Con el perdón de Olympe de Gouges, condenada al patíbulo en el siglo XVIII por su “Declaraciones de los derechos femeninos”, siempre me ha pasado por la cabeza de que el feminismo fue un invento del orondo y antiético capitalismo del siglo XX para utilizar la mano de obra femenina, tan necesaria, para mover los engranajes de las industrias y ampliar el soporte humano sobre el cual se levanta(ba) la producción. En resumidas cuentas la revolución femenina, muy celebrada por las mujeres profesionistas y por las vanguardias de mujeres “liberadas”, fue un invento del machismo desarrollista, ortodoxo y, hasta cierto punto, mercantilista que incluyó o fue de la mano --aunque muchos quieran negarlo-- al social imperialismo y las seudo-republiquetas comunistoides. La avaricia es el punto neurálgico en el que se intersecan el deseo de los plutócratas, seudo-revolucionarios, esquizoides económicus, entes larvarios de la crematística, etc., y la necesidad, aparentemente inducida, de la mujer de ser “libre” y “gozar” de los “placeres” y “responsabilidades” del hombre. La mujer de los años sesentas del siglo pasado buscó la libertad, la igualdad de sexos, la normalidad de los roles, etc., y encontró las cadenas del trabajo forzado, los nudos borromeos de una responsabilidad ficticia (o ficcionada), el discurso innegable de la civilización patriarcal, y, cómo no, la falta de tiempo para cumplir con un rol dado por la naturaleza: la de ser madres, la de preservar la especie, hoy socorrida por esa dádiva del mes de descanso pre y post parto, entregando la crianza de los hijos al televisor o a una persona que, por horas y por un sueldo, cumple un rol impostado. Y claro, por supuesto, la de realizarse como seres humanos no negando ni imitando al hombre.
Las guerras mundiales fueron una clara vitrina de lo que sucedió aquí. Encargadas de la construcción de uniformes y de la manufactura de alimentos y medicinas para los soldados, la presencia femenina fue inevitable…hasta que la mujer se hizo soldado y pasó a la par con el hombre, rifle, pistola en mano (no olvidemos este, otro, asunto del elemento fálico), a enfrentar al “enemigo”. Quizás fueron los grupos armados no regulares mal llamados “guerrillas” quienes impusieron la igualdad de sexos en cuestiones de panoplias. Revisen el papel de la mujer en los grupos revolucionarios o independentistas hasta el día de hoy con la presencia de la fallecida, por un mal renal, Comandante Ramona en el EZLN (el caso del PCP-SL no termina siendo atípico). No olvidemos aquí que el papel de la mujer en las llamadas sociedades socialistas no difirió en mucho de su contraparte capitalista. Por ejemplo, para Lenin la mujer lograba liberarse cuando se integraba al trabajo productivo y dejaba de lado el trabajo doméstico improductivo. Tal idea sólo podía caber en la cabeza de un teórico ensimismado que pariría sin dolor y con inyección epidural al homólogo de Franco Bahamonde, Adolph Hitler, Benito Mussolini: Stalin.
En una carta, fechada en 1915, que Lenin escribe a Inés Armand, una activista feminista entregada al trabajo intelectual y a la producción de material lectural revolucionario dice: “Dear Friend: recomiendo encarecidamente que el esquema del opúsculo sea escrito con mayor extensión…Hasta ahora debo hacer una sola observación: ‘la reivindicación (femenina) de la libertad amorosa’ aconsejo que sea totalmente suprimida. En efecto, ésta se basa no en una reivindicación proletaria, sino burguesa”. Pero eso no es todo, Lenin era más primitivo de lo que se podía pensar (espero que los leninistas ortodoxos tengan la correa necesaria). En otra carta a Clara Zetkin dice: “La lista de vuestros pecados, Clara, todavía no se ha terminado. He oído que en vuestras reuniones nocturnas dedicadas a la lectura y a las discusiones con las obreras, os ocupáis sobre todo de problemas sexuales y matrimoniales. Este argumento se hallaría en el centro de vuestras preocupaciones, de vuestra enseñanza política y de vuestra acción educadora. No podía dar crédito a lo que oía…Me han dicho que los problemas sexuales también son argumento favorito de vuestras organizaciones juveniles. Nunca falta quien quiera extenderse sobre este particular. Esto resulta especialmente escandaloso y pernicioso para el movimiento juvenil. Estas discusiones pueden contribuir fácilmente a estimular y excitar la vida sexual de ciertos individuos, a destruir la fuerza y la salud de la juventud. También debéis luchar contra esta tendencia. El movimiento de las mujeres y de los jóvenes tiene muchos puntos de contacto. Por eso las mujeres comunistas y los jóvenes deben emprender un trabajo sistemático. Un trabajo que tenga por objetivo elevarles, transportarles del mundo de la maternidad individual al de la maternidad social… Las formas matrimoniales y las relaciones entre ambos sexos en el sentido burgués ya no son satisfactorias. En este campo se aproxima una revolución que corresponde a la revolución proletaria. Se comprende que toda esta madeja de problemas, tan extraordinariamente intrincados, preocupe profundamente tanto a las mujeres como a los jóvenes…Muchos jóvenes denominan su posición como “revolucionaria” y “comunista”. Y creen sinceramente que lo son. Pero nosotros, que somos viejos, no nos podemos engañar. Aunque yo no sea exactamente un asceta melancólico, esta nueva vida sexual de la juventud, e incluso de los adultos, me parece muy a menudo algo perfectamente burgués, uno de los múltiples aspectos de un lupanar burgués…Sin duda conocéis la famosa teoría, según la cual en la sociedad comunista la satisfacción de los propios instintos sexuales y el mismo impulso amoroso son tan simples y tan insignificantes como beber un vaso de agua…Pero un hombre normal, en condiciones igualmente normales, ¿se echará por los suelos en la carretera para beber de un charco de agua sucia? ¿O beberá en un vaso cuyos bordes llevan las marcas de decenas de labios ajenos?...Esta teoría del “vaso de agua” ha enloquecido a nuestra juventud, la ha enloquecido de verdad”.
De verdad que Lenin (quien se hubiera negado mil veces a beber en un vaso desportillado) en asuntos de sexo sabía poco menos que Freud, otro imbécil, machista, que creía que los conocimientos y la ciencia estaban hecho a medida del cerebro feudal masculino. En una carta del atrabiliario Freud a su novia-sierva se lee: “Querido tesoro, mientras tú te solazas con los cuidados domésticos, yo me siento atraído por el placer de resolver el enigma de la estructura del cerebro”. En otras palabras: mientras tú, mujer, cocinas-lavas-planchas yo leo-aprendo-investigo. Y ahora qué van a decir los psicoanalíticos y falocéntricos y toda esa gusanera de intelectualoides que intentó “revolucinar” al mundo con el cuento del escroto-inconsciente. El mito de “la vagina dentada” no concibió nunca un cerebro femenino dentado que pudiera roer, con la dureza del marfil, esos conocimientos estúpidos. No nos olvidemos, por favor, que Lacan uno de sus seguidores más acuciosos estableció que “La Mujer no existe” (tachando la palabra “la”) y la teoría de “En nombre del Padre” (Noms-du-Père) que aparte de traducir la noción freudiana del Edipo manifestaba su propio estadío en relación a la hija que tuvo con la mujer de Bataillé, Silvye Bataillé, y que, por muchos años, no tuvo el apellido correcto. En cierta forma el machismo, irónicamente, encuentra mayor espacio en el mundo intelectual donde escondido entre teorías y verborreas se encuentra el numen del hombre bárbaro que arrastraba de los pelos a sus mujeres (o secuestraba mujeres de otras tribus ¿cuál es la distancia entre la seducción, la violación y el supuesto convencimiento de formar “parejas” a costa de destruir otras relaciones de parejas? Me gustaría que esos lacanianos de oropel intentaran alguna respuesta).
Volviendo a los comunistas de cartón piedra, Engels, otro cavernícola esquizoide apuntaba en su “Principios del Comunismo”, édito en 1847, lo siguiente: “La ordenación comunista de la sociedad hará que la relación entre ambos sexos sea simplemente una relación privada que afectará tan sólo a las personas involucradas, y en la que la sociedad no tendrá porqué injerirse”. Este pensamiento mecanicista y robotizado (“a” es la resultante de “b” sin pasar por el Teorema de Pitágoras) no podría asegurar un futuro promisorio a una sociedad que debió ser la ideal y, quizás, ello, después, trajo el derrumbe ideológico que hasta el día de hoy nos cuesta aceptar.
De esta forma, de uno y otro lado del muro, como dicen algunas feministas, la mujer pasó de ser propiedad del padre --o de los hermanos mayores-- a ser propiedad del marido (algunos hablan de la dependencia “propietarista” con el hijo) y de tener responsabilidades en el hogar a tenerlos en la fábrica, en la empresa, en la oficina o en el Estado, según sea el caso. O sea, de la “independencia” del hogar a la “dependencia” de la usina o burocrática. La mujer pasó la ilusión óptica de la libertad y encontró una prisión más grande que el propio hogar (una prisión física y conceptual que incluía al trabajo casi como castigo), pero a la vez, una prisión en que no tendría consuelo ni la solidaridad del sexo opuesto.
En los años sesentas del siglo pasado, caldo de cultivo para las manifestaciones inconformistas, explotó este asunto y se esporularon varias vertientes de feminismo, desde el anarquista hasta el feminismo socialista (que, según dicen y a pesar de sus teóricos con fecha de vencimiento existe y goza de buena salud). De esta forma la mujer dejó el hogar y se hizo cargo de la máquina, empezó a ocupar puestos de importancia, incluso dirigenciales, artísticos, científicos, etc. La mujer “dejó” el hogar y salió a las calles, se entrego al trabajo seriado; en otras palabras: la mujer dejó la cueva y se hizo “cazadora”, la “recolección” tenía que ser atendida de urgencia, también, por el hombre. Y las que aún mantenían el yugo atado a una mesa de la casa manifestaban a voz en cuello como Carla Lonzi (quien hace el llamado generacional “Escupamos sobre Hegel”) que “nosotras identificamos en el trabajo doméstico no retribuido la prestación que permite subsistir al capitalismo privado estatal”. Muchos han establecido que la introducción de la píldora como método anticonceptivo liberó a la mujer de las ataduras y sumisión sexual. Curiosamente la píldora se probó primero (según apuntan los arqueo-historicistas) en el hombre, en los presos y reos violentos bajo la premisa de reducción de penas y mejores tratos, enloqueciendo a muchos y dando un poco margen porcentual de efectividad (en la actualidad, médicos mexicanos están por probar en el hombre el fármaco ATD que minimiza la producción de espermatozoides, se supone que sin afectar la testosterona. Habrá que esperar un poco más para esta esperada “Liberación Masculina”). Esta aparente liberación sexual femenina dio lugar a reflexiones escatológicas en que la mujer, luego del acto sexual, se ve a sí misma como un recipiente de babas y mocos (la eyaculación no es más que un acto de excreción cuasi fecal) tal y como apunta Germaine Gree en “El Eunuco Femenino” (“The Female eunuco”, 1972) en términos muy cercanos a los que Rocío Silva Santistevan propone pero de forma política como “basurización simbólica” (de Germaine Gree --quien por cierto estuvo casada sólo por tres semanas-- leer también “The Obstacle Racé” y su “El Cambio. Mujeres Vejez y Menopausia”. De RSS leer urgente “El Factor Asco”, el capítulo VI relacionado al “Feminismo Sucio” donde se analiza, aparte de revisar las “Subculturas Feministas en América Latina, el caso de ese monstruo mecánico llamado Laura Bozzo y que escapa, por razones higiénicas, a este artículo).
Antes de concluir esta primera parte quisiera apuntar (y casi como un adelanto al siguiente post) que la violencia doméstica tan arraigada en los países del tercer mundo no es más que el reflejo del actual orden mundial donde no se puede pasar por alto a los grandes teóricos, filósofos y supuestos capitostes del conocimiento “post-moderno”. Ellos son los grandes opresores de la verdadera libertad femenina. Ellos son los que le han querido colocar a la mujer un pene de plástico como símbolo de la necesidad y la ausencia hacia algo que ellos consideran incompleto). Si un hombre, borracho y hecho un energúmeno, pega a su mujer en el AAHH Pachacútec es porque los mecanismos sociales incluidos las normas y el código civil lo auspician y lo permiten. Esos puntos tan ambiguos en los que nuestra sociedad no puede definir correctamente una violación dentro del matrimonio o “la exaltación instintiva de una bofetada” de una verdadera golpiza nos otorga la duda de que hay una teoría subalterna que licencia la opresión de la mujer no sólo en el sentido doméstico, sino laboral, político, económico, artístico, etc.
La mujer no puede responder a los golpes del hombre con la ley patriarcal. Es necesario revisar el sistema jurídico y con él todo el conocimiento andrógino sobre el que hoy en día se levanta la cosmovisión femenina.
Arriba en la foto: guerrilleras de las FARC
Las guerras mundiales fueron una clara vitrina de lo que sucedió aquí. Encargadas de la construcción de uniformes y de la manufactura de alimentos y medicinas para los soldados, la presencia femenina fue inevitable…hasta que la mujer se hizo soldado y pasó a la par con el hombre, rifle, pistola en mano (no olvidemos este, otro, asunto del elemento fálico), a enfrentar al “enemigo”. Quizás fueron los grupos armados no regulares mal llamados “guerrillas” quienes impusieron la igualdad de sexos en cuestiones de panoplias. Revisen el papel de la mujer en los grupos revolucionarios o independentistas hasta el día de hoy con la presencia de la fallecida, por un mal renal, Comandante Ramona en el EZLN (el caso del PCP-SL no termina siendo atípico). No olvidemos aquí que el papel de la mujer en las llamadas sociedades socialistas no difirió en mucho de su contraparte capitalista. Por ejemplo, para Lenin la mujer lograba liberarse cuando se integraba al trabajo productivo y dejaba de lado el trabajo doméstico improductivo. Tal idea sólo podía caber en la cabeza de un teórico ensimismado que pariría sin dolor y con inyección epidural al homólogo de Franco Bahamonde, Adolph Hitler, Benito Mussolini: Stalin.
En una carta, fechada en 1915, que Lenin escribe a Inés Armand, una activista feminista entregada al trabajo intelectual y a la producción de material lectural revolucionario dice: “Dear Friend: recomiendo encarecidamente que el esquema del opúsculo sea escrito con mayor extensión…Hasta ahora debo hacer una sola observación: ‘la reivindicación (femenina) de la libertad amorosa’ aconsejo que sea totalmente suprimida. En efecto, ésta se basa no en una reivindicación proletaria, sino burguesa”. Pero eso no es todo, Lenin era más primitivo de lo que se podía pensar (espero que los leninistas ortodoxos tengan la correa necesaria). En otra carta a Clara Zetkin dice: “La lista de vuestros pecados, Clara, todavía no se ha terminado. He oído que en vuestras reuniones nocturnas dedicadas a la lectura y a las discusiones con las obreras, os ocupáis sobre todo de problemas sexuales y matrimoniales. Este argumento se hallaría en el centro de vuestras preocupaciones, de vuestra enseñanza política y de vuestra acción educadora. No podía dar crédito a lo que oía…Me han dicho que los problemas sexuales también son argumento favorito de vuestras organizaciones juveniles. Nunca falta quien quiera extenderse sobre este particular. Esto resulta especialmente escandaloso y pernicioso para el movimiento juvenil. Estas discusiones pueden contribuir fácilmente a estimular y excitar la vida sexual de ciertos individuos, a destruir la fuerza y la salud de la juventud. También debéis luchar contra esta tendencia. El movimiento de las mujeres y de los jóvenes tiene muchos puntos de contacto. Por eso las mujeres comunistas y los jóvenes deben emprender un trabajo sistemático. Un trabajo que tenga por objetivo elevarles, transportarles del mundo de la maternidad individual al de la maternidad social… Las formas matrimoniales y las relaciones entre ambos sexos en el sentido burgués ya no son satisfactorias. En este campo se aproxima una revolución que corresponde a la revolución proletaria. Se comprende que toda esta madeja de problemas, tan extraordinariamente intrincados, preocupe profundamente tanto a las mujeres como a los jóvenes…Muchos jóvenes denominan su posición como “revolucionaria” y “comunista”. Y creen sinceramente que lo son. Pero nosotros, que somos viejos, no nos podemos engañar. Aunque yo no sea exactamente un asceta melancólico, esta nueva vida sexual de la juventud, e incluso de los adultos, me parece muy a menudo algo perfectamente burgués, uno de los múltiples aspectos de un lupanar burgués…Sin duda conocéis la famosa teoría, según la cual en la sociedad comunista la satisfacción de los propios instintos sexuales y el mismo impulso amoroso son tan simples y tan insignificantes como beber un vaso de agua…Pero un hombre normal, en condiciones igualmente normales, ¿se echará por los suelos en la carretera para beber de un charco de agua sucia? ¿O beberá en un vaso cuyos bordes llevan las marcas de decenas de labios ajenos?...Esta teoría del “vaso de agua” ha enloquecido a nuestra juventud, la ha enloquecido de verdad”.
De verdad que Lenin (quien se hubiera negado mil veces a beber en un vaso desportillado) en asuntos de sexo sabía poco menos que Freud, otro imbécil, machista, que creía que los conocimientos y la ciencia estaban hecho a medida del cerebro feudal masculino. En una carta del atrabiliario Freud a su novia-sierva se lee: “Querido tesoro, mientras tú te solazas con los cuidados domésticos, yo me siento atraído por el placer de resolver el enigma de la estructura del cerebro”. En otras palabras: mientras tú, mujer, cocinas-lavas-planchas yo leo-aprendo-investigo. Y ahora qué van a decir los psicoanalíticos y falocéntricos y toda esa gusanera de intelectualoides que intentó “revolucinar” al mundo con el cuento del escroto-inconsciente. El mito de “la vagina dentada” no concibió nunca un cerebro femenino dentado que pudiera roer, con la dureza del marfil, esos conocimientos estúpidos. No nos olvidemos, por favor, que Lacan uno de sus seguidores más acuciosos estableció que “La Mujer no existe” (tachando la palabra “la”) y la teoría de “En nombre del Padre” (Noms-du-Père) que aparte de traducir la noción freudiana del Edipo manifestaba su propio estadío en relación a la hija que tuvo con la mujer de Bataillé, Silvye Bataillé, y que, por muchos años, no tuvo el apellido correcto. En cierta forma el machismo, irónicamente, encuentra mayor espacio en el mundo intelectual donde escondido entre teorías y verborreas se encuentra el numen del hombre bárbaro que arrastraba de los pelos a sus mujeres (o secuestraba mujeres de otras tribus ¿cuál es la distancia entre la seducción, la violación y el supuesto convencimiento de formar “parejas” a costa de destruir otras relaciones de parejas? Me gustaría que esos lacanianos de oropel intentaran alguna respuesta).
Volviendo a los comunistas de cartón piedra, Engels, otro cavernícola esquizoide apuntaba en su “Principios del Comunismo”, édito en 1847, lo siguiente: “La ordenación comunista de la sociedad hará que la relación entre ambos sexos sea simplemente una relación privada que afectará tan sólo a las personas involucradas, y en la que la sociedad no tendrá porqué injerirse”. Este pensamiento mecanicista y robotizado (“a” es la resultante de “b” sin pasar por el Teorema de Pitágoras) no podría asegurar un futuro promisorio a una sociedad que debió ser la ideal y, quizás, ello, después, trajo el derrumbe ideológico que hasta el día de hoy nos cuesta aceptar.
De esta forma, de uno y otro lado del muro, como dicen algunas feministas, la mujer pasó de ser propiedad del padre --o de los hermanos mayores-- a ser propiedad del marido (algunos hablan de la dependencia “propietarista” con el hijo) y de tener responsabilidades en el hogar a tenerlos en la fábrica, en la empresa, en la oficina o en el Estado, según sea el caso. O sea, de la “independencia” del hogar a la “dependencia” de la usina o burocrática. La mujer pasó la ilusión óptica de la libertad y encontró una prisión más grande que el propio hogar (una prisión física y conceptual que incluía al trabajo casi como castigo), pero a la vez, una prisión en que no tendría consuelo ni la solidaridad del sexo opuesto.
En los años sesentas del siglo pasado, caldo de cultivo para las manifestaciones inconformistas, explotó este asunto y se esporularon varias vertientes de feminismo, desde el anarquista hasta el feminismo socialista (que, según dicen y a pesar de sus teóricos con fecha de vencimiento existe y goza de buena salud). De esta forma la mujer dejó el hogar y se hizo cargo de la máquina, empezó a ocupar puestos de importancia, incluso dirigenciales, artísticos, científicos, etc. La mujer “dejó” el hogar y salió a las calles, se entrego al trabajo seriado; en otras palabras: la mujer dejó la cueva y se hizo “cazadora”, la “recolección” tenía que ser atendida de urgencia, también, por el hombre. Y las que aún mantenían el yugo atado a una mesa de la casa manifestaban a voz en cuello como Carla Lonzi (quien hace el llamado generacional “Escupamos sobre Hegel”) que “nosotras identificamos en el trabajo doméstico no retribuido la prestación que permite subsistir al capitalismo privado estatal”. Muchos han establecido que la introducción de la píldora como método anticonceptivo liberó a la mujer de las ataduras y sumisión sexual. Curiosamente la píldora se probó primero (según apuntan los arqueo-historicistas) en el hombre, en los presos y reos violentos bajo la premisa de reducción de penas y mejores tratos, enloqueciendo a muchos y dando un poco margen porcentual de efectividad (en la actualidad, médicos mexicanos están por probar en el hombre el fármaco ATD que minimiza la producción de espermatozoides, se supone que sin afectar la testosterona. Habrá que esperar un poco más para esta esperada “Liberación Masculina”). Esta aparente liberación sexual femenina dio lugar a reflexiones escatológicas en que la mujer, luego del acto sexual, se ve a sí misma como un recipiente de babas y mocos (la eyaculación no es más que un acto de excreción cuasi fecal) tal y como apunta Germaine Gree en “El Eunuco Femenino” (“The Female eunuco”, 1972) en términos muy cercanos a los que Rocío Silva Santistevan propone pero de forma política como “basurización simbólica” (de Germaine Gree --quien por cierto estuvo casada sólo por tres semanas-- leer también “The Obstacle Racé” y su “El Cambio. Mujeres Vejez y Menopausia”. De RSS leer urgente “El Factor Asco”, el capítulo VI relacionado al “Feminismo Sucio” donde se analiza, aparte de revisar las “Subculturas Feministas en América Latina, el caso de ese monstruo mecánico llamado Laura Bozzo y que escapa, por razones higiénicas, a este artículo).
Antes de concluir esta primera parte quisiera apuntar (y casi como un adelanto al siguiente post) que la violencia doméstica tan arraigada en los países del tercer mundo no es más que el reflejo del actual orden mundial donde no se puede pasar por alto a los grandes teóricos, filósofos y supuestos capitostes del conocimiento “post-moderno”. Ellos son los grandes opresores de la verdadera libertad femenina. Ellos son los que le han querido colocar a la mujer un pene de plástico como símbolo de la necesidad y la ausencia hacia algo que ellos consideran incompleto). Si un hombre, borracho y hecho un energúmeno, pega a su mujer en el AAHH Pachacútec es porque los mecanismos sociales incluidos las normas y el código civil lo auspician y lo permiten. Esos puntos tan ambiguos en los que nuestra sociedad no puede definir correctamente una violación dentro del matrimonio o “la exaltación instintiva de una bofetada” de una verdadera golpiza nos otorga la duda de que hay una teoría subalterna que licencia la opresión de la mujer no sólo en el sentido doméstico, sino laboral, político, económico, artístico, etc.
La mujer no puede responder a los golpes del hombre con la ley patriarcal. Es necesario revisar el sistema jurídico y con él todo el conocimiento andrógino sobre el que hoy en día se levanta la cosmovisión femenina.
Arriba en la foto: guerrilleras de las FARC