lunes, 13 de agosto de 2012

ZACARY PAINE HA MUERTO, SEÑORES





The Death Del Oso, de Zakary Paine



Viajero empedernido, académico, profesor en la Universidad de Hawai, rudo jugador de rugby en equipos de tercera, trashumante en los países árabes, ayudante de vendedor de cachivaches, obrero de construcción civil en Utah, traductor, seguidor del Abomunismo y ex mormón, Zakary Paine nos sorprende esta vez anunciando con bombos y platillos su propia muerte e invitándonos a la exposición de sus restos mortales en formato libro: The Death Del Oso (Antología poética de un inexistente), Ediciones Umbrales, 2012, España. Que en paz descanse y que dios guarde.

Asisto a este velorio de textos con mi ramo de gladíolos, a sabiendas que el horno crematorio de la crítica no podrá acercar sus llamas (ni sus dientes de sable) a ese poema inmortal que fue (o es) su propia vida; por eso me basta con leer (con la tristeza del amigo perdido) cada verso que se desparrama como el agua de una fuente, géiser o pileta metafísica: y yo me despierto/ de nuevo un amanecer oscuro/ se me caen todas mis fachadas/ mi alma,/ mi sombra/ no me acompañará hoy/ otra vez me pongo a escribir the eulogies of my Parents/ ellos sufren de buena salud// soy yo quien muere.

Pero en este velorio de extraños y conocidos no hay capilla ardiente, ni café, ni galletitas y nadie viste de luto y no hay plañideras a las cuales pagar por sus servicios ofrecidos, solo se observan textos escritos en español por un angloparlante, un descendiente de irlandeses, alguien que aprendió la lengua Quevedo, Góngora y Argote, y Cervantes solo para darle uso exclusivo de poema y enervar la felicidad de Jacobson.

Atrás quedaron todos esos recuerdos de recitales masivos y protestas cuasisolitarias, como esa vez que se embadurnó de sangre en plena Casa de la Literatura Peruana para protestar contra la matanza de los pueblos selváticos y que él, un gringo a fin de cuentas, lo sentía más propio que cualquiera de nosotros. Atrás quedaron sus peleas y riñas callejeras para que dejaran entrar a un chinegro, amigo suyo, a una discoteca miraflorina; o sus defensas y solidaridad a un borracho que deshacía de dolor porque su esposa lo había abandonado: ¿De quién son los ojos que lloran?/ Ayer lloré/ por los tres mil que me dejaron.

Ahora que Zakary Paine ha “muerto”, me es imposible reprimir mi nostalgia por esos tiempos cuando caminamos por la bruma de Magdalena en noches que acababan en la casa de un diplomático de la hermana república de Argentina. O cuando subía a mi humilde hogar en Baca Flor a tomar el desayuno o compartir la cena de gala gracias a la invitación de un pizzero conocido de la farándula limeña (los secretos siempre se quedaron con la bella e inteligente P. Marijuán). Y lo controversial que resultaba estar un día en La Parada de Lima mirando cómo licuaban a una rana para un jugo antitebeciano y al día siguiente estaba compartiendo con los gerentes de Telefónica porque también jugaban rugby, un deporte de élite solo para paisitos perdidos en el mapamundi.

Zakary Paine ha muerto, señores, el gran oso blanco sucumbió ante las predicciones del 2012, los mayas lo sacaron de la agenda finisecular (con los avances de la ciencia/ algún día seremos capaces de mover electrons, protons and neutrons/ con estas palabras sobre estas hojas/ una bomba atómica podrá hacer/ then I will have the power to change). Es hora de escuchar La Pasión según San Mateo de Mendelsshon y de ir al aeropuerto Jorge Chávez o de aguitar en la sección reclamos donde insiste en darle su pasaje a otro (porque siempre hay alguien con más premura de llegar a su destino); quizás si tenemos suerte lo podamos ver descendiendo por las escaleras eléctricas con su amplia sonrisa y sus casi dos metros de estatura diciendo “¿Cómo está mi familia de Baca Flor?, les presento a mi bella esposa”.



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