He leído con mucha dedicación el libro ULISES Y TAYKANAMO EN ALTAMAR que el autor ha puesto en mis manos y puedo decir que he encontrado en éste no sólo la convergencia de dos personajes forjados por la historia y la leyenda en un espacio cargado de misterios insondables, de posibilidades y bondades como es el mar, sino también la reafirmación de la calidad artística de un autor en permanente búsqueda en el camino de la creación poética. Esto, no por halagar a Bethoven cuyo trabajo es silencioso y sin agentes publicitarios.
Creo que para comprender y valorar esta obra es necesario tener en cuenta que el mundo al que pertenece es el del arte; es decir, el de la creación y la verosimilitud donde la belleza es plasmada por su autor. Entendiendo que ésta no es material ni surge de lo físico y que tampoco debe ser confundida con el poema, con el que guarda íntima relación. Lo cual nos lleva a deslindar con el malentendido de que en el arte lo fundamental es el ingenio para conseguir formas de impacto dadivoso en el público y que la belleza es manifestación agradable a los sentidos por ser producto de dichas formas.
Si el arte, como bien lo señala Jacques Maritain en su obra “Arte y Escolástica”, pertenece al orden práctico, considero que es insoslayable reconocer la existencia de una capacidad creadora o sea una facultad o potencialidad para producir una obra bella, a cuyo eje concurren: vocación y sensibilidad artísticas, imaginación, gusto estético y capacidad valorativa; también un trabajo creador al que convergen : inspiración, emoción, goce, juicio y expresión estéticos; y, por consiguiente, un producto creado u obra de arte, en este caso la obra literaria. Todo lo cual tiene como centro al hombre (varón o mujer) creador o artista, que no es un ser sobrenatural ni esencialmente superior a los demás hombres, ni tiene por qué considerarse tal, sino alguien que con inteligencia, afectividad y libertad ejercita su capacidad creativa que Dios le ha dado, y se afirma social , responsablemente y con identidad en la vida y el desarrollo de la cultura de su comunidad desde un compromiso también de vida. De allí que publicar una obra literaria no es cuestión de entusiasmo sino de responsabilidad social.
Para el lector esta obra se presenta como un volumen de noventiún páginas que, desde el punto de vista gráfico se estructura en cuatro secciones precedidas de un texto denominado ANTECEDENTE TAYKANAMO y de una CANTATA A ULISES Y TAYKANAMO. Dichas secciones son: FRENTE AL MAR; A LA MAR; ENTUSIASMADOS EN EL NAVÍO; y, DESCUBRIR EL CIELO EN EL MAR. A través de ellas se desarrolla, en paralelo, de manera sugerida, las travesías de los personajes (todo personaje es símbolo) protagonistas: Ulises y Taykanamo. El primero, que retorna a Itaca, la isla donde tiene su reino y su familia; y el segundo, dirigiéndose hacia las costas del norte peruano (Huanchaco) enviado por el dios Kon para fundar la cultura Chimú. Ambos navegando en el mar que les sirve de vía hacia su destino, pero que, al mismo tiempo, los llena de circunstancias y vicisitudes en dicho tránsito; ambos en embarcaciones distintas: Ulises en barcos de madera y Taykanamo en caballitos de totora. El mismo mar, a pesar de la distancia geográfica, los une en su aventura y su destino.
Entre las secciones hay una continuidad que no se presenta a manera de relato sino a través de la exteriorización vivencial de sentimientos, recuerdos y esperanzas propios del género lírico y que van unidos a las respectivas travesías de los navegantes.
Al abordar la obra de Bethoven Medina nos encontramos con un lenguaje fluido de manifiesta naturalidad; un lenguaje lejos de rebuscamientos, afectaciones y artificios, que permite la captación del contenido sin mayores esfuerzos; un lenguaje con claridad y sencillez, aún cuando en algunos versos pareciera difícil la aprehensión de lo que el poeta nos quiere decir. Debido al no empleo de algunas preposiciones y el manejo de la puntuación que el autor emplea –me lo imagino- para dar unidad, continuidad y fluidez a su expresión. No se trata, pues, de un lenguaje críptico. Por el contrario, se puede percibir un marcado esfuerzo del autor para manifestar su sentir. No olvidemos que el lenguaje es un sistema de signos y relaciones lingüísticos propios de una comunidad idiomática y que en la creación literaria adquiere calidad simbólica y, por lo tanto, un gran poder de sugerencia. De modo que la tarea del lector es desentrañar dichos signos para llegar al contenido estructurado en un mensaje estético, lograr establecer comunicación con el autor y, por lo tanto, llegar a la comprensión y la identificación vivencial entre ambos. Y en esto, el acercamiento para tal fin no es igual en todos los lectores.
El lenguaje poético de Bethoven Medina en ULISES Y TAYKANAMO EN ALTAMAR tiene importantes logros donde la belleza no es forjada con términos ni sintaxis altisonantes , como por ejemplo cuando dice en el poema “La primera ola” (pp. 22-23):
Agua que no se mantuvo en su cuerpo,
oración hecha de un roce del hidrógeno y oxígeno.
Creación salada de la fuerza marina
que ha ido tejiéndose hasta ser milagro.
(…)
La ola celebra la vida en las playas
donde los vientos dejan caer sus trinos
(…)
También en el poema “Andrómeda! (p. 24):
Celebremos la vida mientras la tierra rote
y el mar
en encendido dardo nos devuelve el navío.
De igual manera en “Ave del paraíso” (p. 27)
Mis nervios en sus movimientos
desdoblan dolido vivir
y las baladas calzan la exactitud del asombro
O cuando en el poema “Ulises” (p.34) dice:
Son tus manos estrellas de mar
cansadas de curvar la cintura de Penélope.
Entrando al contenido, percibimos que la obra que nos ocupa se sostiene sobre cuatro ejes: el mar, los personajes o protagonistas, las constelaciones y la tierra como destino; y de cuya trama se enuncian el amor, la fidelidad y la identidad cultural y social.
El mar, esa gran masa de agua creada por Dios, cargado de misterios y sorpresas; unas veces sereno y otras, arrebatado; con su voz suave y hasta quejumbrosa en unas oportunidades y en otras, ronco y furioso; fraterno y molesto; en fin, inmensidad que asombra y nos brinda sus productos no sólo para nuestra subsistencia humana sino también para las aves y otros seres terrestres. Para Bethoven, como lo dice en “La primera ola” (p. 22):
El mar es divinidad del agua
ahí la vida y la muerte
nacen y fallecen
todo el tiempo
como olas continuas.
Es el mismo mar cantado por Homero en la “Odisea” y por Virgilio en la “Eneida”. El mar cantado por Abraham Valdelomar, Carlos Augusto Salaverry, Horacio Alva y Wilfredo Torres Ortega. Mar de cuerpo ecuménico que, a pesar de las distancias, desde tiempos inmemoriales viene hermanando hombres y pueblos, y que, en este libro, aun considerando la casi diametralidad de la ubicación de los acontecimientos de la antigua Grecia como del antiguo Perú, van unidos y hay valores que se enuncian.
Por otra parte, debemos reconocer que la mayoría de los poemas que hacen referencia a los acontecimientos y a sus protagonistas tienen como motivo a las constelaciones: esas maravillosas expresiones celestes, luminarias eternas que, al caer la noche se conjugan con el mar en sus bravezas o en sus resacas, y que a veces, por el reflejo, parecen desprenderse del cielo y acunarse en el pecho tierno y bondadoso del mar. Presencias solemnes que la incomprensión humana y el desenfreno industrial indebido prácticamente las están ocultando a nuestra vista. Presencias que promueven el éxtasis y el vuelo imaginativo y nos dan el reconocimiento del orden del universo y ante las cuales no hay navegante que no las tome en cuenta.
Asimismo, los personajes, asumidos por la voz poética del autor, quien unas veces los refiere y otras los encarna, son presentados y definidos plenos de vida. Y la tierra entendida no sólo como elemento geográfico sino como asiento de un pueblo, como una comunidad viviente cargada de esperanza y también de sufrimiento, clamando su derecho a realizarse humanamente, se manifiesta abierta, sencilla, maternal.
Sin soslayar el valor de los poemas anteriores, creo que en los que integran las dos últimas secciones, el acento lírico y vivencial se acrecienta. Allí se definen valores fundamentales que sostienen la razón de la existencia humana. Veamos algunos fragmentos:
Patria
gaviotas se despliegan en el cielo
a limpiar tu dolor inédito
la gravedad irredenta en mis venas
(…)
Patria velaré tus huellas
Acuéstate en mis brazos
Quiero leerte descalzo
Llaga viva Cuerpo
Hombre mismo
(“Y mi dolor de años” pp. 58-59)
Ante vespertinos gestos del ocaso
y los hilos de sol,
se rasga mi pecho.
Otra vez
el ritual arribo en balsas de totora
al parpadear el mar que me conoce absorto.
Cercado el instante del asombro
padezco mi soledad,
las líneas de mis pasos,
mi corazón enterrado en la arena.
(…)
Amor, luz vívida,
que roza mis dominios interiores,
último gesto
en la entrada de la noche.
Y no poder
ni cantar,
ni morir,
sino rompernos el pecho
y desatar desde su fondo
este vuelo de palabras,
que se estrellan contra las piedras,
lluvia para mañana
desde el arco iris.
(“Indio” pp. 64-65 )
Evidencia de su arte poética y de su concepción del arte y la creación literaria desde la vida. Definición (no teorización) de la palabra poética desde una hondura existencial trabajada con la vida consciente y responsable y sin aderezos engañosos que maquillan las formas para hacerlas aceptables. Palabra que sale ante un mundo que puede acogerla o no, sobre todo en esta época de desarraigo humano y de Dios, pero cargada de intelectualismo, soberbia, e inconsciencia como las piedras.
Es casi un grito de rebeldía sin las rispideces de la grita que agudiza contradicciones, que no acepta el actual estado de cosas, el desquiciamiento social, el enriquecimiento indebido de los que manejan el sistema imperante a costa de la vida de los pobres y la destrucción de la naturaleza y del Planeta. Pero al mismo tiempo es un grito que lleva implícita la esperanza que, como el arco iris, sea anuncio de un mundo mejor, si es que el hombre cambia.
Aquí destaca el valor de la raza indígena y el del peruano que, a pesar de su mestizaje, no reniega de su pasado histórico ni de su origen, que tiene conciencia del valor de sí mismo y de la sociedad a la que pertenece y con la que –repito- está comprometido vivencialmente y por la que tiene que trabajar creando y construyendo el auténtico desarrollo que necesita y no derramando la sangre de los hermanos cuando elevan su protesta reclamando su derecho a una vida digna ante la voracidad individualista de los que sólo buscan la ganancia destruyendo.
He despertado
y me ha venido ese vivir de tierra húmeda.
Dice Bethoven Medina en su poema “Orión” (p. 68) en el que enuncia el origen histórico de Chan Chan y de la cultura Chimú o Mochica-Chimú, y la humedad como sustento de la identidad en la vida de la comunidad. Y sigue en “Sostenidos” (p. 71):
Soy capaz de besar las manos a tu nodriza Euriclea
y llevar el futuro hasta mi pecho
como al hijo recién nacido
ante mis ojos cargados de injusticia
porque más honda es mi sed
mientras camino los manglares
celebrando la creación.
El arribo a destino al final de la travesía, después de tántas vicisitudes, volver al lado de Penélope y encontrar su hogar sostenido por la fidelidad de su esposa, en el caso de Ulises; y hallar a su Princesa Chimú y a su pueblo que lo aclama y reconoce, en el caso de Taykanamo, por una parte; y por otra, descubrir la orilla húmeda, nos está mostrando la persistencia del amor, no como sentimiento, al que no se rechaza, sino como decisión, preocupación y búsqueda del bien del ser amado, pues tal es el amor; y también el recuerdo como prolongación del amor a través del mar como medio que al besar la orilla mantiene en los amantes una relación comunicativa en lo más profundo de su ser.
Yo creo que este libro es, sencillamente, y por ello, importante, un himno al amor y a la fidelidad tanto en el plano de la relación interpersonal como en el de la relación con la sociedad. Se trata de un producto literario con manifiesta originalidad, nacido de un trabajo artístico serio y consciente donde la capacidad creativa de Bethoven Medina Sánchez se ha puesto en evidencia con vocación, sensibilidad, imaginación y gusto estéticos unidos a su capacidad valorativa en el contexto de su propia vida y las circunstancias que le rodean.
Finalmente, quiero compartir con Uds. dos fragmentos en los que el autor une tiempos y espacios y los hace llegar a nuestros días con el evidente deseo de que nuestro pueblo oriente un cambio desde la sencillez y la bondad de su vida:
El primero:
Ahora, superados los siglos,
Yo, Taykanamo simbolizado por el hombre
común
sobrevivo en la estirpe de pescadores
y, majestuoso,
navego en el mar
en mi brioso caballito de totora
(“Taykanamo” p. 21)
Y el segundo:
Descubro tu imagen perfilada en los
Huacos retratos
signos y grafías en las paredes de
Chan Chan
testigos juncales y totorales en las playas
(…)
déjame que siempre venga del mar
y arribe
ya no en balsas de totora
sino en el viento permanente
Y deja que el silencio
sea un beso que te despierte siempre
(“Princesa Chimú” pp.87-89)
GRACIAS BETHOVEN MEDINA SÁNCHEZ POR REGALARNOS UN JIRÓN DE TU VIDA EN ESTE LIBRO.
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