domingo, 28 de abril de 2013

EL POLVO DE YOANI SÁNCHEZ


Yoani Sánchez escribe con los pies, como cronista la podríamos aprobar con 10 (si esta cifra fuera aprobatoria en el sistema vigesimal), pero como narradora está jalada completamente. Ni sus adláteres de la "libertad", la "democracia" de los bribones y tanta monserga podrían avalarle semejante despropósito. O acaso hay mucho polvo en Lima. ¿Qué es esto?: ¿Dust in the wind?, las tormentas de arena de Dubai o el México DF donde ya muchos están comprando sus balones de oxígeno. No pues, Lima no es el polvo, quizás la basura, las moscas, el tráfico insoportable y los rostros de angustia, horror vacui y el hambre que se ha convertido en una enfermedad crónica, pero el polvo sigue siendo una palabrita que los peruanos --y los limeños muy en particular-- asocian al sexo y no al boom de la construcción. Que alguien le cuente esto, por favor.

Les dejo el artículo de la señorita:


Lima y el polvo

PERÚ |

A cada ciudad le adjudicamos un rostro, a cada lugar una personalidad. Camagüey se me antoja una señora sobria y de abolengo, Fráncfort lleva el pelo a lo punk y una corbata que apenas si le pega, Praga carga con unos ojos azules y la sonrisa irregular de aquel joven que se cruzó –solo un segundo– en mi camino. Por su parte, Lima tiene una cara inenarrable pero cubierta de polvo. El polvo de Lima da vueltas y se posa alrededor de todo. Sobrevuela los acantilados que abruptamente se abren hacia un mar que a los caribeños nos resulta demasiado frío, demasiado agitado. Diminutas partículas de tierra y arena que se pegan al cuerpo, la comida, la vida. Polvo sobre las frutas de la selva, sobre el cebiche recién servido. Polvo metido en el “pisco sour” que deja al paladar con deseos de más y también con deseos de nunca más. Una capa dorada, irreal, que se unta en los parabrisas de los autos y en el vendedor de periódicos que desafía la luz roja del semáforo para vender su mercancía antes que anochezca. El polvo en el que todos terminaremos después del día final, pero que Lima nos lo adelanta en vida.

Una muchacha de piel cobriza me ha parecido Lima. Reservada, con algo de ese mutismo misterioso de los que vienen de la Sierra. Tiene además manos que alivian. Pues en Lima recuperé la voz y no es una metáfora. Llegué rendida de más de cincuenta días de intenso viaje, afónica y con fiebre. Me fui, repuesta, arropada por mis amigos y con la energía recobrada tras ver una ciudad que ya no cabe en sí misma. Hundí los pies en el Pacífico por primera vez, me trepé a los cerros de la villa El Salvador para ver a la gente ganándole terreno a la aridez del suelo y a la pobreza. También estuve en el centro histórico, con sus iglesias, sus ofertas para turistas y sus procesiones religiosas. Porque Lima es un sinfín de ciudades, algunas de ellas superpuestas caprichosamente sobre las otras. Es como una joven a la que el cuerpo le ha crecido demasiado y ya no le sirven sus propias ropas. De ahí los atascos en el transporte y las tantas grúas levantando edificios por todos lados. Esta ciudad, tiene un rostro formado sobre la prisa, un ojo de aquí, una boca de allá, una frente sacada de cualquier otro lugar; es mestiza, chola, alemana, suiza, chilena y española… es mucha Lima.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bah, mala copia de Heriberto Yépez, el mexicano que caracterizó psicohistóricamente a la ciudad de Tijuana.

Y hay que ver como le han reventado cohetes a la asalariada del Imperio, los sirvientes de la oligarquía nativa.

Rafael Inocente