jueves, 24 de junio de 2010

“ADIÓS, GUERNICA” DE JULIO C. VEGA GUANILO




Después del bombardeo de la ciudad vizcaína de Guernica el 26 de Abril de 1937 --por parte de la Legión Cóndor alemana--, el gobierno de la república española le encarga a Picasso pintar sobre este hecho lamentable, para ello se le abonó a su cuenta 150 mil francos. De tal modo, que el pacifismo de Picasso (quien hasta ese momento había tenido una obra egotista y centrada en un estro interno cuasi divorciado del mundo) pasaba primero por el bolsillo; no olvidemos que el pintor cubista no cogía la paleta ni movía el pincel si primero no veía dinero. A pesar de ello, su talento artístico (lo que no se discute) ha permanecido inamovible por más de 70 años.
Para realizar el Guernica, Picasso había elaborado más de cien muestras y trazos en color como lo testifican las fotos tomadas por su pareja, Dora Maar; a pesar de todo, el trabajo final fue en blanco y negro con tonalidades grises. Esta inmensa pintura (tanto por sus dimensiones físicas, 349 x 776,6 cm., como interpretativas, y esto más con los subjetivismos) tiene en el centro a un caballo blanco atravesado con una lanza en el pecho la que simboliza la masacre histórica a los inocentes.
Siguiendo, casi, esa misma metáfora (la del encierro o dedicación y la del caballo blanco herido que en la novela se va a convertir en la imagen de un niño, no obstante el intermediario crematístico entre Picasso y su obra), Julio C. Vega Guanilo nos presenta su libro Adiós, Guernica que intenta convertirse en proclama por la paz (local/mundial) y un manifiesto contra el latido cardiaco desde el inicio de la transformación del hombre en la naturaleza: la guerra. Leamos este arranque de Vega en su ‘Nota de autor’: “Si pudiera tan solo decirle a alguien que vive en medio de la violencia doméstica, social, cultural, en medio de cualquier clase de guerra, que nada importa más que soñar, que la felicidad siempre encuentra un camino aunque sea en medio del horror y que a esa esperanza debemos aferrarnos con uñas y dientes, estaré menos acongojado sobre la inutilidad que le achacan a la literatura, ese ninguneo sistemático que desvaloriza el poder del arte ante el cemento y la transacción comercial. Y esto es lo único que puedo dejar al mundo, a pesar de mi respeto a Ciorán y mi sartreano “pesimismo esperanzador”, no puedo dejar de creer en esta forma de soñar despierto, escribir, novelar, como una forma de confrontación a mí mismo. Por eso, el nacimiento de este libro, parafraseando a Gogol, es una flor que ha brotado sola en medio de una tumba”.

El personaje principal es un niño anónimo (bautizado luego como ‘Tristeza’) que ante el avance de las fuerzas enemigas y el bombardeo intempestivo pierde a su madre en una estela de desastre y confusión (donde se sugiere que es la misma Guernica de Picasso). Inmediatamente, y aprovechando la coyuntura, aparece una señora que insiste en llamarse “madame Ducasse” (esposa del caído coronel Ducasse de quien busca el cadáver). Luego de muchas peripecias por sobrevivir termina por convertirse en sirviente y aguatero del general enemigo, quien ante un acto de impotencia e indignación (reconocido en el momento en que el niño trata de enfrentarlo con una piedra), reconoce el valor del pequeño tribulario y su supuesta abuela (la señora Ducasse) a quien sólo le interesa sobrevivir a costa de lo que sea, incluso victimizando al mismo niño. La novela incluye capítulos donde lo onírico se apodera, por ratos, del maderamen en conjunto; ahí el pequeño sobreviviente alcanza la felicidad que la realidad no le otorga, haciendo aparecer a su madre extraviada (y luego fusilada por el general) y reviviendo momentos de regocijo, aunque no del todo grato ya que también se filtran los monstruos y los bestialismos, a veces frenados por las leyes, propios del ser humano: el secuestro y la pederastia. El adminículo entre este mundo y el real se confirma en la visita obligada y ordenada por el general para que el niño conozca “la casa de las muñecas” y se haga hombre, profanando ya no sólo la realidad sino el espíritu que aún permanecía puro en la imagen del niño sirviente y doblegado. En el venusterio, el niño, se encuentra con ‘Guernica’ una niña mutilada, sin piernas y con un muñón en el brazo izquierdo, que ejerce el meretricio forzado y cuyo mote inicial de trabajo era ‘La triste’. La profanación –y luego la muerte-- de aquél frágil cuerpo serán la metáfora que Vega ha sabido explotar asumiendo el adjetivo triste y la calidad (superlativa) de triste: tristeza verdadera: “Soy tu tristeza y siempre lo seré. Recuérdalo, fuiste tú quién me libero. Debes partir ahora a luchar por ti, debes seguir aquel horizonte. Ahora duerme. No temas a la muerte, mi amor, no osará siquiera tocarte. Te he tomado en mis brazos y eres mío. Y cuando despiertes de mañana, verás que es cierto lo que digo. Ve, amor mío. Yo estaré siempre de este lado del universo. No tengas más miedo de mí".

No obstante, la coherencia del texto en general y la buena factura de la prosa (continuando con su primera entrega en cuento: Cuatrogatos y Los Cachaquitos no van al cielo, y una novela inédita: Días y noches con el demonio en el ojo izquierdo, premio de honor en el concurso del BCR y cuya primera versión he tenido la oportunidad de leer), hay algunos párrafos que a primera vista no encajan dentro de la estructura del libro, es decir, deja en exposición un reclamo sobre lo ocurrido en el proceso de la guerra interna vivida en el Perú y se escapa del aparente lugar de remitencia textual que es Guernica o una ciudad parecida (pero, de ninguna manera, un pueblo de la serranía peruana): “..me insultan cholo de mierda eres terruco tu también habla terruco debes ser así es habla carajo habla no no no papay campesino soy nada más la tierra trabajo con mis manos papay no soy malo me chancan los dedos con alicate, me rompen los dientes me gritan y escupen cholo terruco de mierda (…) Entonces levantó su rostro y dijo: “Wajaychay wejekita. Ichaja wajay cusicuymanta”. Pg. 174-175.

La narración en la voz del niño nos hace recordar a, entre otros textos, Mi planta de Naranja Lima y Vamos a Calentar el Sol de Mauro de Vasconcelos, Un mundo para Julios de Bryce Echenique, Cuadernos de Rigoberto de MVLL, Montacerdos de Cronwell Jara, o Rebeldes de Susan E. Hinton, etc. Nos remite, también, a las películas: La Vida es Bella de Bellini, y, porque no, al primer Pinocho de Disney filmado en 1940.

Finalmente, cabe recordar que Cioran (sin acento), “el esteta de la desesperación”, siempre estuvo en contra de las ideologías, religiones, filosofías, y, por supuesto, manifiestos, de ahí que muchos lo ubicaran como el “cortesano del vacío”. Y Sartre, poco antes de su muerte, llegó a militar en el partido maoísta, lanzándose a la lucha encarnizada contra el poder y lo que con ello implicaba (la lucha a favor de grupos que la sociedad formal, enajenadas por el neoliberalismo draconiano, conoce como “terroristas”); sólo de esa forma se entiende su “pesimismo esperanzador”, o sea, un pesimismo activo que implica un compromiso. Teniendo en cuenta esto, y la violencia justificada de autodefensa (ante un gobierno autoritario y genocida el mejor camino es la ‘desobediencia civil’, ya planteado en el siglo XIX por Thoureau), podemos afirmar que todo canto a la paz debería cuestionar primero la paz postiza (esa paz que genera un aparente orden para ejercer la explotación y la aplicación de leyes draconianas), y, claro, cómo no, la paz de los cementerios.
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5 comentarios:

Joao m. dijo...

Excelente reseña, aunq quisiera saber dónde encuentro el libro para cotejar lo que dices aquí.

saludiños

Anónimo dijo...

"no olvidemos que el pintor cubista no cogía la paleta ni movía el pincel si primero no veía dinero". jajaja. qué bueno esto. está de la ptm este blog.

k.

Anónimo dijo...

Señor Ybarra, cuando termine mi novela te la voy a pasar para que le des de alma, y luego la publicaré. Confío en tu talento, eres recontrabueno, no sé porque no escribe en El Comercio o en La República, le harías un bien a la cultura de este país.

José Salas Revoredo

Mg.en Literatura Latinoamericana
Universidad de Piura

Anónimo dijo...

Quiero contactar con el editor Gabriel Rimachi. Si alguien puede dejar su correo aquí, lo agradeceré.

Anónimo dijo...

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