LA FERIA DEL LIBRO O EL CIRCO DE LA MISERIA

(BAJO EL AUSPICIO, PATROCINIO Y PADRINAZGO DEL DIARIO "CORREO")

1.-A mediados de los ochentas todavía existían los libreros de la avenida Grau, los que después de larga batalla fueron desalojados y reubicados en el “Campo ferial Amazonas”. Por aquella época, para muchos, comprar libros no era un acto de pasarela o la proyección de un acto snob, era simplemente una necesidad o curiosidad espiritual, una compulsión por conocer los secretos que aguardaban detrás de un texto no leído.
Si para Bertrand Rusell había dos motivos para leer un libro (uno el disfrutar con él; el otro para jactarse de ello) todo se veía abolido por una necesidad biológica, un acto de fe que se hacía hipostático al comprar libros (conocer-aprender-aceptar nuestra incapacidad por conocerlo todo, etc., etc.,). Y en aquel lar en medio de la avenida Grau nos conocíamos todos los compradores: los que iban por libros de filosofía, los que sólo compraban libros de medicina, química, botánica; los que adquirían libros de literatura, poesía, narrativa; los omnívoros lectovoraces que leían de todo y que andaban con grandes sacos y costales. Quizás ellos eran los verdaderos guardianes de esa adicción libresca que no tenía forma de saciarse, y con los cuales, escapándome de la universidad, pasaba horas de horas intercambiando datos, referencias, anécdotas necesarias y también libros.
Los tiempos pasaron para peor, los libreros se hicieron marginales (en realidad nunca se formalizaron), el mal del siglo llamado neoliberalismo se instaló a viva fuerza en nuestras vidas y, por extensión, en los negocios de los libros. Ahora las grandes editoriales y las librerías capitalizadas en la avaricia habían sabido encontrar el “mejor” sinónimo de un libro: mercancía.
Las ferias del libro se encargaron de convertir en circo un acto noble como era vender un libro y doble acto noble como era comprar un texto.

2.-Desde hace unos años las ferias de libros que se realizan en nuestra capital han querido reemplazar, de alguna forma, la fenecida “Feria del Hogar” de la avenida La Marina; entonces recurren a estrategias verdaderamente vergonzantes: invitan a artistas de mala muerte, valoran más a personajes mediáticos, símbolos de la estupidez, la medianía y el corifeo de bochinches; cobran entrada –dizque simbólica– y regalan “premios” mismo concurso de gincanas, ofrecen espectáculos decadentes y se vanaglorian invitando a personajes que no representan a nadie –quizás a la soberbia supina y a la falta de cacumen– y cuyos mensajes son obvios o carecen de autenticidad. Eso sin contar a los escritores mediocres y sin ética que son invitados en manada a hacer el ridículo (siempre hay buenos escritores que se filtran en estos eventos, pero no son la mayoría). Pareciera que el espíritu de las ferias de libro radica en el espectáculo, el divertimento y el cebo natural de la estupidez crematística: comprar libros como comprar alhajas u objetos para el decoro personal o para el sobaco lector, pero que no tienen ninguna inferencia en el mundo interno, en el conocimiento, el aprendizaje y los aportes que un verdadero libro puede ofrecer.


3.-Esta última Feria del Libro es una vergüenza a sus participantes (que me disculpen los escritores honestos) y una ofensa a todo aquel que se atreva a ir: el patrocinio, noble tarea en otros casos, está dado por el pasquín “Correo” cuyo director, quien padece de cretinismo intelectual, se la pasa insultando a la cultura, la idiosincrasia, etc., de este país, eso sin apuntar que apoya descaradamente a cuanta empresa extranjera venga a expoliar a este país sin ocultar su racismo y su odio a todo peruano de a pie, universitarios incluidos, que ose reclamar sus derechos; a su vez tiene escondido en su guarida editorialista a un fascista ignorante que quiere (y lo ha pedido expresamente) echarle napalm a los pueblos selváticos, como es el caso del “señor” Andrés Bedoya Ugarteche.
Otro de sus patrocinadores es la universidad San Martín, de la que los apristas –ratas de alcantarilla y pestíferos demagogos– han hecho su feudo personal, por lo que deducimos que sectores retardatarios del gobierno están impulsando el lado filisteo de esta feria no para traer cultura (con el sincretismo del cual se salvan algunos escritores invitados), sino como mecanismo que se ensamble con los psicosociales y las diversiones que suavicen el estrés y desgaste político. Entonces resulta más importante traer a un dibujante que traer a alguien cuyas críticas puedan encender hogueras o mostrarnos una realidad que los medios oficialistas tratan de ocultar (ya antes han preferido traer a María Kodama y dejar a un lado a Fernando Vallejo ¿?). De la misma forma es mejor invitar a escritorzuelos que nos hablen de crítica literaria y de mecanismos “novedosos” para el texto literario pero que nada dicen de su tiempo, o en el peor de los casos tratan de manipularlo u ocultarlo. Ellos son los que habrán de debatir sobre “temas” que poco interesan a la verdadera literatura y a la historia. Ellos no se quejarán de ser cómplices de “Correo” y de la política vendepatria de un aprismo que cada día se acerca más a los mecanismos del totalitarismo y los Estados de facto.
Para que no quede duda de la mano del gobierno en este triste espectáculo encontramos al ministerio de Educación (elefante blanco, disfuncional e inservible), y a la municipalidad de Lima del corrupto Castañeda Lossio (¿alguien se olvidó de los desfalcos de la casa del pescador?)

Asimismo, si algún momento se habló de elitización de la cultura (ya mostrado en los lugares donde se cobija la feria del libro: Surco (“Jockey Plaza”), Miraflores, San Borja, etc., nadie se ha preguntado por qué la feria del libro no se da en Comas, en Pachacútec o en Villa el Salvador), ello llega a situaciones absurdas. La página web de la feria trae como imágenes publicitarias en movimiento no a un libro sino a jóvenes en skateboards, roqueros guitarristas, bailarines, malabaristas y seres que caminan de cabeza, en fin, a deportes que podrían calificarse de cierto riesgo. Y si la lectura se ha convertido en un deporte de riesgo es justamente porque lo que se lee ahora trae un peligro permanente al intelecto, al buen juicio y al futuro de un país que necesita de lectores voraces y no un ejército de imbéciles que aplaudan al circo y lean literatura excrementicia.