x Rafael Inocente
A propósito del balance de la guerra interna, he terminado de leer —releer—dos magníficas novelas, en su hechura y artificio. Se trata de RETABLO y DÍAS DE FUEGO. Al igual que la magnífica RETABLO, de Julián Pérez Huarancca, DÍAS DE FUEGO comparte con aquella una visión épica del pueblo peruano, una perspectiva que ya no se lee en la narrativa reseñada en los diarios que confunden convenidamente los cuescos con sirenas. Comparto con ustedes algunas apreciaciones sobre DÍAS DE FUEGO. Pronto haré lo mismo sobre RETABLO.
DIAS DE FUEGO es una historia épica. Es la saga de un grupo de policías desde el momento en que ingresan a la escuela de subalternos, barrunto la que queda en Puente Piedra, hasta que uno a uno van cayendo en una vorágine de violencia planificada durante la época de la guerra subversiva.
El protagonista principal, Segundo Rentería (integrante de la fenecida Policía de Investigaciones del Perú, PIP, de triste recordación para los peruanos) conoce casualmente a una joven de llamativa nalgamenta en el día de visita. Ella es universitaria y trabaja en una fábrica textil. Él es un tombo tímido e inexperto (¿increíble, no?). Se enamoran y empiezan una relación apasionada en la que no obstan las ideas. Ambos viven y se aman en cuartitos alquilados en los suburbios de Lima. Son jóvenes, pobres, cholos, provincianos o hijos de provincianos y luchan por salir de la pobreza. Se aman no con ese erotismo de anaquel que prolifera en las revistas de papel couché, si no con esa sexualidad primaria, esencial, de los que deben sobrevivir a toda costa, pero también con la carnalidad trigueña de la gente sudada del pueblo que busca en la piel del otro el amor y el calor para seguir viviendo. Pero no todo es lo que parece. Un puñado de jóvenes senderistas se ha infiltrado sutilmente en la escuela de subalternos de la policía y ese es el nudo que desenvuelve Cueto al final de la novela narrada de manera lineal, aunque con saltos y raccontos, usando un lenguaje llano y fluido, sin pretensiones ni marrullerías.
Después del levantamiento de mayo del 68 y el surgimiento de la contestación política, ese hierofante llamado Pier Paolo Pasolini se enfrasca en una discusión con la izquierda italiana, que acaba con su expulsión tácita del Partido Comunista Italiano. La novela de Cueto me ha hecho recordar la defenestración ideológica a la que se sometió a ese mártir del desencanto, Pasolini, cuando en un debate con los comunistas italianos, lanzó a boca de jarro para referirse a los jóvenes izquierdistas que agitaban Europa por aquél entonces: “¿Acaso no entendían esos hijos de burgueses que estudiaban en la Sorbona, que los policías a los que apedreaban eran realmente más hijos del pueblo que ellos?
Porque si en un primer momento, el esbozo de los personajes policiales que hace Cueto en Días de Fuego me provocó rechazo, inmediatamente después he debido reconocer la pasión por lo humano y la honestidad literaria que animan a Fernando cuando narra la tragedia de los guardias y de los jóvenes senderistas enfrentados en una guerra a muerte, mientras los señores de la guerra comían caviar y malvaviscos, chupaban whisky y robaban miles de millones de dólares a un pueblo al que siguen envileciendo en fútbol y chismografía de ambiente.
Dicho esto, luego de haber disfrutado la placentera lectura de Días de Fuego, no puedo evitar un saborcillo amargo en la boca. Paso revista a los personajes más memorables: el suboficial Hindú y su hijo senderista quien frustra una prometedora carrera de médico (a propósito, era sanmarquino) y es despedazado en un atentado, el Furriel y sus ansias de superación personal, el odioso Retén y su impredecible impronta, el mismo Rentería, protagonista principal de la tragedia, la chica cantuteña y obrera textil cuyo senderismo fanático es revelado al final de la novela, la gélida mando senderista que recuerda claramente a la Iparraguirre, el suboficial Gallo y su prima (también sanmarquina) estudiante de sociología y subversiva, el Charapo, quien degolla a su prima embarazada enloquecido al volver de Ayacucho, el paria Chuto y su pareja, la inocente negra Yola, el lisiado fotógrafo de la policía Miguel Taype y la angelical virola que le asiste en su invalidez y amargura. En fin, personajes concebidos creo que desde el conocimiento vívido del cuerpo policial, una trama bien tejida y un lenguaje espontáneo y ameno, en pocos, muy contados párrafos, descuidado.
Pero insisto, el saborcillo amargo no se debe a la literatura. Si partimos de que la novela es un arte mestizo, omnívoro y proteico, de cuya verosimilitud depende en cierta medida la calidad de la misma, entonces la novela de Fernando Cueto pertenece por derecho propio a esa estirpe de novelas que narran la guerra interna como un enfrentamiento despiadado entre hijos del pueblo para quienes la muerte fue, es, tan sólo un accidente de trabajo. Entonces, no sería honesto si dejo de confesar que por instantes me he sentido tentado de arrojar la novela de Cueto por la aparente simpatía que demostraría por las fuerzas del orden, pero cómo hacerlo, sin caer en el maniqueísmo. Porque si bien es cierto que todos sabemos que las fuerzas represivas están preñadas de mandones corruptos y dóciles pero muy valientes para tirotear a nativos desarmados y de subalternos capaces de aguantar una mentada de madre por las dos lucas que le avienta el chofer de combi, también hay miembros honestos, pocos pero los hay, que obligados por la necesidad y atizados por la ignorancia se hicieron del deshonrado uniforme de milico.
Ni terrucos contra cachacos, ni la masa inocente manipulada por la terrucada maléfica, ni el individuo arrastrado por el totalitarismo, como bien quisieran los plumíferos criollos favorecidos por los medios de incomunicación masivos. Hoy que Europa se derrumba, que las fuerzas represivas apalean y disparan contra el pueblo levantado en la península helénica, y aquí, en el Perú, la policía se alista para reprimir en Pucalá e Islay a punta de bala y bombas, cabe recordar que la naturaleza represiva de las fuerzas del orden es la misma en el Perú, en Grecia o en la China. La novela de Fernando Cueto nos presenta a los protagonistas de la guerra interna como seres de carne y hueso, subversivos y defensores del orden establecido, no como si fueran los otros, completamente indiferentes entre sí mismos, sino como aquél pata del barrio que fue ganado por los grupos alzados en armas, el amigo de colegio que no veíamos hace años y que de pronto apareció carbonizado en una playa desierta, la antigua enamorada que murió cuando pasaba casualmente al explotar una bomba, el pícaro de la cuadra que ingresó a la escuela de subalternos de la policía. Días de Fuego plantea una dura interrogante a la sociedad peruana. Por eso y su calidad literaria sobrevivirá en el tiempo y a la mezquindad de la crítica obnubilada por las luces artificiales
DIAS DE FUEGO es una historia épica. Es la saga de un grupo de policías desde el momento en que ingresan a la escuela de subalternos, barrunto la que queda en Puente Piedra, hasta que uno a uno van cayendo en una vorágine de violencia planificada durante la época de la guerra subversiva.
El protagonista principal, Segundo Rentería (integrante de la fenecida Policía de Investigaciones del Perú, PIP, de triste recordación para los peruanos) conoce casualmente a una joven de llamativa nalgamenta en el día de visita. Ella es universitaria y trabaja en una fábrica textil. Él es un tombo tímido e inexperto (¿increíble, no?). Se enamoran y empiezan una relación apasionada en la que no obstan las ideas. Ambos viven y se aman en cuartitos alquilados en los suburbios de Lima. Son jóvenes, pobres, cholos, provincianos o hijos de provincianos y luchan por salir de la pobreza. Se aman no con ese erotismo de anaquel que prolifera en las revistas de papel couché, si no con esa sexualidad primaria, esencial, de los que deben sobrevivir a toda costa, pero también con la carnalidad trigueña de la gente sudada del pueblo que busca en la piel del otro el amor y el calor para seguir viviendo. Pero no todo es lo que parece. Un puñado de jóvenes senderistas se ha infiltrado sutilmente en la escuela de subalternos de la policía y ese es el nudo que desenvuelve Cueto al final de la novela narrada de manera lineal, aunque con saltos y raccontos, usando un lenguaje llano y fluido, sin pretensiones ni marrullerías.
Después del levantamiento de mayo del 68 y el surgimiento de la contestación política, ese hierofante llamado Pier Paolo Pasolini se enfrasca en una discusión con la izquierda italiana, que acaba con su expulsión tácita del Partido Comunista Italiano. La novela de Cueto me ha hecho recordar la defenestración ideológica a la que se sometió a ese mártir del desencanto, Pasolini, cuando en un debate con los comunistas italianos, lanzó a boca de jarro para referirse a los jóvenes izquierdistas que agitaban Europa por aquél entonces: “¿Acaso no entendían esos hijos de burgueses que estudiaban en la Sorbona, que los policías a los que apedreaban eran realmente más hijos del pueblo que ellos?
Porque si en un primer momento, el esbozo de los personajes policiales que hace Cueto en Días de Fuego me provocó rechazo, inmediatamente después he debido reconocer la pasión por lo humano y la honestidad literaria que animan a Fernando cuando narra la tragedia de los guardias y de los jóvenes senderistas enfrentados en una guerra a muerte, mientras los señores de la guerra comían caviar y malvaviscos, chupaban whisky y robaban miles de millones de dólares a un pueblo al que siguen envileciendo en fútbol y chismografía de ambiente.
Dicho esto, luego de haber disfrutado la placentera lectura de Días de Fuego, no puedo evitar un saborcillo amargo en la boca. Paso revista a los personajes más memorables: el suboficial Hindú y su hijo senderista quien frustra una prometedora carrera de médico (a propósito, era sanmarquino) y es despedazado en un atentado, el Furriel y sus ansias de superación personal, el odioso Retén y su impredecible impronta, el mismo Rentería, protagonista principal de la tragedia, la chica cantuteña y obrera textil cuyo senderismo fanático es revelado al final de la novela, la gélida mando senderista que recuerda claramente a la Iparraguirre, el suboficial Gallo y su prima (también sanmarquina) estudiante de sociología y subversiva, el Charapo, quien degolla a su prima embarazada enloquecido al volver de Ayacucho, el paria Chuto y su pareja, la inocente negra Yola, el lisiado fotógrafo de la policía Miguel Taype y la angelical virola que le asiste en su invalidez y amargura. En fin, personajes concebidos creo que desde el conocimiento vívido del cuerpo policial, una trama bien tejida y un lenguaje espontáneo y ameno, en pocos, muy contados párrafos, descuidado.
Pero insisto, el saborcillo amargo no se debe a la literatura. Si partimos de que la novela es un arte mestizo, omnívoro y proteico, de cuya verosimilitud depende en cierta medida la calidad de la misma, entonces la novela de Fernando Cueto pertenece por derecho propio a esa estirpe de novelas que narran la guerra interna como un enfrentamiento despiadado entre hijos del pueblo para quienes la muerte fue, es, tan sólo un accidente de trabajo. Entonces, no sería honesto si dejo de confesar que por instantes me he sentido tentado de arrojar la novela de Cueto por la aparente simpatía que demostraría por las fuerzas del orden, pero cómo hacerlo, sin caer en el maniqueísmo. Porque si bien es cierto que todos sabemos que las fuerzas represivas están preñadas de mandones corruptos y dóciles pero muy valientes para tirotear a nativos desarmados y de subalternos capaces de aguantar una mentada de madre por las dos lucas que le avienta el chofer de combi, también hay miembros honestos, pocos pero los hay, que obligados por la necesidad y atizados por la ignorancia se hicieron del deshonrado uniforme de milico.
Ni terrucos contra cachacos, ni la masa inocente manipulada por la terrucada maléfica, ni el individuo arrastrado por el totalitarismo, como bien quisieran los plumíferos criollos favorecidos por los medios de incomunicación masivos. Hoy que Europa se derrumba, que las fuerzas represivas apalean y disparan contra el pueblo levantado en la península helénica, y aquí, en el Perú, la policía se alista para reprimir en Pucalá e Islay a punta de bala y bombas, cabe recordar que la naturaleza represiva de las fuerzas del orden es la misma en el Perú, en Grecia o en la China. La novela de Fernando Cueto nos presenta a los protagonistas de la guerra interna como seres de carne y hueso, subversivos y defensores del orden establecido, no como si fueran los otros, completamente indiferentes entre sí mismos, sino como aquél pata del barrio que fue ganado por los grupos alzados en armas, el amigo de colegio que no veíamos hace años y que de pronto apareció carbonizado en una playa desierta, la antigua enamorada que murió cuando pasaba casualmente al explotar una bomba, el pícaro de la cuadra que ingresó a la escuela de subalternos de la policía. Días de Fuego plantea una dura interrogante a la sociedad peruana. Por eso y su calidad literaria sobrevivirá en el tiempo y a la mezquindad de la crítica obnubilada por las luces artificiales
2 comentarios:
Saludos, Rodolfo:
¿Dónde puedo encontrar la novela? Por lo que escribes se ve -de lejos- mucho mejor que las conocidísimas La hora azul, Abril rojo, Radio ciudad perdida, y otras por ahí.
Atte, Jesus Jara.
Hay quienes consideran novelas logradas de esa época a las siguientes:
Generación Coche Bomba
Radio Ciudad Perdida
La Ciudad de los Culpables
Días de Fuego
E.R.
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