Octavio Paz es un poeta en el vértice luminoso de los tiempos. Un poeta del presente y la presencia, de la máscara y la transparencia, del cuerpo y el no cuerpo encarnado en la palabra amorosa. Un poeta que persigue incansablemente la identidad en el seno de las “multiplicaciones bajo una gota de sangre de pato” (F. García Lorca).
Su obra, al igual que la de los alquimistas y filósofos herméticos medievales, es sobre todo búsqueda de la “coincidentia oppositorum”, coincidencia de opuestos; búsqueda del comienzo que resulta a la vez culminación y negación del tiempo lineal. No es extraño que librada al más enconado y paradójico dualismo llame precisamente la atención por su innegable centralidad, por su asombrosa capacidad de síntesis. Su escritura siempre transparente en sus dos vertientes principales: la poesía y el ensayo, incursiona de manera certera en los temas capitales de nuestro tiempo revistiendo esa “universalidad” jamás reñida con lo particular (en su caso con la más honda raigambre mexicana) que caracteriza a los mejores escritores latinoamericanos pertenecientes a pueblos sin una definida tradición cultural y que por eso mismo consiguen asimilar sin falsos escrúpulos y de manera creativa, las más diversas manifestaciones artístico–literarias, sin perder un ápice de su identidad y autenticidad hispanoamericana. Así, la obra de Octavio Paz resulta ella misma, conjunción de tres vigorosas culturas: la de los antiguos mexicanos, la india o hindú (en su aspecto budista tántrico) y la cultura hispano-occidental moderna.
Parodiando a William Blake, Ramón Xirau define la obra de Paz como las “bodas de la inocencia y la experiencia”… Eso explica sobradamente porqué este último deriva precisamente en sus recientes ensayos de la reflexión acerca de la poesía a los movedizos terrenos de la política. Total, la política es experiencia y destino, el único destino que en los actuales momentos se reserva no solo a Occidente sino a la humanidad entera. A partir de la serie de artículos reunidos bajo el título de El Ogro Filantrópico, Octavio Paz publica un medular ensayo que es tanto esclarecimiento como encendida polémica a favor de la democracia: Tiempo Nublado (Seix Barral, 1983) ensayo que despierta actualmente fervorosas adhesiones y animadversiones a su alrededor y que sin lugar a dudas contribuirá a despejar el terreno minado que deja a su paso la “barbarie política” de nuestro tiempo… como tan acertadamente la denomina George Steiner.
Buena parte de la izquierda latinoamericana, apegada a fórmulas y esquemas prestados, a viejos resabios ideológicos y lo que es peor, incapaz de pensar por cuenta propia (son palabras del mismo Paz) quiere ver en esta últimas lucubraciones suyas un apoyo a la hegemonía imperial de los EE.UU. Nada menos cierto. En numerosos apartes de este libro, Paz señala los garrafales errores de la política norteamericana y sus desafueros, especialmente con los pueblos latinoamericanos. Pero dejemos que sea un marxista y militante argentino –José Aricó – director de la Biblioteca del Pensamiento Socialista, editor principal de la serie Cuadernos de Pasado y presente, publicados por Siglo XXI, autor de un importante libro sobre el tema Marx y la América latina… el que en una medular entrevista, le haga justicia a Octavio Paz: “Me parece que la conquista de la democracia como un elemento sustantivo en si, como objetivo ideal en si, tiende a ser el centro de la cultura de izquierda en América Latina. Yo no sé en consecuencia y reflexionando sobre algunos debates en torno a México, y a la vez continuando una vieja conversación con ustedes, no sé, repito, que me opone a Octavio Paz. Es posible que no haya oposición alguna. Porque Paz marcha exactamente en este mismo sentido. Que él pueda tener confianza en Estados Unidos, es un problema que no importa demasiado. De todos modos, es evidente que en América Latina debe haber una gran confrontación con Estados Unidos y que para ello las fórmulas al estilo “lucha anti-imperialista” ya no son suficientes. Hoy es necesario pensar la cuestión de manera distinta porque toda la situación es distinta. Y creo que la limitación en el caso del discurso de Paz, es que casi no encuentra interlocutores, en México. Claro, tal vez no revista importancia que un pensador tenga o no interlocutores. El ya hizo su obra, ya recibió sus premios, podría dedicarse a dormir si quisiese. La cuestión es que los problemas que suscita Paz constituyen los problemas centrales, y que cuando la izquierda los evita está evitando justamente la discusión de los problemas más urgentes, más dramáticos, más decisivos”. (América Latina: El destino se llama democracia. Entrevista a José Aricó por Horacio Crespo-Antonio Marimón. Revista de la Universidad de México).
A mediados de marzo del año 1984, el autor de la presente nota tuvo oportunidad de charlar con el propio Octavio Paz en su mítico apartamento del paseo de la Reforma, Ciudad de México… transcribo para los lectores parte de ese diálogo -al estilo del Solo a dos Voces que el poeta mexicano sostuviera con el escritor español Julián Ríos- sobre novelistas, poetas, poesía y política de ese momento ya lejano en el tiempo.
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RH. Maestro Paz, durante la lectura de su último poema “Kostas” realizada en “Arreolarte” (librería de Orso Arreola, hijo de J. José Arreola) creí escucharle –si no estoy mal- que lo único que merece ser defendido actualmente es la poesía. Ahora parece que usted agrega a dicha defensa la de la gris y precaria democracia latinoamericana. Quisiera que usted me aclarara ese punto.
OP. Bueno, veo que no ha leído todavía Tiempo Nublado, donde intento responder a su pregunta. Ahí hablo de la democracia como fundamento de la civilización moderna. Como un conjunto de ideas, prácticas e instituciones que constituyen una verdadera invención colectiva. La democracia no es una superestructura, no es simplemente resultado de las condiciones sociales y económicas propias del capitalismo y la revolución industrial, es toda una creación popular. El fracaso de las democracias latinoamericanas se debe no a su ineficacia o precariedad sino a la ausencia de una corriente intelectual crítica, realmente moderna, que la respalde y sirva a la vez de contrapeso a esa opresiva masa de opiniones, hábitos, costumbres, creencias, que forman la tradición de los pueblos hispanoamericanos y que por supuesto, no se modifica de un día para otro.
RH. De cualquier manera, maestro, aceptemos que la democracia hay que padecerla, en último caso, como un mal menor, como la forma de gobierno menos mala, a falta, claro está, de una auténtica encarnación del socialismo en la historia, tal como usted mismo lo dice. Disiento sí en aparejar dicha defensa a la de la poesía, porque se sabe que desde Platón, las repúblicas expulsan y repudian a los poetas debido quizás a que de algún modo muchos de ellos siguen ligados a la dimensión sagrada, intemporal del hombre: Exigen la restitución de “lo sagrado”, la vuelta a una cultura mágica o supernaturalista, donde la diferencia entre los hombres –percibida de modo natural e instintivo- no desdice de la igualdad. Es decir, no implica opresión del hombre por el hombre. Piden el derrocamiento definitivo del factor económico como determinante y meta de la vida humana.
OP. Bueno, en eso estoy de acuerdo con usted. La democracia margina a los poetas pero por otra parte estos no son posibles sin ella. Los poetas surgen con la democracia. Otras formas (modernas) de gobierno ni siquiera los toleran a no ser como voceros de sus respectivas ideologías. Y a propósito, cuénteme qué poetas leen en Colombia.
RH. En Colombia, país de poetas, no se lee poesía. Los poetas no importan para nada. Existen desde luego algunos “figurones” que llenan la reducida cuota que les corresponde en la cultura oficial y son los que ganan todos los premios y concursos de poesía. En el pasado apenas si contaron Silva, León de Greiff, Porfirio Barba Jacob (que sólo fue reivindicado póstumamente, cuando en vida lo desconocieron por completo). En su época se prefería a Guillermo Valencia y eso porque le jalaba a la política.
OP. Ah si, Valencia… Aquí en México llegó a gozar de prestigio. Es un poeta muy convencional ¿Y Alvaro Mutis? ¿Leen en Colombia a Mutis?
RH. Se empieza a reconocer a nivel oficial la alta calidad de su obra poética. Sin embargo, entre la juventud le resta simpatías el hecho de que en algún momento se declara “monárquico” (días después conversando con el propio A. Mutis le hice la misma observación: -“usted sabe maestro, los colombianos carecemos de humor o por lo menos no se considera como tal sino el “mamagallismo” de un García Márquez” -“que siempre habla en serio” repuso irónico Álvaro Mutis). Pero dígame usted, a su vez, maestro Paz, ¿Cuáles poetas considera valiosos en México?
OP. Bueno, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis no han vuelto a escribir nada de interés. Considero importante el trabajo de Thomas Segovia y Gabriel Zaid.
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RH. ¿Y Montes de Oca? Oí decir que Joaquín Mortiz publicará próximamente su obra completa.
OP. Montes de Oca es un excelente poeta, en ocasiones desmedido y un tanto profuso en el uso de la imagen poética. Resulta que ahora, para esa publicación de la que me habla decidió corregir todos sus poemas. Yo intenté disuadirlo pero…
RH. Me parece un trabajo inútil… A menos que uno sea Borges. En lo que se refiere a José Emilio Pacheco me gustó la antología publicada en el Fondo de Cultura Económica “Tarde o temprano”… me parece un magnífico trabajo.
OP. ¡Cómo, Y yo que creía que no le gustaba Cobo Borda!
RH. Qué tienen que ver Cobo Borda con José Emilio, aparte de ser amigos, claro está… Pacheco me parece muy superior, más innovador y significativo. Por el contrario, creía que era a usted, precisamente, al que le gustaba Cobo Borda…
OP. Como poeta Cobo es menor. En cambio resulta interesante como ensayista. Es bastante inteligente ¿Y a usted porque lo califican de surrealista?
RH. …De para-surrealista, maestro, eso es cosa del escritor rumano Stefan Baciu. Yo sólo intento modestamente serle fiel a la poesía y a mí mismo. No dejo de pensar, sin embargo, que al presente, los poetas latinoamericanos se definen de manera instintiva por una de las dos corrientes predominantes en la poesía moderna: la surrealista y la angloamericana. Usted mismo en un medular ensayo temprano califica de “nuevos acólitos” a estos últimos. Es un calificativo peyorativo, casi despectivo. Así que en realidad, solo concede importancia a la influencia surrealista.
OP. En ningún momento, en ese breve comentario, niego la novedad e importancia de la poesía y pintura angloamericana. Quise decir que en el ámbito de la poesía hispanoamericana a ese movimiento o revolución poética corresponde la poesía hecha –hace más de cuarenta años- por Tablada, Huidobro, Neruda y Vallejo, prolongándose hasta nuestros días en la obra de varios poetas de mi generación como Lezama Lima, Enrique Molina, Nicanor Parra, Alberto Girri, etcétera. Esa es la tradición que debería tener en cuenta los nuevos poetas latinoamericanos aún para negarla…Creo haber insistido bastante en el hecho de toda negación, si no es un grito en el vacío, se debe entender como relación polémica con aquello que se niega.
RH. Fuera de lo que acaba de anotar, me importa esa diferencia o divergencia esencial –indicada por usted- entre la tradición poética inglesa que es nostalgia de clasicismo, retorno al Dante, por ejemplo, (en Eliot), o a los momentos meridianos de las civilizaciones clásicas (China, Grecia, Occitania, en Pound) y la tradición francesa e hispanoamericana –de signo contrario- que usted señala como búsqueda de un lenguaje primordial. Esa misma búsqueda es lo que nos emparenta espontáneamente con el surrealismo, ¿no le parece?
OP. Si, pero existe la tendencia a copiar el surrealismo como una moda.
RH. Yo no creo que el interés que despierta –siempre de nuevo- el surrealismo sea sólo una moda. Fíjese en el grupo surrealista de Chicago – Norteamérica, allí hay un fervor, una efervescencia bien significativa que augura, quizás, una futura confluencia de la tradición angloamericana con la franco-hispanoamericana.
OP. A mi me parecen muy ortodoxos.
RH. Seguro que no es el caso de Philip Lamantia, ligado últimamente a las revistas Arsenal y Free Spirits Annals of Insurgent Imagination, del grupo de Chicago. Se trata de un poeta original que en realidad pertenece o perteneció a la generación Beatnik. Por lo demás en alguna parte usted mismo anota –citando nada menos que a Aristóteles- que toda verdadera creación comienza por ser una imitación. Que la imitación no va reñida con la originalidad…ahí están si se quiere Huidobro, César Moro…
OP. Huidobro es capital pero le faltó arraigo en lo americano, en lo terrígeno… Algo que por el contrario, caracteriza a Vallejo, a Neruda. César Moro me resulta muy ortodoxo como surrealista.
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RH. Pero esa ortodoxia hace parte de su originalidad. A medida que uno profundiza en su lectura se acentúa su originalidad. Por otra parte su vida misma, su figura, fue ejemplar, como dice en uno de sus poemas Enrique Molina: “César Moro: el salvaje testimonio de una aventura de lo absoluto”
OP. –Si, lo último es cierto.
RH. –Para redondear esta charla maestro Paz, volvamos a la política. A usted se le reprocha como irreverente y errada su posición frente al socialismo cubano. ¿Qué piensa, al fin de cuentas, sobre el caso cubano?
OP. –Lo remito de nuevo a Tiempo Nublado. Allí explico de manera detallada la singularidad del régimen cubano que, al igual que el comunismo soviético, usurpa y confisca el nombre y la tradición del socialismo para disfrazar sus aspiraciones burocráticas y totalitarias. La novedad del régimen cubano en Latinoamérica consiste en presentarse como una nueva legitimidad revolucionaria que no solo sustituye a la dictadura militar de facto sino a la antigua legitimidad histórica: la democracia representativa con su sistema de garantías individuales y derechos humanos.
Se rompe, de esa manera, la tradición que fundó América Latina para dar comienzo no al socialismo sino a dicha legitimidad revolucionaria representada supuestamente, por el movimiento general y ascendente de la historia que encarna en una clase: el proletariado, que lo entrega a un partido, que lo delega en un comité, que lo confía a un jefe: Castro o los jerarcas soviéticos; a los que, claro está, solo puede juzgar la misma historia, constituida ahora en divinidad de la humanidad. Asistimos así al regreso del Absolutismo disfrazado de ciencia, historia y dialéctica.
RH. -¿Cree que la literatura cubana en el exilio es realmente importante?
OP. –Sin duda alguna… lea si no a Lorenzo García Vega, Octavio Armand, Severo Sarduy Heberto Padilla, Cabrera Infante. Etcétera. ¿Le gusta Cabrera Infante?
RH. –Confieso que apenas lo he leído… Me parece superficial.
OP. –Es muy buen escritor. La Habana para un infante difunto es excelente. En ese libro hay páginas de un erotismo (o mejor autoerotismo) que no tiene precedente en Latinoamérica. Le he dicho al propio Cabrera Infante que me parece flojo el titulo del libro, aparte de su extensión desmesurada. Le faltó cortar a tiempo, ser más conciso… Algo que en cambio, logra siempre García Márquez, cuyo maestro fue –al fin de cuentas- Ernest Hemingway. Y ahora que hablamos de novelistas…le cuento que anoche vino Carlos Fuentes a despedirse… Viajaba a Estados Unidos. ¿Conocen a Fuentes en Colombia?
RH. Por supuesto. Usted mismo, Juan Rulfo y Carlos Fuentes, son quizá los escritores mejicanos más conocidos en Colombia.
OP. –Pues, fíjese Henao que Fuentes comparte enteramente mi posición frente al mundo actual. Sin embargo, la va bien con todos sus lectores. Nadie parece molestase por sus opiniones.
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RH. – Fuentes es mejor diplomático, maestro Paz. Usted en cambio, sigue siendo además de crítico, un poeta. Quiero decir que es doblemente crítico. Esto último lo pone en entredicho aún en el ámbito de la democracia, tan defendida por usted. Se confirma la regla, los poetas siguen siendo mal vistos en la república moderna… A menos que se refugien en el proselitismo político; que sean de derecha o izquierda, eso resulta irrelevante.
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