jueves, 3 de julio de 2008

CRITICUS CIRCUS



No es mi intención primaria hacer un análisis “profundo” sobre los “críticos” más controvertidos de la escena virtual (he tenido una petición expresa de escritores temerosos, de lectores cándidos ganados por las “luces artificiales” y las “chispitas mariposas”, y también, de motejadores o seudomotejadores, caballotroyescos con resabios de envidia y jugo biliar). Había pensado hacer un ensayo con bibliografía de apoyo y citas literarias sacadas de los clásicos literarios y mis continuos rebusques; pero ya estamos cansados de eso y no es mi intención seguir un camino trajinado, aún así quisiera dejar una cita, para no perder la costumbre, del crítico Karl Kraus (1874-1936), uno de mis principales asesores de la adolescencia, opositor por antonomasia de Sigmund Freud, Wittgenstein y Weininger y director fundador de la famosa revista “La Antorcha” (Die Fackel) y a quien debiéramos seguir: “En esta época en la que ocurre justamente lo que uno no podía imaginarse, y en la que ha de ocurrir lo que uno ya no podía imaginarse, si pudiera, no ocurriría; en esta época tan sería que se ha muerto de risa ante la posibilidad de que pudiera ir en serio; que sorprendida por su lado trágico busca el modo de disiparse, y al pillarse con las manos en la masa se pone a buscar palabras; en esta época ruidosa que retiembla con la sinfonía estremecedora de acciones que provocan noticias y de noticias que disculpan acciones, en una época así no esperen de mí ni una sola palabra propia. Ninguna salvo ésta, justamente la que protege aún al silencio de ser malentendido”.
Antes de empezar, quisiera anotar algunas características y/o errores de los críticos habitúes que generan no sólo rechazo, sino que aparte de desbordar soberbia (sobre todo a la hora de los comments) con esos airones culteranistas y un aberrante mal gusto por inventarse una razón totémica (¿esto no sería digno de un museo smithsoniano?), fruto de algún albur etéreo que exacerba el efecto de una de las variantes lamentables del “Síndrome de Estocolmo” donde el lector ve en el crítico (que lo maltrata a costa de un manejo neopositivista y de un arrebol irracional por la infalibilidad sobre cualquier texto en cuestión) una especie de salvador intelectual, una luminaria de foco incandescente que es capaz como una hidra-gorgona de pulverizar a quien le mire a los ojos o adivine el mecanismo volutivo de sus conexadas dendritas, de sus termoeléctricos axones, su motor todoterreno-neuronal a dos tiempos: aceite y combustible: oleaginosa razón que aceita al cerebro esponjiforme, y explosivo poder salido de la metralla sostenida por un mono de circo.
Aquí salta como un resorte comprimido, la pregunta: ¿qué ve el crítico cuando analiza un texto? Muchas veces he creído que el (mal) crítico (coprófago hasta el tuétano) se mueve como un carroñero, un ave de rapiña que festina sobre el cadáver y se lanza sobre la carne descompuesta (la que aparece por ejemplo en el “Acorazado Potemkin” de Serguéi Eisenstein) para quitarle a los gusanos los últimos hilachos de músculos y grasa. De esta forma el libro criticado (o la persona) no es digno de recibir los sacramentos cognoscitivos y su “elevación” a los limbos del conocimiento y la consiguiente absorción intelectual para beneficio de las mayorías proletarizadas, sino que el libro criticado (o el caído en la telaraña o la trampa de este personaje) es un pretexto para ensayar una coreografía de seudoconocimientos, un ensayado desdén de datos, fechas, piedepáginas, situaciones y precisiones que “tienen” que ser revisitadas por terceros en su arqueología personal para comprobar la verdad de la pólvora y el descubrimiento del daguerrotipo (a quien quieren engañar, señores).

Otro punto que perturba es el que se refiere al gavillismo literario, me explico, hay un círculo secreto, un complejo orden masónico (en qué nivel estarán estos señores), una organización del método phillips donde el crítico simplemente no toca ni con el pétalo de una rosa a sus adláteres, su buró literatámbico, hay una protección pretoriana con los “incluídos”, ese amiguismo, es por demás infame y causa vergüenza ajena, lástima por la exacerbación de la subjetividad. La crítica no tiene que ser nepótica sin dejar de ser alturada y/o ácida. No tiene por qué ser glucósica y mermeliana (con sus conocidos de neón, los señoritos defensores de un sistema decadente) sin dejar de ser correcta y respetuosa. Lo otro es un juego de naipes donde las barajas han sido cargadas y ya sabemos el final: “tú me comentas bien y me ensalzas y yo hago lo mismo”. Toma y daca. Simbiosis bilateral literaria.

¿Por qué asume el crítico una postura vertical donde él es el dictador-verdugo y el lector, poco menos que el ilota, el esclavo sodomizado (o la geisha en algunos casos) y sujeto con un grillete, una canga o una trampa de oso a la pesada hebilla de la incomprensión? ¿Quién le ha dicho al crítico que es el dueño, regente o siquiera el testaferro temporario de la verdad? Acaso este descubrimiento a priori, o sea antes de que empiece a revisar su verdad y, aún mucho antes de que empiece a escribir sobre tal o cual tema, el ya concibió que él personifica la verdad absoluta, él no es el camino a la ataraxia, él es la ataraxia, él no es el predicador que pregona la verdad de un dios omnipotente, él es la verdad pregonada y, más aún, él es dios: el dios perverso y castigador de alguna religión Mazdea (mazdeísmo de la “felicidad eterna”) que nos elevará al erebo si nos portamos bien (esa fábrica de laboratorio que ya estamos viendo), o sea nos linkeará, nos incluirá en su “círculo selecto” (el “eje del mal”), nos “utilizará” (allá los domesticados, enajenados a su vez por alguna mente enferma) para grupos de estudio, programas culturosos y regímenes de lectura (sólo para extender su cuestionado “poder” y su maniática obsesión por “la verdad inventada” y por los temas que él considera “de prioridad”), y nos catapultará a la fama mediática tan necesaria en estos tiempos de miseria humana, ramplonería cultural e intelectual, de anosmia lasciva y reptil; pero si nos “portamos mal” y osamos negar su discurso aprehendido, sus disquisiciones insalubres, sus bellaquerías por no aceptar que no siempre tiene la razón, seremos (bajo amenazas) lanzados, expectorados fuera del paraíso, nos indispondrán ante terceros (ante los alguaciles y termocéfalos literarios que se ganan la vida exprimiendo limoneramente a ilusos taxistas narradores de cuentos, a poetas verduleros y novelistas con pistolas de juguete), nuestro nombre se borrará automáticamente de las páginas virtuales y seremos ninguneados en todos los idiomas (merde, merde, chaizer, chaizer, shit, shit). Nuestros libros serán requeridos por alguna novedosa organización cuyo código ad hoc hallará sus mayores ninguneos en el “Librorum Prohibitorum” adscrito secretamente al establo literario o a algún poder infame. No está demás decir que entraremos en cuarentena (a eso habría que llamarle también solidaridad de clase, no en el sentido marxista sino secular, sirvengüencería nepótica, apoyo incodicional del violentado sexualmente o hamponería literaria, pirañización del intelecto, etc.).
Por razones de simple raciocinio entendemos que los felipillos, felones, oxiuros y lampreas chupamedias, más que al chancho aman al chicharrón (revisen bien quienes se venden por una migaja publicitaria, por un puestito en el establishment literario y le sirven de corifeos y de tribuna al criticón redomado, por quien, más que respeto intelectual o consideración cognoscitiva, sienten temor, fobia, horror de clase (secular, se entiende) y harto complejo de inferioridad; sino cómo se explica que nadie se atreva a enrostrarle sus falencias y más bien se deshagan en una serie de loas, falacias y relamidos de origen canino, palmaditas de hombre, algunos hasta demuestran lamentables psicopatías ninfomaniacas y marcadas conductas homosexuales, no por convicción asumida o genética, sino por “enamoramiento a primera vista”, el sacudón primario de la cognodependencia glandular, la inefable pituitaria del macho dominante, la testosterona lasciva usada como suero de la verdad o de la mentira, hasta me hacen recordar lo jugueteos entre King Kong y la bella rubia, objeto del deseo animal, la libido irracional). En mi caso, odio a los felones, turiferarios, hierofantes, psicofantes y prefiero estar en el submundo (literatura de baja intensidad) donde las cosas no pueden vencer leyes gravitacionales y caen por su propio peso (felizmente aquí las estadísticas y los cuadros maltusianos sí dicen la verdad), y donde la humildad (aquel don de los espíritus adelantados al menos para la rueda del samsara) sigue siendo esa virtud que, entre muchas otras particularidades, tiene la de entender que el conocimiento es un medio (un camino a) y no un fin (la Meca) en sí mismo. Todo desorden de esto último o alternancia equívoca se concibe como psicopatía y tiene tratamiento médico psiquiátrico e internación, y obviamente un lugar de residentado: el frenopático.

(Espero que este primer aporte y llamado a la cordialidad encuentre eco en los críticos aludidos o aquellos que sientan alguna culpabilidad o autoculpabilidad de posible confesión -habrá algún valiente. No estoy recetando Aquinetón, Lagartil, carbamazepina o el “feliz-citado” fluoxetina y Valium, Frisium, Prozack para los tibios cerebrales, para los reblandecidos con corteza cerebral disecada-, espero que los escogidos lectores que recalan en este sitio, ahora amarillo hierático -señal de peligro, del fuego abrasador y de cambios constantes-, busquen las razones por las cuales no pueden hablar en voz alta o decir las cosas con nombres propios. Empiecen con poner sus nombres en los anónimos, sobre todo cuando van a cuestionar o cuando están pensando en insultar y agredir verbalmente con claras conductas simiescas. A qué se debe ese miedo, no creo que esas fobias sean solo una protección a una identidad que no es de “persona pública”, mucho menos el trasladado “pánico escénico” a la escritura que se muestra y que debe representar a una persona o lo que piensa una persona. Basta de cobardías, basta de ese aforismo pentatéutico repetido en los evangelios: “tirar la piedra y esconder la mano”, eso dejémoslo a los escribanos, en el sentido más literal de esta palabra. No creo que alguien esté pensando que los “anónimos” sean la gran reserva moral de estos últimos tiempos, al menos para los alicaídos blogs, sobre todo a los que dicen son de naturaleza basural. Igual, aquí como en la antisiquiatría del doctor Laing y Joseph Berke tienen casi todas las libertades. Espero que no desaprovechen la oportunidad de cambiar y ser éticamente responsables de lo piensan y de lo que escriben. Anotemos nuestras psicopatías y anotemos su procedencia. Desdeñemos al crítico equívoco pero a su vez no nos convirtamos, por antonomasia, en lo que decimos combatir).

Nos estamos observando.

(Arriba en la foto: Karl Kraus)

15 comentarios:

Anónimo dijo...

buena maese ybarra, por ahí me han dicho que gustavito se alucina Kraus, incluso se ha querido hacer un peinado parecido que no le queda para nada, hay que darle tiempo al muchacho.

Salud, seco y volteado

Hartaud

Anónimo dijo...

CONTUNDENTE ARTÍCULO, YA ERA HORA DE LEER ALGO NUTRITIVO. AHORA QUÉ DIRÁN ESOS GANAPANES QUE SE INFLAN A SÍ MISMO. PUAGG

ETG

Anónimo dijo...

AUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU

Anónimo dijo...

Vaya qu� estilo para escribir, Rodolfo.
A esto se llama originalidad.

Anónimo dijo...

Rodolfito creo que después de su estancia en un frenopàtico conocido todo parece volver a su orden natural, aunque ahora lo leo más repotenciado.

Salud e invíteme su Aquinetón

FRER

RECORD dijo...

Este artículo es recontraextraño, por ratos creo reconocer a quien te refieres y por ratos parece que fuera un discurso contra todos los críticos.
Es acaso Gustavo Faverón el aludido? podría ser -digo- Víctor Coral o el profesor Cozmán o de repente Paolo de Lima.
Bueno Ud. siempre tiene la costumbre de plantearnos la duda.

Anónimo dijo...

y ahora qué va a responder ese aburrido de Faverón, ya nos tiene hartos. Bien por este artículo ybarrex, ya se hacía esperar algo como esto...

Elena

Anónimo dijo...

es claro que la cosa está entre faverón y de lima, pero la parte en que hablas del reséñame que te reseño me hace recordar la malhadada reseña de Ildefonso a Rabi Do carmo, que fue pagada con la reseña de Rabi do Carmo a desmoronamientos sinfónicos en el dominical. y cuándo diablos reseñan tus libros en el decano, dime, ybarrita?

Anónimo dijo...

Porqué no se cayan!
Señor Ybarra haga caso omiso a esos espíritus larvarios, quienes le tiran basura y encima no desean ser censurados...ya se sabe que usted tiene harto aguante, pero muchos lectores como yo no soportamos tanta infamia y ramplonería junta, exija una cuenta a los blogers por favor.
Félix, el gato.
Pd. Si es verdad lo que ha estado hablando el señor Faverón de usted en Lima (a sus espaldas), pues es lamentable SEMEJANTE COBARDÍA.

Anónimo dijo...

Parece que este blog tiene una sarta de enemigos acomplejados. Bien por Ud. Señor Ybarra, los perros ladran señal de que avanzamos.

El quijote queiroliano

Anónimo dijo...

este "Criticus Circus" está de la rechirinfunflay... y còmo le duele en el orto a esos mediocres y envidiosos que siempre le quieren poner el cabe.

Buena Ybarra y no se preocupe de sus criticastros

GGG

Anónimo dijo...

ESE FAVERÓN ME LLEGA AL CHOPIN CENTER, YA SE HACÍA ESPERAR UN ARTÌCULO COMO ESTE QUE ES UNA PATADAS EN LOS WEB OS DE ESOS MARIPOSONES QUE ANDAN POR AHÍ DEJANDO SUS COCHINADAS.

Malú

Anónimo dijo...

Compañero ybarra, todo parece indicar que ese "cara de vaca" no solo lo odia, sino que le tiene harta envidia, siga posteando compañero, por aquí en el norte chico lo leemos con mucho cariño.

El Pirata Rodrìguez

Anónimo dijo...

Buena prosa y harta originalidad, en cuanto al tema: sin comentarios.

juan perez treviño

BUCHON dijo...

Señor Ybarra, únase a nuestro bando para limpiar a este país de toda esa lacra que ahora quiere ingresar a los blogs. No se arrepentirá, se lo aseguro.

Su servidor,

Buchón