miércoles, 16 de enero de 2013

TRES COSAS HAY EN LA VIDA, DE JORGE CUBA-LUQUE




Jorge Cuba Luque ha publicado los libros de cuentos Colmena 624 (1995), Ladrón de libros (2002) y un texto muy particular al estilo del George Pérec de Je me souviens: Yo me acuerdo (2008). En esta ocasión, nos entrega una novela cuajada en el fragor del escritor y el inevitable roce con la realidad, sus contratiempos y/o compromisos (Sartre); por ello, la crítica al sistema capitalista y a su medio social brota de forma natural sin caer en el viejo cliché del socialrealismo y, más bien, nos entrega una obra con aires de posmodernidad y lo mejor de la tradición culturena: la paradoja, la ironía de esas “tres cosas importantes” en la vida de estos tiempos ditirámbicos de finmundismo, caída de bolsa de valores, crisis energética, calentamiento global, etc.: salud, dinero y amor, tal y como dice el libro de versos y vals de Rodolfo Sciammarella.

El personaje principal, hijo de un encuentro “casual” entre una recepcionista del exhotel Bolívar y de “un rubio Steward de la Panagra Airways”, se ve marginado por sus compañeros de estudios y/o amigos de barrio, quienes se burlan de su fenotipo al haber heredado lo peor (léase lo menos funcional para un país cuarterón) de cada uno de sus progenitores: flaco, endeble, tímido, apocado, asmático, etc., pero rubio a fin de cuentas (“gringo misio” de colegio nacional), quien se aferra a una vida académica y de arribismo donde el qué me importa prima sobre cualquier directiva posible. Becado por la “Fundación Coca-cola, altruista patrocinadora”, estudia economía en una universidad de la capital. Así va escalando posiciones dentro de la pirámide de la división internacional del trabajo y tropezándose por ratos con “seres menos inteligentes y más miserables que él” (sic), pero que buscan lo mismo (o caen en lo mismo): el ejemplo práctico es Eva, una agraciada joven dedicada al negocio de las fotocopiadoras, con quien “hace el amor” por primera vez, pero ella, muy avisada en sus propios intereses de “cumplir su sueño” y dejar su humilde vivienda en el Rímac e irse a Estados Unidos, termina matrimoniándose con un viejo decrépito vicerrector de la universidad donde Johnson seguía sus estudios y de manos de quien recibe el título profesional. Quizá por eso, más adelante, cuando Johnson, dotado de un puesto de trabajo como organizador de empresas, logra salir del país, encuentra que su destino natural debe ser Estados Unidos: “El bienestar al alcance de todos. Una verdadera democracia”.

De esta forma, en una carrera por la acumulación de bienes materiales, el confort y la comodidad –el lado amable de un mundo de mercancías y crueldades–, dota a su madre de una casa, así como de una pensión vitalicia. Asimismo se compra otras propiedades para alquilarlas y entregarse a una vida holgada y sin preocupaciones. Total, el asma ha desaparecido (signo de aparente buena salud); el amor es una constante con subibajas (Eva, Julia o cualquier otra, aunque por esta última siente una especial estima y, según se constata en la novela, tiene una posible prole); el dinero ya está empezando a no ser ningún problema, sino una “bendición” del trabajo y el esfuerzo (sic); y, como organizador y reflotador de empresas, no escatima en ningún problema para despedir a diestra y siniestra con tal de beneficiar a la patronal, puesto que su eficiencia era inversamente proporcional a los intereses de los asalariados: “Era, además, totalmente ajeno a remordimientos al ser consciente de que el resultado de su trabajo era crear desempleados en un país donde la protección social era inexistente”.

La fina ironía –una constante en la obra de Cuba-Luque, quizá revisitada anteriormente en cuentos como “Preguntas y respuestas”, “Colmena 624” o “Personas desparecidas”– encuentra su punto álgido cuando Johnson, orondo y ya posicionado en un piso del otrora World Trade Center, piso 95 de las Torres Gemelas (la misma que ha escalado a punta de cumplir el viejo recetario del capitalismo draconiano), encuentra la muerte de forma inusitada a manos de la islámica organización terrorista Al-Qaeda el 11 de septiembre de 2001: “Oyó gritos y pensó que era un terremoto aunque sabía que en New York no había terremotos como en Lima; su corazón empezó a latir con fuerza y, atónito y petrificado por el terror, vio una gigantesca ola de fuego abriéndose paso con el estrépito de una explosión infernal, devorándolo todo. Johnson, sintiendo que su cuerpo reventaba, creyó que era tragado por una profunda oscuridad y tuvo tiempo de comprender que estaba muriendo” (pág. 257).

De esta forma, Jorge Cuba-Luque nos entrega un fresco de estos tiempos, un cuadro en el que el arribismo y la praxis esquizofrénica de la libre competencia (la mejor forma de subir es pisando las cabezas de los que te rodean) pueden “ayudar” a alcanzar un bienestar material con resabio a fracaso, a infelicidad. También la revisión de la última historia peruana le sirve al autor para repasar los nexos entre esa ficción de desarrollo, los grupos políticos (en su mayoría entes larvarios) y el poder establecido (el “doctor Cerrillos” sería por antonomasia el mismo “doctor Montesinos”); todo dentro de una prosa fluida y la memoria siempre despierta para trasladar al personaje de una época remota a otra más actual sin perder el atrezo y los datos históricos tan necesarios como abundantes (en su texto Yo me acuerdo, el autor nos ofrece un ramillete de datos que podrían engarzarse con la novela). Por lo demás, Tres cosas hay en la vida es, sobre todo, una excelente novela (un testimonio sobre los yuppies, “tecnócratas” y demás profesionistas cegados por la autorrealización y las promesas de un sistema aberrante) que merece la atención de la crítica y su inclusión urgente en algún plan lector.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Por qué "ex hotel Bolívar"? Todavía funciona como tal, el que está cerrado es el Crillón.