miércoles, 2 de diciembre de 2009

YBARRARIO: SOBRE GATOS Y MAULLIDOS I

(AUTOFICCIÓN)





Cierto día, después de haber sacado la basura para llevarla al colector, me encontré con unos gatos que estaban en pleno festín canibalizando a un animal (¿muerto?). Posiblemente algún auto habría atropellado al felino y había sido arrastrado por alguien o por algo, o quizás por los mismos mininos hasta ahí. Al principio me miraron, nada sorprendidos, y siguieron en lo suyo, metiendo diente a unas piltrafas que a las justas dejaban entrever que antes había sido un animal vivo, digitígrado y félido como ellos; sólo uno de los comensales (después me enteraría que era “una”) se me acercó temerariamente, olfateó de mala gana, hizo un ademán extraño como contrayendo la columna vertebral, a la vez que se erizaba, y regresó con sus compañeros. Debido a la escasa luz sólo pude divisar su cuerpo color marrón-anaranjado (eso parecía) con unas rayas atigradas y unos ojos verdes resplandecientes en la oscuridad.
Durante varios días la escena se repetía por igual, aunque no la canibalización, sino la departición informal de alimentos en el patio de entrada de la casa. Ya me estaba hartando de tener que salir con la escoba a recoger lo que quedaba de todo el pandemonio que hacían los gatos. Así que empecé a cambiar de horarios, ya no sacaba la basura por la noche, sino por la mañana; tenía que cuidarme de no sacarla después de 8 de la mañana porque sino me podría caer una multa, delicatesen tribulante de la angurrienta municipalidad, así que me levantaba temprano como a las 7 ó 7 y 30 am., miraba alrededor (no sé por qué el hecho de dejar una bolsa de basura en la calle me causa un sentimiento de culpabilidad y conmiseración) y dejaba mi bolsa de basura para que siguiera su natural proceso de reintegración de productos orgánicos; en otras palabras, que la mierda se reintegrara a la mierda, y nos diera, aunque sea por un momento, la profilaxis de la limpieza o alguna idea que nos remitiera a la higiene.
Una noche en que ya me había olvidado de los gatos techeros (total, su única presencia se debía a mis propios desechos y a que siempre había comida que botar: en casa sólo somos dos y generalmente compramos alimentos para llevar) apareció, sigiloso, el mismo gato que se me había acercado la noche pasada. Esta vez se portó de manera sociable, hasta empezó a ronronear y a rozar su lomo con mis pantalones. Me agaché a acariciar su cabeza plana de orejas puntiagudas y me despedí de él (como dije, todavía no sabía que era hembra). Entré a mi casa y cerré la puerta. “No estoy para gatos”, dije, y me fui a dormir.
Al día siguiente, casi a la misma hora, volvió a aparecer este extraño gato anaranjado, esta vez estaba acompañado de dos pequeños gatitos blancos con manchas negras (o negros con manchas blancas); eran tan indefensos que inspiraban protección y cierta ternura que pensé no estaba en capacidad de sentir, al menos, no, por un animal. Ahí me di cuenta que el gato era en realidad una mamá-gata. Entré a la cocina y les calenté un poco de leche fresca, les abrí unas latas de sardinas, unos paquetes de galleta, y dejé que comieran solos. No quería perturbarlos; además, mi filosofía sobre los animales pasa por la libertad de las especies y no por la esclavitud de las mascotas.
Al día siguiente, se volvió a repetir la escena, esta vez no les di galletas ya que las del día anterior no habían sido tocadas por los pequeños visitantes. Traté de “cumplir” con mi parte en esta coyuntura propiciada por la necesidad animal y el fino sentido de conservación de ciertos seres que viven en sociedad con el hombre. No quería comprometerme más con un animal extraño a mis costumbres y, encima, de hábitos caníbales.
Los días posteriores la visita se hacía más frecuente, a veces los encontraba en las mañanas, volvían por la tarde y reaparecían, como era natural para ellos, en las noches. Poco a poco los gatitos pequeños se fueron haciendo grandes, hasta que desaparecieron y no los volví a ver más. No sé si emigraron o desaparecieron en el tráfago de las calles. Entonces, y cuando ya daba por concluido el asunto, mamá-gata empezó a venir sola, a maullar en mi ventana y a rasgar con sus uñas corvas el dintel de la puerta. Al principio, trataba de arrojarle lo de siempre y la dejaba en el patio. Por cierto, siempre le dejaba la luz prendida y una taza con agua corriente para que supiera que algo me interesaba y que estaba dispuesto a comportarme como un buen samaritano, pero ahí nomás. No movería ningún dedo más. Eso creía.
Así, se fue acomodando, primero en la alfombra, remoloneando bajo mis pies, luego en las sillas o encima de algún periódico, hasta que finalmente aterrizó en el sofá, mejor dicho en una de las coderas del sofá desde donde divisaba toda la sala de libros y revistas, que siempre con desdén intento acomodar.
Poco a poco me di cuenta que a la gata le gustaba estar entre los libros, rozarse en las revistas y olfatear las hojas sueltas o los boletines, agendas, molesquines, etc.
Cierto día, un conocido escritor vino a visitarme, amablemente lo hice pasar, y cuando iba a tomar asiento en el sillón se encontró con la gata que tercamente no quería ceder el asiento a mi premiado amigo (había ganado recientemente varios trofeos locales de literatura y de eso íbamos a hablar). Hasta ese momento no me había dado cuenta de un detalle, y fue porque mi amigo me preguntó: “¿cómo se llama tu gato?”, le dije que no tenía nombre, que no me sentía con autoridad para motejarlo con un nombre, y que tampoco me consideraba su “dueño”. Este gato, o, perdón, esta gata, es libre e independiente; no soy su “dueño”, ni la considero mi “mascota” o algo parecido. Ella es una entidad responsable de sí misma.
Mi amigo me dijo que únicamente había preguntado por su nombre y que no cuestionaba mi posición con respecto a las “mascotas”. Sí, está bien, le dije; es que no se me había ocurrido que tuviera que ponerle algún nombre. ¿Tú qué opinas? Mi amigo tomó asiento, a la vez que la gata se arrimaba a un costado, y refirió que por una cuestión práctica debiera ponerle un nombre.
-Es que no se me ocurre nada ¡hombre!
-Que tal Bastet
-Como la diosa egipcia con cuerpo de mujer y cabeza de gato. No, pues, eso sería demasiado, y supondría cierto tipo de bestialismo, zoofilia…
-Y Michi?
-No seas prosaico, por favor.
-Y Muezza
-como la gata de Mahoma, no pues, no creo en eso de que los gatos también entren en el paraíso; ni siquiera creo en el paraíso, o en los extramuros y el erebo. Qué tal tontería.
-Solo sugiero, solo sugiero, Ybarrita. Qué tal chitara, baguira
-ya, ya…sabes cómo dice un gato cuando está enojado? Y esto lo leí en Calypso, capítulo IV del Ulises de Joyce:
"mkgnao", "mrkgnao", "mrkrgnao"...

En aquella conversa no llegamos a ningún acuerdo. La gata siguió llamándose “gata”. Esa noche despedí a mi amigo, convencido de que los escritores saben poco o nada del mundo animal. Los días se hicieron semanas y las semanas meses. No sé en qué momento me vi yendo a comprar atunes y comida envasada para gatos (esas galletitas de colores con olor a pescado que me causan alergias), ni en qué preciso instante me vi con una bolsa de pollo a la brasa humeante, pensando en que el cadáver de un ave, un exoesqueleto enmusculado (y conste que ahora soy vegetariano) quizás era del gusto de los gatos. A veces la gata desaparece durante semanas, y cuando ya creo necesario hacer unos cartelitos con mi dirección y mi teléfono buscando a “mi mascota” y pegarlos en todas las avenidas principales de Lima, pues, justo en ese momento, aparece la susodicha con sus ronroneos acicalándose entre los libros y maullando por comida y por, me cuesta decirlo, afecto; las necesarias caricias sobre su cabeza aplanada y su pelo hirsuto que se queda adherido en mi pantalón y en mi camisa, y en lo que los freudianos llaman sentimientos, subconsciente, el lado nebuloso de la memoria, los recuerdos, el presente y el pasado desde donde emerge inevitablemente un animal de uñas retráctiles, ojos grandes, pelaje alborotado, cola y maullidos; sobre todo, maullidos.
Agudos e imperceptibles maullidos.
(Los créditos de las fotos son de este SS)
.
.

16 comentarios:

Anahí Vásquez-de-Velasco Z. dijo...

No sabes cómo me he reído con la historia de tu gata. Un verdadero cague de risa, porque obviamente hay sentimientos de por medio. Es necesario leer este tipo de cosas de vez en cuando, escribirlas... yo lo necesito, si me la paso viendo todo tan seriamente y reclamando y mandando a... lo dejo ahí. Nos vemos... jajaja

Anónimo dijo...

FELICIDADES RODOLFO, YO TENGO UN PERRO BIEN JODIDO QUE SE LLAMA TAVO.

SALUDOS


ROBERT S.

Anónimo dijo...

FELICIDADES RODOLFO, YO TENGO UN PERRO BIEN JODIDO QUE SE LLAMA TAVO.

SALUDOS


ROBERT S.

RODOLFO YBARRA dijo...

Querida Anahi, la risa hace bien al espíritu, siempre y cuando no sea la risa de David Garrick, y se parezca --eso quisiéramos todos-- a la risa de Bergson.

Saludos

Alan Cipiran dijo...

Ideas de una primera impresión (¡mentira!)


1.- Definitivamente el gato (a) “es una entidad responsable de sí misma” pero la relación tuya con el animal (la gata. ja!) es de sumisión!

2.- Hubiera sido más divertido (¿?) que le hicieras saltar un ojo con un cortaplumas (porqué se me habrá ocurrido esto????)

3.- Joder! Para poner un puto nombre! Con cualquiera; no creo que la gata se haya visto violentada en sus derechos fundamentales, sintiendo la opresión que ejerce un poderoso sobre su ser, convirtiéndola en el instrumento de una explotación….bla bla bla bla….. ja ja ja ja


PD: No, ya en serio, estuvo bueno!!!

Anónimo dijo...

miau

g f

Anónimo dijo...

gua

v

giacomo dijo...

Ya pues, comandante brazo armado de la poesía, por qué no reconoces que la gatita esta conmovió todo el rollo cartesiano que te manejas. Divertido artículo de circunstancias que me ha dado más de un nombre para esos raros animales como son los gatos. Discrepo contigo nada más en cuanto a la idea de creer de que los gatos son mascotas. Nosotros más bien somos las mascotas de ellos. Abrazos.

Leo Zelada dijo...

Me ha encantado tu relato. Es el mejor que te he leído. A veces en la sencillez encuentra uno sus mejores textos.

Un abrazo desde Madrid.

Julio dijo...

Ya pes tío Rudolf, lo que acabas de describir es una historia de amor, no es casualidad que además sea gata, por ahí leí acerca de las cualidades felinas de las féminas, y creo que un famoso cardenal al no poder tener mujer se rodeaba de gatos, ya pes tío Rudolf, no creo que sea tu caso, o si?

Anónimo dijo...

Excelente maestro, aunque no puede negar que hay algo de bestialismo en todo esto... o no?

RODOLFO YBARRA dijo...

Gracias por los comentarios, Leo Zelada, Julio,Giacomo,Manso Cordero, Anahí y anónimos. Aunque tengo mucho que decir al respecto, prefiero reservar mi opinión para la segunda parte de esta historia.
Saludos a todos.

Anónimo dijo...

Que bueno el relato de la gata que te encontró. Concuerdo con lo que dice Zelada, en la supuesta sencillez del lenguaje se transmite ese "algo" que no es nada sencillo transmitir.
No sé, me ha dado la impresiíon que el relato se desarrolla en el centro de Lima, pero, en fin, existe harto canibalismo en los animales domesticados, yo he visto gallinas devorando ratones y canibalizando a las que morían, no necesariamente por cuestiones de supervivencia, pues estas gallinas eran bien alimentadas, ¨la carne llama a la carne" igaul que a el espíritu. Es interesante observar a los animales (sin ningùn afán empírico... just because)

Leí algo de la poesía de Stanley Vega, permite acceder y adentrarse en otra concepcióndelarealidad. Parece que (todavía) no ha reconocido su incapacidad para comunicarse, vale. No podría intentar analizar la poesía, sería hablar sobre un lenguaje con otro lenguaje, pero tú siendo poeta...
Esta bueno el poema de los chanchos de Zegarra.
"Slaves, let us not curse life"
Atte.
Teresa Vargas

Anónimo dijo...

En ningún momento de la lectura de tu cuento, se alejó de mi mente la idea de que Cortázar, impúdico felinólatra, hubiera leído con mucho placer esta relación que describes (“No escriba, describa”, es un conocido consejo literario de Unamuno) con la gata sin nombre. He observado que existe una tribu de anti-ybarristas “alianzados” por la idea de que tú no eres bueno en literatura. Yo creo que se equivocan y en todo caso apuesto y no pierdo a que entre ellos hay gente muy mala en literatura. A mí no me disgustas.
JOTABE POQUELIN

Anónimo dijo...

No te preocupes porque aunque quisieras nunca llegarías a ser el dueño de "Gata". Solo los perros tienen dueños. La relación entre gato y persona es mucho más interesante: estamos aquí para alimentarlos, acariciarlos, hablarles y en general admirar su belleza. Intelectual que se respeta tiene que tener por lo menos un gato dormitando entre sus libros o papeles.

Catlady

Anónimo dijo...

Genial!