En la foto: Diego Trelles Paz, Rafael Inocente, RY, Arturo Delgado Galimberti.
Con este original nombre, que nos remite al popular juego de nuestra infancia, Rodolfo Ybarra nos presenta una novela nauseabunda, exasperante, una novela gore (vocablo inglés que significa “sangre espesa“), género gringo por excelencia, nacido en la post-guerra, después de la saturación que causaron las películas nudies en el público norteamericano.
Matagente es la historia de un huerfanito de nombre Atoj. Matagente no tiene padre y tampoco lo recuerda. Matagente es un psicópata culto e inteligente, incapaz de sentir dolor físico y espiritual, un lunático con sobrepeso que, según auto-confesión, nació de un huevo y, sin embargo, no se inmuta por ser mantenido de su familia, comodidad que le permite dedicarse a filosofar, hasta que un buen día, decide hacerse psicólogo, “sólo con el fin de entender y justificar mi propia mente” y para tratar de “entender un poco a la gente que sacaba del camino” y quizá también comprender por qué quemó su biblioteca de diez mil libros, luego mató a su exigente madre y después a su abuelo pornófilo que le obligaba a leer y así hasta contar dos o tres fríos diarios, según confesión del propio Atoj Matagente que no puede ni quiere reprimir la caída, el impulso, el deseo de matar, pero no matar en un arranque de ira, celos, odio o temor, no por venganza o ánimo de lucro, si no meramente por el deseo de ejercer su imperio y por el placer del impulso tanático, el deseo de muerte.
Atoj es un reputado psicólogo laborista, encargado de seleccionar personal “sano” para trabajar en grandes empresas e instituciones, lo que le otorga una posición privilegiada en la cadena alimenticia del trabajo, en palabras del propio Atoj, se dedicaba a enganchar “peones, animales de carga, capataces y burócratas en puestos claves del sector privado y estatal” y tenía a su cargo un ejército de “putas sociales, felipillos rastreros, gays reprimidos, borrachos, coqueros y sociópatas con títulos universitarios, diplomados y masterados que me lamían los interdigitales de los pies cada vez que yo lo requería y que, por cobardía supina, no eran capaces de señalarme algún error, mucho menos mirarme a los ojos o cuestionarme”.
La labor de selección de personal la ejerce Atoj como “si fuera una venganza u otra forma, paralela, de matar” y dice que “quizá por eso, por varios años, paré la mano y dejé de salir por las noches a buscar posibles víctimas”, se hizo socio de un club de cine gore, manteniendo siempre prudente distancia con todos quienes le rodeaban, con la “gente cerril e inútil, la recua que arreaban al matadero, la masa que algún flautista de Hamelin se encargaría de ahogar en el mar como a ratas”, orgulloso de haberse convertido en un “tratante de negros, en un cazador de yanaconas y de carne para arrojar al molino de la producción, la industria y el consumo”, ejército de seres inservibles (…) que vendían su mano de obra por un ripio, al destajo o por un plato de lentejas”, justificando su proceder en que “en estos tiempos, pocos se daban cuenta de que estaban vivos o muertos y de que el trabajo era el sinónimo de sometimiento, marginación, desprecio, insulto y maltrato”. Argumenta más y dice que por eso “muchos crímenes no se denunciaban sino meses después de haber ocurrido y había gentes por las que nadie reclamaba y, como en la selva, quedaban a expensas de los animales carroñeros, el periodismo amarillo o los literatos con poca creatividad”. “Por eso —prosigue— podría sostener una cabeza decapitada y arrastrarla por las calles dejando un rastro de sangre hasta mi guarida sin que nadie dijera nada ni hiciera nada.” Ese es el perfil del serial killer que nos regala Ybarra.
La lectura de Matagente me ha costado trabajo. La he leído a grandes trancazos y tragando saliva. No me considero un gran lector de este género. Gracias a Virginia Macías y José Carlos Ocampo he recordado que leí El Niño Proletario, un cuento sadiano de Oswaldo Lamborghini, narrado de manera jubilosa por uno de los protagonistas, desde una clara perspectiva de clase. Stroppani, un niño pobre, ve sellado su destino al ser rebautizado por la maestra-monstruo como Estropeado. Stroppani es sometido por tres niños burgueses, quienes luego de vejarlo, cortarlo y mutilarlo lo violan y asesinan con crueldad inaudita en la Argentina peronista. Este relato refleja la brutalidad y el desprecio absoluto de la burguesía argentina en su trato a un pueblo inerme y mudo que ni siquiera atina a defenderse. También hace muchos años leí los 120 Días de Sodoma y Los Cantos de Maldoror del Conde del Otro Monte, Lautreamont. Creí entonces estar preparado para todo. Quizá porque conozco al autor, quizá porque estoy harto de la violencia diaria, la violencia estructural que desestabiliza el Perú desde hace siglos, quizá a pesar de que el propio autor afirme que el personaje le ha rebasado, cada dos o tres páginas que avanzaba en la lectura de Matagente, debía aguantar el vómito y suspender la lectura durante varios días.
Atoj es un misántropo que hiere, muerde, mutila, viola, veja, tortura y mata con delectación y luego se come a sus víctimas, pero sobre todo Atoj goza infiriendo daño con extrema crueldad a bebés lactantes, niñas pequeñas, ancianos, jóvenes, pobres, ricos, todos aquellos a quienes por el sólo hecho de existir, Atoj detesta. Por el solo hecho de existir. A la manera de un Borges redivivo quien dejó patente que para él y sus amigos, Victoria Ocampo y el tremendo Bioy Casares, el monstruo era el pueblo (La Fiesta del Monstruo, 1967) y que afirmaba que el reduccionismo clasista había pretendido disminuir los motivos por los cuales un ser humano debía detestar a otro hasta matarlo, atribuyendo todo al odio de clase, Atoj odia a la gente por el solo hecho de serlo.
Por eso creo que la pregunta central es, ¿qué linaje ha sido capaz de engendrar a un monstruo de esta naturaleza? ¿Qué tipo de sociedad ha acunado a un monstruo que goza haciendo daño hasta el paroxismo?
Si no nos tragamos el cuento aquel de que los serial killer, las criminal minds, son un producto exclusivo del ADN inmemorial, de un cortocircuito biológico de los genes, es decir, si coincidimos en que el peso de la cultura es decisivo en la generación de estos fenómenos, entonces creo que podríamos lanzarnos a la lectura de Matagente sin conciencia de culpa.
Según genetistas, apenas el 1% de los homicidios son cometidos por asesinos en serie. Dicen que estos sujetos tienen una estructura cerebral diferente al común de los mortales. El sistema límbico y el cerebro reptiliano, aquellas zonas del cerebro responsables del control de las emociones e instintos como el sexual y el de la sobrevivencia, serían diferentes en los Atoj que van por ahí matando a diestra y siniestra, a solas o como corporativizados integrantes de algún Grupo Colina experto en secuestrar, torturar y matar niños y estudiantes.
El 2000 en la revista Science, el Dr. Richard Davidson de la Universidad de Wisconsin, publicó un estudio acerca de escaneos cerebrales a más de 500 personas propensas a la violencia y otras tantas que no lo eran. Se encontró que las imágenes cerebrales de los asesinos y violentos mostraban una actividad cerebral diferente respecto a los normales. La arriesgada conclusión a la que llegó el estudio decía que los violentos y asesinos debieron haber nacido con una estructura genética diferente al resto de mortales. El equipo de científicos encontró que la región del cerebro llamada corteza cerebral frontal, corteza cingulada anterior y amígdala, responsables del control de las emociones negativas y violentas, del control de los estallidos emocionales y de las reacciones ante el miedo, tenían una actividad mucho menor o inexistente en los individuos violentos. Achacaron todo a los genes. Pero, la pregunta que motivó posteriormente un enconado debate que prosigue hasta hoy, es ¿Esta nula actividad de ciertas partes del cerebro no pudo deberse o estar influenciada por la cultura y el medio que rodeó a estos individuo violentos? Entonces, ¿Volvemos a la lobotomía, quirúrgica o química? La investigación fue mucho más allá en su diagnóstico e insinuó que si se podían predecir estos defectos genéticos a temprana edad, los candidatos a asesinos podían ser tratados y vigilados para asegurarse de que sus tendencias emocionales no se conviertan en incontrolables y causen daño a quienes les rodean.
Así como se usa la ciencia para convertir a inocentes ciudadanos desprevenidos en irreflexivos consumidores compulsivos, de la misma manera criminólogos, médicos, jueces y psicólogos sociales pretenden, amparándose en escáneres y mediciones, controlar la conducta de quienes se salen del molde y podrían por eso ser calificados de violentos o peor, aún futuros antisociales, pasibles de ser vigilados y controlados en bien de la sociedad.
Hace unos días vimos en Cajamarca el odio gratuito con que las fuerzas policiales atacaban a las madres de familia en una plaza pública, tan sólo por preparar una olla común para los huelguistas, este odio visceral contra el pueblo por parte de la policía se expresó en un lumpen uniformado quien insultó a una mujer cuando ésta le increpó por su conducta, ¡porque son perros, pe, conchatumare!
Volvamos a Matagente, volvamos al asesino en serie Atoj y volvamos a la etología de estas disfunciones, ¿Alguien dudaría que, de darse el caso o la orden, este policía lumpen protegido por el Estado mataría a la mujer a la que desprecia absolutamente? ¿Esta violencia gratuita del uniformado se debe a un ADN perturbado, a una corteza cerebral con escasa o decidida inactividad, a una infancia conflictiva y repleta de malos tratos, a una formación militar humillante y racista que amplifica todo lo anterior o son todos estos factores juntos los que transforman a quienes monopolizan la violencia en lugares como América del Sur, en asesinos en serie capaces de actuar obedeciendo ciegamente órdenes criminales de las altas jerarquías, tal como hizo el Grupo Colina? ¿Y quienes actuaron inspirados en ideologías cegadoras, tenían ya en sus genes una determinación siniestra?
¿Qué pasa cuando el sistema, representado por esa expresión de la dominación de una clase sobre otra, no castiga a los asesinos, en serie o de los otros, si no por el contrario los protege con su legislación o por su estatus de clase? Diferentes estudios en América Latina dicen que las fuerzas que garantizan el monopolio de la violencia por parte del Estado, entiéndase policía y fuerzas armadas, están constituidas en un grueso porcentaje por individuos borderline y débiles mentales, gentes con un coeficiente intelectual por debajo del promedio, gentes que han sufrido graves maltratos en su niñez, sujetos propensos por tanto a repentinos estallidos violentos como forma de liberación emocional del odio empozado por décadas. Para nadie es secreto que quienes monopolizan la violencia en países como el nuestro, aplican ilegales procedimientos de tortura física, psicológica y mental contra detenidos y se ensañan con ellos hasta matarlos (caso de Gerson Falla, detenidos en Bagua, Padre Arana, etc.)
Ilustremos esta pregunta con tres casos ejemplares:
Madame Bathory: Llamada La Condesa Sangrienta, una melancólica mujer nacida en Transilvania en 1560 en el seno de una poderosa familia húngara. Tenía entre sus parientes a un cardenal, al príncipe de Transilvania, a ministros, al Rey Esteban de Polonia y hasta al propio Vlad Drakull. Pasaba muchas horas mirándose frente a un gran espejo y después torturaba y asesinaba a niños y doncellas, en cuya sangre se bañaba, obsesionada por mantener la belleza física. Todo hubiera pasado desapercibido de no ser porque la Condesa empezó a asesinar a hijos de nobles y reyes y estalló el escándalo. Alejandra Pizarnik dice que en sus funerales, el párroco del lugar afirmó “es la mujer más hermosas que mis ojos hayan visto”.
Issei Sagawa: En 1981, un multimillonario japonés obsesionado con las mujeres altas de rasgos occidentales (pero él mismo se consideraba feísimo, cojeaba y era muy tímido, incapaz de atraer a cualquier mujer) premeditó el asesinato de una bella estudiante alemana en París, la trozó para configurar a la mujer perfecta y excitado por el olor de la sangre se la comió por pedazos (declaró que la carne humana era como la del atún en sushi, suave y sin olor, y declaró también que la máxima demostración de amor era devorar al ser amado). La justicia francesa lo declaró loco, Issei escribió un relato gastronómico-caníbal (La Niebla) y fue recluido de por vida en un frenopático francés. Akira Sagawa, su padre (presidente de Kurita Water Industries, en Tokyo), hizo un trato con la justicia francesa y el antropófago fue liberado y transferido a un hospital psiquiátrico nipón, donde sólo permaneció preso 15 meses. En 1985 fue liberado gracias a los tratos que, nuevamente el padre, hizo con los tribunales japoneses (en todos lados existe un Villa Stein y Jueces Supremos) y actualmente vive en la isla de Kobe, firmando autógrafos, aparece en talk shows y películas porno, escribe libros y pinta cuadros con mujeres blancas, desnudas y voluptuosas. Es considerado por sus compatriotas una celebridad internacional.
El Grupo Colina: Un escuadrón de la muerte formado al interior del Ejército Peruano con el conocimiento del Presidente de la República, Fujimori, integrado por 32 hombres y 6 mujeres, operativo desde los años ochenta a los noventa, encargado del trabajo sucio (secuestrar, torturar y asesinar a supuestos subversivos) dentro de lo que se llamó guerra de baja intensidad del Estado peruano contra los movimientos subversivos. Un reciente fallo de los Jueces Supremos reduce su pena argumentando que los crímenes cometidos (propios de cualquier serial killer) no configuran el delito de lesa humanidad, pese a haberse comprobado que tan sólo en la masacre de Barrios Altos asesinaron a 15 personas, incluido un niño de ocho años a quien le dispararon doce balazos.
¿Por qué una Corte Suprema reduce la pena a comprobados asesinos de niños que actuaron de manera sistemática, por qué Jueces Supremos se escudan en razones técnicas para alegar que no fueron crímenes de lesa humanidad? Al igual que villaestein nipones liberaron al multimillonario Sagawa y los mass media lo convirtieron en super estrella, en el Perú, un grupo de psicópatas a sueldo, financiados por el propio Estado, son protegidos por la Corte Suprema y se les rebaja la pena para luego exculpar a los autores intelectuales que causaron tanta muerte y dolor porque como monologa Atoj, “la ciencia jurídica es el dominio codificado de los inteligentes sobre los ignorantes. Las leyes protegen a los poderosos y condenan a los débiles. Las leyes son la expresión máxima de la seudo civilidad.” No nos extrañe entonces que de aquí a pocos años, los integrantes del Grupo Colina sean invitados en horario estelar para hablar de gastronomía, concursos de canto o manuales de autoayuda.
El valor de la novela de Rodolfo Ybarra reside no sólo en la dimensión estética de la monstruosidad humana. Además esta novela es valiosa porque Ybarra nos refriega en la cara la hipocresía de una sociedad que se precia de su racionalidad y su estado de derecho, pero que desde antaño es cómplice de asesinos en masa y monopoliza el uso de la violencia para garantizar los privilegios de unos pocos. Ybarra nos entrega con Matagente la versión morbosa y sin censura, por momentos simpática, por momentos grotescamente cómica pero siempre nauseabunda, de un burgués sincero, limeño a todas luces, racista, clasista y excluyente, pero lúcido dentro de lo que le puede permitir su desprecio absoluto por el género humano. Atoj es la imagen del bárbaro ciego y criminal, civilizado y culto, pero mutatis mutandis el bárbaro también es el escuadrón de la muerte de la dictadura fujimontesinista, el sanguinario grupo de militares asesinos dirigidos por las élites políticas, para quienes el monstruo ha sido siempre el otro, aquél cuyo único crimen es la pertenencia a una clase social y su propio pensamiento.
Finalmente, una pregunta morbosa. Dicen que cuando a Oswaldo Lamborghini le preguntaron por El Niño Proletario, éste respondió, llorando, El Niño Proletario soy yo… habría que repetir la pregunta a Ybarra, ¿quién es Atoj, el Matagente?
11 comentarios:
Parece que entiendo lo que no quiere decir el señor Inocente. No es mucho lo que entiendo. Sólo diré que fui amigo de Osvaldo Lamborghini como consta en esta crónica de La Vanguardia de Barcelona que posteo. Por lo que siempre supe que El Niño Proletario era Germán García, el famoso sicoanalista porteño a quien también frecuenté. Así pues, me resulta dudosa la aseveración del señor Inocente a quien no tengo el gusto de conocer. Vladimir Herrera. Aquí el post:http://lagunabrechtiana.blogspot.com/2011/01/primera-curda.html
Matagente es una novela dura y solo para hombres duros que no te pueden hacer nada. Sí o no, Ybarra?
MATAGENTE ES UN NOVELÓN, ESO ES LO QUE NO PUEDEN SOPORTAR. LA ENVIDIA ES UN RASGO MUY PERUANO, ESPERA Y VERÁS, DICE EL DICHO.
PRIMO.
qu{e tal novela!!!!!!
Me gustó lo que dijo Trelles en la presentación, algo deberían aprender esos envidiosos, buenos para nada.
Deberíamos amar a Osvaldo Lamborghini tanto como a Perlongher y su neobarroco (que más le debe a O.L. que a otros). 'El Niño Proletario' sigue llorando de dolor.
Ya tomamos el establo!
El siguiente pasó será colocarse los laureles de Chocano!
Viva el comandante Ybarra!
TU NOVELA ES EXCELENTE, RODOLFO, ESCRIBES DE LA PTMRE. CUÍDATE DE LOS ENVIDIOSOS QUE VAN A SALIR EN MANCHA!!!!
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