Todo estaba planeado para empezar a las 7 de la noche. Grupos de estudiantes, profesores, padres de familia, poetas, narradores y público en general iban llegando de a pocos al centro cultural. Adentro, al fondo del teatrín principal, esperaban los novelistas resguardados por un contingente de poetas llamados “del asfalto”. (La plana mayor conformada por Jorge A, Leyla M y Feliciano M observaban a lo lejos). Estos tres escritores de profesiones diversas, entre el periodismo, la sociología y la biología (ninguno de los cuales estaba coactado por algún agente literario o por alguna empresa bestializada/bestializadora que le impusiera los temas y la cantidad de textos que debiera producir), habían planteado las cosas claras para entender a la verdadera literatura que no tenía porque estar supeditada a los vicios editoriales ni a las modas extranjerizantes, mucho menos a las clásicas argollas literarias o a los ninguneos periodiqueros, o las palabrejas de algún criticastro con complejo de Kart Kraus. El tema que movía a todo ese grupo de gente, ansiosos de respuestas claras y verdaderas, era “Guerra y Literatura” (un turista de habla inglesa moviendo la cabeza repetía patológicamente: “literature of the war, literatura of the war” e indaga por Rodolfo Y). Hasta ahora no se había hablado tan claro sobre el impacto literario que ha tenido la guerra interna en torno a nuestra literatura nativa, no la que inventa dramas de telenovelas mexicanas con ciertos matices de la guerra fraticida (una balacera por ahí, unos cuantos muertos por alguna explosión, una violación ejecutada por la soldadesca o por la generalada, etc.,) sino la literatura escrita por los que vivieron en carne propia todo este derramamiento de sangre, los que han tomado al toro por las astas para contar cómo sobrevivieron en tiempos difíciles de recesión aprista, apagones, balaceras, cochesbombas, fuego cruzado, guerra sucia, desaparecimientos, crisis económica, etc., etc. Cómo en todo ese caos fueron construyendo sus vidas y cómo, a la vez, se fueron convirtiendo en novelistas, que sin quererlo eran “novelistas de la guerra interna”, novelistas de un grueso de la población que hasta ahora no habían leído la verdad en letras de molde o en formato-libro; corresponsales de guerra cuyos despachos iban sumando de a pocos las novelas que ahora ponían en duda a toda esa supuesta “tradición” literaria hecha de prebendas, concesiones, tratos bajo la mesa y, sobre todo, harta mediocridad y falencias por demás risibles y vomitivas que los críticos perdonavidas con las manos en los bolsillos ejecutaban en razón de mantener un orden aparente a la que hipócritamente llamaban democracia, “democracia y cultura”, “canon literario”, etc.
En un momento determinado, Primo M y Richi L toman por asalto la mesa de ponencias e improvisan una presentación delirante a gritos desgarradores, aúllan, chillan, se desgañitan recitando versos explosivos de Buko. El público sorprendido escucha sin saber cuál es la razón de esa manifestación espontánea. Nadie intervendrá. Todo fluye de manera natural, como debería de ser. Mientras tanto los invitados van tomando posiciones, ya no hay sillas, en los extremos hay unos bancones que usan como respaldar a la pared. Jóvenes parejas se acomodan de tal forma que sólo ocupan un espacio para dar oportunidad a otros a que tomen asiento en la oscuridad reinante como de fiesta gótica. El humo del palo santo forma una neblina espesa que será despejada en su momento por las conclusiones de la mesa.
El morigerador, un bloger de lentes gruesos y pelo revuelto, se acerca al micro y dice con voz solemne:
Antes que nada, gracias por estar aquí en este primer, e imagino no único, conversatorio titulado “Guerra y Literatura”. Quisiera agradecer a los conductores del Averno: Leyla M. y Jorge A. por haber prestado este local con 10 años de trabajo continuo por un arte libre de caretas. Quisiera agradecer también a Tv. Bruto por ser uno de los soportes de Canal Cero y por apoyar en la lucha contra los medios de comunicación tradicionales al servicio de la burguesía nativa ignorante y autófaga, el sucio imperio y la reacción atrabiliaria.
Quisiera decir, también, que este conversatorio planeado desde mediados del año pasado, no iba a ser de carácter público. Primero se planteó la idea de grabar en vídeo a los novelistas Rafael I, Martín R y Julio D. Fue en esas coordinaciones de fechas y horarios que se fue dilatando la presentación hasta que el “Averno” nos acogió amablemente.
Bueno, después de este breve protocolo paso a decir lo siguiente:
El poeta Juan del Valle Caviedes decía que “el pobre es tonto, si calla; y si habla es un majadero”. Pues entonces vamos a ser majaderos.
Ya Luis Alberto Sánchez hablaba del perricholismo literario (refrendado perfectamente por Sebastián Salazar Bondy en su “Lima, La horrible”: “El perricholismo literario o intelectual, al que Sánchez alude, es menos terco, con todo, que el social. En aquél insiste la reminiscencia hipocondríaca que tarde o temprano –Palma es la excepción del talento—zozobra en los límites de la reputación local; éste constituye, por el contrario, todo un proyecto existencial, a cuyo cumplimiento se suelen sacrificar ideas, principios y algo más”.
Y cuando Sánchez decía “perricholismo”, se refería, en parte, a esa raza de escritores, críticos literarios y toda la fauna literaria empecinada y preocupada más en ascender socialmente o en encontrar un a toda costa un prematuro reconocimiento literario que en escribir o en ser “honesto” con la literatura. Este tipo de persona no se quiere hacer problemas. No importa si para cumplir sus objetivos tiene que mentir o acentuar con su negra saliva al status quo o vender por cuarenta denarios a su prójimo o falsear la realidad.
Ventura García Calderón cuenta en su “ideario sentimentario” cómo salvó de la tribulación a don Riva Agüero no obstante el conservadurismo extremo de este intelectual, encerrado en las mazmorras del Estado por el tirano y sátrapa Augusto B. Leguía por escribir un artículo “de oposición”. El mismo Ventura García Calderón organizó la marcha a palacio de gobierno y entró a patadas frente a la guardia montada gritando que suelten a Riva Agüero sino el pueblo se iba a levantar. Fue el mismo Ventura, quien dijo que se arrodillaba ante el Estado y ante la iglesia pero que nunca se quitaría el revólver del cinto “por si acaso”. Lástima que ante sus propuestas aguerridas ni Víctor Andrés Belaúnde, ni José de la Riva Agüero, sus amigos, lo quisieran acompañar, “me di cuenta tristemente de que el más sutil o poderoso talento puede no estar unido a la voluntad…” He ahí el papel de un verdadero intelectual que se mueve en base a principios y al honor, hoy palabras subversivas, palabras muy grandes y que no caben en la ética de los felipillos literarios…
El morigerador continúa hablando vehementemente por espacio de 40 minutos. Se suceden como en una cinta de cine: citas, frases célebres, razonamientos lógico-matemáticos, aseveraciones, enjuiciamientos, metáforas, hipérboles, etc., etc., alguien le dice que tiene que dar pase a los ponentes. La tribuna luce hipnotizada, la oscuridad del recinto más el olor a palo santo ha surtido un efecto de dependencia comunicativa. Muchos quieren que los minutos se alarguen, sean eternos, los conduzcan a la ataraxia filosófica, a un lugar donde la sola voz sea la realidad, una AUDIOTOPIA de gracia. Lo que los iniciados llaman “campana protectora” se ha formado encima del recinto alrededor de un fluorescente de luz negra que resalta las bondades de toda ropa o género de color blanco. La bola de luz fluye sobre todos, desde la mesa de ponentes hasta el fondo del recinto donde dos poetas ebrios se insultan con nombres de escritores conocidos que hasta hace poco empeñaban su pluma al decano nacional de los periódicos burgueses, la bola de luz los incluye porque entiende (como entidad que es) que esa catarsis con reminiscencias al romanticismo no disminuye la honestidad de estos dos aedos. En ese momento el biólogo Rafael I arranca la disertación bajo una lluvia de aplausos presurosos y sonoros, en la oscuridad logro reconocer a un matemático y a un historiador que nunca ha dado su brazo a torcer, han venido a escuchar las palabras de los escritores, humildes como ellos.
El bloger baja del podio y separa a dos escritores que intentaban agarrarse a golpes. Les dice que esta es una fiesta de amistad, no hay porque pelear entre compañeros: eso es reaccionario porque responde al plan de destruirnos entre nosotros para debilitarnos y barrernos históricamente. Démosle una patada a Maquiavelo y su “divide y vencerás”. Los escritores se dan la mano y prestan atención a lo que enérgicamente afirma Rafael I: “vivimos en un país de cartón piedra, en un país de miserables y cobardes”. A un costado una joven universitaria de lentes transparentes y cara redonda lee casi en voz alta “La Ciudad de los Culpables”, lo acaba de adquirir y no esperara a llegar a casa… “La historia de mi niñez tal vez poco interese. Sin embargo, para gusto de los cándidos que creen que sólo en la sexualidad infantil y en el amor maternal se determina la personalidad futura, diré que cuando niño no sufrí conflictos de ese tipo. Mi madre me mimó el tiempo suficiente, nunca me rompí la cabeza y me desenamoré de ella en el momento más adecuado, es decir a los seis años, cuando logré besar y sentir erecciones con la más bonita de mis primas. En suma, mi madre me cuidó muy bien y fui un niño bastante sano”.
El turno de Martín Roldán es recibido por estruendosos aplausos de un grupo de subtes que han dejado las estridencias guitarrescas y los ensayos de fin de semana para venir a escuchar a un antiguo correligionario de noches hardcorianas. Una docena de flashes se prenden y se apagan como pequeñas luciérnagas aleteando en la oscuridad del local.
Martín R cuenta que es hijo de una profesora de primaria y de un obrero despedido que ahora es taxista. “Generación Cochebomba” es el reflejo material de su vida ochentera. Narra cómo el nombre de la novela nació de la boca de uno de sus personajes. Fueron varios años construyendo el texto. Un año entero tuvo que dejar de escribir para ponerse exclusivamente a trabajar. Al principio fue un cuento, una pandilla de subtes que tras un concierto fallido son levantados por la policía y ocurre algunas experiencias particulares. La edición del libro lo costeó su hermana. Una deuda que quizás nunca llegue a pagar. La hermana le ha dicho que lo olvide. “Así es la literatura” dice un señor con un overol de construcción civil y aplaude sintiéndose representado como si el escritor viniera a reemplazar por unos segundos a un congresista o padre de la patria.
Abajo el ex Félix M retoma una intervención con escenario lleno. Con una pistola de carrizo dispara a mansalva simulando a un escuadrón de la “mano negra”, va “matando” a todos los concurrentes: “MUERE, MÁS MUERTO”, “MUERE, MÁS MUERTO”. En un momento de extrasístole o de oligofrenia patea los asientos, se tira al piso y empieza a hacer movimientos de agonía, alguien, una ama de casa, confunde los movimientos pélvicos con movimientos sexuales y se tapa la cara. Félix M coge la pistola de utilería y se dispara en la sien.
Las cámaras apuntan a los novelistas. El turno de Julio D. es recibido con aplausos desenfrenados. Compañeros de ruta levantan botellas de cerveza y saludan a la mesa. El público quiere preguntar, indagar, obtener respuestas inmediatas. Hay una ansiedad por participar y hacerse escuchar. El morigerador tiene que hacer un esfuerzo para respetar los turnos, dice que “al final” habrá espacio para todos. Julio D. narra el proceso de su novela, se transporta a inicios de los noventas, cuenta que él sólo era un adolescente, tenía 13 ó 14 años cuando empezó a andar con los subtes, cuando empezó a comprometerse con sus ideas, con sus búsquedas, sin saber en qué momento él, sin pensarlo, era también otro subte. Miembros de una onegé que ofrecen asistencia carcelaria comentan sobre la juventud del expositor y reclaman silencio a un grupo de jóvenes roqueros sorprendidos por la cantidad de gente que ha acudido al “Averno”. Uno de ellos dice que “parece un concierto de rock” y solo son unas ponencias, pura literatura…
El esperado momento de las preguntas ha llegado. El evento se ha alargado más allá de lo necesario. Julio G. de tv. Bruto me recuerda que sólo tenía batería para hora y media. Los recursos técnicos tienen que ceder ante el momento sublime del logos puesto en acción. El poeta Feliciano M toma la palabra, reclama por una acepción falseada, un mote impuesto por el ejército a uno de los grupos levantados en armas. Algunos rostros se incomodan, murmuran a los costados, casi todas las cámaras y luces se le han acercado y muestran el rostro del poeta: un rostro aceitunado de mejillas redondas y pelo crespo sobre un cuerpo de contextura gruesa, su maletín de profesor sobre las piernas muestran la pasividad, pero a la vez la energía, con la que se dirige a la mesa y al público asistente.
Inmediatamente los novelistas responden que nada es casual y que saben perfectamente de lo que han escrito. Alguien dice que la guerra no se reduce a un solo preso sino a los miles de presos y a todo un país que ha sufrido durante la guerra interna. ¿Quién lucha por los derechos de todos ellos? Es la pregunta que queda flotando en el ambiente que, por ratos, parece caldearse.
Gabriel G. de “Lápiz y Martillo” toma la palabra, el tono de su voz es el de un líder sindical. Arenga a los concurrentes a escribir las novelas necesarias y a apoyar a estos escritores que representan al pueblo, y no dejarse amilanar por los periódicos o las editoriales. “Al final la verdadera literatura terminará por imponerse…”
Julio V, un conocido narrador de polendas, pregunta sobre las tentaciones editoriales y pone a la mesa en un supuesto difícil: ¿qué harían ustedes si después reciben la propuesta de alguna editora transnacional?
La mesa por un rato enmudece, el morigerador duda entre alcanzarle el micrófono a Rafael I, Martín R o Julio D. Las tres respuestas, casi como tres tentáculos abrazan a los asistentes. El humo del palo santo se ha despejado. La noche es joven muy joven. El evento tiene que acabar. Nadie se mueve de sus puestos parece que quisieran seguir escuchando. Alguien dice “si todavía es temprano…”
Una niña que se ha desprendido de sus padres profesores se acerca al morigerador, le jala de la camisa verde olivo, y pregunta con voz aguda: ¿cuándo hay otra presentación?
Arriba foto del evento con letras de PM. En primer plano Alfredo Vanini, Giancarlo Huapaya, Feliciano Mejía...