lunes, 8 de septiembre de 2008

"BIENVENIDOS AL EXTRAÑO MUNDO DE RUBÉN QUIROZ"



Rubén Quiroz, poeta, becario de la “Ford” y ganador de varios premios literarios, acaba de regresar de España; de espíritu emprendedor, y siempre atento a la provocación, me envía este texto de Carlos Torres Rotondo. Antes de postearlo quisiera recordar esa intervención basada en la obra de teatro “Ojo de Gallo” de César Moro que se montó hace un par de años en el “Prebístero Maestro”, lugar donde estuvieron como actores Gonzalo Portals Zubiate, Farje Cuchillo, Gladys Flores y quien esto escribe, quien además tuve que hacer de músico y seudocoordinador de la parte inicial. Aquella noche se nos pasó la mano y se incendió un macetero de mármol, hecho lamentable que se tuvo que pagar en efectivo. Valga este pequeño recuerdo para incentivar a Rubén, quien por estos días está montando una nueva obra dramática que pronto verá la luz.
Aquí el artículo:


BIENVENIDOS AL EXTRAÑO MUNDO DE RUBÉN QUIROZ


Carlos Torres Rotondo


La primera vez que posé mis ojos sobre Rubén Quiroz, éste atacaba verbalmente en su propia cara a la escena poética peruana de los 80, reunida en pleno durante un congreso de poesía en Madrid, amenazando con decir quiénes eran epigonales y quiénes no.

-Si me lo permiten, diré nombres propios, amenazó Rubén ante una asustada audiencia.

Su actitud me gustó. Su carácter iconoclasta tenía base. En un principio sentí una sana envidia: joder, pensé, me he pasado toda la vida leyendo y este sujeto me ha superado. Decidí aprender de él.

Entonces llegó a mis oídos su leyenda negra: era un antologador agudo de la poesía peruana más esquizofrénica y había cometido acciones como la quema de libros de poetas oficiales y sosos en la universidad de San Marcos, la decana de América. Como todo buen lector, revisaba el canon literario para subvertirlo, o mejor aún, para crear su canon personal. Congenié aún más con él. Su formación filosófica sustentaba su argumentación malabarista. Es, en verdad, una de las pocas personas realmente cultas con las que me he cruzado en mi vida.

Luego demostró que también tenía calle: era criollo, chalaco, y sobre todo hincha del Sport Boys, equipo de fútbol favorito de la gente brava y aguerrida, con camisetas de un color rosado poluto, como solo puede dar el Callao, el primer puerto del Perú.

Pero ante todo, más allá del personaje, Rubén es un buen poeta.

Es decir, tiene aliento vital, o lo que en el rocanrol llamamos feeling.

Como diría nuestro común amigo, Mario Suárez Símich, el marqués de Montserrate, Rubén cocina la lengua como una parihuela. Su poesía es una mezcla de imágenes, emociones y sonidos que son una espiral de alucinaciones barrocas, de rizos. Expresar los sentimientos íntimos sobre versos recreados explícitamente de una tradición es algo netamente latinoamericano. Occidentales y a la vez otra cosa, los sudacas vemos la cultura desde una perspectiva privilegiada, que invita a la totalidad y a la superposición, lo cual explica nuestra vocación netamente barroca en la literatura y nuestro cacao mental en la vida cotidiana.

Llego ahora al inefable centro de mi plagio. Porque la tradición no se hereda, se conquista, como hace el chato, porque en medio de tanta propuesta, el hombre tiene dientes.

Siempre he creído que la imaginación es ante todo imagen, como la propia palabra lo sugiere. En ese sentido la película que he visto en mi mente al leer este libro aluvional ha sido un film expresionista, donde las escenas son vistas a través de espejos deformantes, como los del callejón del Gato que evocó Valle Inclán.

La referencia final, en la que dice que el libro fue escrito durante una sola madrugada de insomnio es una coda que más que contar una anécdota, obliga a volver a sumergirse en el torrente de Médula y a sentir el dolor y el quiebre que rezuman sus imágenes.

Autor de los libros de poemas Imago Mundi, Niño Vudú (de título que recuerda a Jimi Hendrix),y Rotación, Médula representa un ejercicio de depuración y un intento de llegar al centro, a lo esencial, y lo hace, como bien apunta el maestro Pablo Guevara, a la manera de un rotor, un giróscopo, una rosa náutica, una peonza. Rubén Quiroz, agregaría, ha fabricado un taladro poético.

No sé qué más decir. Y es que un libro de poesía siempre invoca el silencio. Sólo me queda invitarlos a que se sumerjan en el extraño mundo de Rubén Quiroz y, como dicen en el disco de la Fania all stars, Live at the Cheetah, y ahora que suba Rubén, para que baile.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece que el de la foto NO ES Rubén Quiróz.

RODOLFO YBARRA dijo...

es el que está atrás...la foto me la envió el mismo Rubén.