Ganó Ollanta, ganó el Perú y ¿ahora qué?
Por Rafael Inocente
Todos quienes de una u otra forma contribuimos al triunfo de Ollanta Humala Tasso (51.5%) en el viciado proceso electoral que se ha coronado con el triunfo nos hacemos la pregunta crucial, ¿y ahora qué?
Las primeras luces del amanecer se vislumbran, pero hay todavía un trecho para contemplar la alborada. El Perú profundo, el Perú real, el Perú serrano y selvático, el Perú que todos los días amanece a ciegas a trabajar para vivir en la densa franja costera y debe trepar a una combi atestada para ir a trabajar por un mendrugo, el Perú que libra una guerra civil en contra de la delincuencia común, el Perú de las madres que tienen que estirar el sencillo para alimentar a la familia, el Perú de todos los que hacemos equilibrismo para llegar a fin de mes, el Perú bombardeado por la propaganda mafiosa, ofendido por la explotación de siglos y la desnutrición crónica, ese Perú sometido a experimentos típicos de la Guerra de Cuarta Generación, el Perú que ha sabido resistir a brazo partido el embate del aprofujimontesinismo, ese Perú le ha dicho NUNCA MÁS a Keiko, hija del reo Kenya Fujimori, amadrinada por el fujimontesinismo, una banda de criminales integrada por militares, empresarios, políticos, curas, periodistas y gentes del espectáculo.
El año 1993 la dictadura fujimontesinista impuso una Constitución Política que consagró la nación al libre mercado, santificó el remate de las riquezas naturales del país y eliminó los derechos laborales de los trabajadores peruanos.
El Perú y Chile son los dos únicos países en Sudamérica que se rigen por Constituciones espurias, concebidas en plena dictadura y sancionadas luego por democracias amancebadas con la corrupción y la violación sistemática de derechos humanos.
El Perú es además uno de los pocos países del mundo en donde el Estado no puede invertir en su propia patria. El Estado peruano ha reducido su papel a un rol meramente subsidiario, una calamidad que ha originado que en nuestro país se inviertan capitales públicos de China, España, Argentina, Brasil, pero al propio Perú le está vedada la posibilidad de invertir en su tierra, merced a la “vladiconstitución” (creación del criminal asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos) del año 1993. Demoler ese engendro delincuencial debería ser la primera labor de Ollanta Humala.
Han transcurrido apenas horas desde el triunfo de Ollanta, ni siquiera ha recibido las credenciales que lo acreditan como Presidente del Perú, pero los poderes fácticos, los terroristas mediáticos y los fantoches de la televisión ya lo extorsionan con absoluta desfachatez y exigen garantías para que nada cambie, para que todo siga igual, para que la mafia aprofujimontesinista enquistada en el poder siga dominando en la práctica. Exigen colocar a conocidos sicarios en el Ministerio de Economía y el Banco Central de Reserva, exigen Ministerios claves para el sector productivo y, encubridores de asesinos como el miembro del Opus Dei, Rafael Rey, tienen la osadía de afirmar que Gana Perú ha triunfado por un estrecho margen. Otros, como el norteamericano Pedro Pablo Kuczynsky, ministro de economía en múltiples gobiernos, continúa con la cínica campaña de terror financiero, especulando en una pequeñísima Bolsa de Valores de Lima, cuyo peso específico en la economía peruana es ínfimo.
Somos millones quienes pensamos que el 2006 Alan García ganó las elecciones de manera fraudulenta. De la misma manera, pienso que el porcentaje logrado (48.5%) el 5 de junio por la Hija del Ladrón fue obtenido con ayudín. Creo incluso que la siniestra Magdalena Chú (jefa del Jurado Nacional de Elecciones) pulseó a la población al atreverse a lanzar de la manera más descarada unas cifras ajustadísimas, cuando los resultados del conteo rápido daban por ganador a Ollanta con larga ventaja, sugiriendo la huasonada del empate técnico a las diez de la noche del 5 de junio. Así como en la Plaza 2 de Mayo más de cien mil personas esperaban para celebrar el esperado triunfo, en el interior del país millones de peruanos guardaban vigilia por los resultados oficiales de un conteo de votos por demás simple: eran solamente dos candidatos, ya no se elegía congresistas. Pero Magdalena Chú, con frialdad oriental, anunció que no iba a dar más cifras por televisión, mientras esperaba que la gente se canse y se vaya a dormir y se perpetre el fraude electoral. Ha sido la movilización de millones de peruanos honestos hasta altas horas de la madrugada en todas las plazas públicas del país, lo que ha impedido el criminal fraude fraguado para el 5 de junio y que de haberse consumado hubiese convertido al Perú en un polvorín sangriento.
Sin embargo, ¿por qué la cavernaria oligarquía peruana intenta hacernos creer que el fujimontesinismo cuenta con apoyo popular como afiebradamente pretende el impúdico Rafael Rey? Al mellar el cerebro de la gente, afirmando día y noche por los noticieros y diarios, que el fujimontesinismo tiene base social, pretenden dar respaldo democrático al chantaje en contra de Ollanta iniciado en el mismo instante en que no han podido consolidar el fraude electoral, cuyos indicios más evidentes han sido la compra absoluta de los principales medios de comunicación, la contratación de un miserable como Jaime Bayly Letts, dedicado exclusivamente a calumniar a Ollanta en horario estelar, así como la puesta en marcha de los planes Sabana, Llanero, Ekeko, denunciados oportunamente por el Diario La Primera.
El triunfo aplastante de Ollanta se ha obtenido gracias a la conjunción múltiple de fuerzas que no vienen de última hora. Se ha conseguido gracias al trabajo de hormiga realizado desde hace muchos años por su hermano Antauro (detenido sin sentencia junto con 170 ex soldados durante más de 36 meses, acusado del delito político de sedición contra el gobierno neoliberal de Alejandro Toledo) y los reservistas (ex combatientes en la guerra contrasubversiva, que el Estado abandonó luego a su suerte) portadores del periódico Ollanta a través de todo el territorio peruano, la propia organización política Gana Perú que logró capitalizar el descontento masivo y el repudio absoluto por la corrupción aprofujimontesinista, al decisivo apoyo de la izquierda, las organizaciones ciudadanas, un sector liberal decididamente antifujimorista, el apoyo militante de los intelectuales e inclusive, los sectores más radicales de la izquierda peruana. Es decir, un gobierno respaldado por un amplio frente social, al que le espera un trabajo digno de Hércules. Y el primer paso debería ser limpiar a fondo los nauseabundos establos de Augías en que se ha convertido la administración pública, fuente de corrupción fabulosa que según cálculos perjudica al pueblo en 4 mil de millones de soles anualmente.
Entonces, cuando el vicepresidente electo Omar Chehade, artífice de la captura del reo Kenya Fujimori, pide el traslado del delincuente nipón de una cárcel dorada, verdadero fortín de campaña electoral, a una cárcel común en Piedras Gordas, y el corro de cómplices y sinvergûenzas gritan no a la venganza y se arañan porque se propone quitar los privilegios a un asesino y ladrón —privilegios que nunca debieron ser otorgados—, no puedo sentir menos que asco por gentuza como Yehude Simon, Rafael Rey y el ridículo aprista Vargas. Chehade no ha pedido que torturen y asesinen a Fujimori, como si ordenó él hacer con jóvenes estudiantes. Chehade sólo ha pedido lo justo: cero privilegios a un criminal convicto que no padece ninguna enfermedad terminal, cuya hija cómplice ha sido repudiada por el pueblo. Miles de pobres infelices se pudren en las hacinadas cárceles peruanas esperando por una sentencia que nunca llega y a un malnacido que destrozó el país, robó y asesinó sin asco, el Estado corrupto le otorga una suite en vez de una celda. Esto es repugnante.
El fujimontesinismo hizo demasiado daño al país como para darle alguna oportunidad, más aún si es el propio pueblo quien lo ha rechazado unánimemente en las urnas. Es más, el fujimorismo debería estar proscrito por ley, tal como está el partido político del dictador Hosni Mubarak en el viejo Egipto.
Por otro lado, uno de los grandes ejes de la propuesta política de Ollanta fue la redistribución de los ingresos que obtiene el Estado por la exportación de las riquezas del Perú. Oro, plata, cobre, zinc, petróleo, gas natural, la pesquería más rica del planeta y una biodiversidad asombrosa, sustentan la riqueza natural del Perú. Todas están sometidas a extracción despiadada, remate a intereses extranjeros mediante acuerdos asimétricos e injustos para la nación (tratados de libre comercio) y contratos leoninos, en donde el pueblo recibe poco o nada.
Si Ollanta se identifica con los intereses de las grandes masas indígenas y empobrecidas del país completará la trilogía de naciones de linaje Inca con un gobierno popular, junto con Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.
Si, por el contrario, Ollanta empieza a gobernar amedrentado por los terroristas de la ultraderecha, persiste en mantener la Constitución de los criminales Fujimori y Montesinos y regala los Ministerios clave a la oligarquía agro-minero-pesquero-exportadora, dará una muy mala señal al pueblo que le ha votado esperanzado. Porque es evidente que el fujimontesinismo, el toledismo, el aprismo y el humalismo, si traiciona al pueblo peruano, son esencialmente lo mismo, neoliberalismo, que en países como el Perú, no puede sobrevivir sin la corrupción más desvergonzada.
Son demasiadas las expectativas en torno a Ollanta. Sólo espero que esté a la altura de las circunstancias y no se deje cooptar por los eunucos inmortales que en países como el Perú terminan adueñándose sutilmente de voluntades febles. El aprofujimontesinismo es una estructura mafiosa que se ha apropiado del Estado peruano en los últimos veinte años y sus gérmenes deben ser extirpados de raíz.
Mientras el neoliberalismo —que engendra corrupción— subsista, existirán las condiciones para que los elementos más nocivos de los grupos de poder intenten aplicar métodos fascistas si ven amenazados sus inmensos intereses económicos. Vigilemos para que el lema que gritamos en las calles hasta enronquecer, FUJIMORI NUNCA MÁS, no se convierta en mera ilusión ni en frase hueca, porque el fujimontesinismo, como los restaurantes que visita Gastón en las zonas populares, está a la vuelta de la esquina.