Con este artículo de Blas Puente Baldoceda comenzamos una nueva sección dedicada a destacados académicos peruanos, tanto en universidades norteamericanas como europeas, que vienen desempeñando una importante labor de estudio, difusión y enseñanza de la literatura peruana. Agradecemos a Blas por este primer envío.
Aquí algunos datos de Blas Puente Baldoceda:
Blas Puente Baldoceda is currently an Associate Professor of Latinoamerican Literature at Northern Kentucky University University. He was an Assistant Professor and a Member of the Research Center of Applied Linguistic at Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima-Perú), and a Spanish Lecturer at Cornell University. He has also worked as a Teaching Assitant at SUNY Buffalo, University of Illinois at Champaign-Urbana, The University of Texas at Austin. He has published Poetica Narrativa en Canto de Sirena de Gregorio Martinez (2002 Peter Lang Publishing. Inc.,New York),and Historias de Shilico, el escribidor y otros cuentos (2007 Hipocampo Editores, Lima-Peru), and monographies and articles in Andean linguistic and literary, and also in Latinoamerican Literature XX Century. He is interestend on narratology, criticism&ideology, postcolonial latinoamerican writing, poetics,and translation.
Raza, clase social y cultura en “No me esperen en abril”
Blas Puente-Baldoceda, PhD.
Northern Kentucky University
Por la trama de “No me esperen en abril” evolucionan los amoríos de Manongo y Tere, y la amistad del primero con Adán Quispe, una suerte de confidente y protector, enmarcados en un mundo de corrupción política y financiera, de economía neoliberal e informal, de reformismo y migración andina, de tugurización de la ciudad, de terrorismo, narcotráfico y globalización.
Exhibe la novela el acendrado racismo de la elite criolla que reside en el paraíso caucasoide de San Isidro. En esta morada de los regios prevalecen drásticamente las diferencias etno-culturales y socio-económicas, y los personajes representan al otro (los tenebrosos subalternos) con una fijación casi maniática de imágenes estereotipadas de extranjería, mestizaje, de impureza y pasado colonial.
Esta élite criolla, supuestamente blanca en un cien por ciento, concibe a los sectores socio-étnicos subalternos como transgresores, corruptos, pervertidos y optan nostálgicamente por la pureza del ancestro español, inglés, francés o italiano.
Jactándose de un abolengo aristocrático, el narrador y los personajes patentizan un racismo a ultranza, el mismo que condiciona una visión estereotipada con respecto a los subalternos. Vaya un ejemplo: el padre de Manongo percibe más indígena que nunca a su mayordomo y al no acordarse de su nombre supone que se llama Saturnino, Paulino o Fortunato. Es más: concluye que cada vez queda menos Inglaterra en el Perú, y se alegra de saber que las féminas de su clase oligarca perpetúan el estilo de las famosas tapadas de la época colonial.
Ahora bien, en dicho ambiente Manongo se constituye en un raro porque es amigo del Adán Quispe, un cholo de corralón, y se conmueve con el canto de las palomas cuculí —negra, horrible, chusca—, pero se pregunta por qué el "lamento de esa paloma es andino, aquí en Lima, aquí en la costa, aquí en San Isidro, aquí en la casa nueva" ¿Intrusión de la otredad en su espacio fino, blanco y hermoso? No obstante, Manongo —condescendiente, paternalista y piadoso—cumple actos de conmiseración con los subalternos. Del mismo modo, el protagonista rechaza la presencia del otro cuando endilga el calificativo de indio, cholo y pobre serrucho a su profesor García, y lo moteja: "Yo canté puis, Cara de Plato". Se mofa, pues, de la apariencia física, la lengua y la cultura del mundo andino.
Marisol de la Cadena funda la raza no en los rasgos biológicos sino en la inteligencia y la moralidad que son modelados por la educación: el color de la piel queda descartado; vale decir, es posible construir socialmente la blancura. La adquisición de la distinción social mediante la educación y la solvencia económica es, pues, un proceso de blanqueamiento que conduce a la obtención de la cualidad social denominada decencia. Este mecanismo es adoptado no sólo por las élites sino también por los grupos subordinados y, de esa manera, ambos contribuyen a establecer la educación como una forma de legitimar las jerarquías sociales. Son, pues, cómplices en la utilización de la educación como vía para legitimar la discriminación y silenciar el racismo hegemónico en la sociedad peruana (Indigenous Mestizos, 2000)
En “No me esperen en abril” la apariencia física, la manera de hablar, la capacidad intelectual de los cholos, es horrible, incorrecta y deficiente, aún en aquellos cuya piel es blanca y adquieren educación como vía de movilidad social. Evidentemente, la cultura colonial de la élite criolla estigmatiza no sólo los rasgos biológicos de los subalternos, sino también la cultura de la región andina. Se discrimina al indio y al cholo no solamente en cuanto a su aspecto físico ("impresentables") sino también en cuanto a su región de origen ("provincia") y a su cultura ("andino").
A despecho del planteamiento de la antropóloga de la Cadena, en “No me esperen en abril”, la discriminación racial se basa en el aspecto biológico, ya que el ideal físico implícito en las valoraciones del protagonista y los personajes corresponde a la de una persona alta, delgada, rubia, de ojos verdes, de pelo castaño o rubio, y, sobre todo, con una piel absolutamente blanca.
Estos rasgos conforman la supuesta superioridad absoluta y universal del patrón estético de los regios criollos; de modo que los rasgos que no se ajustan a dicho modelo —tales como los de la indianeidad— son estigmatizados como feos, monstruosos, amorfos, pervertidos, ordinarios, insignificantes y, por lo tanto, los ubican en el polo opuesto de la inferioridad absoluta ("dos indias viejas, dos monstruos de fealdad. Y ahí aparecieron esos dos patéticos espantajos...")(Bryce Echenique, 1995)
¿Cabría explicar todo esto mediante el concepto de fundamentalismo cultural que propone la antropóloga de la Cadena? Es decir, el racismo sin raza o neo-racismo que plantea una retórica culturista de la exclusión: la gente está separada irrevocablemente por esenciales diferencias culturales. La proclividad del género humano es rechazar a los extraños, lo cual explicaría la violenta reacción xenofóbica entre los diversos grupos. Retornando a la novela: ¿es Tere racista o neo-racista, o ambas cosas a la vez? Ella no puede concebir que Manongo sea amigo de un cholo mayor que él, y, condicionada por su extracción social, sospecha de que existe algo anómalo en dicha relación amical.
Para Homi K. Bhabha un rasgo primordial del discurso colonial es la supeditación al concepto de fijación en la construcción ideológica del otro. La fijación, signo de la diferencia cultural, histórica y racial, es una representación paradójica cuya principal estrategia discursiva es el estereotipo, una forma de conocimiento e identificación que vacila entre lo ya conocido y localizado y algo que debe ser ansiosamente repetido como si la duplicidad del asiático y el bestial libertinaje del negro —que no necesita comprobación— jamás puede realmente comprobarse en el discurso.
Es esta fuerza de la ambivalencia la que concede actualidad al estereotipo: asegura su inmutabilidad durante los cambios históricos y en las diversas coyunturas discursivas; comunica sus estrategias de individualización y marginalización; produce ese efecto de verdad probable y predicción que, en el estereotipo, siempre debe ser un exceso de lo que puede ser empíricamente probado o lógicamente construido. No obstante, la función de ambivalencia como una significativa estrategia psíquica y discursiva del poder discriminatorio —ya sea racial o sexista, metropolitana o periférica— todavía requiere trazarse un derrotero (The location of culture, 1994).
Tere sospecha que la amistad de Manongo con Adán Quispe se funda en una relación pervertida. Esta visión estereotipada de los criollos con respecto a la moral de los cholos e indios se remonta a la Santa Inquisición y la extirpación de idolatrías. La mentalidad colonial es todavía vigente y se manifiesta en la discriminación racial, social y cultural de una sociedad cuya fractura histórica se inauguró con la conquista del imperio Inca por los españoles.
Además de los cholos, indios y judíos, en “No me esperen en abril” se discrimina al grupo étnico negro, no sólo por parte del narrador, sino también por uno de los profesores, cuyo apodo es Teddy Boy: "..., Ismael y Luis Gotuzzo, negriblancos de andares tropicales, bembas cubanoides y millones de dólares, a quienes, por ser tan morenos y bembones, Teddy Boy, el más excéntrico entre los excéntricos profesores de San Pablo, bautizó como Jueves y Viernes, ya que era también profesor de literatura y quería de esa manera rendirle homenaje al inmortal Robinson Crusoe."
El arraigo del racismo es tan profundo en el subconsciente colectivo a tal extremo que los factores social y económico son soslayados: no les importa que los grupos subalternos hayan ascendido gracias a la adquisición de los medios económicos, ya que, irremediablemente, los indios/cholos/negros/judíos —que conforman la otredad— pertenecen a razas inferiores.
A los cholos cholísimos, feos, deformes ("no tenía culo"), sin los atributos físicos del ideal criollo ("el trinchudo y chuncho pelo"), y que no son de Lima (San Isidro) ("había...llegado de Paramonga," "serrano de mierda"), se les asigna el espacio de la marginalidad ("barrio," "barrio marginal"), y, aunque se han movilizado social y económicamente en virtud de su capacidad intelectual, son discriminados violentamente ("serrano de mierda" "la puta que lo parió") porque no son blancos puros descendientes de la añeja Lima colonial.
Por otro lado, el racismo representado en “No me esperen en abril” no es una exclusividad de los blancos ya que los cholos, los indios y los negros —esos resentidos sociales capaces de cualquier cosa, diría el narrador— adolecen de la misma lacra ya que "los menos cholos y los extranjeros le rompían siempre el alma a los más cholos. Y el público, purito cholo, pero que sabía diferenciar entre cholo blanquiescente, cholo a secas, cholifacio, chontril y chuto, requetefeliz, cuanto más les daban a los chutos, a los amorfos, más feliz el cholifacético público."
De hecho, la gama variadísima de discriminación entre los diversos grupos de una sociedad mestiza se manifiesta en un espectro de dos extremos: el indio/pobre/feo/imbécil (inferior) y el blanco/rico/hermoso/inteligente (superior).
Manongo Sterne, quien, abrumado por la nostalgia del paraíso perdido por su clase, su raza y su cultura, lamenta que en la Lima de hoy no "había raza blanca, por supuesto, sino una especie de crisol andino y mestizo con invasión diaria y capacidad de desaparición vietnamita a la primera e inútil persecución policial"
Sea como fuere, el narrador de “No me esperen en abril”, que se dirige al lector virtual con respecto a las vicisitudes de la historia contada en la novela: "Pero dejémoslo en Manongo y Tere Mancini o, mejor aún, en Tere y Manongo. Sí. Dejémoslo ahí. Para que no suene todo a predestinación o algo así...," ¿es o no digno de confianza?¿Hasta qué punto este narrador de tercera persona se ciñe a la norma ideológica del autor implícito que denuncia ferozmente el brutal racismo del sector criollo en contra de los sectores subalternos? Por un lado, el autor Bryce Echenique admite que parte de la novela es producto de su experiencia vivida, de modo que existe hasta cierto punto una relación de identidad entre el autor real y el personaje, de modo que la narración adquiere un cariz factual; por otro lado, es una narración ficticia ya que no existe una relación de identidad entre el autor real y el narrador.
En suma, “No me esperen en abril”, como autobiografía heterodiegética, es una obra a horcajadas entre lo factual y lo ficticio, y corrobora, una vez más, que en la producción literaria de Bryce Echenique, vida y literatura se imbrican tan sutilmente que la frontera entre una y otra se diluye en las brumas del incógnito para el incauto lector.
En el presente análisis interpretativo se muestra, pues, que el narrador de la novela no es nada confiable, puesto que con su racismo —así como el del protagonista, el de los demás personajes— sabotea el proyecto ideológico del autor implícito de denunciarlo y ridiculizarlo con un humor corrosivo en este subyugante entramado ficcional, en el cual se entretejen con gran pericia los factores de referente — raza, clase social y cultura— de la realidad peruana.
Blas Puente-Baldoceda, PhD.
Northern Kentucky University
Por la trama de “No me esperen en abril” evolucionan los amoríos de Manongo y Tere, y la amistad del primero con Adán Quispe, una suerte de confidente y protector, enmarcados en un mundo de corrupción política y financiera, de economía neoliberal e informal, de reformismo y migración andina, de tugurización de la ciudad, de terrorismo, narcotráfico y globalización.
Exhibe la novela el acendrado racismo de la elite criolla que reside en el paraíso caucasoide de San Isidro. En esta morada de los regios prevalecen drásticamente las diferencias etno-culturales y socio-económicas, y los personajes representan al otro (los tenebrosos subalternos) con una fijación casi maniática de imágenes estereotipadas de extranjería, mestizaje, de impureza y pasado colonial.
Esta élite criolla, supuestamente blanca en un cien por ciento, concibe a los sectores socio-étnicos subalternos como transgresores, corruptos, pervertidos y optan nostálgicamente por la pureza del ancestro español, inglés, francés o italiano.
Jactándose de un abolengo aristocrático, el narrador y los personajes patentizan un racismo a ultranza, el mismo que condiciona una visión estereotipada con respecto a los subalternos. Vaya un ejemplo: el padre de Manongo percibe más indígena que nunca a su mayordomo y al no acordarse de su nombre supone que se llama Saturnino, Paulino o Fortunato. Es más: concluye que cada vez queda menos Inglaterra en el Perú, y se alegra de saber que las féminas de su clase oligarca perpetúan el estilo de las famosas tapadas de la época colonial.
Ahora bien, en dicho ambiente Manongo se constituye en un raro porque es amigo del Adán Quispe, un cholo de corralón, y se conmueve con el canto de las palomas cuculí —negra, horrible, chusca—, pero se pregunta por qué el "lamento de esa paloma es andino, aquí en Lima, aquí en la costa, aquí en San Isidro, aquí en la casa nueva" ¿Intrusión de la otredad en su espacio fino, blanco y hermoso? No obstante, Manongo —condescendiente, paternalista y piadoso—cumple actos de conmiseración con los subalternos. Del mismo modo, el protagonista rechaza la presencia del otro cuando endilga el calificativo de indio, cholo y pobre serrucho a su profesor García, y lo moteja: "Yo canté puis, Cara de Plato". Se mofa, pues, de la apariencia física, la lengua y la cultura del mundo andino.
Marisol de la Cadena funda la raza no en los rasgos biológicos sino en la inteligencia y la moralidad que son modelados por la educación: el color de la piel queda descartado; vale decir, es posible construir socialmente la blancura. La adquisición de la distinción social mediante la educación y la solvencia económica es, pues, un proceso de blanqueamiento que conduce a la obtención de la cualidad social denominada decencia. Este mecanismo es adoptado no sólo por las élites sino también por los grupos subordinados y, de esa manera, ambos contribuyen a establecer la educación como una forma de legitimar las jerarquías sociales. Son, pues, cómplices en la utilización de la educación como vía para legitimar la discriminación y silenciar el racismo hegemónico en la sociedad peruana (Indigenous Mestizos, 2000)
En “No me esperen en abril” la apariencia física, la manera de hablar, la capacidad intelectual de los cholos, es horrible, incorrecta y deficiente, aún en aquellos cuya piel es blanca y adquieren educación como vía de movilidad social. Evidentemente, la cultura colonial de la élite criolla estigmatiza no sólo los rasgos biológicos de los subalternos, sino también la cultura de la región andina. Se discrimina al indio y al cholo no solamente en cuanto a su aspecto físico ("impresentables") sino también en cuanto a su región de origen ("provincia") y a su cultura ("andino").
A despecho del planteamiento de la antropóloga de la Cadena, en “No me esperen en abril”, la discriminación racial se basa en el aspecto biológico, ya que el ideal físico implícito en las valoraciones del protagonista y los personajes corresponde a la de una persona alta, delgada, rubia, de ojos verdes, de pelo castaño o rubio, y, sobre todo, con una piel absolutamente blanca.
Estos rasgos conforman la supuesta superioridad absoluta y universal del patrón estético de los regios criollos; de modo que los rasgos que no se ajustan a dicho modelo —tales como los de la indianeidad— son estigmatizados como feos, monstruosos, amorfos, pervertidos, ordinarios, insignificantes y, por lo tanto, los ubican en el polo opuesto de la inferioridad absoluta ("dos indias viejas, dos monstruos de fealdad. Y ahí aparecieron esos dos patéticos espantajos...")(Bryce Echenique, 1995)
¿Cabría explicar todo esto mediante el concepto de fundamentalismo cultural que propone la antropóloga de la Cadena? Es decir, el racismo sin raza o neo-racismo que plantea una retórica culturista de la exclusión: la gente está separada irrevocablemente por esenciales diferencias culturales. La proclividad del género humano es rechazar a los extraños, lo cual explicaría la violenta reacción xenofóbica entre los diversos grupos. Retornando a la novela: ¿es Tere racista o neo-racista, o ambas cosas a la vez? Ella no puede concebir que Manongo sea amigo de un cholo mayor que él, y, condicionada por su extracción social, sospecha de que existe algo anómalo en dicha relación amical.
Para Homi K. Bhabha un rasgo primordial del discurso colonial es la supeditación al concepto de fijación en la construcción ideológica del otro. La fijación, signo de la diferencia cultural, histórica y racial, es una representación paradójica cuya principal estrategia discursiva es el estereotipo, una forma de conocimiento e identificación que vacila entre lo ya conocido y localizado y algo que debe ser ansiosamente repetido como si la duplicidad del asiático y el bestial libertinaje del negro —que no necesita comprobación— jamás puede realmente comprobarse en el discurso.
Es esta fuerza de la ambivalencia la que concede actualidad al estereotipo: asegura su inmutabilidad durante los cambios históricos y en las diversas coyunturas discursivas; comunica sus estrategias de individualización y marginalización; produce ese efecto de verdad probable y predicción que, en el estereotipo, siempre debe ser un exceso de lo que puede ser empíricamente probado o lógicamente construido. No obstante, la función de ambivalencia como una significativa estrategia psíquica y discursiva del poder discriminatorio —ya sea racial o sexista, metropolitana o periférica— todavía requiere trazarse un derrotero (The location of culture, 1994).
Tere sospecha que la amistad de Manongo con Adán Quispe se funda en una relación pervertida. Esta visión estereotipada de los criollos con respecto a la moral de los cholos e indios se remonta a la Santa Inquisición y la extirpación de idolatrías. La mentalidad colonial es todavía vigente y se manifiesta en la discriminación racial, social y cultural de una sociedad cuya fractura histórica se inauguró con la conquista del imperio Inca por los españoles.
Además de los cholos, indios y judíos, en “No me esperen en abril” se discrimina al grupo étnico negro, no sólo por parte del narrador, sino también por uno de los profesores, cuyo apodo es Teddy Boy: "..., Ismael y Luis Gotuzzo, negriblancos de andares tropicales, bembas cubanoides y millones de dólares, a quienes, por ser tan morenos y bembones, Teddy Boy, el más excéntrico entre los excéntricos profesores de San Pablo, bautizó como Jueves y Viernes, ya que era también profesor de literatura y quería de esa manera rendirle homenaje al inmortal Robinson Crusoe."
El arraigo del racismo es tan profundo en el subconsciente colectivo a tal extremo que los factores social y económico son soslayados: no les importa que los grupos subalternos hayan ascendido gracias a la adquisición de los medios económicos, ya que, irremediablemente, los indios/cholos/negros/judíos —que conforman la otredad— pertenecen a razas inferiores.
A los cholos cholísimos, feos, deformes ("no tenía culo"), sin los atributos físicos del ideal criollo ("el trinchudo y chuncho pelo"), y que no son de Lima (San Isidro) ("había...llegado de Paramonga," "serrano de mierda"), se les asigna el espacio de la marginalidad ("barrio," "barrio marginal"), y, aunque se han movilizado social y económicamente en virtud de su capacidad intelectual, son discriminados violentamente ("serrano de mierda" "la puta que lo parió") porque no son blancos puros descendientes de la añeja Lima colonial.
Por otro lado, el racismo representado en “No me esperen en abril” no es una exclusividad de los blancos ya que los cholos, los indios y los negros —esos resentidos sociales capaces de cualquier cosa, diría el narrador— adolecen de la misma lacra ya que "los menos cholos y los extranjeros le rompían siempre el alma a los más cholos. Y el público, purito cholo, pero que sabía diferenciar entre cholo blanquiescente, cholo a secas, cholifacio, chontril y chuto, requetefeliz, cuanto más les daban a los chutos, a los amorfos, más feliz el cholifacético público."
De hecho, la gama variadísima de discriminación entre los diversos grupos de una sociedad mestiza se manifiesta en un espectro de dos extremos: el indio/pobre/feo/imbécil (inferior) y el blanco/rico/hermoso/inteligente (superior).
Manongo Sterne, quien, abrumado por la nostalgia del paraíso perdido por su clase, su raza y su cultura, lamenta que en la Lima de hoy no "había raza blanca, por supuesto, sino una especie de crisol andino y mestizo con invasión diaria y capacidad de desaparición vietnamita a la primera e inútil persecución policial"
Sea como fuere, el narrador de “No me esperen en abril”, que se dirige al lector virtual con respecto a las vicisitudes de la historia contada en la novela: "Pero dejémoslo en Manongo y Tere Mancini o, mejor aún, en Tere y Manongo. Sí. Dejémoslo ahí. Para que no suene todo a predestinación o algo así...," ¿es o no digno de confianza?¿Hasta qué punto este narrador de tercera persona se ciñe a la norma ideológica del autor implícito que denuncia ferozmente el brutal racismo del sector criollo en contra de los sectores subalternos? Por un lado, el autor Bryce Echenique admite que parte de la novela es producto de su experiencia vivida, de modo que existe hasta cierto punto una relación de identidad entre el autor real y el personaje, de modo que la narración adquiere un cariz factual; por otro lado, es una narración ficticia ya que no existe una relación de identidad entre el autor real y el narrador.
En suma, “No me esperen en abril”, como autobiografía heterodiegética, es una obra a horcajadas entre lo factual y lo ficticio, y corrobora, una vez más, que en la producción literaria de Bryce Echenique, vida y literatura se imbrican tan sutilmente que la frontera entre una y otra se diluye en las brumas del incógnito para el incauto lector.
En el presente análisis interpretativo se muestra, pues, que el narrador de la novela no es nada confiable, puesto que con su racismo —así como el del protagonista, el de los demás personajes— sabotea el proyecto ideológico del autor implícito de denunciarlo y ridiculizarlo con un humor corrosivo en este subyugante entramado ficcional, en el cual se entretejen con gran pericia los factores de referente — raza, clase social y cultura— de la realidad peruana.
5 comentarios:
Felicitaciones por esta esclarecedora reseña de una novela sobrevalorada del paradigma del escritor criollo peruano, el plagiario Alfredo Bryce Echenique.
Desconocía la obra del profesor y escritor Blas Puente Baldoceda, muy acertada la idea, señor Ybarra, la de difundir la labor crítica de alto nivel académico de peruanos que radican fuera del país.
R.V..
Es la primera vez que leo una crítica tan diestra y objetiva sobre la novela de Bryce Echenique.
Si, tal como afirma el profesor Blas Puente Baldoceda, "el narrador de la novela no es nada confiable, puesto que con su racismo —así como el del protagonista, el de los demás personajes— sabotea el proyecto ideológico del autor implícito de denunciarlo y ridiculizarlo con un humor corrosivo", pero a pesar de ello la novela no deja de tener un "subyugante entramado ficcional", entonces entiendo que pese a su maestría y pericia en el arte narrativo, Alfredo Bryce Echenique, es un escritor tramposo, que se solaza en la narratividad de las ficciones para justificar lúdicamente un regimen de castas y racismo en plena modernidad, ocultando su simpatía en la nostalgia por un pasado oligárquico, por esa Lima que se va y ese Perú que ya se fue hace rato y que nunca volverá.
Mi pregunta es:
¿Por qué no es conocida la labor crítica del profesor Blas Puente Baldoceda en el Perú?
Puente Baldoceda tiene los suficientes pergaminos académicos, ejerce la docencia universitaria en EU (tan igual o mejor que otros que viven en alianza perpetua con las sectas literarias mafiosas), tiene los suficientes blasones que exigen los jueces del academicismo burgués, como para darle cabida en los medios públicos. ¿O es que sus pergaminos genealógicos no son lo suficientemente acreditados?¿O es que la mafia literaria criolla se las tiene juradas?
Acertada decisión la de incluir colaboraciones de este tipo y de gran nivel académico además.
Basilio Auqui Salvatierra
PD: Igual o peor quizá en su intencionalidad ideológica es CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL, del arequipeño Mario Vargas Llosa... esa novela está plagada de racismo obstuso y clasismo festivo, Vargas Llosa, igual que Nicolás de Piérola se barajó en la color del pellejo para traicionar al Perú, el primero aliándose con el liberalismo y los apristas y el segundo, el gran traidor Nicolás de Piérola, aliándose servilmente con los chilenos durante la guerra, facilitando la derrota del Perú. Ambos arequipeños igual que el cholo acomplejado Andrès Bedoya Ugarteche, Abimael Guzmán y el fumón cruzado y sin talento que ha escrito un bodocón ilegible sobre bombarderos.
A propósito, ¿el novelista José de Piérola es descendiente o algo de ese delincuente y traidor a la patria, Nicolás de Piérola? ¿O se ha puesto el apellido por joder solamente?
Excelente artículo. Saludos al profesor.
Renzo Chafloque
Felicitaciones a Blas por su trabajo de investigación en USA. Necesitamos más investigadores como él.
Rosina
Què buen artículo, esto demuestra que gracias a la Internet, es posible leer todavía crítica honesta y sin ambages.
Ojalà sigan más colaboraciones del profesor Blas Puente.
Sanmarquino Acucioso
Publicar un comentario