“La anarquía es la tendencia natural del universo, la federación es el orden de los átomos” (Bakunin dixit).
Si a algún limeño le preguntaran qué es el Estado, quién lo representa o dónde habita, de seguro que señalaría con el índice al congreso o a palacio de gobierno o quizás en un exceso de inercia al palacio de justicia; sin embargo, fuera de los limbos de la capital, detrás del muro de Jericó del damero de Pizarro, en los extramuros de los pueblos jóvenes, y, peor, más allá en las provincias, anexos o caseríos donde el “Estado” sólo tiene relación directa con las campañas electorales e inversa luego de cada elección, simplemente se encogerían de hombros y no sabrían qué decir.
En definitiva, un alcalde (ladrón, corrupto o de proyección nepótica) elegido a la fuerza; un jefe policial nombrado desde Lima (cuyos abusos se harán notar ni bien disponga de la partida o de los fondos necesarios); o algún juez, tinterillo (también nombrado dedocráticamente desde Lima, para variar, y, también, corrupto y embebido de poder, también para variar) no simbolizan al Estado (o lo hacen en forma negativa) aunque lo representen. Son fantoches de una decadencia y la proyección cívica de una falsa moral a caballo entre lo inmoral y lo amoral; reflejo, a su vez, de quienes ostentan los cargos políticos dirigenciales. No por nada los romanos se referían al Status Principis cuando hablaban del Estado del gobernante, y Status Regni cuando hablaban de la condición del reino. De aquella época muy poco ha cambiado en cuanto a la esentia, aunque algunos teóricos (con los cuales discrepo) piensen que la idea de Estado, o, mejor: la idea de Estado como poder impersonal, centralizado, fiscalizador, omnipotente –en cuanto a su guardia pretoriana– y hegemónico no es anterior a la Revolución francesa, tal y como informan historiadores de la talla de M. Espanha, R. Mousnier, B. Clavero, etc. Por cierto, fue Maquiavelo quien instituyó esa palabrita con la que se licencia el terrorismo gobiernista: “Razón de Estado”, método por el cual el Estado infiere en las vidas de los ciudadanos llegando incluso al homicidio, pero con el fin supremo de “beneficiar” a las mayorías. Obviamente, quien establece las reglas de juego (léase reglas de asesinato como las ocurridas últimamente en este país) son el propio Estado (quien ha establecido que las tierras de los awajún–wanpis le sirven más a la Texaco); momento en el cual la “Razón de Estado” se convierte ipso facto en “Terrorismo de Estado”, más conocido por las aristas del “terrorismo estructural” que no es más que el lado blando y amable del terror institucional.
Esa impostación de un semi Estado (Lenin) es lo que genera una seudo democracia y un seudo país integrado por decenas de naciones que conviven juntas, pero que no se intersecan ni se sienten parte de un conjunto. No comparten su lengua ni su historia, sus costumbres, alimentación, derroteros, búsquedas, etcétera: son diferentes. No hay una relación dialéctica entre ellas, sino una relación vertical donde la nación central capitalina, alienada (alienígena) y de rasgos criollos (o acriollados según sea el caso) impone “la ley y el orden” al resto de naciones, y, con ello, también el interés que asegure la idea-país, aunque ello simplemente sea una vaga idea de intereses creados y de capitales esperando devorar recursos naturales y aplastar los derechos de las mayorías a los que, por razones naturales, considera sus enemigos y, en el peor de los casos, como es de suponer: esclavos cosificados por el proceso productivo, y que, al igual que en el derecho romano, son bienes fungibles, muebles que pueden deshacer a martillazos; manivelas, pernos y bielas susceptibles de reemplazo.
No nos olvidemos que Max Weber decía que el Estado tiene derecho para usar la violencia y le es legítima, justificando a priori las matanzas y el genocidio de un pueblo al que sólo le queda obedecer o morir en rebelión. Weber, también, tratando de negar al marxismo, unió la economía a la sociología (ciencia burguesa al igual que la antropología) en un intento por “demostrar” que la relación causa–efecto histórica no sólo depende de variables económicas. Weber, de esta forma, no sólo se equivocó sino que potenció al marxismo con sus negaciones y estudios cada vez más delirantes como Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, 1904-1905), de donde se presume que los norteamericanos fueron herederos de un protestantismo empresarial mientras que los sudamericanos heredamos la flojera purpurada del catolicismo. Sin embargo, aquí no se apunta que el engendro del capitalismo empezó a gestarse en el chancro angurriento de España, Italia y Portugal, naciones católicas por excelencia; y, según la historia, las instituciones de las colonias inglesas y protestantes del sur de Estados Unidos y del Caribe nunca fueron más “trabajólicas” que las de Latinoamérica. Quizás esa legitimización del Estado castigador sea su mayor error.
De otro lado, y tratando de entender a “nuestro” Estado, cuando algún ministro o algún congresista dice que está haciendo lo posible por sacar leyes para integrar a esos conciudadanos de segunda, tercera o cuarta orden no se explica cómo es posible que podamos beneficiar a las mayorías quitándoles las tierras a unos nativos y entregándoselas a la Texaco, por ejemplo. No se explica cómo una ley tiene que ser formulada y aprobada y que luego de aplicada –con rifles, muertos y todo– recién se vaya a la consulta (el método científico al revés). Algún distraído dirá, pero si son capitales y dinero para el “desarrollo”; pero es sabido que una empresa extranjera no invierte en un país sólo porque le interesa desarrollarlo (el uso del adverbio “sólo” es cautela del autor), lo único que le interesa es lucrar, lo que ellos llaman “productividad”, la ley del menor costo y altas ganancias. La protección de la naturaleza le importa un bledo. La idea del canon minero, en la práctica, es una farsa, un anticrético, una carta en blanco para que se saquee al país y se destruyan los ecosistemas nativos. Hay miles de ejemplos, de la erosión de la naturaleza, los relaves, la contaminación ambiental, el exceso de plomo o mercurio (según sea lo que se extraiga de la naturaleza; el mercurio, por ejemplo, sirve para separar al oro de su estado natural, pero su reciclaje y limpieza es caro, y generalmente las empresas, por razones de costos, obvian este proceso).
Cuando Platón y Aristóteles concibieron la idea de “Nación” lo hicieron a partir de pequeñas comunidades, nunca se imaginaron que un Estado podría ser una suma de pequeños Estados, unidos por la fuerza y coactados en sus derechos, no obstante que Platón tenía ideas teocráticas las que luego neoplatónicos como Plotino convirtieron en una exacerbación de la divinidad donde Dios es la perfección y la materia la negación de la felicidad. En realidad los grandes inversores y los que manejan el gran capital manejan, por casualidad, “ideas” –si es que puede decirse así– contrarias a Plotino, y a pesar de ello, estos señores impíos, encarnan el principio divino, sobre todo el católico, del antiguo testamento, y se sienten con el poder de someter y castigar a quien deseen (el viejo principio del “para mis amigos todo y para el resto las leyes” o la, ya, famosa ley plutocrática llamada “ley del embudo”)
Quizás de la misma forma: Rousseau y Hegel ideologizaron la idea nación, “formalizaron” los nacionalismos y sacralizaron también al Estado como entidad moral o seudomoral con capacidad de conferir legitimidad tanto a sí mismas como a sus acciones. Spinoza en su “Tratado Teológico–Político” ensaya hacer una diferencia no creíble entre esclavo, hijo y súbdito donde el primero “es quien está obligado a obedecer las órdenes del señor, que sólo buscan la utilidad del que manda; hijo, en cambio, es aquel que hace, por mandato de los padres, lo que le es útil; súbdito, finalmente, es aquel que hace, por mandato de la autoridad suprema, lo que es útil a la comunidad y, por tanto, también a él”; sin embargo Spinoza se mueve en un mundo ideal, profiláctico, esterilizado, libre de enfermedades políticas donde todo el mundo está obligado a obedecer por iniciativa o por miedo porque supuestamente todas esas “buenas” acciones son beneficiosas para él mismo y por ende –dice el ingenuo Spinoza– para las mayorías.
A pesar de todo, el Estado, en su vieja triada burocracia–ejército–aristocracia, que sirven diligentemente a un monarca, se sigue manteniendo aunque la aristocracia con el correr de los años se haya convertido en una oligarquía, es decir un modus donde los intereses del pueblo han sido subordinados a los intereses egoístas de los gobernantes; y el presidente sea el sucedáneo de monarca (sobre todo en los países del tercer mundo); la burocracia ha sido enquistada y necroforizada (particularidad de los insectos necróforos que ponen huevos en el cuerpo muerto de otros insectos) por la burguesía parásita y atrabiliaria, mientras que la burguesía compradora nativa ha sido fagocitada con anestesia por el gran capital dejando como representantes a algunos felipillos, carroñeros y voraces enganchaesclavos, capataces, coactados y obligados, bajo prebendas, a servir al imperialismo y la reacción, y jugar un papel de mediador entre “la indiada” y la patronal.
Esta amorformidad del Estado imposibilita la cuestión teórica, el sustento ideológico lo suficientemente sólido como para ensayar las bases de un “Estado de bienestar” –como pretenden algunos termocéfalos– , joven figura donde el Estado vela por la igualdad y la seguridad social, donde no haya desempleo, donde los enfermos sean atendidos sin pago alguno y donde los ancianos puedan descansar y percibir un sueldo honorable. Esto supone naturalmente una obligación del Estado–nación y un compromiso del ciudadano en la natural y justa tributación de quienes puedan hacerlo. Sin embargo, hablar de esto en países como el nuestro es casi como hablar de ciencia ficción o utopías. El imbécil de David Ricardo, inversor de la bolsa de valores, suponía en su Principios de Economía Política y Tributación (1817) que los salarios dependían del precio de los alimentos (recuerden ese asunto de la pitanza y el pago con comida como acostumbran los señores feudales, y reflexionen sobre esa cojudez llamada “canasta básica familiar”) y éstos de los costes precisados para su producción, los cuales, también, dependen de la cantidad de trabajo para la producción de los alimentos, etc. Marx desarrolla la teoría del valor del trabajo y le agrega la idea de la plusvalía donde la patronal se apodera del excedente del trabajo dando como resultado la explotación que licencian y protegen los Estados burgueses o semiburgueses de carátula socialista.
Quiero apuntar que muchos teóricos y politólogos pronunciados sobre el concepto Estado han llegado a exacerbaciones verdaderamente risibles e intelectualmente vergonzantes, como por ejemplo Kelsen, quien elucubra que a partir de la lectura de la constitución se puede llegar a saber el tipo de Estado constituido como si la realidad pudiera expresarse, sin error, en una constitución. Trasladando estos conceptos al Perú, tendríamos que decir que la constitución fraudulenta del Fujimontesinismo proctócrata (término de mi factura) asesino y vendepatria se constituye en la imagen refleja, propedéutica y de espejo de nuestra nación en debacle. En definitiva, Kelsen debió ser peruano.
Para amplificar algunos puntos quiero valerme de una cita de Lenin en su conferencia de 1919 “Sobre el Estado”. Dice lo siguiente:
"Los hombres se dividen en gobernados y en especialistas en gobernar, que se colocan por encima de la sociedad y son llamados gobernantes, representantes del Estado. Este aparato, este grupo de personas que gobiernan a otros, se apodera siempre de ciertos medios de coerción, de violencia física, ya sea que esta violencia sobre los hombres se exprese en la maza primitiva o en tipos más perfeccionados de armas, en la época de la esclavitud, o en las armas de fuego inventadas en la Edad Media o, por último, en las armas modernas, que en el siglo XX son verdaderas maravillas de la técnica y se basan íntegramente en los últimos logros de la tecnología moderna. Los métodos de violencia cambiaron, pero dondequiera existió un Estado, existió en cada sociedad, un grupo de personas que gobernaban, mandaban, dominaban, y que, para conservar su poder, disponían de un aparato de coerción física, de un aparato de violencia, con las armas que correspondían al nivel técnico de la época dada. Y sólo examinando estos fenómenos generales, preguntándonos por qué no existió ningún Estado cuando no había clases, cuando no había explotadores y explotados, y por que apareció cuando aparecieron las clases; sólo así encontraremos una respuesta definida a la pregunta de cuál es la esencia y la significación del Estado.
El Estado es una máquina para mantener la dominación de una clase sobre otra. Cuando no existían clases en la sociedad, cuando, antes de la época de la esclavitud, los hombres trabajaban en condiciones primitivas de mayor igualdad, en condiciones en que la productividad del trabajo era todavía muy baja y cuando el hombre primitivo apenas podía conseguir con dificultad los medios indispensables para la existencia más tosca y primitiva, entonces no surgió, ni podía surgir, un grupo especial de hombres separados especialmente para gobernar y dominar al resto de la sociedad. Sólo cuando apareció la primera forma de la división de la sociedad en clases, cuando apareció la esclavitud, cuando una clase determinada de hombres, al concentrarse en las formas más rudimentarias del trabajo agrícola, pudo producir cierto excedente, y cuando este excedente no resultó absolutamente necesario para la más mísera existencia del esclavo y pasó a manos del propietario de esclavos, cuando de este modo quedó asegurada la existencia de la clase de los propietarios de esclavos, entonces, para que ésta pudiera afianzarse era necesario que apareciera un Estado".
Palabras con las cuales Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, justifica y asocia la aparición del Estado con las clases sociales. El Estado, entonces, es un producto de la división de clases, es la forma cómo la clase dominante se asegura el poder y los medios económicos que hagan viable ese poder. No olvidemos que Lenin se remite a Engels y su “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” donde se enfoca el asunto del Estado y la propiedad privada de la tierra y los medios de producción lo cual le da el carácter de Estado Capitalista aún cuando se diga democrático o se invente alguna Asamblea Constituyente, un Parlamento o el mal llamado “sufragio universal”.
No nos olvidemos de esa cita del rey francés Luis XIV: 'L'Etat, c'est moi' o “El Estado soy yo” que resume el derecho divino de los reyes, tiranos y dictadorzuelos quienes a partir de fines del siglo XV fueron retrocediendo en sus pretensiones debido al avance incontenible de las fuerzas revolucionarias (y digo esto como categoría científica) que conquistaron derechos válidos hasta el día de hoy, y que el viejo Estado con sus cuitados métodos, con el infaltable genocidio y expoliación de los recursos naturales, pone en grave peligro .
Para finalizar, quisiera apuntar un hecho que desvirtúa, más todavía, al Estado y es, en específico, sobre el principio de herencia que está contenido, de manera tácita, dentro de lo que Marx llama propiedad privada. El gran anarquista Bakunin, opositor de Marx en “La Primera Internacional” a quien acusa de despótico (Marx hace lo mismo y lo acusa de traidor haciéndolo expulsar) lo plantea como “principio de igualdad de origen” y formula la libertad política, social y económica donde todos los individuos de una nación reciben –o deben recibir– aproximadamente los mismos medios al nacer, medios que le van a permitir desarrollar sus capacidades y, luego, usarlas en el trabajo. El hecho de que el individuo (ciudadano) venga al mundo en desigualdad crematística es ya un castigo y atropello social en el cual la supuesta “libre competencia” del actual neoliberalismo draconiano encuentra su punto de partida.
El tema de la herencia (económica–política–social–religiosa) es el gran lastre del viejo Estado y debiera abolirse, ya Proudhon decía que “la propiedad es un robo”, y en las actuales circunstancias, más que un crímen, es una afrenta contra la vida y lo que llaman “convivencia pacífica”. Motivos por el cual se puede concluir, momentáneamente, que el viejo Estado es reflejo de todas estas miserias.
Arriba, Vídeo 1: "Batalla en Seattle. Vídeo 2: Lucha global ANARQUISMO resistencia ACCIÓN DIRECTA. anarquía