miércoles, 9 de diciembre de 2009

YBARRARIO: EL LOCO MIGUEL

AUTOFICCIÓN


Miguel apareció un día. Tenía unas orejas gigantescas dentro de las cuales había introducido unos troncos; asimismo, tenía dreadlocks, tatuajes, una barba de menesteroso y una túnica blanca raída hecha de costales de harina. Me dijo que quería ayudarme, que había sido enviado por los ángeles para hacer un “trabajo especial” conmigo. Cuando lo vi, así, con ropas harapientas y sandalias de samaritano, pensé que se había equivocado y, que, en verdad, era todo lo contrario, el que debía ayudar a alguien era yo.
Miguel me explicó su proyecto del mundo, me habló de lo importante que era volverse vegetariano, de que había que ahorrar el agua y de que debíamos compartir todo lo que tenemos. No hay problema le dije a Miguel, todo lo que me dices ya lo practico, aunque eso de “compartir todo” me sabe a comunismo primitivo, a cierto cristianismo arcaico; pero, de todas formas, siempre doy lo poco que tengo o lo que está a mi alcance. Miguel me dijo que era hijo de la energía superior, que la entidad Padre lo había elegido para fundar un nuevo mundo. Como Miguel era tan claro en sus proyectos y tan diáfano con sus ideas con respecto a mi persona, decidí confiar en él. Total él había venido ayudarme y a hacer “un trabajo especial” conmigo. Después de darle varias vueltas al asunto, de consultar con otros amigos y a pesar de las desconfianzas de mi esposa, le encargué mis negocios, y me dediqué exclusivamente a escribir que era lo que yo, desde hacía tiempo, estaba buscando.
El día que concluí un extenso libro de ensayos sobre lo que considero la pérdida de la fe en el hombre postmecano industrial, Miguel apareció en la puerta de mi casa. Me dijo que tenía que irse, que lo estaban llamando en otro lado, y que su “servicio” había terminado. ¿Cómo? Dije yo, tratando de ocultar mi asombro que ponía en peligro mi estabilidad como escritor. Curiosamente, su aspecto no había cambiado nada, al contrario había agregado un perrito blanco que llevaba en brazos y que daba agudos ladridos. Me habló de que los negocios iban viento en popa, que ya era hora de que yo mismo me encargara de esos asuntos. Me contó algo de que “el ojo del amo engorda al ganado” y un largo etcétera que no tomé en cuenta. Aunque no quiso que le pagara metí en su morral, casi a la fuerza, el dinero que le correspondía por haber sido tan buen administrador.
Cuando lo vi alejarse, su túnica blanca flameaba en el viento, pensé ¡qué tipo más loco?; pero más loco yo que había confiado en él para que administrara prácticamente mi vida. Al día siguiente tuve que volver a las andanzas de los negocios, a las correteaderas por las materias primas, buscando clientes, llamando por teléfono aquí, allá y acullá, entregando propuestas y viéndome con modelos, publicistas y el mundo atosigante y plástico de las modas; y robándole el poco tiempo que me quedaba para dedicarme a la escritura. Así pasaron exactamente siete años.


Hace unos días, un señor de terno y maletín fue a buscarme a una de mis oficinas, me dijo que era de la Sunat y que quería hablar conmigo de un grave asunto. Por un momento pensé que me querían timar. Otro vividor con el cuento de la Sunat, pensé. El tipo me dijo: no se preocupe, su caso es grave pero ya está en proceso y ha pasado al poder judicial y ahora sólo tiene que esperar el dictamen. “El dictamen” dije yo. No puede ser . No puede ser. El tipo se río a carcajadas. Me dijo: no me reconoces, Rodolfo, soy yo, hermano. No te acuerdas de mí. Soy Miguel.
-Miguel, dije yo, tratando de descubrir al Miguel que conocí, detrás de ese rostro afeitado y ese corte de yuppie. Y qué pasó con tus orejas gigantescas.
-Pues, me hice la cirugía
-Y qué fue de tu cabello y de tus tatuajes. Y qué fue de toda esa onda.
-Querido Rodolfo, encontré al Dios verdadero y él me hizo salvo. Es una larga, larguísima historia.
Mejor empiezo de adelante hacia atrás.
-Empieza, pues, que no logro entenderte.
-Mira, querido Rodolfo, acabo de renunciar a una importante empresa de venta de autos. Me consideraron el mejor vendedor de autos de los últimos veinte años. Me dieron un montón de incentivos y llenaron de billete mis tarjetas de banco. He estado viajando por el mundo, entregando y vendiendo autos por todos lados. Imagínate que estuve en la India vendiendo autos, me pasee en coche en La Meca, Makka al Muka-rrama le llaman los árabes. Luego fui a Egipto donde cambié autos por camellos y de ahí arranqué al sudeste asiático donde una cohorte de menudos hombres de empresa me dieron la bienvenida al estilo oriental. La empresa quería instalarme con todo allá, eso incluía secretarias, casa propia allá y lujos impensables, pero decidí renunciar.
-¿Y por qué? ¿Qué pasó Miguel? No te entiendo.
-Pues, simple, hermano Rodolfo. Todo este tiempo he estado mintiendo a los clientes, mintiendo sobre el verdadero valor de los autos. Mintiendo sobre la calidad, sobre los componentes, sobre el seguro, etc., etc. Tú me entiendes. Ya no quiero mentir. Es más, he decidido enviarles una carta a todas las personas que por mi intermedio compraron un auto. E incluso estoy viendo la posibilidad de darles un dinero a cada persona a la cual engañé. No me importa quedarme sin ningún céntimo en el banco. Fíjate que en estos momentos todas esas personas deben estar leyendo mi carta. Ojalá la paz de nuestro Dios les alcance para que me puedan comprender.
-Oye Miguel, estate seguro que la paz les alcanzará cuando les envíes dinero. Pero eso es lo que no me preocupa. En todo caso, cómo se resuelve un cambio de esas dimensiones, de un momento a otro.
-Pues, simple, hermano Rodolfo. Tienes que escuchar el llamado y punto.
-Bueno, voy a tratar de entenderte, pero explícame qué pasó desde esa vez que te fuiste. Cómo cambiaste tan drásticamente.
-Mira Rodolfo, Dios tiene muchos rostros y un solo corazón. Aquella tarde que me fui, sabía que tenía que buscar a mi madre quien había regresado de Italia. Por cierto, en el camino me encontré con un indigente y le di el paquete de dinero que me diste. Bueno, igual a mí no me iba a servir de mucho. Total el dinero pesa y yo quería andar ligero. Tú me entiendes, hermano Rodolfo. Te sigo contando. Mi madre había llegado de Italia, pero no creas que tenemos mucho dinero. Mi madre había ido a Italia a trabajar y se rompió el lomo para darnos educación a mí y a mi hermano. Resulta que un día mi madre estaba llorando al pie de una estatua en Milán y se le apareció una anciana quien le preguntó que por qué lloraba. Mi madre le contó toda su historia. Les habló de nosotros y de que extrañaba a su país, o sea el Perú. Y la viejecita le pregunto que cuánto era la cantidad de dinero que necesitaba. Mi madre le dijo que nunca había sacado sus cuentas, que eso era una tortura, y sólo quería trabajar a ciegas sin hacerse mayores problemas. La viejecita le replicó diciendo que tenía que sacar sus cuentas si algún día quería ver su sueño hecho realidad. En total que quedaron en verse el fin de semana para ir a misa y almorzar juntas. El fin de semana llegó, y en el momento del almuerzo la viejecita le pregunto si había sacado sus cuentas, y mi madre sacó un papel y le dijo que la cantidad era muy elevada y que le iba a costar muchos años, quizás demasiados, quizás toda la vida o varias vidas, en conseguirlo, en conseguir sus sueños. La viejecita le pidió el papel, le dijo que no se hiciera problemas que ella se lo iba a dar todo y que fuera inmediatamente al aeropuerto y que tomara el primer vuelo que encuentre.
Así que Rodolfo, ese día que te dejé iba a ver a mi madre a la cual le habían regalado un millón de euros.
-Un millón de euros, pero si eso es un montón de plata.
-Aunque no me creas Rodolfo, hay un ser supremo que nos protege y nos guía y uno tiene que ser obediente. Eso es todo, hermano Rodolfo.
-Bueno, pero no me has contado cómo cambiaste de forma radical.
-Sí, hermano Rodolfo. Aquella noche que dormí en casa con mi familia tuve una visión. Vi a Krisna que me miraba de forma fea como llamándome la atención o algo así. Sentí que tenía que cambiar, que había otro camino que tenía que seguir.
Al día siguiente, mientras iba al veterinario a llevar a mi perrito, tuve un viaje astral donde me abstuve por varias horas, aunque en el tiempo real solo había ocupado el tiempo entre el cambio de la luz roja en verde en el semáforo. Al anochecer de aquel día sentí unas manos que me ahorcaban y que me hundían en un vacío que yo había interpretado como la muerte. Dentro de mi desesperación clamé a Dios y a la energía superior. Le clamé que no me dejara morir, sentía que tenía que hacer otras cosas y resolver algunos problemas pendientes. Al amanecer de ese día mi perrito blanco había muerto. Creo que entendí el mensaje.
Cuando pasé esa crisis le pedí a mi madre que me cortara el cabello. Un amigo cirujano me reconstruyó las orejas y así, poco a poco, sentí que había nacido de nuevo.
Mi madre regresó a Italia a hacer su vida. Yo sentí que el dinero que se me había entregado debía dárselo a mi hermano. Y, así, sin nada, más que con un pantalón y una camisa emprendí un trayecto que me ha llevado por todo el mundo.
-No me estarás chamullando, Miguel.
-No, hermano Rodolfo, eso es lo que pasó y ahora estoy aquí y quiero compartir mis sueños contigo. Este es el “trabajo especial” que Dios padre me ha encomendado que haga contigo. Tengo una bolsa de dinero que quiero devolverte. Es el dinero que me diste aquella tarde más los buenos intereses devengados que se paga en un buen banco.
-No, por favor, Miguel, no me hagas eso. No podría recibirlo. El dinero que te di no fue un regalo ni un préstamo, fue el dinero que te merecías por haberme ayudado tanto tiempo.
-Mira, hermano Rodolfo, en realidad estoy de pasada, quiero decirte que el dinero es tuyo y si no lo quieres ahora, lo guardaré en una cuenta a tu nombre. Si algún día necesitas sólo tendrás que acercarte a una ventanilla.
-No, mi estimado Miguel. No me tientes.
-No te estoy tentando, hermano Rodolfo. Es lo justo.
-Entonces dejémoslo así.
-Está bien, está bien, hermano Rodolfo, pero la cuenta estará a tu nombre de todas formas.

Miguel se retiró amablemente, me dio un fuerte abrazo y así como apareció, intempestivamente, hace siete años, asimismo desapareció. Como cosa extraña, ese instante, dando agudos ladridos, apareció en la puerta de mi casa un perrito blanco. Miré el fondo de la calle por donde Miguel había partido, quizás para siempre, recogí al perrito que saltoneaba a mi alrededor, lo tomé en mis brazos casi como un hijo y cerré la puerta.
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

buena, ibarrón. yo sí me hubiera quedado con la bolsa de plata.

richie

Anónimo dijo...

Ese loco no es charly de quilca?


p.

Anónimo dijo...

Buena historia. La interrogante es si el loco Miguel era un ángel o un demonio que se apareció un día en tu vida.

Me recuerda a una historia que leí en Los Cónsules de Sodoma, creo que fue la del megalómano Roger Peyrefitte. La del perrito es una historia que aparece en varios textos védicos. De todas formas la recreas muy bien.

Huancaíno furioso

Alan Cipiran dijo...

AQUÍ FALTA ALGO….el encuentro con este Diógenes administrador de empresas, estuvo bien (aunque peligrosamente paulocoheliano, ja!) pero, me parecen pocas las pistas para entender o conmoverme con los cambios de dirección del “loco” Es decir, tú como personaje te puedes quedar totalmente en el limbo pero no le hagas esto al lector. No es necesario ser explícito, pero son demasiados eventos extravagantes que no termino de asimilarlo…. Posiblemente una deficiencia mía!