Jorge Cuba Luque ha publicado los libros de cuentos Colmena 624 (1995), Ladrón de libros (2002) y un texto muy particular al estilo del George
Pérec de Je me souviens: Yo me acuerdo (2008). En esta ocasión,
nos entrega una novela cuajada en el fragor del escritor y el inevitable roce
con la realidad, sus contratiempos y/o compromisos (Sartre); por ello, la
crítica al sistema capitalista y a su medio social brota de forma natural sin
caer en el viejo cliché del socialrealismo y, más bien, nos entrega una obra
con aires de posmodernidad y lo mejor de la tradición culturena: la paradoja,
la ironía de esas “tres cosas importantes” en la vida de estos tiempos
ditirámbicos de finmundismo, caída de
bolsa de valores, crisis energética, calentamiento global, etc.: salud, dinero
y amor, tal y como dice el libro de versos y vals de Rodolfo Sciammarella.
El personaje principal, hijo de un encuentro “casual” entre una
recepcionista del exhotel Bolívar y de “un rubio Steward de la Panagra Airways”, se ve marginado por sus compañeros
de estudios y/o amigos de barrio, quienes se burlan de su fenotipo al haber
heredado lo peor (léase lo menos funcional para un país cuarterón) de cada uno
de sus progenitores: flaco, endeble, tímido, apocado, asmático, etc., pero
rubio a fin de cuentas (“gringo misio” de colegio nacional), quien se aferra a
una vida académica y de arribismo donde el qué me importa prima sobre cualquier
directiva posible. Becado por la “Fundación Coca-cola, altruista patrocinadora”,
estudia economía en una universidad de la capital. Así va escalando posiciones
dentro de la pirámide de la división internacional del trabajo y tropezándose
por ratos con “seres menos inteligentes y más miserables que él” (sic), pero
que buscan lo mismo (o caen en lo mismo): el ejemplo práctico es Eva, una
agraciada joven dedicada al negocio de las fotocopiadoras, con quien “hace el
amor” por primera vez, pero ella, muy avisada en sus propios intereses de
“cumplir su sueño” y dejar su humilde vivienda en el Rímac e irse a Estados
Unidos, termina matrimoniándose con un viejo decrépito vicerrector de la
universidad donde Johnson seguía sus estudios y de manos de quien recibe el
título profesional. Quizá por eso, más adelante, cuando Johnson, dotado de un
puesto de trabajo como organizador de empresas, logra salir del país, encuentra
que su destino natural debe ser Estados Unidos: “El bienestar al alcance de
todos. Una verdadera democracia”.
De esta forma, en una carrera por la acumulación de bienes materiales,
el confort y la comodidad –el lado amable de un mundo de mercancías y crueldades–,
dota a su madre de una casa, así como de una pensión vitalicia. Asimismo se
compra otras propiedades para alquilarlas y entregarse a una vida holgada y sin
preocupaciones. Total, el asma ha desaparecido (signo de aparente buena salud);
el amor es una constante con subibajas
(Eva, Julia o cualquier otra, aunque por esta última siente una especial estima
y, según se constata en la novela, tiene una posible prole); el dinero ya está
empezando a no ser ningún problema, sino una “bendición” del trabajo y el
esfuerzo (sic); y, como organizador y reflotador
de empresas, no escatima en ningún problema para despedir a diestra y siniestra
con tal de beneficiar a la patronal, puesto que su eficiencia era inversamente
proporcional a los intereses de los asalariados: “Era, además, totalmente ajeno
a remordimientos al ser consciente de que el resultado de su trabajo era crear
desempleados en un país donde la protección social era inexistente”.
La fina ironía –una constante en la obra de Cuba-Luque, quizá
revisitada anteriormente en cuentos como “Preguntas y respuestas”, “Colmena
624” o “Personas desparecidas”– encuentra su punto álgido cuando Johnson,
orondo y ya posicionado en un piso del otrora World Trade Center, piso 95 de
las Torres Gemelas (la misma que ha escalado a punta de cumplir el viejo
recetario del capitalismo draconiano), encuentra la muerte de forma inusitada a
manos de la islámica organización terrorista Al-Qaeda el 11 de septiembre de
2001: “Oyó gritos y pensó que era un terremoto aunque sabía que en New York no
había terremotos como en Lima; su corazón empezó a latir con fuerza y, atónito
y petrificado por el terror, vio una gigantesca ola de fuego abriéndose paso
con el estrépito de una explosión infernal, devorándolo todo. Johnson,
sintiendo que su cuerpo reventaba, creyó que era tragado por una profunda
oscuridad y tuvo tiempo de comprender que estaba muriendo” (pág. 257).
De esta forma, Jorge Cuba-Luque nos entrega un fresco de estos tiempos,
un cuadro en el que el arribismo y la praxis esquizofrénica de la libre
competencia (la mejor forma de subir es pisando las cabezas de los que te
rodean) pueden “ayudar” a alcanzar un bienestar material con resabio a fracaso,
a infelicidad. También la revisión de la última historia peruana le sirve al
autor para repasar los nexos entre esa ficción de desarrollo, los grupos
políticos (en su mayoría entes larvarios) y el poder establecido (el “doctor
Cerrillos” sería por antonomasia el mismo “doctor Montesinos”); todo dentro de
una prosa fluida y la memoria siempre despierta para trasladar al personaje de
una época remota a otra más actual sin perder el atrezo y los datos históricos
tan necesarios como abundantes (en su texto Yo
me acuerdo, el autor nos ofrece un ramillete de datos que podrían
engarzarse con la novela). Por lo demás, Tres
cosas hay en la vida es, sobre todo, una excelente novela (un testimonio
sobre los yuppies, “tecnócratas” y
demás profesionistas cegados por la autorrealización y las promesas de un
sistema aberrante) que merece la atención de la crítica y su inclusión urgente
en algún plan lector.
-
-
1 comentario:
¿Por qué "ex hotel Bolívar"? Todavía funciona como tal, el que está cerrado es el Crillón.
Publicar un comentario