E. Lawrence o el maletín con textos que Hemingway perdió en Victoria Station, etc., etc.," además, todavía existía el original y lo tenía Lilith.
En este proceso de curación dejé de verla cinco años. Por razones políticas tuve que salir dos veces fuera del país. En mis viajes y correteos por asuntos literarios y, claro, por las eternas búsquedas de cosas, situaciones, libros que no existen (o que nunca podrían existir), que sólo son pretextos para continuar con una vida que de repente no tiene sentido, me acordaba de ella; a veces, por las noches, timbraban el teléfono y no contestaban, sólo una respiración agitada con un seseo nervioso me devolvía a mí mismo y a la imagen de Lilith detrás de la línea perseguida por sus fantasmas, temblando ante el frío de la noche espacial (perdona este rapto Ernesto C.) queriendo escuchar aunque sea mi aliento o su propio aliento, acercándome su metapresencia por el cableado telefónico. “¿Estás ahí, Lilith? Contesta, por favor, si necesitas ayuda o algo puedes decirme. Si no tienes dónde pasar la noche puedes venir a mi casa, tú conoces el camino…” Las llamadas se repetían, aunque había varios meses de espaciamiento. Cierta vez que me encontré con un amigo en común me informó que la habían visto trabajando en una agencia de modelos, se había hecho un corte de cabello a la moda y andaba con ropas caras y usaba tacones altos. Otro día llegó a mi casa un extraño regalo, era un inodoro totalmente nuevo que traía un título “para el Slumdlord de la poesía peruana”, no sé si eso era un piropo o un insulto, pero lo asumí como lo primero y lo que había buscado desde que escribí Sinfonía del Kaos a inicios del noventa: ser el señor de la mierda de la poesía peruana. No había nada qué hacer, Lilit desde la clandestinidad había acertado en el título y para celebrarlo llevé a la playa a rastras al inodoro de 30 kilos de peso y me senté encima del trono para ver el sunset , imaginar mi reino (poético y absurdo) y olvidarme de todo aunque sea por un instante. No lo logré y más bien percibí el aguijón, la espada de Simbad, la lanza de Longines que había entrado por mi costado tasajeándome el corazón porque realmente –lo confiezo-- me daba curiosidad en qué proyectos andaba metida Lilith (¿qué es lo que hacía merodeando alrededor de mi vida?) aunque en esta curiosidad no había ningún deseo de malicia. Siempre inspiró en mí un sentido de paternidad y protección de carácter incestuoso. Lo reconozco.
Una tarde mientras escribía un ensayo sobre “La bomba atómica artesanal” (trabajo en el que ha profundizado el profesor sanmarquino Grillo de Anunzziata), tocaron a mi puerta. Un joven de lentes con barbita radicalizada traía un mensaje importante. Lo hice pasar, le dije que tomara asiento y le invité un jugo de naranjas, por un momento pensé que era un activista de izquierda, un cuestionador del orden, o algo así. El joven me dijo que no tenía sed y procedió a leerme un texto. Era la despedida definitiva de Lilit hacia mi persona. El texto era más largo que la anterior misiva, la que dejó en mi casa. En este caso me decía que siempre me iba a recordar (la repetición de esa frase me molestó un poco) y que, aunque yo no me había dado cuenta, había ido varias veces a escuchar mi poesía y había comprado mis últimos libros. Estaba al tanto de mi trabajo literario. Me vigilaba desde lejos. Y lo seguiría haciendo… “desde la eternidad”. Le dije al joven que me leyera dos veces el mensaje. El texto hablaba de un tiempo pasado pero como si fuese en presente, ahí Lilith me hablaba de amores donde las relaciones de pareja eran una utopía, había algo de descoordinación en las frases, pero el mensaje era claro, sobre todo la despedida en la que transmitía un dolor que hasta ese momento no lo había captado en su real significado. Traté de no pensar en lo peor, un vértigo de desesperación me invadió por un momento, en todo este tiempo yo había hecho mi vida de la mejor forma que conozco: escribiendo, leyendo, participando de eventos culturales, apoyando a los movimientos ecológicos, etc., etc., y me había apartado de todo tipo de relación que me alejara de lo literario, aunque Lilith siempre estaba ahí en mis nostalgias una quimera y, al igual que Tristán estaba condenado a la soledad.
En un momento mi interlocutor, tratando de ser directo pero cauto, se adelantó a decirme y vomitar que Lilith se había suicidado en una piscina del Hotel Los Delfines de Trujillo. Su cuerpo fue encontrado flotando, había ingerido varias docenas de pastillas y se había quedado “dormida” en el agua. Al parecer, Lilith había aprovechado la fiesta de “La reina de la primavera”, o algo así, que se celebraba en la ciudad y que había movilizado a casi todos los alojados en el hotel. Y ante un sol primaveral y faltando unos días para su cumpleaños número 27, había optado por acabar con su existencia.
La noticia me cayó como un balde de agua fría. Mi interlocutor al ver mi sorpresa se identificó como un amigo de Lilith, ella le había escrito un correo electrónico diciendo lo que tenía que hacer cuando “sucedieran las cosas”. Por un momento me quedé sin palabras. Mi interlocutor cortó el breve silencio diciendo que “Lilith se fue para siempre”. El joven tenía los ojos rojos y trataba de ocultar el temblor de sus manos cogiéndose las piernas como si se le fueran a ir caminando dejando su cuerpo atrás. Le dije, levantando la voz, si tenía la confirmación de esa noticia. Me respondió que estuvo en el velatorio. Traté de contarle mi situación con respecto a Lilith, pero mi interlocutor se negó a escucharme, me dijo que sabía todo de mí, incluso había leído mis poemas y me consideraba un “renegado social, un elemento pernicioso para cualquier persona. Alguien incapaz de amar, un ser miserable lleno de odio”. Ante esa desnudes con formas de insulto, un contenido sentimiento de amor brotó casi por inercia o por sentido de autodefensa, y de forma inmediata como si recién hubiera dejado de ver a Lislibeth. Me acordé de aquella vez en que un vecino había querido apropiarse de una bicicleta de Lilith y ella me había llevado para que la recuperara, me acordé de la gresca y de los policías increpándome por mis malos modales y yendo a declarar por “agresión física” a la comisaría de La Curva en Chorrillos. Me acordé de cuando viajamos a la sierra y, en plena noche y con la poca visibilidad que nos daban las linternas acampamos en un porquero donde nos llenamos de pulgas y garrapatas, y luego tuvimos que botar nuestras ropas y comprar medicamento para las picaduras. Recordé cuando nos metimos a una casa abandonada y estuvimos viviendo a oscuras, tratando de apartarnos del mundo para que nadie la encontrara (para que nadie me encontrara). Me acordé cuando un día caminando sin zapatos por la arena de una playa lejana ella pisó un clavo oxidado y yo la limpié y le succioné la herida como si la hubiese mordido una serpiente u otro animal venenoso y luego la traje cargada a la casa caminando 3 kilómetros bajo un sol que parecía un horno microondas, y al día siguiente la llevé para que le pongan la vacuna antitetánica, hecho que me costó trabajo en convencerla. Todos los recuerdos posibles vinieron de inmediato, como un peso cuya enormidad hacían imposible que me mantuviera de pie. Fue un ligero mareo que me hizo tambalear, y me senté rápidamente en el sillón. Le pedí al mensajero que me dejara solo. El joven me pidió disculpas por el insulto maquillado, me dijo que sólo cumplía con un encargo (funerario) y que si quería más detalles me dejaba un correo electrónico.
Después de tomar una botella de vino, apenado por la triste partida de Lilith, busqué en mis cajones un teléfono de emergencia que Lilith me había entregado cuando recién empezamos a salir. Estaba escrito con letras de molde sobre el cartón plateado de una cajetilla de cigarro. Era el número de una tía carnal que vivía en San Borja. Lugar al que una vez había ido esperando desde lejos a que Lilith dejara un encargo. Su tía Juana, a quien conocía a través de una foto, era una mujer conservada (no conservadora) con el cabello teñido de rubio, su color natural debía haber sido el castaño claro. Su rostro explayaba bondad. La conversación telefónica fue accidentada al principio y cordial, después. La señora Juana me dijo que sabía mucho de mí. Lilith se había encargado de contarle sobre mi vida, e incluso había leído mis libros y sabía (no sé cómo, aunque lo imagino) que apreciaba y quería a Lislibeth. Me sorprendió su discurso. Me trató amablemente y me dijo que buscara a la madre de Lilith, o sea la hermana de Juana, porque había un cajón con cosas para mí. Imaginé esa caja de pandora como una puerta hacia un terreno prohibido y que yo había evitado desde que la conocí. Me entró un temor literario, casi patológico y me contuve de ir por mi herencia. ¿Qué tendría yo que decirle a la madre de Lislibeth? ¿Qué es lo que yo podría reclamar más allá de esa caja en la que no sabía cuál era su contenido? ¿Era acaso yo el culpable de ese suicidio o lo era la madre, quien siempre trató de encerrarla y obligarla a un tratamiento ortodoxo? ¿Por qué Lilit había preparado de antemano este injusto encuentro entre dos personas que habían tenido un trato desigual con ella? A fin de cuentas ¿Qué es lo que podría hablar yo con la madre de una joven que había decidido suicidarse?
Lo cierto es que no me atreví, reconocí mi cobardía, y dejé pasar el tiempo, el mejor médico para los males del alma como dicen por ahí.
“Qué sería de ella en esta noche afable, qué sería de su mirada encendida como un palito de fósforo, de sus manos blancas y pequeñas que daba temor tocarlas, percibir su olor como un perro cuando lame a su amo. Qué sería de su cuerpo delicado, de sus cabellos rojizos, de toda esa magia que la envolvía como un manto místico cuando aceptaba caminar por esas calles enigmáticas siguiendo a un Diógenes artrítico que no era más que el mendigo de siempre, en la esquina de siempre, aullando ese dolor que calaba los huesos y, por oposición, y por unos instantes, dejábamos de ser los seres más miserables de la tierra, los que se quejaban por la falta de zapatos cuando había alguien que no tenía extremidades ni motivo alguno para decir que la vida “valía la pena” cuando nada, realmente nada, valía la pena”.
No sé en qué momento de esta historia quemé todos los papeles que había dejado Lilith, junté uno a uno todos sus dibujitos, sus cartas breves (la que dejó a un amigo dentista, la que deslizó una tarde por mi casa, la que escribió en el forro de una cajetilla de cigarrillos, la que dejó metida en un libro para que yo por cuestiones de sortilegio la encontrara, la que arrojó con una piedra a mi ventana, etc.), y aprovechando la llama que se había desatado en el jardín de mi casa, casi como un pequeño volcán, un Etna literatoso, arrojé sin mayor indulgencia la fotocopia del libro La Casa de Bakú de Álvaro Lasso. Vi cómo las hojas fotostáticas se retorcían ante las llamas y se llevaban al cielo los primeros versos de este, para mí, desconocido poeta. Y mientras todo se volvía cenizas y volaban por los aires restos de hollines y destellos fugaces, me repetía a mí mismo: “estos textos no son los extraviados Siete Pilares de la sabiduría de T.E. Lawrence o el maletín con textos que Hemingway perdió en Victoria Station, etc., etc.," además, todavía existía el original y lo tenía Lilith.
En este proceso de curación dejé de verla cinco años. Por razones políticas tuve que salir dos veces fuera del país. En mis viajes y correteos por asuntos literarios y, claro, por las eternas búsquedas de cosas, situaciones, libros que no existen (o que nunca podrían existir), que sólo son pretextos para continuar con una vida que de repente no tiene sentido, me acordaba de ella; a veces, por las noches, timbraban el teléfono y no contestaban, sólo una respiración agitada con un seseo nervioso me devolvía a mí mismo y a la imagen de Lilith detrás de la línea perseguida por sus fantasmas, temblando ante el frío de la noche espacial (perdona este rapto Ernesto C.) queriendo escuchar aunque sea mi aliento o su propio aliento, acercándome su metapresencia por el cableado telefónico. “¿Estás ahí, Lilith? Contesta, por favor, si necesitas ayuda o algo puedes decirme. Si no tienes dónde pasar la noche puedes venir a mi casa, tú conoces el camino…” Las llamadas se repetían, aunque había varios meses de espaciamiento. Cierta vez que me encontré con un amigo en común me informó que la habían visto trabajando en una agencia de modelos, se había hecho un corte de cabello a la moda y andaba con ropas caras y usaba tacones altos. Otro día llegó a mi casa un extraño regalo, era un inodoro totalmente nuevo que traía un título “para el Slumdlord de la poesía peruana”, no sé si eso era un piropo o un insulto, pero lo asumí como lo primero y lo que había buscado desde que escribí Sinfonía del Kaos a inicios del noventa: ser el señor de la mierda de la poesía peruana. No había nada qué hacer, Lilit desde la clandestinidad había acertado en el título y para celebrarlo llevé a la playa a rastras al inodoro de 30 kilos de peso y me senté encima del trono para ver el sunset , imaginar mi reino (poético y absurdo) y olvidarme de todo aunque sea por un instante. No lo logré y más bien percibí el aguijón, la espada de Simbad, la lanza de Longines que había entrado por mi costado tasajeándome el corazón porque realmente –lo confiezo-- me daba curiosidad en qué proyectos andaba metida Lilith (¿qué es lo que hacía merodeando alrededor de mi vida?) aunque en esta curiosidad no había ningún deseo de malicia. Siempre inspiró en mí un sentido de paternidad y protección de carácter incestuoso. Lo reconozco.
Una tarde mientras escribía un ensayo sobre “La bomba atómica artesanal” (trabajo en el que ha profundizado el profesor sanmarquino Grillo de Anunzziata), tocaron a mi puerta. Un joven de lentes con barbita radicalizada traía un mensaje importante. Lo hice pasar, le dije que tomara asiento y le invité un jugo de naranjas, por un momento pensé que era un activista de izquierda, un cuestionador del orden, o algo así. El joven me dijo que no tenía sed y procedió a leerme un texto. Era la despedida definitiva de Lilit hacia mi persona. El texto era más largo que la anterior misiva, la que dejó en mi casa. En este caso me decía que siempre me iba a recordar (la repetición de esa frase me molestó un poco) y que, aunque yo no me había dado cuenta, había ido varias veces a escuchar mi poesía y había comprado mis últimos libros. Estaba al tanto de mi trabajo literario. Me vigilaba desde lejos. Y lo seguiría haciendo… “desde la eternidad”. Le dije al joven que me leyera dos veces el mensaje. El texto hablaba de un tiempo pasado pero como si fuese en presente, ahí Lilith me hablaba de amores donde las relaciones de pareja eran una utopía, había algo de descoordinación en las frases, pero el mensaje era claro, sobre todo la despedida en la que transmitía un dolor que hasta ese momento no lo había captado en su real significado. Traté de no pensar en lo peor, un vértigo de desesperación me invadió por un momento, en todo este tiempo yo había hecho mi vida de la mejor forma que conozco: escribiendo, leyendo, participando de eventos culturales, apoyando a los movimientos ecológicos, etc., etc., y me había apartado de todo tipo de relación que me alejara de lo literario, aunque Lilith siempre estaba ahí en mis nostalgias una quimera y, al igual que Tristán estaba condenado a la soledad.
En un momento mi interlocutor, tratando de ser directo pero cauto, se adelantó a decirme y vomitar que Lilith se había suicidado en una piscina del Hotel Los Delfines de Trujillo. Su cuerpo fue encontrado flotando, había ingerido varias docenas de pastillas y se había quedado “dormida” en el agua. Al parecer, Lilith había aprovechado la fiesta de “La reina de la primavera”, o algo así, que se celebraba en la ciudad y que había movilizado a casi todos los alojados en el hotel. Y ante un sol primaveral y faltando unos días para su cumpleaños número 27, había optado por acabar con su existencia.
La noticia me cayó como un balde de agua fría. Mi interlocutor al ver mi sorpresa se identificó como un amigo de Lilith, ella le había escrito un correo electrónico diciendo lo que tenía que hacer cuando “sucedieran las cosas”. Por un momento me quedé sin palabras. Mi interlocutor cortó el breve silencio diciendo que “Lilith se fue para siempre”. El joven tenía los ojos rojos y trataba de ocultar el temblor de sus manos cogiéndose las piernas como si se le fueran a ir caminando dejando su cuerpo atrás. Le dije, levantando la voz, si tenía la confirmación de esa noticia. Me respondió que estuvo en el velatorio. Traté de contarle mi situación con respecto a Lilith, pero mi interlocutor se negó a escucharme, me dijo que sabía todo de mí, incluso había leído mis poemas y me consideraba un “renegado social, un elemento pernicioso para cualquier persona. Alguien incapaz de amar, un ser miserable lleno de odio”. Ante esa desnudes con formas de insulto, un contenido sentimiento de amor brotó casi por inercia o por sentido de autodefensa, y de forma inmediata como si recién hubiera dejado de ver a Lislibeth. Me acordé de aquella vez en que un vecino había querido apropiarse de una bicicleta de Lilith y ella me había llevado para que la recuperara, me acordé de la gresca y de los policías increpándome por mis malos modales y yendo a declarar por “agresión física” a la comisaría de La Curva en Chorrillos. Me acordé de cuando viajamos a la sierra y, en plena noche y con la poca visibilidad que nos daban las linternas acampamos en un porquero donde nos llenamos de pulgas y garrapatas, y luego tuvimos que botar nuestras ropas y comprar medicamento para las picaduras. Recordé cuando nos metimos a una casa abandonada y estuvimos viviendo a oscuras, tratando de apartarnos del mundo para que nadie la encontrara (para que nadie me encontrara). Me acordé cuando un día caminando sin zapatos por la arena de una playa lejana ella pisó un clavo oxidado y yo la limpié y le succioné la herida como si la hubiese mordido una serpiente u otro animal venenoso y luego la traje cargada a la casa caminando 3 kilómetros bajo un sol que parecía un horno microondas, y al día siguiente la llevé para que le pongan la vacuna antitetánica, hecho que me costó trabajo en convencerla. Todos los recuerdos posibles vinieron de inmediato, como un peso cuya enormidad hacían imposible que me mantuviera de pie. Fue un ligero mareo que me hizo tambalear, y me senté rápidamente en el sillón. Le pedí al mensajero que me dejara solo. El joven me pidió disculpas por el insulto maquillado, me dijo que sólo cumplía con un encargo (funerario) y que si quería más detalles me dejaba un correo electrónico.
Después de tomar una botella de vino, apenado por la triste partida de Lilith, busqué en mis cajones un teléfono de emergencia que Lilith me había entregado cuando recién empezamos a salir. Estaba escrito con letras de molde sobre el cartón plateado de una cajetilla de cigarro. Era el número de una tía carnal que vivía en San Borja. Lugar al que una vez había ido esperando desde lejos a que Lilith dejara un encargo. Su tía Juana, a quien conocía a través de una foto, era una mujer conservada (no conservadora) con el cabello teñido de rubio, su color natural debía haber sido el castaño claro. Su rostro explayaba bondad. La conversación telefónica fue accidentada al principio y cordial, después. La señora Juana me dijo que sabía mucho de mí. Lilith se había encargado de contarle sobre mi vida, e incluso había leído mis libros y sabía (no sé cómo, aunque lo imagino) que apreciaba y quería a Lislibeth. Me sorprendió su discurso. Me trató amablemente y me dijo que buscara a la madre de Lilith, o sea la hermana de Juana, porque había un cajón con cosas para mí. Imaginé esa caja de pandora como una puerta hacia un terreno prohibido y que yo había evitado desde que la conocí. Me entró un temor literario, casi patológico y me contuve de ir por mi herencia. ¿Qué tendría yo que decirle a la madre de Lislibeth? ¿Qué es lo que yo podría reclamar más allá de esa caja en la que no sabía cuál era su contenido? ¿Era acaso yo el culpable de ese suicidio o lo era la madre, quien siempre trató de encerrarla y obligarla a un tratamiento ortodoxo? ¿Por qué Lilit había preparado de antemano este injusto encuentro entre dos personas que habían tenido un trato desigual con ella? A fin de cuentas ¿Qué es lo que podría hablar yo con la madre de una joven que había decidido suicidarse?
Lo cierto es que no me atreví, reconocí mi cobardía, y dejé pasar el tiempo, el mejor médico para los males del alma como dicen por ahí.
III
Un día, después de muchos años, en una feria de Libro organizada en el vértice del Museo de la Nación me encontré con el poeta Álvaro Lasso, convertido, con esfuerzo y trabajo, en un famoso editor quien mantiene hasta ahora un perfil bajo en cuanto a su trabajo poético. Hablamos de títulos literarios, de presentaciones y alguno que otro tema. De pronto, no sé porque extraña razón, le comenté de Lilith y del libro “La Casa de Bakú”. Lasso me miró intrigado a los ojos y me preguntó si yo tenía el libro-cuaderno. Le dije que hacía muchos años yo lo había leído, había hecho las correcciones posibles y le había entregado el libro a Lilith. Lasso me dijo que el libro, por diversas razones, nunca había llegado a sus manos. Supuse, entonces, que el texto debería estar en la caja que era para mí y que no tenía el valor de recoger. Me sentí como en la Santa Inquisición regodeándome ante un bonzo humano que era yo mismo. Por un breve instante me culpe de haber arrojado al fuego la fotocopia de “La Casa de Bakú”. Preferí no contarle este detalle a Lasso. Mi monstruosidad y mezquindad literaria no sería expuesta en ese momento (lo sé, no tengo perdón y por esto merezco el peor de los castigos).
Lasso, después de lamentarse por lo de Lilith (se había enterado hace un tiempo por unos amigos comunes), me encargó recuperar el libro, ir por un texto extraviado en el tiempo y atravesado por una partida imprevisible y que nos tocaba tangencialmente, siempre sutil como Lilith misma. Me llenaría de valor e iría a cumplir con mi destino.
Hace unos días me levanté temprano y decidí que esta historia debía tener un final aceptable, un final donde todos de alguna manera seamos confrontados con un tiempo punitivo, y salgamos victoriosos. Muy dentro de mí sabía que un final feliz sería imposible. Ninguna muerte asegura un final feliz para un escrito o para continuar el camino. El poeta Lasso debía recuperar su libro. Yo no debía volver a hablar más de Lilith. Y Lilith, mi querida librera, la que tuve y perdí para siempre, debía descansar en paz sabiendo que su último deseo se hizo realidad: iría a ver a su madre, me enfrentaría con un pasado doloroso y alguna verdad oculta, algún secreto por develar, y, quizás, por esos motivos de la vida que nos mantienen de este lado del camino, cerraría la puerta, ahora sí para siempre. Amén.
VIOLETA CARNERO HOKE ES SEMILLA
Bernardo Álvarez me envía este vídeo de la ceremonia en cumplimiento al último deseo de Violeta Carnero Hoke de Valcárcel.
Violeta ahora es semilla en la tierra.
martes, 21 de septiembre de 2010
PERFORMANCE "MONO SINIESTRO" DE FRIDO MARTIN
El sábado pasado se llevó a cabo el recital poético "Los poetas reclaman-no declaman. Palabras Urgentes". La concurrencia masiva de poetas, artistas y público en general le dio al evento el quórum necesario y el matiz de rechazo ante los decretos leyes que buscan vulnerar y criminalizar los reclamos populares. Quisiera agradecer públicamente la iniciativa tomada por Victoria Guerrero, aunque mi único reclamo (para todos los que acudieron a la cita), el que no puedo dejar de mencionar, es sobre la distorsión y la falta de sentido común en torno a unos invitados que habían ido a hacer catarsis y no a escuchar y compartir opiniones sobre los lamentables decretos 1094, 1095, 1096 y el abolido 1097. Sobre este pequeño impase --que no deslució el recital-- se levantó la voz del poeta Frido Martin y su "Mono Siniestro". Están servidos.
(En la parte de arriba al lado derecho pueden chequear la intervención de este servidor. También lo pueden ver en youtube: http://www.youtube.com/watch?v=NNME8VOH6pw&feature=player_embedded )
EL ÚLTIMO ADIÓS A VIOLETA CARNERO HOKE DE VALCÁRCEL
Apreciad@s amig@s y colegas:
El miércoles 22 de septiembre a las 10: 45 a.m. en el Centro Cultural de San Marcos (ex Casona) se esparcirán las cenizas de la periodista y defensora de los derechos humanos, Violeta Carnero Hoke de Valcárcel.
Rendirán tributo Germán Carnero Roqué, director del Museo de Arte de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
el amigo Federico García, y los hijos de la musa legendaria Violeta: Gustavo, Marcel y Rosina.
Sito: Av. Nicolás de Piérola 1222, Parque Universitario, Centro Histórico de Lima.
Ojalá nos puedan acompañar. Gracias.
El miércoles 22 de septiembre a las 10: 45 a.m. en el Centro Cultural de San Marcos (ex Casona) se esparcirán las cenizas de la periodista y defensora de los derechos humanos, Violeta Carnero Hoke de Valcárcel.
Rendirán tributo Germán Carnero Roqué, director del Museo de Arte de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
el amigo Federico García, y los hijos de la musa legendaria Violeta: Gustavo, Marcel y Rosina.
Sito: Av. Nicolás de Piérola 1222, Parque Universitario, Centro Histórico de Lima.
Ojalá nos puedan acompañar. Gracias.
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sábado, 18 de septiembre de 2010
PERFORMANCE DEL ACADÉMICO ZACARÍAS PAYNE EN LA CASA DE LA LITERATURA
Hace unas semanas se dio la presentación de Discursos Contra La Bestia Tricéfala en "La Casa de la Literatura Peruana". Cabe anotar que hubieron muchas críticas a este evento, muchos comentarios de protesta (y hasta de indignación) llegaron a este blog, a mi correo y al facebook. No obstante, considero que viendo esta performance del académico Payne (presentador esa noche), y parte de lo que se hizo y se dijo en la casona de Desamparados, explica el por qué el uso libertario de esa espacio tenía que darse.
Antes de dejarlos con el vídeo, quiero anotar que Zachary Payne es un académico norteamericano por la Universidad de Utah, la Universidad de Hawai y la Complutense de Madrid donde reside actualmente completando un doctorado sobre poesía y filosofía; ha traducido al poeta Venezolano, ganador del Premio Juan Rulfo 2008, Manuel Cadenas; asimismo, pronto publicará una traducción al inglés del poeta colombiano Jotamario Arbeláez en la mítica editorial City Lights Books de Ferlinghetti, el editor de Howl (Aullidos) de Allen Ginsberg y otros poetas de la beat generation.
Están Servidos.
PD: Los créditos del vídeo corresponden a Primo Mujica
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jueves, 16 de septiembre de 2010
LOS POETAS RECLAMAN-NO DECLAMAN. PALABRAS URGENTES!
NO A LOS DECRETOS 1094 / 1095 / 1096 / 1097
NO A LA IMPUNIDAD!!!
NO A LA MILITARIZACIÓN
Ana María Vidal / Informe sobre Decretos de Impunidad.
Elena Tejada /performance
Los ¨Parados de Bellido/ Banda invitada
Teresa Cabrera
Jerónimo Pimentel
Domingo de Ramos
Rodrigo Quijano
Victoria Guerrero P.
Jota Picón
Paolo de Lima
Alfredo Villar
Willy Gómez
Tilsa Otta
César Angeles
Dalmacia Ruiz Rosas
Giancarlo Huapaya
Rodolfo Ybarra
Miguel Ildefonso
Manuel Liendo
Frido Martin
Timo Berger (Alemania)
Rubén Quiroz
José Falconí
Micrófono abierto
LOCAL: Ex ESPACIO LA Culpable. Sucre 101 – Barranco.
Viernes 17 de Septiembre 2010. 8:00 PM
NO A LA IMPUNIDAD!!!
NO A LA MILITARIZACIÓN
Ana María Vidal / Informe sobre Decretos de Impunidad.
Elena Tejada /performance
Los ¨Parados de Bellido/ Banda invitada
Teresa Cabrera
Jerónimo Pimentel
Domingo de Ramos
Rodrigo Quijano
Victoria Guerrero P.
Jota Picón
Paolo de Lima
Alfredo Villar
Willy Gómez
Tilsa Otta
César Angeles
Dalmacia Ruiz Rosas
Giancarlo Huapaya
Rodolfo Ybarra
Miguel Ildefonso
Manuel Liendo
Frido Martin
Timo Berger (Alemania)
Rubén Quiroz
José Falconí
Micrófono abierto
LOCAL: Ex ESPACIO LA Culpable. Sucre 101 – Barranco.
Viernes 17 de Septiembre 2010. 8:00 PM
ADIÓS, VIOLETA CARNERO HOCKE
El poeta Carlos Carnero nos avisa de esta triste noticia: acaba de fallecer Violeta Carnero, madre de Rosina Valcárcel, viuda del vate Gustavo Valcárcel. Todas las glorias para Violeta.
(Lo siento Carlos C. , mis ocupaciones diarias me impidieron realizar la entrevista que teníamos pensado con Violeta, la que pintó Diego de Rivera, la que en el exilio nunca perdió sus altos ideales, la siempre bella, la que se fue con el brazo arriba. Hasta siempre, Violeta Carnero Hocke).
Aquí la noticia del diario La República: http://www.larepublica.pe/cultural/16/09/2010/fallecio-poeta-violeta-carnero
La periodista peruana, Violeta Carnero Hoke viuda de Valcárcel, quien estuviera casada con el poeta Gustavo Valcárcel, falleció el día de ayer, miércoles a las 7 de la noche.
Sus restos se velan desde hoy, jueves, desde las 10:00 am hasta las 10 am del viernes 17 en la Parroquia Nuestra Señora de la Alegría: Calle Alvarez Calderón 384, San Borja.
Luego, y como un pedido que había hecho a conocer ella, se le cremará y sus cenizas se sembrarán en la Casona de San Marcos y en el Parque Santos Dumont de San Eugenio.
Aquí la noticia del diario La República: http://www.larepublica.pe/cultural/16/09/2010/fallecio-poeta-violeta-carnero
La periodista peruana, Violeta Carnero Hoke viuda de Valcárcel, quien estuviera casada con el poeta Gustavo Valcárcel, falleció el día de ayer, miércoles a las 7 de la noche.
Sus restos se velan desde hoy, jueves, desde las 10:00 am hasta las 10 am del viernes 17 en la Parroquia Nuestra Señora de la Alegría: Calle Alvarez Calderón 384, San Borja.
Luego, y como un pedido que había hecho a conocer ella, se le cremará y sus cenizas se sembrarán en la Casona de San Marcos y en el Parque Santos Dumont de San Eugenio.
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lunes, 13 de septiembre de 2010
MVLL RENUNCIA AL LUGAR DE LA MEMORIA POR DECRETO LEY 1097
Con sorpresa leo esta carta de MVLL en la que renuncia a la comisión encargada del Lugar de la Memoria debido al infame Decreto Ley 1097, leguleyada que busca amnistiar y dejar salir por la puerta grande a cientos de asesinos y torturadores (muchos de ellos convictos y confesos). No comparto la ideología mercadista ni los criterios aristocráticos del escritor, pero este pronunciamiento le entrega aires críticos --y hasta una posibilidad de entendimiento, razón, imaginación, etc.-- a una derecha reaccionaria bestializada por el capitalismo galopante que no sabe cómo ocultar sus crímenes ni cómo libertar a sus esbirros o mercenarios (los grupos colinas, los fujimoris, los montesinos, los comandantes camión, los kerosenes, etc., etc.), los que se ampararon en el poder para cometer lo que ahora llaman "excesos", "daño colateral" o cualquier triquiñuela para suavizar la muerte de inocentes .
Aquí la carta:
Carta de renuncia a la Comisión Encargada del Lugar de la Memoria
París, 13 de setiembre de 2010
Excmo. Señor Dr. Alan García Pérez
Presidente del Perú
Lima
Señor Presidente:
Por la presente le hago llegar mi renuncia irrevocable a la Comisión Encargada del Lugar de la Memoria cuya Presidencia tuvo usted a bien confiarme y que acepté convencido de que su gobierno estaba decidido a continuar el perfeccionamiento de la democracia peruana tan dañada por los crímenes y robos de la dictadura de Fujimori y Montesinos.
La razón de mi renuncia es el reciente Decreto Legislativo 1097 que, a todas luces, constituye una amnistía apenas disfrazada para beneficiar a buen número de personas vinculadas a la dictadura y condenadas o procesadas por crímenes contra los derechos humanos -asesinatos, torturas y desapariciones-, entre ellos al propio exdictador y su brazo derecho. La medida ha indignado a todos los sectores democráticos del país y a la opinión pública internacional, como lo muestran los pronunciamientos del Relator de la ONU, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Conferencia Episcopal, la Defensoría del Pueblo y representantes de numerosas organizaciones sociales y políticas, entre ellos algunos congresistas apristas. Coincido plenamente con estas protestas.
Hay, a mi juicio, una incompatibilidad esencial entre, por una parte, auspiciar la erección de un monumento en homenaje a las víctimas de la violencia que desencadenó el terrorismo de Sendero Luminoso a partir de 1980 y, de otra, abrir mediante una triquiñuela jurídica la puerta falsa de las cárceles a quienes, en el marco de esa funesta rebelión de fanáticos, cometieron también delitos horrendos y contribuyeron a sembrar de odio, sangre y sufrimiento a la sociedad peruana.
Ignoro qué presiones de los sectores militares que medraron con la dictadura y no se resignan a la democracia, o qué consideraciones de menuda política electoral lo han llevado a usted a amparar una iniciativa que sólo va a traer desprestigio a su gobierno y dar razón a quienes lo acusan de haber pactado en secreto una colaboración estrecha con los mismos fujimoristas que lo exiliaron y persiguieron durante ocho años. En todo caso, lo ocurrido es una verdadera desgracia que va a resucitar la división y el encono político en el país, precisamente en un periodo excepcionalmente benéfico para el desarrollo y durante un proceso electoral que debería servir más bien para reforzar nuestra legalidad y nuestras costumbres democráticas.
Pese a haber sido reñidos adversarios políticos en el pasado, en las últimas elecciones voté por usted y exhorté a los peruanos a hacer lo mismo para evitar al Perú una deriva extremista que nos hubiera empobrecido y desquiciado. Y he celebrado públicamente, en el Perú y en el extranjero, su saludable rectificación ideológica, en política económica sobre todo, que tan buenas consecuencias ha tenido para el progreso y la imagen del Perú en estos últimos años. Ojalá tenga usted el mismo valor para rectificar una vez más, abolir este innoble decreto y buscar aliados entre los peruanos dignos y democráticos que lo llevaron al poder con sus votos en vez de buscarlos entre los herederos de un régimen autoritario que sumió al Perú en el oprobio de la corrupción y el crimen y siguen conspirando para resucitar semejante abyección.
Lo saluda atentamente,
Mario Vargas Llosa
Tomado de:
http://www.rpp.com.pe/2010-09-13-lea-la-carta-de-renuncia-de-mario-vargas-llosa-noticia_294900.html
sábado, 11 de septiembre de 2010
FAMILIARES Y VÍCTIMAS DE LA GUERRA INTERNA SE PRONUNCIAN CONTRA EL DECRETO LEY 1097
Se ha convocado para el día jueves 16 a las 3 pm. una marcha contra el decreto ley 1097. La protesta será en la plaza Dos de Mayo de Lima. Del mismo modo, se anuncian manifestaciones a nivel nacional y el rechazo enérgico de grupos de intelectuales, artistas y del pueblo en general contra este infame decreto que justifica la impunidad y se zurra en el derecho de las mayorías. (En este mismo blog pueden leer un artículo sobre esta leguleyada: http://rodolfoybarra.blogspot.com/2010/09/decreto-1097-y-decreto-1095-una-puerta.html).
A todas estas protestas se suma un recital de poesía para el día viernes 17. La información se colgará oportunamente.
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jueves, 9 de septiembre de 2010
"POR LOS CAMINOS DE LUIS PARDO" EN "EL AVERNO"
Nota de Prensa:
Hace cien años el bandolero ancashino Luis Pardo fue abatido a balazos por los gendarmes que le seguían los pasos. Hoy es considerado un héroe popular y es difícil separar la leyenda del personaje real que fue.
Si todos los relatos orales que hablaban de Luis Pardo a comienzos del siglo pasado fueran ciertos, el hombre tenía el don de la ubicuidad: lo veían al mismo tiempo en distintos lugares. Era un bandolero fantasma. Y casi no hay pueblo de la zona norte de los Andes que no tenga una historia, una aventura que contar sobre él. “Por aquí pasó”, fue la frase recurrente de esos testigos que ahora, como él, son nada más que polvo y huesos.
EL CLUB DE CINE EL AVERNO PRESENTA
POR LOS CAMINOS DE LUIS PARDO
DE ROBERTO ALDAVE PALACIOS
8 PM
VIERNES 1O DE SETIEMBRE DEL 2010
INGRESO DOS SOLES
Si todos los relatos orales que hablaban de Luis Pardo a comienzos del siglo pasado fueran ciertos, el hombre tenía el don de la ubicuidad: lo veían al mismo tiempo en distintos lugares. Era un bandolero fantasma. Y casi no hay pueblo de la zona norte de los Andes que no tenga una historia, una aventura que contar sobre él. “Por aquí pasó”, fue la frase recurrente de esos testigos que ahora, como él, son nada más que polvo y huesos.
EL CLUB DE CINE EL AVERNO PRESENTA
POR LOS CAMINOS DE LUIS PARDO
DE ROBERTO ALDAVE PALACIOS
8 PM
VIERNES 1O DE SETIEMBRE DEL 2010
INGRESO DOS SOLES
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PRESENTACIÓN DE "BELLAS Y SUICIDAS" DE NORA ALARCÓN
Nota de Prensa:
El miércoles 15 de setiembre a las 7:00 p.m. se presentará el libro Bellas y suicidas de Nora Alarcón en la Asociación Cultural Brisas del Titicaca (Jr. Wakulski 180, altura cuadra 1 Av. Brasil).
Presentadores: José Pancorvo y Héctor Ñaupari
Participación musical: Julio Humala
Ingreso libre - vino de honor
Sobre el libro
Bellas y suicidas. Selección, notas y prólogo de Nora Alarcón. Prefacio de Max Silva Tuesta (Sol negro editores, 2010, 112 pags.)
Bellas y suicidas es una antología que reúne 15 voces de poetas mujeres suicidas del siglo XX. Las poetas son Florbela Espanca, Sara Teasdale, Alfonsina Storni, Antonia Pozzi, Marina Tsvetáieva, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, María Emilia Cornejo, Anne Sexton, Veronica Forrest-Thomson, Ana Cristina César, Miyó Vestrini, Amelia Rosselli, Martha Kornblith y María Mercedes Carranza.
El miércoles 15 de setiembre a las 7:00 p.m. se presentará el libro Bellas y suicidas de Nora Alarcón en la Asociación Cultural Brisas del Titicaca (Jr. Wakulski 180, altura cuadra 1 Av. Brasil).
Presentadores: José Pancorvo y Héctor Ñaupari
Participación musical: Julio Humala
Ingreso libre - vino de honor
Sobre el libro
Bellas y suicidas. Selección, notas y prólogo de Nora Alarcón. Prefacio de Max Silva Tuesta (Sol negro editores, 2010, 112 pags.)
Bellas y suicidas es una antología que reúne 15 voces de poetas mujeres suicidas del siglo XX. Las poetas son Florbela Espanca, Sara Teasdale, Alfonsina Storni, Antonia Pozzi, Marina Tsvetáieva, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, María Emilia Cornejo, Anne Sexton, Veronica Forrest-Thomson, Ana Cristina César, Miyó Vestrini, Amelia Rosselli, Martha Kornblith y María Mercedes Carranza.
lunes, 6 de septiembre de 2010
ZACHARY PAYNE CON "LA BESTIA TRICÉFALA" EN LA CASA DE LA LITERATURA PERUANA ESTE MARTES 7 A LAS 7 pm.
Foto: Payne junto a Rafael Cadenas, Premio Juan Rulfo 2009 (Payne es también traductor al inglés de Rafael Cadenas de quien tiene una tesis: "Exégesis de Memorial de Rafael Cadenas", y del nadaísta colombiano Jotamario, de quien estará publicando pronto una traducción para Estados Unidos e Inglaterra).
Nota de Prensa
Este martes 7 de Septiembre a las 7 de la noche el crítico literario norteamericano Zachary Payne (Universidad de Utah, Universidad de Hawai, Universidad Complutense) disertará en torno a Discursos Contra La Bestia Tricéfala. El evento, en el que estarán también los autores: Rafael Inocente, Arturo Delgado Galimberti y Rodolfo Ybara, se llevará a cabo en la Casa de Literatura Peruana.
Se ha confirmado, también, la presencia de Feliciano Mejía, embajador de la paz del Círculo de Embajadores de la Paz-Ginebra Suiza.
sábado, 4 de septiembre de 2010
"DECRETO 1097" Y "DECRETO 1095" : UNA PUERTA A LA IMPUNIDAD Y AL ABUSO DE LAS FF OO
En los últimos días dos decretos han causado indignación popular y el repudio de la intelectualidad y grupos de derechos humanos. Primero, el "decreto 1095" que criminaliza la protesta callejera con el argumento aguanoso de "acciones de grupo hostil" (supuestamente se pone orden, pero ya sabemos que en nombre de esto se licencia el atropello y la barbarie policial). Aquí pueden leer los artículos infames de este decreto: http://derechoperu.perublog.net/2010/09/01/decreto-legislativo-1095-establece-reglas-de-empleo-y-uso-de-la-fuerza-por-parte-de-las-fuerzas-armadas-en-el-territorio-nacional
Y, segundo, el "decreto 1097" que pretende poner en libertad a todos los asesinos de matanzas y masacres durante la guerra interna (incluso se pretende poner en libertad a 10 marinos que participaron en la matanza de los penales en junio de 1986 y a los carniceros de Barrios Altos y Cayara). A la letra, susodicho decreto, dice que los crímenes cometidos antes del 2003 serán archivados si superan los 36 meses de proceso. Al parecer, nadie les ha avisado que según las leyes internacionales los crímenes de lesa humanidad no prescriben (esto deberían de hacerle entender al asno parlante Rafael Rey quien dijo a Andina “Yo quiero que se castigue a los que se tiene que castigar, pero no en base a suposiciones o declaraciones. Que se encuentren las pruebas, y si no se encuentran pruebas no se puede condenar”, y justamente las pruebas de las fosas comunes, por ejemplo, que han tardado años en ser develadas, no podrían servir para nada , mas que para decir que hubo un crimen, hay un criminal (o criminales), pero no se puede hacer nada, y todo podría quedar en manos de los paleontólogos cuando debería estar en manos de los peritos médicos y policiales (aunque estos últimos terminen siendo, de alguna forma, como jueces y parte).
Aquí pueden leer la leguleyada: http://lamula.pe/2010/09/01/decreto-legislativo-1097-aplicacion-de-normas-procesales-por-delitos-que-implican-violacion-de-derechos-humanos/4534
En el blog La Torre de Marfil de Eduardo Gonzáles (http://latorredemarfil.lamula.pe/2010/09/03/ante-un-nuevo-atentado-contra-el-estado-de-derecho/) se ha publicado un pronunciamiento, aunque, desde ya, hay un movimiento fuerte contra estos decretos en otros grupos ciudadanos y tambien en las redes sociales como el facebook.
Aquí los primeros en salir en libertad (incluido a 10 marinos acusados en el caso del Frontón) que
Aquí los primeros en salir en libertad (incluido a 10 marinos acusados en el caso del Frontón) que
ya han empezado a mover sus papeles y a saltar en un pie:
Montesinos Torres
Santiago Martin Rivas
Carlos Zegarra
Nelson Carbajal
Juan Sosa Saavedra
Juan Rivero
Fernando Rodriguez
Carlos Pichilingue
Angel Pino
Nicolas Hermoza
Alberto Pinto Cardenas
Julio Salazar Correa
Edgar Cubas Zapata
Augusto Venegas
Rosa Ruiz
Albert Velazquez Ascensio
Jorge Benites
Enrique Oliveros Perez
Julio Roberto Yataco Lavalle
Perez Documet
Juan Yanqui Cervantes
Carlos Sanchez Noriega
Jose Salinas Zuzunaga
Estuardo Malpica Odiaga
Andres Martin Fernandez Reyes
Carlos Santiago Fernandez Martin
Hilda Veronica Caceda Fajardo
Santiago Picon Pesantes “chacal”
Danilo Gonzales campana
Boris Rosas Esquivel
Roboan Jaime Sobrevilla
Manuel Delgado Rojas
Telmo Hurtado
Rivera ROndon
Leonidas torres rodriguez
Martinez Aloja
Mori Orson
Flavio Urquizo Ayma
Petronio Fernandez Davila
10 marinos caso frontón
Artaza Adrianzen “CAmion”
JOSE ROLANDO VALDIVIA DUEÑAS
FLAVIO JHONSON GALLEGO VIZCARRA
ENRIQUE ALBERTO MAJLUF VIVANCO
GUILLERMO GUTIERREZ FALCONI
MIGUEL FRANCISCO NAJAR ACOSTA
LUIS FRANCISCO ALVAREZ RODRIGUEZ
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jueves, 2 de septiembre de 2010
ENTREVISTA A Q'ORIANKA KILCHER
Hace unos días vino a Lima, acompañada de su equipo y su familia, la actriz y activista Q´orianka Kilcher; entre sus proyectos de apoyo a las comunidades indígenas también estuvo el de presentar, en carácter de estreno, la película “The Princess Kaiulani” (que trata sobre la resistencia de los hawainos ante el gobierno norteamericano en el siglo XIX); aprovechamos la velada, que empezó con una canción interpretada en vivo por Q´orianka, para conversar sobre su presencia en el Perú, su trabajo esforzado y solidario, su lucha contra las transnacionales y las nuevas formas de resistencia desde la internet hasta el cine. Transcribo aquí el diálogo (el material en video lo subiré mañana).
Están servidos.
Y.-We are here with Q´orianka, who has come to our country to show the movie “The Princess Kaiulani” (it’s a word in Hawaiian) and we want to ask her some questions. We know that you are informed about the movements that protect the land in our country and we saw you in the protest at the “White House”. I know that you are in this fight, but in our country the artists do not support ecology, they are indifferent to the movements. What would be your advice for artist of our country?
(Estamos con Q’orianka, ella ha venido a nuestro país a presentar la película “La Princesa Kaiyulani” (una título en hawaino) y queríamos hacerle unas preguntas. Sabemos que estás al tanto de los movimientos que protegen la tierra en nuestro país y te vimos en Estados Unidos en la protesta ante la “casa blanca”. Yo sé que tú estas en esta lucha, pero en nuestro país los artistas no apoyan la ecología, los movimientos no les importan ¿Cuál es tu consejo para con los artistas de nuestro país?).
Q.-Well as an artist, as an artist “if you don’t stand for something you fall for everything”, as an artist we have the responsibility to speak out and amplify those voices that are out there and seldom heard, and being an actress myself I have the responsibility to tell important stories and shed light on important issues occurring in the world. And yes I do lose some movie roles because I stand strong for what I believe, it’s in my heart.
I also like the saying “with a great part comes a great responsibility” because us as artist we create and there fore we have the responsibility to have a stance, to stand for something.
(Pues, como artista, como artista “no estamos de pie por pequeñas cosas sino por grandes cosas”, como artista tenemos la responsabilidad de hablar claro y ampliar aquellos voces que hay, pero pocas veces son escuchadas, y siendo yo una actriz tengo la responsabilidad de contar las historias importantes y alumbrar los temas importantes que pasan en el mundo. Y si pierdo papeles en películas porque tengo convicciones fuertes por lo que creo, están en mi corazón. Siempre me gusta decir: “a gran participación gran responsabilidad” porque nosotros como artistas, creamos y por eso tenemos la responsabilidad de tener convicciones, convicciones por algo).
Y.- Our country has almost two hundred years of Creole governments and almost 500 years since the invasion of the Spanish. In these 500 years the original people, the indigenous people- or the Andean as they should be called- have not come to power. Everything has been a white mans government. There has never been a true government of the people, from below. I know that you have a voice and that you speak up when necessary, but how can we make it so that the voice of the artist intersect with the political voice and have political weight in our country.
(Nuestro país tiene casi doscientos años de gobierno criollo y casi 500 años de haber sido invadido por los españoles. En estos 500 años el pueblo original, el pueblo indígena –o los andígenas como deberían de llamarse—no han accedido al poder. Todo ha sido un gobierno de “blancos”. Nunca ha habido un gobierno verdadero del pueblo, de abajo. Yo se que tú tienes una voz y la levantas cuando es necesario, pero cómo podemos hacer para que la voz de los artistas se interseque a la voz de la política y que tenga un peso político en nuestro país).
Q.-Well, its starts, you have to see that for example , last year on the 5th of June, the reason the peaceful protest was so powerful was because there was not just one person standing up but there is really a power in unity and we as artist have to unite, we have to realize that our power and strength comes from being united together and we as the people have the power to make our governments make the right choices, we have the power to create change and change doesn’t start from the top it starts from the bottom up. So we as the people have the power to create the change, we have to unite and hold hands as brothers and sisters and leave out prejudices and everything behind.
(Pues, todo empieza, tienes que ver que, por ejemplo, el año pasado el 5 de junio, la manifestación pacifica fue tan poderosa, porque no había solamente una persona allí; pero en realidad hay poder en la unidad y nosotros como artistas tenemos que unirnos, tenemos que dar cuenta que nuestro poder y fuerza viene de estar unidos, juntos y como el pueblo tenemos el poder de hacer que nuestros gobiernos toman las decisiones apropiadas, tenemos el poder de crear el cambio y el cambio no empieza desde arriba empieza desde abajo. Entonces, nosotros, el pueblo, tenemos el poder de crear el cambio, tenemos que unirnos y juntarnos mano a mano como hermanos y hermanas y dejar atrás todos los prejuicios).
Y.-In our country all of the revolts that have happened in defense of land, since some time till now have been converted in “terrorism”. The State every time that there is an uprising in order to protect what is ours, our rivers, our lands, the State employs the cliché of “terrorist” How do you believe that we can shake of this stigma that is in use since a long time ago?
(En nuestro país todas las revueltas que ha habido en defensa de tierras, de un tiempo a esta parte se han convertido en “terrorismo”. El Estado cada vez que hay un levantamiento para proteger lo que es nuestro, nuestros ríos, nuestras tierras, el Estado te aplica el cliché de “terrorista” ¿cómo crees tú que nos podemos sacudir de este anatema que viene desde muchos años atrás?)
Q.-We really need to think about what has happened and sadly what happened in the film you guys saw “The Princess Kaiulani”, and what happened on the 5th of June in Bagua, its sad. If you look into history also the history of President Alan Garcia, sadly we have not learned from the past they are still repeating the same mistakes and it is important to have a clear understanding of where you come from, of what has happened in history in order to have a clear view of where you will be going.
And the truth will come out and if you stand united and peaceful and as artist being it an actor or musician or something we also play an important role because we all have the power of a grain of sand on a tipping scale and sometimes all it takes is one grain of sand to tip the scale in a different direction, and last year on the 5th of June when everything happened in Bagua, I brought 50 video cameras because the video cameras are the best weapons and tools because they don’t lie and you point and shot and you show what happens and that’s important to have because it proves you’re innocent and it proves that your are just fighting for basic human rights; clean water and food and an environment without exploiting or destroying your children’s future.
(De verdad necesitamos pensar en lo que ha ocurrido, y tristemente lo que ocurrió en la película que acabas de ver, “La Princesa Kaiulani”, y lo que ocurrió el 5 de junio, en Bagua, es triste. Si miras la historia también la historia del Presidente Alan García, tristemente no hemos aprendido del pasado, ellos siguen cometiendo los mismos errores y es importante tener un claro entendimiento de donde vienes, que ha pasado en la historia para tener en claro la vista a donde vas a ir.
Y la verdad saldrá y si estas unido y pacífico y como artista siendo un actor o músico o algo nosotros somos una pieza importante porque tenemos el poder de ser un grano de arena encima de la balanza y a veces solo hace falta un grano de arena para inclinar la balanza en una dirección diferente, el año pasado el 5 de junio, cuando todo ocurrió en Bagua, traje 50 video cámaras porque los video cámaras son la mejor arma y herramienta porque no mienten y tu enfocas y grabas y muestras lo que pasa y eso es importante tener porque muestra que eres inocente y muestra que estás luchando por derecho humanos básicos: agua limpia y comida y un medio ambiente sin explotar o destruir el futuro de tus niños).
Y.-Thank you for being here and representing the interested artists in our country where the young don’t have images to imitate and don’t have people to follow in this the fight for our rights. We know that you are a person very important in the artistic world and that you are truly doing an admirable work, and, sometimes, you are risking your life in very difficult places in our country. Truthfully, from the heart we thank you for being here and hope that you continue in these projects. We will accompany you in everything that we can do. Thank you.
Quisiera agradecerte por estar aquí y representar a los artistas interesados en nuestro país donde los jóvenes no tienen una imagen a quien imitar a quien seguir en cuanto a la lucha de nuestros derechos. Sabemos que eres una persona muy importante dentro del mundo del arte y que estás haciendo un trabajo verdaderamente admirable, y, a veces, estás arriesgando tu vida en lugares muy difíciles en nuestro país. De verdad, muchas gracias que estés aquí y que sigas con estos proyectos. Nosotros te vamos a acompañar en todo lo que podamos. Gracias a ti.
Q.- Thank you. Gracias a ti por todo.
[Quisiera agradecer (ya que nunca lo hago y acepto mi mezquindad) a todas las personas que colaboraron en esta entrevista, al bar Etnias, a los padres de Q'orianka, al académico Zacarías Payne, maestro de lenguas muertas, y a Katalina Rosaforte en la cámara].
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