lunes, 23 de agosto de 2010

YBARRARIO: "CUATRO"


Ellos eran cuatro muchachos que por razones circunstanciales habían decidido vivir juntos. Fue en una quinta de Jesús María. La pareja “a” conformada por Venturo y Morgana Losh, y la pareja “b” integrada por Katalina y Rodrigo. Aunque la estadía no duró mucho, las dos parejas aprendieron a conocerse; por las noches se juntaban en la terraza o en el cuarto de los caseros para conversar de arte, de política, de cosas de la vida diaria. Morgana Losh era la reina de Saba y Venturo, un escritor radicalizado que había, por esos tiempos, pateado el tablero y optado por el camino pedregoso de los artistas consecuentes. Como dijo Nietzsche: “un artista sólo cuenta con las estrellas”; esto lo sabía bien, por eso lanzaba piedras desde la azotea, las mismas que caían sobre un corralón de furiosos perros a los que solo les quedaba ladrar y despedazar unas zapatillas viejas que les servían como placebo o como entrenamiento. Por su lado, Katalina era la condesa de un país extinguido durante el último desmoronamiento soviético, ella pintaba cuadros estrambóticos y figuras dromedarias donde algún crítico despatarrado creyó ver extraterrestres (todos rieron aquella vez). Y Rodrigo, Rodrigo, era un apuntador de viejas historias, quemaba cerebro en tonterías y leía al destajo esperando encontrar respuestas a cuestiones insignificantes como la curvatura de un parhelio por la tarde, o las protuberancias de los gusanos en una maceta de dalias, o, quizás, la más importante, el haber encontrado muchas de sus ideas copiadas o desarrolladas en varios libros de escritores de su generación, quienes solapa canibalizaban vergonzosamente sus escritos desperdigados en la net o en libros de cortísimas ediciones.
Durante ese invierno, no había noche en que no se discutieran un sinnúmero de temas. A veces a la luz de las velas o comiendo tartas de chocolate o algún trago barato con fosforescencias verduscas. A veces miraban películas francesas, rusas, italianas, etc. Tenían buen gusto con las azarosas elecciones, casi siempre obtenidas bajo el tacto de Rodrigo quien dejaba que sus dedos buscaran táctilmente en las rumas de discos piratas de los vendedores ambulantes: “nosotros no buscamos; los libros, películas, obras de teatro nos buscan y nos encuentran, sólo es cuestión de estirar la mano y dejar que el objeto buscado aparezca”.
Había días en que los cuatro se ponían a discutir sobre política o sobre novelas japonesas del siglo XX. Los temas surgían, generalmente, de alguna cita cinemera, teatrera (disfrazarse era un arte que habían aprendido bien) o por algún superlativo gratuito que tenía que sostenerse a como dé lugar. La argumentación era el ladrillo sobre el que se levantaba la relación de los cuatro, un número perfecto en correspondencia a los elementos de la naturaleza cuyo exponente crecía en cada conversa o reunión espontánea, como la vida, como las búsquedas, como las razones y toda aceptación posible o justificación de ese tiempo breve pero necesario.

El tiempo pasó, los plazos se cumplieron y lo que empezó como un juego acabó también como un juego. Hoy, después de muchos años, cada uno busca su destino. De vez en cuando se reencuentran para conversar de otros temas o hablar de los niños, los hijos que tuvieron con otras parejas y que los convirtió para siempre en “tíos”, en forzados familiares políticos que se turnan las fiestas de fin de año y los aniversarios o las "fiestas de guardar". La amistad prevaleció a fuerza de trirrémenes. Los caminos se apartaron. Hoy son cuatro individuos mirando en la colina cómo se aleja el sol, cómo caen las sombras sobre el horizonte azogue, cómo regresan los recuerdos inevitables desde un álbum de fotos.



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