A veces me pongo a pensar en ese invento esperpéntico llamado “democracia”, supuestamente, y según la raíz griega, debería significar algo así como el gobierno de los pueblos por sí mismos (demos, pueblo y kratos, autoridad). Mi viejo diccionario dice (e imagino que la RAE, institución medieval, también) que democracia es una “doctrina política basada en el principio de autoridad del pueblo y de la participación del mismo en la administración del país”. De seguro, si le preguntamos a algún “constitucionalista” vamos a encontrar que “democracia” es algo así como el paraíso de Dante o Shangri-la donde la naturaleza desbordante nos ofrece alimento, vestido y vivienda y donde ni siquiera tenemos que esforzarnos porque todo se encuentra protegido bajo el manto de un gobierno-divino que vela por sus ciudadanos ¿¿¿???
Miro a mi alrededor y sé que esto no es cierto ni aquí ni en la cochinchina, puedo aseverar entonces que esto es un invento de unas minorías empinadas en un conocimiento basado en la avaricia y la explotación para engañar al resto, haciéndoles creer que se gobiernan por sí mismos vía los aparatos ideológicos de un Estado sátrapa como la iglesia, la escuela, la mass media, el sistema político, el sistema judicial, etc.(que trabajan de forma coludida y soterrada), cuando una sarta de parásitos de la lumpenburguesía (a los que se suman unos cuantos enganchaesclavos y vendidos felipillos) apoyados en las fuerzas armadas (que no le han ganado a nadie) y la policía (corrupta hasta el tuétano) están detrás moviendo los hilos de sus títeres y estafermos que fungen de pensadores, presidentes, ministros, congresistas, funcionarios de la llamada burguesía burocrática (burguesía avarienta y retrógrada que vía los procesos electorales ramplones condicionan al pueblo ignorante a que vote por sus candidatos de barro). Aquí todos ganan algo mientras se llevan el esfuerzo del trabajador (plusvalía) y oprimen y reprimen cualquier intento por derrocar o reemplazar este sistema aberrante que se sostiene –como lo vengo diciendo hace años- en la fuerza y el engaño (y en el que la literatura no está fuera sino que reproduce ciegamente sus intereses de clases, sus pretensiones, sus sueños de opio cada vez más alejados de la realidad –en el caso de los señores burgueses u homúnculos con complejos de burgués- donde la estética se funde con el ego para dar como resultado escritores caviar, escritores de juguete -creo que es demasiado el término “escritores criollos” para estos pobres diablos- cuyas obras infladas por sus fuelles publicitarias no valen ni un pepino y de los cuales me ocuparé, uno por uno, en otro momento).
Si nos diéramos cuenta de esto entenderíamos por qué cuando sale elegido algún candidato casi siempre (tarde o temprano) ocurre que no sigue un “plan de gobierno” o, por lo menos, no sigue una línea que beneficie a las grandes mayorías, a los que acudieron a las urnas y los eligieron, sino que salen con estúpidas leyes (o decretos-leyes según sea el caso) que en el fondo benefician a algunas empresas o algún negocio de ganapanes o turiferarios vinculados al poder. Todo este entramado de situaciones que caracterizan a la democracia no son simples “accidentes”, características u “errores” casuales de lo que llaman “el gobierno del pueblo y para el pueblo”, simplemente son la “ley universal”, el modus operandi, la razón suprema.
De esta forma los congresistas –y ya estamos viendo el típico ejemplo con el clan León- se pelean y discuten por leguleyadas para poner orden sobre el saqueo a que es sometido este país corral de chanchos, al igual que cualquier país latinoamericano o del primer mundo donde los gobiernos han sido secuestrados por organismos paramilitares, fascistas o neofascitas con fachadas democráticas (socialcristianos, conservadores, liberales, izquierdosos, etc.,) o gobiernos cuyas pátinas seudodemocráticas, casi siempre, no le duran mucho.
Fue Marx (resucitado últimamente debido a la crisis que golpea el highland del capitalismo) quien en la XI tesis sobre Feurbach apuntó esa frase conocida y repetida hasta el hartazgo, pero que implica algo más de lo que enuncia (y de hecho se aleja del “revolucionar la vida” de Rimbaud ¡?) y a lo que ciegamente se le quiere reducir: “Transformar al mundo” (“Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diferentes maneras, lo que importa es transformarlo”). Sin embargo, aquella tesis marcaba el rompimiento con todas las teorías anteriores (incluso algunas del propio Marx y Engels) que se habían dedicado a contemplar o en el mejor de los casos interpretar al mundo con guantes de seda; y es que la XI tesis sobre Feurbach marca más que una ruptura con las teorías anteriores, por ello durante mucho tiempo en el siglo XIX y parte del siglo XX se habló del fin de las teorías y el inicio de la praxis revolucionaria; pero Marx jamás dejó de ser un intelectual combativo, sí, pero dado a los estudios y jamás pasó a la clandestinidad ni lideró algún grupo subversivo. Martha Harnecker en su clásico “Los conceptos elementales del materialismo histórico”, escrito con la asesoría de Louis Althusser, apunta algunas ideas esclarecedoras:
“Si así fuera, para ser consecuente, Marx debería de haber abandonado los libros, el estudio, para dedicarse en forma exclusiva al trabajo político. Sin embargo, hasta su muerte, el trabajo intelectual ocupa gran parte de sus días, sin que por ello descuide la acción política inmediata.
La vida de Marx nos plantea, por lo tanto, una disyuntiva: o Marx no fue consecuente con su afirmación de la necesidad de pasar de la interpretación a la transformación del mundo, o considera que no puede existir transformación de éste sin un conocimiento previo de la realidad que se quiere transformar, sin un conocimiento previo de cómo ella está organizada, cuáles son sus leyes de funcionamiento y desarrollo, cuáles fuerzas sociales existen para realizar los cambios, es decir, sin un conocimiento científico de ella.
No cabe duda que esta última es la posición de Marx”. Op cit. Pg 3 y 4.
Feuerbach era un filósofo alemán anacoreta que vivía en el campo, y que había renunciado a la ciudad y al mundo porque pensaba, a la manera de Galileo, que la ciudad era una cárcel para el espíritu especulativo, había escrito un libro donde había avanzado unos pasos más a los de Hegel, “Esencia del cristianismo”, y en cuyas páginas apunta que no es la religión la que hace al hombre sino que el hombre hace a la religión y que esos “seres superiores” o “dioses” son un invento de nuestra imaginación; pero siempre quedaba el vacío impuesto por Hegel y refrendado por Feuerbach en el sentido que no manifestaban o teorizaban nada sobre la lucha política, o poner en práctica las ideas vertidas, motivo por el cual Marx se sentía en el desamparo teórico y en la orfandad especulativa, el cual, por compensación intelectual, tendría que crear.
Según Theodor Adorno (leer su “Estética”) la XI tesis sobre Feuerbach afecta no solo la praxis revolucionaria sino a la misma teoría filosófica, la cual tendrá que (si es sincera consigo mismo) crear otro tipo de sustrato teórico para aplicarlo a una realidad, también, cambiante. Y fue Lenin el encargado de llevar a las praxis las teorías que aún necesitaban ser refrendadas con lo real concreto (leer “Mi camino hacia Marx”). Lo que vino después, si bien es cierto, nos aleja del concepto tradicional de “democracia”, no pudo sino ser una opción ante la crueldad de la explotación y la barbarie.
(En la segunda parte daré mi opinión sobre la I, II, III y VIII tesis sobre Feurbach y la entrada en escena de los anarquistas Bakunin y Kropotkin, y la participación controversial de estos en la Primera Internacional que le significaría la cárcel y la persecución para ambos).
Miro a mi alrededor y sé que esto no es cierto ni aquí ni en la cochinchina, puedo aseverar entonces que esto es un invento de unas minorías empinadas en un conocimiento basado en la avaricia y la explotación para engañar al resto, haciéndoles creer que se gobiernan por sí mismos vía los aparatos ideológicos de un Estado sátrapa como la iglesia, la escuela, la mass media, el sistema político, el sistema judicial, etc.(que trabajan de forma coludida y soterrada), cuando una sarta de parásitos de la lumpenburguesía (a los que se suman unos cuantos enganchaesclavos y vendidos felipillos) apoyados en las fuerzas armadas (que no le han ganado a nadie) y la policía (corrupta hasta el tuétano) están detrás moviendo los hilos de sus títeres y estafermos que fungen de pensadores, presidentes, ministros, congresistas, funcionarios de la llamada burguesía burocrática (burguesía avarienta y retrógrada que vía los procesos electorales ramplones condicionan al pueblo ignorante a que vote por sus candidatos de barro). Aquí todos ganan algo mientras se llevan el esfuerzo del trabajador (plusvalía) y oprimen y reprimen cualquier intento por derrocar o reemplazar este sistema aberrante que se sostiene –como lo vengo diciendo hace años- en la fuerza y el engaño (y en el que la literatura no está fuera sino que reproduce ciegamente sus intereses de clases, sus pretensiones, sus sueños de opio cada vez más alejados de la realidad –en el caso de los señores burgueses u homúnculos con complejos de burgués- donde la estética se funde con el ego para dar como resultado escritores caviar, escritores de juguete -creo que es demasiado el término “escritores criollos” para estos pobres diablos- cuyas obras infladas por sus fuelles publicitarias no valen ni un pepino y de los cuales me ocuparé, uno por uno, en otro momento).
Si nos diéramos cuenta de esto entenderíamos por qué cuando sale elegido algún candidato casi siempre (tarde o temprano) ocurre que no sigue un “plan de gobierno” o, por lo menos, no sigue una línea que beneficie a las grandes mayorías, a los que acudieron a las urnas y los eligieron, sino que salen con estúpidas leyes (o decretos-leyes según sea el caso) que en el fondo benefician a algunas empresas o algún negocio de ganapanes o turiferarios vinculados al poder. Todo este entramado de situaciones que caracterizan a la democracia no son simples “accidentes”, características u “errores” casuales de lo que llaman “el gobierno del pueblo y para el pueblo”, simplemente son la “ley universal”, el modus operandi, la razón suprema.
De esta forma los congresistas –y ya estamos viendo el típico ejemplo con el clan León- se pelean y discuten por leguleyadas para poner orden sobre el saqueo a que es sometido este país corral de chanchos, al igual que cualquier país latinoamericano o del primer mundo donde los gobiernos han sido secuestrados por organismos paramilitares, fascistas o neofascitas con fachadas democráticas (socialcristianos, conservadores, liberales, izquierdosos, etc.,) o gobiernos cuyas pátinas seudodemocráticas, casi siempre, no le duran mucho.
Fue Marx (resucitado últimamente debido a la crisis que golpea el highland del capitalismo) quien en la XI tesis sobre Feurbach apuntó esa frase conocida y repetida hasta el hartazgo, pero que implica algo más de lo que enuncia (y de hecho se aleja del “revolucionar la vida” de Rimbaud ¡?) y a lo que ciegamente se le quiere reducir: “Transformar al mundo” (“Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diferentes maneras, lo que importa es transformarlo”). Sin embargo, aquella tesis marcaba el rompimiento con todas las teorías anteriores (incluso algunas del propio Marx y Engels) que se habían dedicado a contemplar o en el mejor de los casos interpretar al mundo con guantes de seda; y es que la XI tesis sobre Feurbach marca más que una ruptura con las teorías anteriores, por ello durante mucho tiempo en el siglo XIX y parte del siglo XX se habló del fin de las teorías y el inicio de la praxis revolucionaria; pero Marx jamás dejó de ser un intelectual combativo, sí, pero dado a los estudios y jamás pasó a la clandestinidad ni lideró algún grupo subversivo. Martha Harnecker en su clásico “Los conceptos elementales del materialismo histórico”, escrito con la asesoría de Louis Althusser, apunta algunas ideas esclarecedoras:
“Si así fuera, para ser consecuente, Marx debería de haber abandonado los libros, el estudio, para dedicarse en forma exclusiva al trabajo político. Sin embargo, hasta su muerte, el trabajo intelectual ocupa gran parte de sus días, sin que por ello descuide la acción política inmediata.
La vida de Marx nos plantea, por lo tanto, una disyuntiva: o Marx no fue consecuente con su afirmación de la necesidad de pasar de la interpretación a la transformación del mundo, o considera que no puede existir transformación de éste sin un conocimiento previo de la realidad que se quiere transformar, sin un conocimiento previo de cómo ella está organizada, cuáles son sus leyes de funcionamiento y desarrollo, cuáles fuerzas sociales existen para realizar los cambios, es decir, sin un conocimiento científico de ella.
No cabe duda que esta última es la posición de Marx”. Op cit. Pg 3 y 4.
Feuerbach era un filósofo alemán anacoreta que vivía en el campo, y que había renunciado a la ciudad y al mundo porque pensaba, a la manera de Galileo, que la ciudad era una cárcel para el espíritu especulativo, había escrito un libro donde había avanzado unos pasos más a los de Hegel, “Esencia del cristianismo”, y en cuyas páginas apunta que no es la religión la que hace al hombre sino que el hombre hace a la religión y que esos “seres superiores” o “dioses” son un invento de nuestra imaginación; pero siempre quedaba el vacío impuesto por Hegel y refrendado por Feuerbach en el sentido que no manifestaban o teorizaban nada sobre la lucha política, o poner en práctica las ideas vertidas, motivo por el cual Marx se sentía en el desamparo teórico y en la orfandad especulativa, el cual, por compensación intelectual, tendría que crear.
Según Theodor Adorno (leer su “Estética”) la XI tesis sobre Feuerbach afecta no solo la praxis revolucionaria sino a la misma teoría filosófica, la cual tendrá que (si es sincera consigo mismo) crear otro tipo de sustrato teórico para aplicarlo a una realidad, también, cambiante. Y fue Lenin el encargado de llevar a las praxis las teorías que aún necesitaban ser refrendadas con lo real concreto (leer “Mi camino hacia Marx”). Lo que vino después, si bien es cierto, nos aleja del concepto tradicional de “democracia”, no pudo sino ser una opción ante la crueldad de la explotación y la barbarie.
(En la segunda parte daré mi opinión sobre la I, II, III y VIII tesis sobre Feurbach y la entrada en escena de los anarquistas Bakunin y Kropotkin, y la participación controversial de estos en la Primera Internacional que le significaría la cárcel y la persecución para ambos).