Hace un tiempo se presentó El Estereoscopio 500, un texto polivalente cuya estructura y lenguaje se apoya en las psicopatías. Aquella noche de la presentación en la Feria del Libro, Rafael Inocente leyó el siguiente texto, lo comparto con ustedes:
Una pesadilla bio-social: Crónico Ido
Buenas tardes. Si un sabor me ha quedado en la boca después de leer Estereoscopio 500 ese es el de la amargura, el desencanto vital y el dolor en que puede convertirse la existencia del ser humano alienado, prisionero en un asilo psiquiátrico o como he preferido verlo yo, un zoológico infecto repleto de edificios y carros viejos y chóferes enloquecidos que manejan borrachos y matan impunemente. Todo el aparato retórico, el lenguaje y la técnica literaria de la que hace gala Rodolfo Ybarra en este libro, palidecen frente al drama humano del protagonista de este híbrido llamado Estereoscopio 500. En este ejercicio poético, monumental por sí mismo y por el talento que despliega Ybarra en su hechura, la celebración de la vida es lo que menos se respira. Hay un lugar común cuando uno pretende descubrir la relación entre literatura y locura: el poeta es siempre visto como más o menos loco y el loco siempre un poco poeta. Quienes hemos tocado de cerca la locura, nos preguntamos si en medio del terrible sufrimiento físico de los manicomios, hay un loco capaz de componer una obra literaria.
Esta es la historia de un loco encerrado en un frenopático, un loco sublevado contra la realidad que no sólo no recibe visitas, si no que no las acepta, porque tiene muchas personas en su cabeza que discuten y se embrollan, que prácticamente le bastan para soportar su soledad, un loco cuya tristeza vitaminizada por la soledad, pugna por salir a flote aunque sea por medio de un diario cuyas páginas, teñidas de dolor, muerte, sufrimiento, desolación e infelicidad perpetuas, hacen de él un crónico ido, como él se autodenomina, es decir un sujeto permanentemente ausente, abstraído, alienado, delirante, insano y extranjero en su propio cuerpo, en su familia, su medio social, en su propio país (Abdica de tu país, oprimido u opresor. Firma el acta por la cual cedes el noventa y nueve por ciento de tu cuerpo y te reservas un tenue ojo para aprehender lo que está silenciado….), pero un loco que tiene una verdad que enrostrarnos sin asco, una verdad invertida, negativa de nuestro lenguaje de la razón, un loco que la ciencia (sic) médica biologiza y por tanto medicaliza y que ya no da miedo ni asusta, si no que solamente exige ser curado y tratado con drogas todavía en prueba.
Crónico Ido, nombre y apellido del protagonista de esta saga de dolor y amargura, es un loco terriblemente lúcido. Pero como quiera que esta lucidez no afinca en la realidad, no le conduce a la acción, si no al nihilismo y el agnosticismo (los paganos no entienden la felicidad del que se hace pagano, los creyentes de siempre tampoco entienden al converso, pero qué hay de los que se quedan en mitad del camino, qué de los que cruzando el río se detienen en mitad del puente para observar estas dos orillas que se reflejan en sus costados, qué de los que se han quedado suspendidos entre dos tierras, entre dos aguas o entre dos aires. Simplemente la nada, el vacío del éter, la memoria en blanco como un papel bond) y en caso extremo, a la autoagresión consciente (Había una vez un ser que se arañaba el rostro…se mordía los dedos frenéticamente… este ataque a sí mismo representaba una antigua venganza sobre su niñez autista, sobre su silenciosa existencia de larva intestinal que se niega a la purga. Ahí radicaba todo el meollo de su demencia).
Crónico Ido es un loco penetrante que detesta a los médicos, les engaña y les birla los medicamentos, porque quiere escapar del manicomio y de las pepas, pero en esta metáfora de Ybarra, sospecho que el frenopático no tiene paredes ni rejas, por tanto resulta inútil escapar, y es más bien una sociedad enferma la que aprisiona al lúcido (los fósforos son humanos con cabeza de fuego, seres mitológicos capaces del embrujo, generalmente habitan un lugar cerrado llamado caja, caja de fósforos, cuartos de torturas…y podemos afirmar categóricamente que ésta es una necrópolis, una ciudad muerta con gente muerta y aburrida de su destino, gente aburrida de aburrirse, una ciudad muerta con cadáveres descompuestos y descubriéndose a sí mismos); este loco lúcido es conducido lenta e inexorablemente a la soledad y el autoexilio, el aburrimiento y la blasfemia e incluso a la autoagresión física, como expresión de su rechazo a una realidad abyecta que él en algún momento quiere atribuir a antepasados infames (Amanecer con los días contados, con el rostro contrahecho y las ganas de seguir durmiendo por el resto de tiempo que nos queda. Amanecer con el día partido en dos por el hacha del desgano y la falta de iridiscencia u objetivos…).
Pero, este loco, cautivo y soliloquiante, ¿es acaso expresión individual, biológica netamente?¿o es el reflejo en la existencia individual, pero también social, de un malestar antiguo, de las condiciones de vida en medio de la crisis de todo en la era del festín capitalista? Más allá de la musicalidad —pero una musicalidad barroca y oscura— y el ritmo presentes en Estereoscopio 500, afirmo que es imposible leer este libro de un tirón. Hay tanto dolor, tanta rabia, frustración y angustia, pero además un pesimismo lúcido tan insoportable que apenas se puede avanzar con el texto jadeando, por tramos, trabajosamente superados, porque la sensación de sequedad en la boca y el vacío del sinsentido de la vida de Crónico Ido, resultan insoportables.
Ybarra no es un poeta social ni un poeta puro, esa vieja e inútil dicotomía que a poco conduce. Transita con la misma fluidez del hermetismo más cerrado (Polidipsia de sangre fosforescente. Nosofobia de enfermedades inexistentes o triscaidecafobia de los trece microbios sembrados) a la oratoria más clásica, con un lenguaje preñado de escatología e impudicia: Hoy he defecado y la caca no ha salido redonda, ni cuadrada, ni rectángula, me preocupa su forma pentagonal con cinco aristas que destellan burbujas… Mis excrementos aquí embarrados en la página, cual lienzo copróleo, infestado por mis residuos malignos configuran un hombre fecalito, irreconocible, insignificante… Mi desgracia es la desgracia de todos. Pertenezco a los millones que caminan vendados, rumbo a su final. Y sin embargo, nadie se reconoce en mí. Soy espejo que refleja su nada. Soy el vacío que espera ser llenado como recipiente de líquidos mitológicos u orines…Oh dios, que todo lo soportas porque no existes o yaces muerto creciendo en el pecho de los recuerdos…toma de mí estas vísceras machacadas, estos huesos convertidos en glutamato de sodio, estos cabellos achicharrados, esta lengua sacada de cuajo que osa contar desde el suelo toda su verdad, toda su cotidianeidad de sufrimiento dosificado para no aprovecharnos de nuestros breviarios de lucidez, porque toda lucidez es un foco con tiempo de duración y vencimiento, un foco que de tanto brillar sólo trajo oscuridad…
Pero este loco cuerdo no ha nacido por generación espontánea, de la nada. Tiene a quien deberse.
Siempre he pensado que existe un inconsciente psico histórico que para bien o para mal (des) estructura a las ciudades. Y sólo una ciudad enloquecida y perversa como Lima pudo haber engendrado a Crónico Ido. La ruptura del equilibrio biológico-emocional producida por la violación histórico-social que nos dio origen como pueblo y como individuos ha causado una pérdida del sentido de la función en el conjunto de la cultura a la que pertenece la ciudad misma. Me explico: Lima es ya una megaurbe en la que malviven casi 10 millones de seres humanos procedentes de todo el Perú, pero fundamentalmente de la sierra. Lima se define por la migración. Los migrantes y sus descendientes han —hemos— configurado una ciudad que a la vez nos devuelve tramposamente el vuelto. Traemos un back ground ancestral, memes y genes se entremezclan caóticamente en una polis que hace mortal metástasis en un medio preñado de carencias y una infraestructura bastardeada—asentamientos humanos miserables, pistas irakíes repletas de basura, parques devastados, servicios de agua, desagûe y telefonía colapsados, parque automotor viejo y monstruosamente tóxico, chóferes de combi asesinos, taxistas asaltantes, policías corruptos, barristas bravos, cocineros sabelotodo y pandillaje pernicioso, barrios rodhesianos como Chacarilla o Asia, todo configura el caos—un caos sostenido por una estructura política centralista y corrupta en todos sus estamentos, desde el tombo que te pide coima porque no le gustó tu cara hasta el presidente de la república que participa solapa en negociados de gas y petróleo con empresas mafiosas.
El hombre que crece en estas ciudades está confundido, pervertido y corrompido. Es un hombre que carece de espiritualidad y que respira de manera inconsciente: ergo, no es dueño de su voluntad ni de sus acciones, las que son manejadas por quienes poseen los mass media. Estas ciudades se han vuelto entonces ciudades confundidas. ¿Cuál es la psique que configura esta polis? ¿Cuál es el mundo psíquico, o mejor submundo psíquico del habitante de estas ciudades confundidas? ¿No se les ha ocurrido relacionar esta atrofia espiritual, esta psicología alienada, con la terrible cifra de accidentes de tránsito que ocurren a diario en Lima o con la anomia de los neolimeños frente al abuso y la corrupción generalizados en el país? Veamos rápidamente los últimos sucesos-cortina de humo difundidos por las cloacas periodísticas: Presidente agrede a joven, presidente del poder judicial atiza la bronca y anima a agarrarlo a puñetazos, presidente inventa sainete y miente al país, marica borracho atropella, sin soat ni brevete, a peatón y no le pasa nada, qué poder judicial es capaz de encubrir semejante barbarie, qué oscura francmasonería homosexual protege a un sujeto como el tal Cacho, es que tanto ganan con él los dueños de los canales televisivos, ¿y la respuesta del pueblo? ¿Cuál es la respuesta de ese pueblo que ha dado origen a Crónico Ido? Nos gustan las cortinas de humo, porque mientras todo esto sucede, se cargan el país en vilo y nuestras riquezas naturales siguen siendo rematadas como hacen quinientos años. Ybarra ausculta esta ciudad muerta con cadáveres descompuestos a través de un potente estereoscopio, su propio cerebro, con el cual desentraña los pliegues, fallas y profundidades de un individuo enloquecido por una polis pervertida y nos entrega este lúcido ejercicio tridimensional de la locura, esta humana estereoscopia, sospecho que a costa incluso de su propia salud mental y física (Cose este cerebro, crónico ido, cóselo con tu aguja de arriero y ciérrame los botones de la náusea).
En todas las grandes culturas cada ciudad formaba parte de una red de polis. Cada una tenía en el entramado de urbes una misión material específica (política, social, productiva, militar) y también espiritual. Cuando el tejido hace necropsia, las ciudades se pudren y la cultura y los individuos generados en ellas enloquecen y caen en el vacío y tienen que hacerse solos, porque en el vacío se hacen los verdaderos hombres, aquellos que pueden dominar con la mirada sin que nadie les arranque los ojos. Estos individuos no saben cuál es su origen, no saben —o fingen no saber— quién es su padre ni quién es su madre y se hunden en la tristeza profunda del que ha sido obligado a olvidar.
No es casual que la identidad genérica de Lima sea femenina, malvadamente femenina, como lo evidencia su música, arte, letras y comida. Lima es una ciudad-mujer-joven y facilona, veleta y aficionada a aderezar potajes rijosos, una mujer adolorida capaz de engendrar a un Crónico Ido y abandonarlo a su suerte, una mujer que desprecia a su madre y no sabe quién es su padre. Su madre fue abusada primero por un español borracho y analfabeto, luego por un inglés flemático y enfermizo y ahora malvive con un norteamericano pederasta y cocainómano. Por eso Lima mira atolondrada cual putita barata a la ciudad-cortesana Miami, pero no vuelve la vista a las ciudades del interior, que es de donde viene el cambio. Lima, al igual que las mestizas de las primeras épocas, creció y se desarrolló para recibir a los invasores entre sus piernas. Ya lo dijo alguien: sierra macho, costa hembra, selva madre. Lima asesina a la selva, la degrada sin piedad, envenena sus ríos y contamina sus bosques con petróleo y agua salada y luego la manda a tirotear impunemente. Lima hembra desprecia a su madre, la llama despectivamente india y cuando una hija desprecia a su madre, no bebe de ella, carece de fuerza interna y está condenada a repetir su destino. Lima desconoce al padre, a las ciudades del interior, la cultura prehispánica, y se refugia en la narcosis de las drogas, abortando o abandonando a sus hijos, porque es una mujer que no otorga ternura a su niño y lo abofetea y le zurra las nalgas y lo mantiene sangrante en este cuarto de hora que dura la autoincrepación.
Pese a las migraciones masivas, las polis del Perú profundo siguen en el olvido. Lima, y el Perú, prefieren al padrastro que la desprecia y tiraniza. Históricamente, su origen está relacionado con el servilismo y la funcionalidad para fines de los invasores: poderes públicos, centralismo político, militar y religioso; jerarquías sociales, narcotráfico y prostitución, todo sigue revuelto y reconcentrado en Lima, una ciudad hemipléjica capaz de encerrar en un manicomio a quien ose decirle su verdad en la cara, una ciudad cobarde y deshonesta a la que hay que recordar cuánto vale el kilo de dolor en los mercados de la ignominia, porque es una ciudad que nació como estaba predicho en un día oscuro con fuertes vientos que vendrán del oeste. Nadie ayudará a la gestante, sola tendrá que enfrentar su precaria condición, luchará contra su propio engendro, lo cogerá por los occipitales hasta descabezarlo, luego irá arrancando uno por uno los miembros superiores e inferiores, luego con una lezna o cuchara alumínica limpiará los restos no extraídos. El legrado dará a luz al ser que esto escribe.
El desequilibrio biológico-emocional del que habló Antonio Díaz Martínez en Ayacucho, hambre y esperanza, ha hecho que nuestra psiquis histórica pierda el rumbo y que la megapolis llamada Lima, sea ahora variante de una mujer desdichada y adolorida (¿Qué hay más allá de este dolor de mujer embarazada, de viejo canceroso, de recién nacido malformado, de ser que se consume como vela misionera? Recibe mi epístola como quien recibe su primer sueldo de su trabajo a destajo), esta mujer enloquecida que busca en la narcolepsia de la cocaína la fuerza masculina que no tiene. No es casual que sea en las clases dominantes en donde se encuentre el mayor porcentaje de varones cocainómanos (desprecian a la madre, no tienen la fuerza masculina del padre) y que tanto en Lima como el Callao —en general la costa peruana— se haya elegido al varón más inseguro de su masculinidad que hemos tenido en la presidencia en las últimas décadas: un gigoló inescrupuloso y cobarde que no duda en hacerse de las mujeres de sus correligionarios, que se presenta en la televisión como padre ejemplar, obligando a la mujer oficial a aparecer junto al hijo habido en otra y luego ordena tirotear a todo un pueblo en la selva: pura fanfarronería fascista rayana en la histeria para suplir la auténtica fuerza masculina de la que carece. Por eso la militarización, las dosis extremas de violencia masculina/cobardía expresadas en las drogas fuertes, el american way of life de las series familiares de Yankilandia. En este contexto, como prosa Ybarra, en este mundo de cobardes, quien se atreve no es valiente si no orate, como han intentado calificar al reservista Gálvez León que le gritó co-rrup-to al corrupto. Esta es la palabra del deslenguado… Prendan sus receptores abismáticos. Canten Radio Agonía, la única radio que dice la verdad y no se arrepiente, la única radio con frecuencia modulada para cualquier geografía o humana condición. Esta es Radio Agonía con la palabra del deslenguado, la palabra muda como una h que toma cuerpo al lado de la vocal. Radio Agonía transmitiendo desde la clandestinidad, desde algún lugar de esta geografía inhóspita que llaman Cuerpo.
La lectura de Estereoscopio 500 me ha recordado al Cioran de Breviario de Podredumbre. Y ha sido por la agonía y el pesimismo del que ha tomado conciencia de que la razón puede resultar mortal para el humano libre (¿Es cierto que la razón sirve para avanzar?¿Cuán cierto hay en lo racional de los hombres?¿Cuánta verdad se oculta detrás de las mentiras con que empiezan los días?). La amargura y desesperación de los aforismos que inserta Ybarra en Estereoscopio 500 resulta modulada por la ironía en muy contadas ocasiones, porque las confesiones sencillamente carecen de parodia y este libro es, creo, aparte de todo, un confesionario. Por eso, insisto, no es recomendable leer este libro de un tirón, porque además de ser imposible, se requiere de un ambiente favorable. Un ambiente nocturno y de preferencia en momentos de felicidad y regocijo, porque es justo en esos momentos cuando se necesita que una simple afirmación nos haga caer en cuenta que ser feliz en un país como el Perú resulta todavía miserable. Una afirmación, un aforismo, es un pensamiento instantáneo, que aún cuando carezca de verdad, si puede contener algo de futuro… como cuando Ybarra afirma que a un loco no le puedes confiar la espalda, tienes que dispararle a quemarropa... Para luego afirmar que en la locura sólo caben dos cosas: sufrimiento y más sufrimiento, todo intento por reformular estas premisas sólo cae en la falacia filosofastra. Un pensamiento afirma un hecho y diez páginas después otro niega la afirmación anterior. Es que, a pesar suyo, Ybarra no pretende ofrecer absolutos, si no lanzar esos aforismos cual bofetadas de un filósofo delirante, por ejemplo: Eres lo que parece ser o no eres nada… Y seguirás siendo la misma mierda que se revuelve en algún lugar del intestino grueso, la misma piedra que rueda en el precipicio y que no toca fondo porque el fondo no es otro que la dura piedra, la dureza de tus labios que no se atreven a pronunciar los discursos despóticos de tu designio fraguado…
El ritmo atrozmente fisiológico de la escritura de Ybarra queda concretizado en este libro. Sin mentiras, entrega su vida al público, gracias a su falta de pudor, mediante un universo simbólico hecho de palabras, una poesía preñada de metástasis. En qué medida se ha inventado esa vida de Crónico Ido, no lo sabemos y quizá no lo sepamos nunca, pero conociendo al autor, sabiendo su grado de incivilización en el mejor sentido del término, dudo que haya tenido que inventarse una vida para alumbrar al monstruo que nos entrega.
Con Estereoscopio 500 Ybarra acomete una empresa titánica. La historia de un individuo enloquecido por una ciudad enferma es no solamente la historia de ese individuo, porque un poeta si realmente es grande, cuando dice uno dice todos, cuando dice yo, está diciendo nosotros y Crónico Ido trasciende al orate medicalizado por la ciencia y excluido de la fiesta. Crónico Ido expresa con terrible lucidez, apasionada, intuitiva pero también racional y onírica las raíces del dolor del hombre moderno en las ciudades-zoológico. Trasciende por eso al individuo, pues la naturaleza de ese dolor y ese desgarramiento es social. Por eso creo que a pesar de que esta ciudad deshonesta, cobarde y malvada segregue a los Crónicos Idos de sus celebraciones y premios, los encierre en cárceles o frenopáticos, los eche de sus trabajos o los suicide temprana o tardíamente, este universo simbólico hecho de palabras a manera del diario de un loco expresa e implica a la comunidad en la que ese loco ha nacido y crecido hasta madurar su locura.
Bien, como ya he hablado demasiado y como, a pesar de todo, soy de quienes piensan que es menos importante el comentario que precede o sucede a la obra que la propia obra, les animo a darse el gusto (o disgusto según sea el caso) de leer Estereoscopio 500, con estas palabras del autor, No soy de plástico. Soy más bien un animal que se alimenta descerebrando a los farsantes del sistema, soy el loquito o mejor el que se hace el loco habiendo perdido todo sentido de la realidad…
Rafael Inocente
Octubre 2010
11 comentarios:
habrá que leerlo. dónde se puede conseguir?
Carson
Dicen que semejante librazo de 700 páginas no ha podido ser reseñado porque nadie lee tanto en el Perú...
Sigue así buen Ybarra, estamos en el otro lado de la vereda y hay que seguir así. Salute para mi causa Inocente...
DONDE CONSIGO ESTE LIBRO?????????
donde donde donde
Lo pueden encontrar en Librería Inestable de Miraflores.
Estuve en la presentación del libro y me consta que por lo menos ese día se acabaron los veinte ejemplares que llevó el autor, se además que el tiraje fue ínfimo.
Con esa reseña, de verdad que me dan ganas de leer ese libro, porque estuve leyendo el mamotreto Bombardero, un auténtico bluf, no pasas de las quince primeras hojas y te das cuenta de la falsedad del autor en su estilo, su propuesta y su lenguaje.
Rubén Genizaro
Ese análisis de Inocente, es lacaniano?
Lima es una ciudad mujer joven y facilona que adereza potajes rijosos...
Me recuerda a un argentino que a cada país de Latinoamérica lo feminiza y le pone edad y caracterización.
Excelente reseña, siempre en el estilo de Rafael Inocente, inconfundible y sin temor a nada.
Marita T.
Rafael Inocente lacaniano? Sin ofender, yo creía que era más kantiano estalinista.
No veo estalinismo por ningún lado en ese análisis, sin demonizar a Stalin por supuesto.
Me dieron ganas de leer ese libro de Ybarrón.
Ybarrex para las fans adolescentes.
Titec
amo estas joyas
capote
Saludos al vampiro Gonzalo Portals, editor del Lamparero alucinado.
Jorge RC
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