Aquí
la película completa:
Air
dolls es una extraña película del cineasta japonés Hirokazu Koreeda, quien antes ha dirigido
otros films bastante particulares sobre la cosmovisión asiática, la memoria
viva, la pérdida de los seres queridos o la soledad de la metrópoli, trayendo
consigo una crítica bastante sutil, y por ratos atrevida, sobre el hombre
contemporáneo, automatizado por la máquina y ninguneado en los valores que lo
deberían diferenciar de un animal, pero que solo una característica, ya visto
por el protomarxista Engels, lo mantiene al borde de lo que entendemos por
civilización: el trabajo, el hombre trabaja y eso lo convierte ipso facto en humano.
El personaje principal de AD es una muñeca inflable que acompaña y otorga placer a su dueño, un plúmbeo trabajador que no tiene tiempo ni dinero para estar con una mujer de carne y hueso. La sociedad japonesa, muy exigente con sus conciudadanos, ejerce una presión sutil sobre la idea del trabajo. El trabajo es visto como sinónimo de honor, honorabilidad, ataraxia y fin supremo de todo hombre. Y hasta existe una religión japonesa, la iglesia de Meishu Sama, cuyo principal objetivo es otorgar salud a sus feligreses para que puedan trabajar hasta que puedan dejar sus huesos en las usinas del progreso y la felicidad enfermiza de la tecnología y sus subvalores lobotomizantes.
La muñeca Nozomi --interpretada por la bella Bae Doona, aquí vista en Cloud Atlas--, cuyo nombre no es más que el reciclaje nobiliario de una antigua pareja del esclavo trabajador, es alcanzada por la iluminación, hecho que no se explica sino a través de un milagro o un “alumbramiento” platónico con aires pinochescos; y empieza su “vida” hacia lo que podríamos llamar el conocimiento interior, pasando primero por una indagación en el mundo externo: la praxis in situ de la miseria urbana, el desinterés del prójimo y el frío proceso de autoengaño de las multitudes para realizar vidas vacías que no le importan a nadie y cuya mayor trascendencia es una vela, un incienso o una frase mortuoria en el cementerio.
Y es en este camino que Nozomi se plantea buscar a su creador, a su dios personal que no es otro más que el fabricante de muñecas, quien la guía a un deshuesadero de plásticos y cabezas de pvc decapitadas cuyos moldes ya están descontinuados. Ahí Nozomi descubre que su vida no tiene sentido ni un propósito que salga de su interior, sino que es una persona-objeto que sirve para paliar el estrés, la pasión y la soledad de quien pueda pagar por ella, pero a diferencia de una meretriz, su cosificación (sin ninguna voluntad) no es pasiva sino contradictoriamente activa (¡el plástico sintetizado puede llegar a amar?, la pregunta no es tonta, quizás es reversible si es que nos fijamos en los miles de individuos que están haciendo hogares con muñecas de plástico o los que encuentran el placer perfecto en el orgasmatrón que no es más que una máquina). Por ello mismo, cuando ella cree enamorarse del dependiente de ventas pone en duda sus sentimientos y entra en una pánico escénico, un absurdo de lo real concreto porque al fin y al cabo es una muñeca de plástico casi como los seres que deambulan por el mundo, los yonkis, los sin trabajo o los que no quieren empeñar su fuerza motriz y se ven aherrojados a un infierno que se llama desempleo y/o indigencia.
Cuando el regente o dueño de la tienda la “viola”, Nozomi se deja llevar; acaso no fue creada para eso, acaso su fin ulterior no es otorgar placer a un pobre diablo que ni siquiera sabe cuál es su verdadera misión –si es que hay una-- en un mundo donde la comunicación ha perdido el habla y se ha transformado en un arma de dominación, porque ya no nos comunicamos: “interactuamos”, mandamos mensajes de texto, damos regalos virtuales, pagamos las cuentas por la red o dormimos con el iphone enchufado en la oreja y cada día nos importa menos el vecino de al lado o la familia que se convierte en una carga, una pesada sombra que hay que desechar o borrar con el mouse.
Pero
es quizás en el amor (o en la idea del amor) en que Nozomi cree encontrar una
luz, pero se da cuenta de que nunca va a poder ser como los demás, el dolor y
el desamor es inevitable; en realidad nadie puede ser como los demás. La
salvación no está en lo uniforme, la domesticación de la conciencia, sino en el
aislamiento o en el dejarse morir, la inmolación. Y así lo ve la muñeca de
plástico, la muñeca inflable que de tanto uso se abandona en el tacho de basura
para que los recicladores hagan con ella lo que hacen con todo lo que la
sociedad excrementicia hace con la basura, detritus de la seudocivilización o
con el hombre.
2 comentarios:
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no se veee...nadaaaa
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