Aguas oscuras del sueño (AOS) es el
segundo poemario de Joe Montesinos Illesca, posterior al Guardián de acantilados (2010). En esta ocasión, el autor nos
traslada al Leteo de la poesía, ese oscuro mar que esperan cruzar los vates
para salvar su voz o su palabra; pero no es el final del camino donde aguarda
la salvación, sino el trayecto, la ruta, en los que la incertidumbre filosófica
nos va entregando los detalles de esta gesta que es también, de alguna manera,
la escritura de este libro y la expiación del logos griego o el verbum
romano: “El lobo ha perdido el pelaje/el cielo es una calavera risueña/el mar
se abre de nuevo y salva a los niños/cuántos dedos bajo la tierra se
acarician/cuánta araña enrolla cabezas/cuánto bastón queda solo/cuanta calambre
en el óleo que los cisnes/se han petrificado en la garganta/que esta voz
anuncia” (pág. 17).
En AOS
hay un itinerario por cumplir tras atravesar el-mar-que-es-el-sufrir y, luego
de las penitencias y los naufragios, se arriba a tierra firme, pero en ella la
estabilidad es un albur; por ello se presenta la imagen de la isla, un lugar de
descanso en el derrotero de tormentas y una metáfora de la fragilidad y los abismos
que aguardan a la vida o a los que andan en el limbo: “Enlazas el canto a la
isla/y el pez te lanza las espinas/de niño perdiste los dientes y te culparon
por brujo/tienes la edad del fuego/viajas de gota en gota/congelas chubascos/contemplas
corazones agusanados” (pág. 28).
Luego
vendrán los destierros voluntarios o involuntarios, donde los “paisajes
nocturnos” son el clochard que
paralogiza mientras se pregunta: “¿Qué hay en mi cuerpo cuando duerme y se
asfixia en la tierra si mi mano es una rama que se enreda a los manglares y por
qué al árbol nadie le da un sombrero?” o “el caracol que se retuerce en su
espuma” y del cual brota una aseveración como un latigazo: “mi deseo de ser
escritor es como un puercoespín”, o el fantástico “jinete de hipocampos”: “Pero
acaso el río se ha dado la vuelta al final del camino y me ha dejado sin
sombrero, sin piel, sin manzana, sin violín, sin memoria; pero aún tengo un
mapa agujereado, una pecera de medusas, fantasmas danzando en los ojos, espuma
de acuarela, una cítara, crustáceos compañeros, cabeza de gaviota y un jinete
de hipocampos” (pág. 58).
Es
meritorio este esfuerzo por retomar a la poesía mística, la que se alimenta de
mitos y leyendas o concepciones del mundo cuando ya las teorías amenazan con
extinguirse, la filosofía se convierte en especulación pura y la historia se
devora a sí misma, quizás porque nadie se ha puesto de acuerdo en que el hombre
es en tanto produce belleza y se
cuestiona su raison d'etre, todo bajo
la regencia de lo efímero, lo pasajero, la estela inevitable de la muerte y
donde se escribe con la idea de estar palpando la vida, de estar sintiendo que se vive: “Ánimo cadáver/deja
tu barba evaporarse en la niebla/suelta la manzana y ven a navegar a los
ríos/cruza el monte y besa la tierra/cuídate de la tormenta y de la luna/silba
y abre los ojos calavera/échate tiernamente en la hoguera/porque allí el mundo
abrirá al fin su boca/y vomitará las angustias, los salmos,/dirás moribundo,/qué
hermosa es la vida/y este árbol de cierzo/ya no respira/solo tiene zapatos
viejos/cantimplora vacía/y la cara de un poeta” (pág. 23).
Finalmente,
es necesario resaltar que las AOS son todas las elucubraciones oníricas de un
espíritu errante que se metamorfosea en barquero (¿Aqueronte?), en pasajero,
atrevido argonauta, o en testigo de sus propios pasos, cual desterrado al que
se le entrega una ostra para que pueda sobrevivir en el desierto y ¿acaso el
mar, en su majestuosa inmensidad, no es una forma de desierto? (“Ánimo cadáver/deja
tu barba evaporarse en la niebla/suelta la manzana y ven a navegar a los ríos”);
lar en el que el adalid lucha por no ahogarse, por mantener la respiración y la
pulsión del verso, y por dejar en claro que el poeta se hace cargo de su
destino, ya sea con conocimiento, ensueño o pensamiento, casi como un monólogo
interior o palabras que se dicen para sí mismo, pero que, al decirlas, también
encuentran eco y permanecen a flote, inmarcesibles, como una botella lanzada al
mar.
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