(Sobre este tema ya me he manifestado en otros espacios; no obstante, dejo otra vez mis impresiones aquí en este blog que a veces funciona como una bitácora, sachadiario o algo así.)
En este país de cartón piedra nos han hecho creer que el supuesto boom de la comida peruana, el grasiento e indigesto mundo (y submundo) de la comida novoandina, novocriolla, transgéneros e híbridos posibles nos va a catapultar al desarrollo económico; para ello un cocinero, hijo de un ministro de uno de los peores gobiernos republicanos (el mismo que estudió en uno de los institutos más caros del mundo cuando aquí nos moríamos de hambre), ha capitalizado y llenado bien su barriga, sus bolsillos y cuentas bancarias con restaurantes, ferias gastronómicas, franquicias y una serie de regalías y extraganancias que proviene directamente de la saliva de los comensales .
En esta coyuntura y realidad de sanguaza y de melodrama estomacal post-don pedrito (ese emponderador de ollas del fujimorismo), un escritor mediano es contratado en España para escribir en un blog, y, ante la poca expectativa de lo que pueda decir, se le ocurre armar un escandalete y regurgitar una verdad de perogrullo.
Hasta ahí, creo yo, que no pasa nada. Total, todos tienen el derecho a opinar. No olvidemos que hace un tiempo un conocido cheff internacional dijo que la Inca Kola, “nuestra bebida de sabor nacional”, le parecía un jarabe y que no entendía cómo la gente hacía cola para comer anticuchos o esas donas mal hechas y ahumadas a las que llamamos picarones.
Y entonces se arma la bronca de siempre, cholos, indios retardatarios y famélicos contra blancuzcos, acriollados y otros panzones de "vanguardia". Los amiguetes y pobres diablos de la malordeñada realidad virtual se lanzan a apoyar al cojitranco verbal, dicen y desdicen un montón de tonterías en las que alejan al protegido de cualquier estupidez (“exceso” dicen unos o “frase políticamente incorrecta”, dicen otros) que haya podido proferir y centran el problema en que, en efecto, un cocinero no puede competir con un escritor. Y que el cocinero debe estar con las sartenes y con las cebollas y que el escritor debe estar cerca del teclado, de los libros y de la imaginación regia que debe purpurar cada uno de sus escritos.
Y los patriotas defensores de la comida chatarra agarran a sartenazos al escritor que ya para este momento se ha convertido en el chivo expiatorio y en la cortina de humo –superando incluso al bluff del caso Abencia Meza”-- (y solo superado por la captura de Artemio a quien, sabemos, lo tenían preso hace días) para enceguecer a las masas de las marchas por el agua y la extradición de un miserable que “nos devolvió la democracia” y se zurró en los derechos humanos mandando al matadero videlista a un grupo de izquierdosos y periodistas alérgicos a la militarada bermudista.
No está demás decir, que no concuerdo ni coincido ni comulgo ni con uno, ni con otro, seudoenfrentados literalmente por un plato de lentejas. Considero que la comida peruana es buena si se sabe preparar platos sin excesos de carbohidratos, especias o colorantes o saborizantes químicos Chernobyl. Y que un escritor (que se precie) más que denunciar cuestiones gastronómicas, debería denunciar su realidad concreta o escribir en silencio y dejarse de estupideces.
7 comentarios:
Ni por el escandalete alza vuelo el buen Thays.
Siento simpatìa por él ahora que ha tenido el valor de decir algo sustancioso: te invito un chicharrón en El Chinito, IVÁN.
Basilio Auqui.
Exxceelente artículo Rudolph, como todo lo que haces. Pa lante, bro.
Fly
Muy bueno el artículo.
Pero me siguen gustando los chicharrones con cebolla.
T.E.
serie bueno asi como vomitamos nuestras ideas, no te las comas y las hagas desaparcer del blog, solo porq el vomito no te agrado, o solo quieres solamente puro halago.
Si quieres comer vómitos no tienes por qué pedirle permiso a nadie.
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