Revisando mi carpeta de reseñas (no publicadas o no publicables) encuentro esta nota sobre "La Casa Amarilla" de Rengifo, quien -por cierto- acaba de publicar "Uñas", un título sugerente que luego pasaré a detallar.
“LA CASA AMARILLA” (Edit. Norma, 2007) de Carlos Rengifo y otras fallas tectónicas
x Rodolfo Ybarra
Esta nouvelle de Carlos Rengifo, de carácter rapsódico e intimista, llamada originalmente “La Silenciosa en el Desierto”, no cuaja del todo –a pesar de los denostados esfuerzos- en su propuesta inicial; si bien es cierto la historia -simple y sin estribos- aplastada por el formalismo y las “pataletas” de la “enferma mental” encuentra su mayor "level" en el lenguaje trastocado en el gíglico, (Una putívida que ha estávido con varios machóconos, no puede ser ni amíguivida, ni hermániga, menos madrévila de una hijánata) no puede cruzar sus propias barreras o muros de contención escritural (¿Qué es lo que se transmite? ¿Es el lenguaje o la historia que se ve arrastrada en un sistema potlach de palabras y aromas poéticos?) en donde la androfobia avasalla a los personajes y al escritor mismo, al punto que el padre (de Delicia) y el doctor psiquiatra son los “malos” de la película personificado ad infinitum en el clisé Barrabás, cuyo nombre más que un lugar común significa un cansancio en la búsqueda y el adentramiento de los personajes; y donde las mujeres son las víctimas (ya sea por violación o por maltrato, por pecado expreso o por omisión) que van a hallar la forma de su venganza en la locura casquivana y patética (Aldous Huxley calificó a la esquizofrenia como “el flagelo del siglo XX” dando las pautas a los libros que se escribieron sobre este tema a partir de 1960. Leer “Diario de un Esquizofrénico” de Gregory Stefan, Editorial Emece, 1972). Si bien es cierto, cualquier pequeño detalle puede “enloquecer” a alguien con cierta propensión al delirio, no es menos cierto que en literatura estos detalles tienen que persuadir al lector de que esto en realidad es “verdadero”, o por lo menos intenta serlo. Eh ahí el punto flaco de “La Casa Amarilla”, la cual ha sido tipificada como de lectura para adolescentes, tal y como indica la misma editorial al ubicarla en su colección Zona Libre. La reflexión cambiaría de órbita si en verdad ésta es la verdadera búsqueda de Rengifo, cansado de repente de buscar un nicho adecuado a su literatura, un universo nuevo que le sea propicio en las coordenadas de lectores cada vez menos exigentes y doblegados a los vientos publicitarios que soplan huracanadamente sobre sus oídos.
Hay una distancia sustancial entre sus cuentos y su afán novelístico (“La Morada del Hastío”, texto que no alcanza a enlazar perfectamente las historias y se desteje en una suerte de sucesos anecdóticos, interesantes unos de otros, pero que no aportan a un sentido evolucionado de lo que debería ser la novela). El aliento que mejor domina Rengifo tiende a ser el corto (el knock out), ahí nuestro autor explica mejor sus elementos técnicos narrativos y sus cualidades (in)natas de contador de historias (es una observación consensuada entre otros amigos escritores y a la que más se acerca la crítica especializada, para mayores detalles léase los cuentos “La Cuarta Pared” y “Cenizas del Pasado” que sobre el mismo tema desarrolla Rengifo en “El Rumor de la Tormenta” Casatomada editores, 2007); la sugerencia sináptica sin mayores explicitaciones resbala cuando el plano es mayor al acostumbrado, la sugerencia se convierte en tedio, verdad de perogrullo y lo metafórico o tropo narrativo cede a lo literal, especialmente si se llega a una relectura donde el placer desciende de la trama y se posesiona del instrumento lingüístico, entonces el lector tiene que luchar por comprender que lo que está leyendo es una nouvelle y no una prosa poética sobre alguna “niña mala”, tan de modas en estos últimos tiempos ( “Las Travesuras de La Niña Mala” de MVLL por ejemplo, hija de relaciones disfuncionales: madre-borracha-prostituta, padre-borracho-militar-violador, etc. Caos y rencores familiares que se agudizan con el tiempo).
Quizá la parte más lograda de la novela sea justamente la que se refiere al alter ego del personaje impuesto por Santa Rosa de Lima (y ya en privado, a solas en la frialdad de una celda voluntaria, se aplicaba severas disciplinas con dos cadenas de hierro todas las noches. Flagelo en la espalda menguada por los rigores del día, azotes que hacían brotar sangre, que abrían heridas cicatrizadas y agrandaban moretones. ¡Zas!), contradictorio en su búsqueda por la santidad, ahí el autoflagelamiento pasa por la espalda del lector, especialmente si este es un conocedor del efectismo y de los mecanismos capciosos de un escritor que, como un buen mago, no tiene que dejarse ver los trucos, ni los saltimbanqueos para llamar la atención; las costuras y los dobleses tienen que remallarse fuera de la vista del lector donde la cultura de masas ya ha tenido mejores resultados, al menos en lo que a su mecánica se refiere. No se puede caer en la inocencia gratuita, salvo que esta –en merchandising- tenga fines nada cándidos. Leamos la contratapa: "Hoy por la tarde llegué a la Casa Amarilla. No es tan desagradable, después de todo. Las gárrulas de verde parecen buena gente. Aunque, quien sabe. Ahora solo debo acostumbrarme. Mi cuarto es como la celda de Santa Rosa de Lima. ¿Debo sentirme a gusto aquí? Por el momento, reina la paz en estas cuatro paredes. Si durante mi estadía se me aparece nuevamente la sombra de Barrabás, no sé qué voy a hacer".
Finalmente, es de destacar que la atención puesta por editorial Norma confirma una vez más la regla de los productos con tendencia masiva (libros que se leen de un porrazo y que nos dejan la sensación de levedad, no de levedad filosófica, kundareana o Kybaliónica: “como es arriba es abajo”, sino de vacío ante la inconsistencia), pero que nos llama a la reflexión, siendo Rengifo un escritor de polendas, viejo tallerista y mejor lector, curtido en la palabra, del cual se esperan mejores libros de cuentos y porque no, si él se decide: novelas o nouvelles de mayores registros.
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