El profesor Blas Puente-Baldoceda de la Northern Kentucky University, me envía este acertado artículo sobre la novela
Travesuras de la Niña Mala de nuestro reciente premio Nobel MVLL.
Están servidos:
Travesuras de la Niña Mala (¿Una maravillosa historia de amor?)
Blas Puente-Baldoceda, PhD
Northern Kentucky University
En “Travesuras de la Niña Mala” el mundillo pequeño burgués de Miraflores se expande globalmente incluyendo Cuba, Francia, Inglaterra, Japón, Nigeria, España, etc., donde ocurre el melodrama sádico-masoquista de Ricardo Somocurcio y Lily. La trayectoria tremebunda de esta chilenita, guerrillera, Madame Arnoux, Mrs.Richardson, Kuriko. Sra. amante del marido de Martine, culmina con un retorno más a los brazos de Ricardo Somocurcio, pero esta vez para morir de cáncer, no sin antes dejarle una herencia: una casita y unas acciones de la Electricidad de Francia.
En torno a la trama central de amor giran las historias de amistad con Paul, el revolucionario, Juan Barreto, el hippy elegante, Salomón Toledano, el habilidoso intérprete multilingüe, Yadil Gravoski, el niño supuestamente sordomudo, con sus padres adoptivos, Elena y Simón. Del amor, un misterio, y de la amistad, hermosa cuando es verdadera, son concepciones manidas; por consiguiente, la novela no ofrece algo original, excepto que los sentimiento del amor y la amistad parecieran estar de alguna manera condicionados por la configuración psico-social de cada persona.
La inescrupulosa Niña Mala agravia cruelmente al prójimo, guiada por la obsesión de amasar la gran fortuna, ya que en Perú gozó de ciertos privilegios concedidos por una familia de clase media de Miraflores donde su madre era cocinera. Otilia —nombre original de la Niña Mala— llegó a detestar su humilde condición social y económica. Es decir, un lector de cualquier punto del planeta concluye, pues, que la niña es mala porque ya está predestinada por un profundo resentimiento social.
Sí, esta cholita blanca, descastada y egoísta e ingrata (según lo describe su propio padre durante la conversación con Ricardo en la fondita Chim Pum Callao), se propuso a temprana edad escapar de la miseria y se prostituye en alma y cuerpo en extramares para plasmar sus sueños de grandeza.
Ni el narrador-protagonista ni los otros personajes dicen algo nuevo con respecto a los temas universales del amor y la amistad. Por ejemplo, en Du côté de chez, Swann, un judío rico que frecuenta la aristocracia francesa, se enamora locamente de una prostituta de alto vuelo Odette de Crécy, quien deviene Mme. Swann gracias a su matrimonio poco antes de la muerte de su esposo. En este volumen de A la recherche du temps perdu de Proust, el lector sí logra penetrar en vericuetos intrincados del amor y la amistad, la vida y la muerte, el sexo y el arte. En Travesuras de la Niña Mala, por otro lado, una novela estructurada con una extraordinaria precisión matemática por don Mario, un virtuoso artífice de la forma novelesca, el lector se queda agarrotado por el melodrama de la anécdota, pero en cuanto al conocimiento de la naturaleza humana, se queda un tanto tirando pindinga. Vaya aquí un ejemplo: el amor no es sino puro sexo y nada más: Ricardo le dice a la Niña Mala que estuvo a punto de suicidarse porque quiere liberarse de su amor no correspondido, y esta última le retruca "—Mentira, tú no quieres matarte ni matarme —dijo arrastrándose hacia mí— Sino cacharme ¿No es verdad? Yo también quiero que me caches. O, si esa lisura te molesta, que me hagas el amor." (pg. 284) Más aún: el comportamiento masoquista de Ricardito, el típico diminutivo vargasllosiano que utiliza el narrador-protagonista, en sus monólogos narrados, se podría explicar por otro lugar común de la cultura andina: Más mi pigas, más te quiro, puis. Es decir, si elucubramos dentro de los parámetros del autor implícito de Travesuras…, no de Vargas Llosa, el de carne y hueso, tal vez Ricardito podría ser un miraflorino de ancestro andino, o algo por el estilo. Como quiera que sea, todas estas historias que, aparentemente, discurren cronológicamente, son el resultado de una sagaz elaboración de la estructura temporal que un crítico, experto en narratología, logrará desentrañar a costa de un arduo análisis. A modo tentativo, podríamos adelantar que, en realidad de verdad, uno termina con la sensación de una acronología, es decir, la simultaneidad del presente con el pasado mediante un vaivén casi imperceptible de estos dos tiempos. Más aún: el juego con los espacios de la diégesis también produce una especie de ubicuidad escénica que engarza armoniosamente con la temporalidad ficticia. Sea como fuere, llevo más de medio siglo leyendo literatura en tres lenguas, y durante la lectura de Travesuras de la Niña Mala las lágrimas se me agolparon más de una vez, no sé si por mis rezagos de romanticoide trasnochado, especialmente cuando la víctima era el tantas veces vejado Ricardito, así como también me indigné airadamente y más de una vez con cada uno de los actos abominables, viles, de la Niña Mala: y todo esto, creo, porque estos personajes van adquiriendo cada vez mayor complejidad dramática conforme aumenta gradualmente la tensión del conflicto de la trama central. Aunque el novelista peruano-español manipula genialmente las estrategias retóricas de género melodramático, de modo que el lector pueda acertar los desenlaces de los conflictos, es la sincronización asombrosa de los eventos narrados lo que, sin lugar a dudas, intriga lúdicamente al lector: por ejemplo, cuando Ricardito se sorprende por las repetidas gentilezas de Fokuda cuando salen a comer con la Niña Mala, Salomón Toledano y su novia Mitsuko, el lector juega con las posibilidades de desenlace y, por supuesto, cuando acierta en la más plausible —Fokuda es un voyeurista que ordena a la Niña Mala montar dicho acto para satisfacer su perversión—, se deleita en el juego de los acertijos.
Ahora bien, la lectura lúdica de esta novela es inducida por tratamiento paródico del ingrediente romántico en el juego erótico y/o sexual de la pareja: la Niña Mala siempre le recuerda al Niño Bueno que no deje de engolosinarla con sus "huachaferías" antes de que éste procede a complacerla con el deseado ritual del cunnilingus, en cuya minuciosa descripción detallada, asimismo, este Ricardito se solaza poniendo al descubierto una de las tantas taras psicológicas de la Niña Mala: un egoísmo patológico. Esto último nos lleva a sospechar que Ricardo no solamente es un intérprete que incursiona en la traducción de escritores rusos por el mero placer estético, sino que es un escritor que mantiene en secreto su identidad, es decir, las traducciones no son sino una forma de camuflaje a su pasión oculta por contar bien una historia."—Una vieja historia —le respondí—No se la he contado a nadie, nunca. Pero, mira, creo que a ti sí te la voy a contar, Elena" (pg. 209) Y cuando termina de contársela de principio a fin sin poder controlar el llanto, "¿Sabes que es una maravillosa historia de amor? —exclamó Elena, mirándome sorprendida—. Porque, eso es lo que es, en el fondo. Una maravillosa historia de amor (pg. 210) Y luego Elena, agrega: "Esta historia no puede terminar así" Todo esto no es sino autorreflexividad literaria a la Vargas Llosa: se insinúa vagamente que el narrador-protagonista de la historia va viviendo los eventos de la diégesis al mismo tiempo que va elaborando secretamente su plasmación estética: una novela sobre el amor y la amistad. Justamente la novela termina con una advertencia de la Niña Mala de que si a Ricardo se le ocurría escribir "nuestra historia de amor, que no la hiciera quedar muy mal porque, entonces, su fantasma vendría a jalarme los pies todas las noches"
—¿Y por qué se te ha ocurrido eso?
—Porque siempre has querido ser un escritor y no te atrevías. Ahora que te vas a quedar solito, puedes aprovechar, así no me extrañarás tanto. Por lo menos, confiesa que te he dado un tema para una novela. ¿No, niño bueno" (pg. 375).
Al terminar de leer estas líneas, el lector, por supuesto, asume que el narrador-protagonista decide escribir su historia de amor tan pronto como su Dulcinea desaparezca, y esto sería una versión cronológica de los eventos. Pero sabemos que casi a la mitad de la novela, los narratarios —Elena y Simón— opinan que es una maravillosa historia de amor que no debería terminar en ese momento, sino que debería continuar. Entonces, este narrador-protagonista continúa la aventura con la Niña Mala en busca de más experiencias para contar a sus narratarios y escribirlas en un futuro cercano para sus posibles lectores. Todo esto debería ser contado como una autobiografía narrada si es una versión cronológica, pero si es una versión acronológica —y esto es lo que detectamos en la novela—, se trataría más bien de una memoria narrada, de suerte que el lector se queda en el delicioso limbo de la incertidumbre: es decir, ¿si el narrador-protagonista, Ricardo, es el que escribe una buena historia mientras vive los hechos narrados en permanente suspenso por lo que sucederá después con la impredecible Niña Mala, o si la escribe diestramente después de haber vivido los hechos narrados? Este suspenso ante lo incierto, no es sino, una sublime plasmación eficaz de Vargas Llosa que sí es incuestionablemente original y diestro en su manejo de la autoreflexividad literaria que el Manco de Lepanto inició hace siglos para dolor de cabeza de los críticos.