Al decir lo que dicen
los nombres que decimos
dicen tiempo: nos dicen.
Somos nombres del tiempo.
Octavio Paz
En tiempos en el que el horror y la muerte, el silencio y
la indiferencia van de la mano, articular lo que se queda en la garganta o en
la carne es cada vez más difícil en singular. Nunca como en estos tiempos ha
sido tan relevante recordar las raíces plurales de la poesía. Lúcido e intenso, incandescente y enigmático Lirico puro (Hipocampo editores, 2017), el nuevo poemario de Willy
Gómez Migliaro (Lima, 1968) nos lo viene a demostrar con vigor.
Y en su caso, un poemario nuevo lo es en todo el sentido de la palabra,
porque Willy Gómez explora posibilidades diversas en cada uno de sus libros,
pasando de la textura abigarradamente metafórica a la experimentación de Lírico
puro, donde el
caudaloso verso del poeta se siente transfigurado por un ¡Eureka! que le hace
desentrañar la experiencia primordial que armoniza la escritura, la creación
poética y la vida.
Asistimos a una síntesis expresada en composiciones
esenciales en rotación permanente, como ocurre con las imágenes capturadas por
«una cámara de video en movimiento» señala Nivardo Córdova Salinas y a través
de cuyas imágenes «el lector hace el poema, lo termina,
construye su objeto poético» dice César Pineda Quilca.
Lirico puro se ofrece como un drama compuesto de soliloquios y
aproximaciones: a la vez delirante y ascético, el yo poético entrega fragmentos
de su experiencia y el misterio de la poesía.
El título juega con dos
imágenes del poeta como creador. La imagen del poeta como un «lírico puro», vigente
en posiciones esteticistas que reivindican una discutible «poesía pura» afín a
una idea simplificada de la mística y, por cierto, de cierta lírica amorosa de
estirpe romántica: un poeta «puro». La imagen del poeta como el artífice
verbal, explorador de los abismos y los enigmas (ricos en conexiones
religiosas, filosóficas y psicológicas) del ser humano inmerso en el «mundanal
ruido» de la sociedad: un poeta «comprometido».
Vinculado a esto el
título nos remite a la idea de una creación «pura» opuesta a la llamada
creación «comprometida» (adjetivos
que remiten a calificaciones muy empleadas en los años cuarenta y cincuenta del
siglo pasado para distinguir dos tipos de poesía).
Sin embargo, estas imágenes,
que invitan a la dicotomía que distancia el vuelo sublimado «desencarnante» de
la inmersión implicada con la realidad, caen destrozadas en la sólida propuesta
poética de despliega Lírico puro. Sus composiciones están nutridas de belleza y experiencia social a la vez. Nos
muestran que lo esencial de la poesía se encuentra en la vida misma de las
palabras, y es en esa profundidad de la palabra donde hay que encontrar la
acción de la poesía y, a partir de ahí, comprender su importancia. Entender y
sentir que la poesía es el fundamento de la vida en sociedad.
Cómo separar lo «puro»
y lo «social», en una poética expresada en composiciones que escarnecen la
burocracia y la alienación. Como ha explicado Javier Ágreda, la poesía de Willy Gómez Migliaro «une
la experimentación verbal con la reflexión sobre temas trascendentes; una combinación
que asegura la calidad de los textos, pero que también les da un cierto
hermetismo».
Su poesía, añadimos, cree en la palabra —bella o
fracturada— como acción. Se aproxima de un modo no escéptico al lenguaje. Es
arma cargada de futuro y en cada representación de la realidad alguien toma
partido. Cuando vacila, teme, sospecha. También cuando legítimamente afirma.
Sus composiciones tienen un ademán vertiginoso que lleva
implícitos el impulso moral y la imperfección que engrandecen las artes. Es una
exploración profunda a modo de una aventura transfiguradora y no de mero alarde
ingenioso o adorno rítmico-metafórico.
Todos sus elementos contribuyen a la nostalgia de nuestra
disolución porque esa mirada del poeta, solo a través de la cual el caos nos es
comprensible como un elemento del orden ficticio que nos permite entendernos de
cierta manera con la realidad, sabe mirar más hondo que nuestros ojos y sabe
descubrir en nuestra posibilidad de aniquilación la trampa de la realidad, la
certeza del todo y de la nada.
Y
es que como ha señalado el poeta en una entrevista hecha por Katherine Medina: «La poesía es otra manera
de pensar la vida. Los que escribimos poemas sabemos que apenas nos alcanza el
lenguaje. Nuestros balbuceos no sirven para nada. Sin embargo, nuestros cantos
son siempre de vida y esperanza».
El poeta es un hombre y más que uno a la vez: una multitud
de voces acalladas, de deseos sepultados por la chatura oprimente de las
convenciones sociales, que pugna por liberar las pulsiones nocturnas, por
hundirse en el goce del exceso o la locura. Y cuando la disolución parece
inevitable, acuden las fuerzas apolíneas, el temple, la firme serenidad para no
apartarse del surco esperanzado de la vida.
Javier Ágreda subraya que «En estos nuevos poemas esos
grandes temas siguen estando presentes, pero solo como trasfondo, pues los
versos giran más en torno a la experiencia cotidiana y la memoria personal». De
algún modo, Lirico
puro es un viaje de la
memoria.
Pineda Quilca ha señalado, por su parte, que en
las composiciones de Lírico puro «vemos
cómo se construyen y devalúan los objetos, en la palabra, para instaurar una
nueva lectura, una nueva búsqueda de sentido para integrar quizás el alma a las
cosas» y añade que «La escritura de Lírico
puro se impone como una respuesta a la imposición del sentido, de la razón
y de una dictadura estética», con
la presencia de «una impronta surrealista, de poesía
fragmentaria, de discurso disgregado posmoderno».
Por nuestra parte queremos apuntar que más
que la entrega al flujo poético de la escritura automática del surrealismo (que
permitiría percibir Lirico puro
quizás «como un solo poema largo»), se nutre de la efusión de la experiencia beatnik, expresada con recursos
expresivos que se acercan más al collage
textual de la poesía de lengua inglesa, que a la incandescencia de la
imaginación surrealista.
En las composiciones en rotación de Lírico puro se intuye una poesía de dos tonos que se
interrelacionan e integran permanentemente. Por un lado, el tono confesional,
que rezuma a menudo la desazón por los sueños que quedaron en promesas
incumplidas, la angustia ante el futuro incierto, el dolor de la
insatisfacción, pero también, por otro lado, una poesía de tono expresionista que
Córdova Salinas caracteriza como «una poesía que
confronta, que desenmascara, que revela el lado oscuro del mal llamado milagro
peruano, donde por ejemplo la informalidad, la explotación laboral, la
industria de la falsificación y el crimen organizado a veces visten de saco y
corbata, donde incluso la alienación se desborda y la violencia social impera
en todas sus formas».
Lirico puro
despliega esa transformación de la subjetividad que trasciende la rutina
cotidiana, pero no la experiencia de lo real. De hecho, en la encrucijada de lo
interno y lo exterior, en la brega por establecer el propio ser y estar en el mundo, es que se halla el centro de gravedad del
poemario.
Y
sin duda, esa transformación supone el proceso dinámico de una conciencia que,
con insistente rigor, encara al mundo y se examina a sí misma a través de «fragmentos de nuestras
vidas superpuestas sobre /lo real de su
espejo de nuevo».
El
estremecimiento esencial privilegiado de la poesía recorre sus composiciones,
presto siempre a desencadenar tempestades de belleza que arrasan las pautas
acostumbradas de la lógica, la moral, la gramática y el lenguaje poético dócil
frente a los cómodos modos de la corrección, la armonía domesticada y el buen
gusto domesticado.
El
poeta también está rehaciendo su voz expresada en libros anteriores fusionando
la recreación de experiencias con la escritura de poemas, a los cuales luego
interpreta, lector de sí mismo (el epígrafe que abre el poemario pertenece a
Raymundo Nóvak creatura-eje de su poemario La breve eternidad de Raymundo
Nóvak) y
de la resonancia de obras ajenas en su impulso creador.
La de Lírico puro
es, así, una poesía del re-conocimiento: no se orienta hacia un trasmundo
metafísico o utópico, sino que redescubre esa otra realidad en la realidad en
la cual se respira, se siente, se piensa, se sueña y se muere. Como otros grandes
poetas como Martín Adán, Juan Ojeda, Enrique Verástegui, Miguel Ildefonso, o
como César Vallejo en Trilce, Gómez
Migliaro escribe de (y desde) la descarnada conciencia de un misterio: el de la
existencia física, carnal. «el yo se divide uno entre /lo natural y lo obligado
del ojo que suma /inclinaciones sin fondo el plano o /de nuevo bosque mental y
detalle de los/que quedan desgarrados ante la unidad», declara la voz poética
en Lirico puro.
Radical
y visceral, la experiencia de hallarse en el mundo es la que alimenta a la
imaginación verbal de Lírico puro. La
conjetura de la voz lírica señala una forma de entender el ejercicio y el
sentido de la poesía. En efecto, la voz del poeta no busca la proliferación y
el exceso, sino la esencia, la concentración y el despojamiento.
Para el poeta vivir y crear significan experimentar en
una dimensión más honda --y sabia-- al recordar, «reciclar», captando la
presencia esencial de lo ausente, el mensaje del silencio y la aceptación de una
existencia vivida a plenitud. Todo ello esta vez alcanza su fruto en los poemas
cincelados y concisos, siempre al borde de un silencio que no implica fracaso
expresivo ni incomunicación, sino depuración vital más allá de las palabras.
Así, en las odiseas de saber decir es también esencial aprender a no decir de
más.
Independencia,
julio-agosto de 2017
Referencias
CÓRDOVA
SALINAS, Nivardo. «Willy Gómez Migliaro: “Soy un sobreviviente”».
MEDINA,
Katherine. «“La poesía es otra manera
de pensar la vida”» Entrevista con Willy Gómez Migliaro publicada en Agenda CIX el 9 de abril de 2017.
PINEDA QUILCA,
César. Lírico puro. Palabras de
presentación del libro leídas el viernes 21 de julio de 2017 en la Anti-FIL. En la mesa de presentación estuvieron también Franco Osorio-Antúnez de Mayolo Paredes y Teófilo Gutiérrez, editor del libro.
Disponible
en: https://nidodepalabras.blogspot.pe/2017/07/lirico-puro-por-cesar-pineda-quilca.html