Una noticia alborotó el establecimiento literario hace pocos días. El escritor peruano-norteamericano Daniel Alarcón recibió el primer Premio de Literatura Internacional otorgado por la Casa de las Culturas de Berlín, por Radio Ciudad Perdida, una novela que cuenta la historia de un país innominado, destrozado por la violencia interna, en donde todos tienen muertos que llorar. El autor es hijo de peruanos que debieron dejar el Perú liando bártulos en búsqueda de oportunidades que la patria no brindaba. Pero, ¿qué importancia reviste esto último en relación a la literatura de Alarcón y en relación a la literatura anglosajona en general? Pues sencillamente que la narrativa en inglés de los últimos tiempos es una literatura hecha por emigrantes como lo evidencian nombres como Naipaul, Rushdie, Seth, Díaz o los ya clásicos Conrad y Nabokov. Sin el genio de estos creadores provenientes de otros lares, la literatura anglosajona sería renga, manca, tal vez, ciega. Podría engarzar el tema hablando también de la dualidad cultural, el mundo de los padres que van envejeciendo lejos del terruño y el conflicto de identidad que actualmente viven miles de jóvenes —hijos de inmigrantes— nacidos o criados desde muy tierna edad fuera de su lugar de origen, que como Daniel, debieron abandonar su país todavía críos. Pero no. Ya otros lo harán con competencia. Como dice El Último de la Fila, mi patria en mis zapatos, mis manos son mi ejército, nace luna fría, nace y hazme olvidar. Por mi parte, he terminado de leer los relatos incluidos en El Rey siempre está por encima del pueblo y Ciudad Perdida y siento que debo decir lo siguiente.
Sin perjuicio de la impecable prosa anglo del creador, sin obliterar, incluso, su extraordinario talento literario, creo sin temor a equivocarme, que Alarcón representa de manera brillante al hijo de esa generación de familias peruanas que se vieron forzadas a emigrar por la caótica situación que se vivía a principios de los ochenta, debido a la inestabilidad económica, la violencia política, la recesión y la corrupción generalizada. Tan sólo en la calle en la que pasé mi infancia hay por lo menos 15 familias que emigraron —en muy diversa condición— a los EU, Italia, España, Japón y Argentina. Miles de niños fueron arrancados de una patria que todavía no aprendían a amar y transplantados a un lugar desconocido, no por voluntad propia, si no porque sus padres se vieron empujados a escapar de una realidad aplastante, violenta, injusta y sin salida. Hicieron de tripas corazón y cargaron con sus maletas en busca de un futuro incierto. Tal vez primero se fue el padre, con la esperanza del triunfo y el corazón quebrantado por el dolor de dejar a la familia. Luego de un tiempo de sacrificio y soledad este padre perseverante llevó a la madre y poco a poco partieron los hijos. Después de muchos años, los que sobrevivieron y lograron hacerse un lugar en la Babilonia del Norte, ahora saben llegar al barrio donde nacieron, colmados de regalos: ropa y zapatillas, artefactos eléctricos, la remesa mensual para los familiares que no pudieron o eligieron quedarse. Algunos, los necios, regresan henchidos también de soberbia y presunciones.
Roberto era el hijo menor de una familia que emigró a EU. Por razones ignotas, Roberto era el único del huancaíno clan Verástegui que decidió no partir a Los Ángeles. Prefirió quedarse cuidando a los abuelos en la casa de Ingeniería. Teníamos 16 años y Roberto, a costa de mucho esfuerzo, ingresó a SENATI. Consiguió una chamba de medio tiempo, una hembrita dulce como un mango y amigos que lo querían. Estaba echando raíces en la tierra. La inflación rayaba el millón por ciento en el primer gobierno de Alan García y de los caños de las casas discurría diariamente excremento humano. La plata se hacía agua. El causa no pudo más. Abandonó sus estudios de electrotecnia en SENATI. Se metió de lleno a chambear en La Paloma, confeccionando polos, hasta que la fábrica quebró. Sólo lo ataba a Lima la dulzura de su tierna hembrita. Cual canto de sirena, la llamada de sus padres enmielaba cada noche sus oídos por el hilo telefónico. El causa aflojó. Muchos fuimos a su despedida y en la tremenda bomba con la que fue agasajado, Pichicho, uno de los vagonetas del barrio, quizá por envidia o tal vez entristecido por el abandono del causa de la mancha, le espetó a boca de jarro, ¿así es que te vas a EU? Vete, pues, conchatumare, lárgate y no vuelvas más. Yo me quedo a luchar por lo que creo, en la patria que amo. Todos enmudecimos. El vociferante, borrachísimo, tenía el rostro anegado. Las lágrimas se le salían cuando insultaba de forma tan cruel al amigo de la infancia de la que recién salíamos. Hoy Roberto tiene cuarenta años y regresa al Perú cada lustro. Trabajó de mil oficios hasta que logró abrir un negocio de servicios generales (electricidad, plomería, carpintería) en Bulevar Wilshire. Cada que viene trae cosas —zapatillas Nike, casacas North Face, pantalones Levi’s, a veces, algún artefacto electrónico, todo de factura china— para los patas de la cuadra y siempre pregunta por el causa que le deseó que jamás vuelva a la santa tierra. Hasta ahora nadie ha tenido el valor de decirle a Roberto que Pichicho mancó en una acción armada en la lejana Tingo María. Tenía dieciocho años cuando fue levado por el ejército peruano en la Plaza Dos de Mayo.
Daniel Alarcón no trae zapatillas, casacones ni artefactos eléctricos cuando viene al Perú. Daniel trae los recuerdos de un pueblo que siempre estuvo en su corazón: una ciudad perdida que ahora recupera contando historias entrañables en un inglés mejor que el de la Reina.
Rafael Inocente
5 comentarios:
excelente artículo. bien por daniel y por rafael, vlga la rima.
koko
Buen artículo, por mi barrio también hay muchas familias que emigraron a EU, algunas no volvieron más, otras lo hacen de vez en cuando, signo de los tiempos de crisis que vivimos todavía. Felicitaciones a Daniel Alarcón por el premio.
P.R.K.
¿Me parece o ha censurado mi comentario, estimado Comandante? Cuidado, y cae en los mismos vicios de la gente que usted tanto critica.
No, mi estimado. En el artículo siguiente, pedí, por favor, que reenviaran sus comentarios ya que hubo un error de tecleo de mi parte.
Jaja... mejor precisión para la próxima.
(De Giacomo)
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